miércoles, 20 de marzo de 2024

Otoño y melancolía

El otoño, especialmente en poesía, se ha asociado a menudo con la melancolía. Las posibilidades y oportunidades del verano han desaparecido, y el frío del invierno se vislumbra en el horizonte. Los cielos se vuelven grises, la cantidad de luz diurna utilizable disminuye rápidamente y muchas personas se repliegan sobre sí mismas, tanto física como mentalmente.​ Se la ha calificado de estación malsana.


"Jesień" (Otoño) Józef Chełmoński Pintura al óleo de 1875 que presenta una vista típica del campo polaco en otoño durante siglo xix

Ejemplos similares pueden encontrarse en el poema del poeta irlandés W.B. Yeats Los cisnes salvajes de Coole donde la estación de maduración que observa el poeta representa simbólicamente su propio envejecimiento. Al igual que el mundo natural que observa, él también ha llegado a la flor de la vida y ahora debe esperar la llegada inevitable de la vejez y la muerte. La Chanson d'automne ("Canción de otoño") del poeta francés Paul Verlaine también se caracteriza por un fuerte y doloroso sentimiento de tristeza. Keats en To Autumn, escrita en septiembre de 1819, se hace eco de este sentimiento de reflexión melancólica, pero también hace hincapié en la exuberante abundancia de la estación. La canción "Hojas de otoño", basada en la canción francesa "Les Feuilles mortes", utiliza el ambiente melancólico de la estación y el final del verano como metáfora del estado de ánimo al separarse de un ser querido.

miércoles, 6 de marzo de 2024

La Pericia Psicológica y el daño psíquico

Fuente: Puhl, Stella M.1 ; Izcurdia, M. de los Ángeles2 ; Oteyza, Gabriela2 ; Gresia Maertens, Beatriz H. "PERITAJE PSICOLÓGICO Y DAÑO PSÍQUICO" - Anuario de Investigaciones, vol. XXIV, 2017, pp. 251-260 Universidad de Buenos Aires Buenos Aires, Argentina

El peritaje psicológico, al ser una herramienta técnica al servicio de la justicia, obliga al psicólogo a realizar las siguientes operaciones dentro del proceso, sea cual fuere la temática en la que esté inmerso, es necesario que éste tenga en cuenta los siguientes elementos para el informe final: 

• Descripción de la persona objeto de la evaluación pericial psicológica. 

• Una relación detallada de todas las operaciones practicadas por el perito y de su resultado. 

• Las conclusiones que en vista de tales datos formulen los peritos, conforme a los principios y reglas de su ciencia o arte deba formular. 

Una pericia es entonces, en esencia, un pedido de carácter científico que el Juez hace a un psicólogo para que valore científicamente un hecho en controversia entre las partes. Esto implica que es necesario primero ponderar si el psicólogo tiene conocimientos científicos útiles y provechosos con relación al hecho controvertido, porque de lo contrario, en lugar de ilustrar al Magistrado, lo llevará a confusiones semánticas o lo informado no será útil al proceso. 

A su vez, un dictamen pericial deberá ajustarse a los principios de la lógica, el sentido común y estar redactado con un lenguaje libre de tecnicismos que lo hicieran incomprensible para los letrados intervinientes en el proceso. En relación con lo antes mencionado, en las conclusiones del informe, el perito no deberá realizar juicios de valor, expresar aspectos irrelevantes a la causa, emitir datos injuriosos o faltos de verosimilitud mínima. 

A su vez, debe evitar utilizar términos técnicos o en su defecto debería explicarlos y no afirmar nunca lo que no pueda probar por algún medio técnico. Cejas de Scaglia y Gravenhorst (2003) sostienen que la peritación psicológico forense se realiza administrando un psicodiagnóstico, utilizando distintas técnicas psicológicas, no solo entrevistas, sino técnicas psicométricas y proyectivas. A ello se le debe sumar la lectura del expediente. 

A través de las entrevistas, el entrevistado nos provee información desde el plano de lo consciente: como vive cada situación y los recuerdos que tiene de la misma. Las demás técnicas de exploración psicológicas brindan información en un plano más profundo de la personalidad; dando cuenta del estado psíquico en sus distintas áreas de funcionamiento: intelectual, afectiva, vincular (manejo de las relaciones interpersonales), volitiva (manejo de los impulsos y del caudal de la agresividad), evaluando, además, el ajuste y la adecuación a la realidad. 

Es decir, una peritación psicológica brinda elementos para determinar el funcionamiento del psiquismo de una persona, y esto es lo que se informa en los dictámenes periciales a los fines de responder a la demanda judicial. 

Conforme a lo planteado por Ackerman (1999), la recolección y análisis de datos es quizás la responsabilidad principal del psicólogo forense. En este sentido, recomienda el uso de los mejores métodos disponibles y de su correcta aplicación e interpretación, reportando todos los resultados relevantes para el propósito de la evaluación y al mismo tiempo evitando ir más allá de los datos al especular sobre aspectos para los cuales no se cuenta con información que los apoye. 

En la misma línea, Gacono y otros (2001) han sugerido que los psicólogos forenses están éticamente obligados a utilizar una batería de instrumentos y múltiples métodos para formarse una opinión sobre el evaluado. Además, todas las herramientas de evaluación psicológica utilizadas en la evaluación forense deben mostrar que poseen estándares adecuados de validez y confiabilidad en relación con el área específica en la cual están siendo utilizadas. Asimismo, ningún puntaje, índice o variable podría ser interpretada de forma aislada de la historia, estilo de respuesta y otro tipo de datos del evaluado. 

Finalmente, es importante tener claro que en la evaluación psicológica forense la comunicación efectiva de los resultados es un punto crucial del proceso. En este sentido, Weiner (1999) ha realizado una serie de recomendaciones prácticas en torno a la forma en que deben ser escritos los informes psicológicos en el campo forense. 

En primer lugar, advierte sobre el hecho que, una vez que el psicólogo ha realizado una evaluación en el contexto del sistema legal, debe tener claro que todo lo que incluya en su reporte va a ser sometido a evaluación o cuestionamiento por parte de otros profesionales involucrados en el caso específico (otros psicólogos, jueces, defensores, fiscales). 

Por otra parte, es importante que el evaluador considere que su reporte debe centrarse solamente en aspectos de importancia para el propósito legal que se busca, lo que implica que no todas las observaciones a nivel psicológico obtenidas durante la evaluación deben incluirse en el reporte final. 

El daño psíquico 

El concepto de daño psíquico no surge del discurso psicológico sino del discurso jurídico, por lo que el perito psicólogo tendrá que evaluar los síntomas resultantes del hecho traumático y a partir de esto llegar a la conclusión de si hubo conformación patológica y por lo tanto daño psíquico. 

La noción jurídica de daño psicológico plantea una relación de causalidad/ concausalidad entre el evento dañoso y su consecuencia psíquica patológica, donde el perito es convocado para dilucidar su existencia. Por tanto, dicha problemática, nos introduce en el campo de la metodología diagnostica que el perito psicólogo debe utilizar en la evaluación del Daño Psíquico. 

Castex (1997) estableció un modo diagnóstico convergente psicopsiquiátrico al enriquecer los procedimientos de análisis semiológico de la psiquiatría con la utilización de técnicas proyectivas y psicométricas propias de la psicología. Sin embargo, ambas disciplinas establecieron sus divergencias, los psiquiatras adhieren al análisis semiológico sustentado en la experiencia clínica mientras que los psicólogos sostienen sus asertos en la entrevista clínica y los resultados de los tests proyectivos y psicométricos. Por lo tanto, el diagnóstico queda sujeto así a la variabilidad del juicio clínico. 

El daño psíquico puede adoptar dos formas en terminología jurídica

lesión psíquica, que hace referencia a una alteración clínicamente significativa que afecta en mayor o menor grado la adaptación de la persona a los distintos ámbitos de su vida (personal, social, familiar o laboral), y 

secuela psíquica, que se refiere a la estabilización y consolidación de esos desajustes psicológicos. Para delimitar la secuela psíquica debemos introducir un elemento cronológico (2 años desde la exposición al evento dañoso) y valorar la intervención clínica realizada. 

La cristalización de la lesión psíquica (secuela) suele expresarse, desde el punto de vista psicopatológico, mediante la aparición de rasgos desajustados en la personalidad de base que dificultan la adaptación del sujeto a su entorno (i.e., dependencia emocional, suspicacia, hostilidad y aislamiento social) (Muñoz, 2013). En relación con ello, Tkaczuk (2003) definió al daño psíquico como: “la consecuencia de un acontecimiento que afecta la estructura vital y generalmente acarrea trastornos y efectos patógenos en la organización psíquica. No solo es la resultante de un acontecimiento inesperado y sorpresivo, sino que también puede presentarse como efecto de un proceso lento y persistente, que va ahondando la estructura psíquica y con el tiempo resulta devastador”. 

Zabala de González (1994) explica que es “una perturbación patológica de la personalidad de la víctima que altera su equilibrio básico o agrava algún desequilibrio precedente, ubicando en tal concepto, tanto a las enfermedades mentales como a los trastornos pasajeros, trascendiendo en su vida espiritual o de relación.” 

Varela y otros (2010), lo definen como toda perturbación, trastorno, enfermedad, síndrome, disfunción que a consecuencia de un hecho traumático sobre la personalidad del individuo acarrea una disminución en la capacidad de goce, que afecte su relación con el otro, sus acciones, etc., no importando si hay una personalidad de base predispuesta para ese daño. 

Por lo que podemos inferir que, si existe daño psíquico, este persistirá siempre y hasta tanto el individuo no realice un tratamiento psicoterapéutico que lo ayude a resolver la problemática que dicho daño le causó. En otras palabras, puede hablarse de la existencia de un daño psíquico en un determinado sujeto cuando éste presente un deterioro, disfunción, o trastorno que afecte sus esferas afectivas y/o volitiva y/o intelectual, a consecuencia del cual disminuya su capacidad de goce individual, familiar, laboral, social y/o recreativa. 

Debe quedar claro que no importa la intensidad del hecho, sino el nivel de tolerancia que el sujeto tenga, y de esta manera no puede elaborar dicha situación traumática, sin la ayuda externa de un profesional de la salud mental (Varela y otros 2010). 

El Daño Psíquico implica entre otras cosas: 

• Alteración del psiquismo de una persona con menoscabo de su salud. 

• Disminución o deterioro de las aptitudes del sujeto imputable a un evento. 

• Tal alteración del psiquismo conlleva la necesidad de un tratamiento. El duelo patológico, en la medida en que este implica una formación de índole reactiva en el psiquismo de quien lo atraviesa, conlleva un daño psíquico, ya que implica que hay una patología o que agrava una ya existente. 

De acuerdo con lo anteriormente expuesto, se infiere la necesidad de un tratamiento en el caso de que haya Daño Psíquico, ya que el trauma acaecido como efecto de un acontecimiento inesperado para el sujeto pone en riesgo su estabilidad emocional y su relación con el otro. No lo resolverá el sujeto por sí mismo, sino con la ayuda de un profesional de la salud mental, ya que por la intensidad del ataque sufrido el trauma sobrevenido se inscribe a nivel inconsciente. 

A causa de lo antes dicho surgen síntomas que el sujeto advierte como egodistónicos y relaciona los mismos con dicha situación traumática. Llamamos situación traumática a una experiencia vivida que aporta, en poco tiempo, un aumento tan grande de excitación en la vida psíquica, que fracasa su liquidación o su elaboración por los medios normales y habituales, lo que inevitablemente da lugar a trastornos duraderos en el funcionamiento energético. A raíz del nivel de importancia en que se vio afectado el psiquismo de un sujeto a partir de la situación traumática vivida y de su inscripción a nivel inconsciente, el daño psíquico tiene efecto probatorio a partir de la evaluación pericial psicológica. 

De igual modo debemos resaltar que si bien está inscripto en el inconsciente quien lo padece a nivel consiente puede relacionarlo con dicha situación. Por otro lado, se debe tener presente si el individuo es especialmente vulnerable, ya que se sabe que hay una serie de factores mediadores o concausas que influyen de manera decisiva en la aparición del trastorno (como son las situaciones traumáticas previas o las enfermedades mentales preexistentes) y que nos ayudan a dilucidar si estamos ante un caso real (Spinetto, 2005). 

Dentro de este campo, una de las cuestiones candentes ha sido la determinación de su prevalencia dado su impacto económico. Esta tarea ha resultado particularmente compleja y de difícil solución, en primer lugar porque los simuladores buscan activamente no ser detectados, lo que dificulta o imposibilita de facto llegar a conocer su incidencia real y, en segundo lugar, porque solo de forma relativamente recientemente se han establecido criterios diagnósticos claros que definen operativamente qué es la simulación (Bush y otros 2005). 

Adicionalmente, el DSM-5 sugiere que debe sospecharse de simulación si existe alguna de las combinaciones presentes: 

(1) presentación en un contexto legal;

(2) discrepancia acusada entre el estrés o la alteración explicados por la persona y los datos objetivos de la exploración médica; 

(3) falta de cooperación durante la valoración diagnóstica e incumplimiento del régimen de tratamiento prescrito y (

4) presencia de trastorno antisocial de la personalidad. 

Una indicación que se puede tener en cuenta para considerar una posible simulación de daño psíquico es si la persona minimiza otras posibles causas de sus síntomas y exagera como causa de éstos el accidente por el que solicita una compensación (Inda et al., 2005). 

En suma, en el contexto forense siempre ha de sospecharse de simulación, al tiempo que, antes de determinar si existe daño psíquico, deberá descartarse ésta. No obstante, esta tarea que se torna imprescindible, no se puede llevar a cabo mediante la evaluación clínica tradicional, basada en la entrevista clínica estándar e instrumentación psicométrica, debido a que ésta nunca ha informado de simulación (Rogers, 1997). 

Además, los instrumentos usuales de la evaluación clínica no son totalmente efectivos en la detección de la simulación ya que proporcionan información que la facilita (Arce y Fariña, 2009), esto es, en la mayoría de los casos consisten en tareas de reconocimiento de síntomas (entrevistas estructuraras y pruebas psicométricas). De modo que, cada vez se insiste más en la utilización de procedimientos específicos que evalúen la alteración psíquica y al mismo tiempo detecten la simulación. 

Con respecto a cómo detectar la simulación, Simón (tal como se cita en Calcedo, 2003), plantea las cuestiones que a priori debe responder un evaluador a la hora de evaluar un daño psíquico donde se argumente un TEP: 

• ¿Cumple el trastorno referido por el reclamante los criterios diagnósticos específicos? 

• El acontecimiento traumático que, presuntamente, ha causado el supuesto trastorno ¿tiene la suficiente intensidad como para producir este trastorno? 

• ¿Cuáles son los antecedentes psiquiátricos del demandante anteriores al incidente? 

• ¿Está basado el diagnóstico de trastorno únicamente en la descripción subjetiva del reclamante? 

• ¿Cuál es el nivel real de deterioro en el funcionamiento mental del reclamante? 

Por otro lado, Inda et al. (2005) aconsejan que para establecer el TEP, debido a que su diagnóstico se basa en los síntomas subjetivos informados por el individuo, se debe comparar la actividad que tenía la persona supuestamente afectada una semana antes de la ocurrencia del evento traumático con la actividad que mantiene en el momento de la evaluación, y examinar si existe relación entre los síntomas y dicho evento, el tiempo transcurrido entre el evento y los síntomas, y la relación entre un trastorno previo y los síntomas actuales. 

Si bien la mayoría de los simuladores tienen un amplio conocimiento de los síntomas, a menudo fallan en adecuar esos síntomas a su vida cotidiana y ofrecen una descripción poco detallada (Inda et al., 2005). 

Además, los síntomas inventados suelen ser vagos o bastantes artificiosos y forzados (Pitman, Sparr, Saunders, y McFarlane, 1996). Por tanto, es necesario ser muy meticuloso en la obtención de la sintomatología y no proporcionar información alguna a la persona sobre cuáles son los síntomas claves de este trastorno y, asimismo, corroborar la información haciendo uso de los documentos que se estimen necesarios. 

En suma, ante la sospecha de simulación, a la hora de indagar en busca de información, se debe evitar inducir respuestas, utilizando preguntas del estilo: ¿y qué más?, ¿cómo es eso? e indagar sobre síntomas ajenos al estrés postraumático como son: aumento de autoestima, el deseo de hablar o la pérdida del deseo de dormir (Spinetto, 2005). 

Una indicación que se puede tener en cuenta para considerar una posible simulación es si la persona minimiza otras posibles causas de sus síntomas y exagera como causa de éstos el accidente por el que solicita una compensación (Inda et al., 2005). En general, existe consenso en que para detectar de forma eficaz la simulación y valorar si existe huella es necesario el empleo de múltiples medidas que permitan contrastar la información y que controlen el engaño, tales como las entrevistas, las pruebas psicométricas y la observación conductual (Arce y Fariña, 2007). 

A su vez, no hay duda de que las mejores evaluaciones se realizan a través del uso de varios instrumentos, no obstante, con el objetivo de ahorrar tiempo, ya que en la práctica forense no se dispone de él, se recomienda acudir a test sencillos y rápidos o bien a test generales que posibiliten realizar simultáneamente el estudio de la simulación y la evaluación clínica (García-Domingo et al., 2004). 

Sobre el “trauma”, la “vivencia traumática” y el “vivenciar traumático” 

En 1894 primer y luego en 1919, Pierre Janet empleó y recalificó -respectivamente- el concepto de trauma psicológico diciendo que, es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasa los mecanismos de afrontamiento de la persona. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras. El terror se convierte en una fobia al recuerdo que impide la integración (síntesis) del acontecimiento traumático y fragmenta los recuerdos traumáticos apartándolos de la consciencia ordinaria, dejándolos organizados en percepciones visuales, preocupaciones somáticos y reactuaciones conductuales”. 

Freud (1890,1897) introduce el concepto de trauma al comienzo de sus exploraciones ligado al descubrimiento de la importancia de experiencias traumáticas pasada en la etiología de las neurosis, primero comprendidos como hechos de la realidad externa. En la práctica clínica esta comprensión estaba unida al método catártico. 

Para Freud (1895), La noción de trauma remite a una concepción económica: el aflujo de excitaciones es excesivo en relación con la tolerancia del aparato psíquico. La noción de trauma en dos tiempos se vincula al concepto de resignificación. Una primera escena en la cual el niño sufre una aproximación sexual sin que ello haga nacer en él excitaciones sexuales, una segunda escena, después de la pubertad evoca la primera. Es solamente como recuerdo que la primera escena deviene traumática por la resignificación en la medida que esto provoca un aflujo de excitaciones internas. “Las histéricas sufren de reminiscencias”. La segunda escena no actúa por energía propia sino solamente revela la excitación de origen endógeno sexual. Esta concepción abre la vía a la idea que los sucesos externos adquieren su eficacia de las fantasías que activan y del aflujo de excitación pulsional que desencadenan. 

Tanto en el Proyecto (1950, 1895), como en la Interpretación de los Sueños Freud utiliza el término “vivencia” al referirse a “vivencia de satisfacción”, en términos de la calificación subjetiva de la relación entre un factor interno  (como es la tensión creada por la necesidad) y uno externo (que la satisfará). En el término “vivencia” Freud articula la relación mundo interno (necesidad)-mundo externo (acto de satisfacer), y la “identidad de percepción” con la “identidad de pensamiento”. 

En diversos trabajos he presentado la noción de vivencia traumática como no perteneciente al orden de lo reprimido, sino de lo no articulado. El trauma no es el residuo irrecordable o inolvidable, sino que es una ausencia de articulación entre afecto y representación, que no puede ser ubicada ni significada. 

La “vivencia traumática” refiere a un psiquismo cuyas características son la integración, continuidad e historicidad, que es lo que nos permite ese especial contacto entre el mundo interno y la realidad. Cuando un evento disruptivo invade el psiquismo de tal manera que no permite establecer ningún tipo de relación, se produce ese colapso, modo en el cual la vivencia traumática se inscribe en el psiquismo. Como lo definiría Freud, el trauma psíquico, en un intento de constituirlo dentro de una historización nueva y hacerlo comprensible, refiere a los dos tiempos del trauma, el primero donde aparece latente y el segundo donde lo ligaría y lo haría aparecer. 

En el primer tiempo el trauma aparecería mudo y a través de la historización, le daría un lugar para que nos hablara este tiempo pretraumático, es tan irrepresentable, y no se puede nombrar, como la misma pulsión de muerte. Y los síntomas que engendra son intentos fallidos de ligar haciéndola hablar a la pulsión de muerte, a esa parte de la misma que no pudo transformarse en discurso. 

Es así que el trauma, no necesitaba ser un atributo de una patología grave, pues además de su conceptualización individual, la riqueza que tendría se obtendría de la articulación con el dispositivo teórico y clínico, pues lo traumático es de aquello que determina cambios definitivos en el ida y vuelta de la energía que emana de las demandas pulsionales, de cualquier estimulo que supere la capacidad del aparato psíquico de ligarlo a representaciones. Por consiguiente el trauma como sustantivo expresaría el daño al aparato como algo interior a él, y lo traumático, como adjetivo describiría algo que se ubicaría primero, por fuera al aparato, y se referiría a la colisión entre un exceso y una insuficiencia que puede terminar borrando esta diferencia entre lo exterior y lo interior. 

En las conferencias del año 1915, Freud distingue entre la vivencia Erlebnis y el vivenciar Erleben, sin embargo, no explicitó su diferencia. Sosteniendo la especificidad de los términos, se pretende presentar lo específico y lo común entre los conceptos “vivencia traumática” y “vivenciar traumático”. La explosión de una bomba, un accidente de tránsito, o cualquier evento disruptivo que incida en un psiquismo constituido, con defensas adecuadas, podrá provocar una “vivencia traumática”. En estos casos no hablamos de fenómenos producto de un evento fáctico singular, circunscrito en el tiempo y el espacio, como lo hacemos al referirnos a la “Vivencia Traumática”, sino a un proceso continuo en la temprana infancia. El “vivenciar traumático” nos remite a la forma en que se desarrolla el proceso de constitución del vacío. 

Abraham (1921) retoma el tema del trauma con su ya maduro conocimiento del psicoanálisis y su rica experiencia en el frente de batalla, afirma que las neurosis de guerra, igual que las neurosis traumáticas, señalan la importancia del inconsciente y de la sexualidad infantil como factores válidos de la etiopatogenia de estas enfermedades. A través de lo antes mencionado podría decirse que Abraham no considera al trauma como un factor principal en la etiología de las neurosis sino, más bien, como un factor contingente. Así el hecho que una “vivencia traumática” está relacionada a un evento fáctico ceñido en el tiempo y en el espacio (Benyakar 1989). A diferencia de esto el “vivenciar traumático” remite a un proceso en el cual el displacer y la frustración se transforman en constantes procesos de un psiquismo que tiende a estructurarse, con un afecto que carece de representación. 

Freud (1926) en “Inhibición, Síntoma y Angustia”, explica que el trauma se relaciona con la angustia automática. La situación traumática deja al Yo sin ligaduras. La angustia señal, definida como amenaza de situación traumática, se liga a situaciones que funcionan como señal posibilitando al Yo poner en marcha sus defensas. En términos económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de elaborar psiquiátricamente dichas excitaciones. 

Klein (1948) va a trabajar sobre cómo el instinto de vida juega un importante papel en la mitigación del instinto de muerte para enfrentar los hechos externos que pudieran ser, si no, de otro modo, vividos como traumáticos. Klein incorpora, siguiendo al Freud de 1926 en “Inhibición, Síntoma y Angustia”, otro factor que hace a la posición del sujeto ante una situación traumática: se trata del papel que juega la ansiedad en dicha situación. Por lo cual, le daría importancia al lugar tan central que tiene la ansiedad en relación al apronte angustioso y la angustia señal para enfrentar una situación que pueda ser traumática. La autora introduce un aporte planteando que para que esa ansiedad pueda operar, es fundamental que sea tolerada. Sostiene que la capacidad para tolerar la ansiedad es otro factor importante interviniente en la dialéctica entre realidad externa e interna, ya que la capacidad para tolerar la ansiedad es constitucional, y que varía altamente en un individuo u otro y en distintos momentos del funcionamiento interno del sujeto. 

A su vez en toda la obra de Klein podemos interpretar que, la situación traumática está principalmente representada por situaciones de ansiedad interna, ya sea por el temor de verse inundado por el trabajo interno del instinto de muerte no suficientemente deflexionado (el aflujo de los impulsos destructivos y del sadismo al aparato), o debido a la amenaza de la aniquilación por parte de un objeto interno. Sin embargo, aunque parte de la experiencia traumática se transforme en palabras, lo que sólo es posible dentro de un vínculo que refleje y reconozca la conmoción, una parte de ella nunca podrá ser simbolizada, los pacientes guardan para sí un monto de horror imposible de simbolizar, que nunca llega a tener palabras, que pertenece a la categoría de lo impensable, de lo no cognoscible. 

Keilson (1979), afirma que las consecuencias del trauma se mantienen en el tiempo más allá del fin de la guerra, de los estados dictatoriales o del término de la represión política. En consecuencia, sí las expectativas de reparación, de reconocimiento y validación social del daño, se ven frustradas por el silencio y la falta de justicia, estaríamos frente a una secuencia traumática más, pero de mayor intensidad porque profundiza la sensación de impotencia, de desprotección y de marginalidad en términos de la pertenencia social. 

Desde del pensamiento psicoanalítico Ferenczi (1931, 1933), Winnicott (1956, 1965) y más recientemente Stolorow (1992) dentro del modelo intersubjetivo, postulan que el trauma se produce cuando falta la respuesta esperada del medio, que refleje y reconozca la conmoción. La frustración de esta expectativa de contención produce el encapsulamiento de sensaciones dolorosas, que se convierten en una especial vulnerabilidad a los estados traumáticos. Tanto Ferenczi como Winnicott distinguen entre una vivencia traumática, intrusión o conmoción que puede ser reconocida, elaborada por medio del sostén afectivo, de aquella donde esta reacción del ambiente no tiene lugar, la reparación no es posible y entonces el trauma queda inscrito en la subjetividad del niño. Sin embargo, aunque parte de la experiencia traumática se transforme en palabras, lo que sólo es posible dentro de un vínculo que refleje y reconozca la conmoción, una parte de ella nunca podrá ser simbolizada, los pacientes guardan para sí un monto de horror imposible de simbolizar, que nunca llega a tener palabras, que pertenece a la categoría de lo impensable, de lo no cognoscible. 

Stolorow (1992) plantea que el trauma se constituye en dos fases: la primera se relaciona con el rechazo de la satisfacción de una necesidad primaria por parte del adulto a cargo del cuidado del niño. En la segunda fase el niño experimenta el anhelo secundario de una actitud que pueda sostener la conmoción emocional. Los adultos, que de manera repetida rechazan la satisfacción de las necesidades primarias de cohesión del self, son, además, incapaces de entregar la respuesta esperada frente a la reacción dolorosa. El niño percibe que sus sentimientos reactivos de dolor son considerados perjudiciales, no son bienvenidos, entonces tiende a esconderlos defensivamente, como una forma de proteger el vínculo necesitado. Estos sentimientos, que quedan aprisionados, se convierten en una fuente de conflictos internos y de vulnerabilidad hacia estados traumáticos. 

Laplanche y Pontalis (1971) definen el trauma como un acontecimiento de la vida de un sujeto caracterizado por su intensidad, (evento) la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente (experiencia subjetiva) y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica (efectos). El término trauma proviene del griego (traumatikos) herida que hiere, que se desplaza, transmisión de lo que lastima (Benyakar). Un suceso traumático es un acontecimiento dañoso intenso que surge de forma brusca, resulta inesperado e incontrolable para la persona que lo padece, que al generar la sensación de estar en peligro la integridad física o psicológica se muestra incapaz de afrontarlo, lo que tiene consecuencias para ella de terror e indefensión. Por ello, la intensidad del hecho y la ausencia de respuestas psicológicas adecuadas para afrontar algo desconocido e inhabitual explican el impacto psicológico de este tipo de sucesos (Puhl, Izcurdia 2017). 

La American Psychological Association (2010) plantea que la conmoción y la negación son respuestas típicas a los eventos traumáticos y desastres, especialmente en los primeros días posteriores. Tanto la conmoción como la negación son reacciones normales de protección. La conmoción es una perturbación súbita y a menudo intense que afecta su estado emocional, y puede hacerle sentir aturdimiento o confusión. La negación consiste en no reconocer que ha ocurrido algo muy estresante, o en no reconocer totalmente la intensidad del acontecimiento. Incluso podría sentirse temporalmente paralizado o desconectado de la vida. En la medida que desaparece la conmoción inicial, las reacciones pueden variar de acuerdo con la persona afectada. Sin embargo, estas son las respuestas normales a un acontecimiento traumático: 

• Los sentimientos se hacen intensos y a veces impredecibles. La persona puede volverse más irritable de lo usual, y su estado de ánimo puede cambiar de forma sin precedentes. Puede sentirse ansiedad o nerviosismo, e incluso depresión. 

• El trauma afecta los patrones de pensamiento y comportamiento. Se pueden tener recuerdos repetidos y vívidos del acontecimiento. Esas visiones retrospectivas pueden producirse sin razón aparente, y pueden provocar reacciones físicas como taquicardia o sudoración. También se puede confrontar dificultades para concentrarse o tomar decisiones, o sentir confusión con mayor facilidad. Además, se pueden alterar los patrones de sueño y alimentación. 

• Las reacciones emocionales recurrentes son comunes. Los aniversarios del acontecimiento, como el mes o el año, pueden desencadenar recuerdos desagradables de la experiencia traumática. Estos “desencadenantes” pueden estar acompañados por el temor de que se repita el acontecimiento estresante. 

• Con frecuencia se afectan las relaciones interpersonales. Se generalizan mayores conflictos, como discusiones más frecuentes con familiares y compañeros de trabajo. Por otro lado, se puede experimentar distanciamiento o aislamiento, y rechazo de las actividades usuales. 

• Los síntomas físicos pueden acompañar al estrés extremo. Por ejemplo, dolores de cabeza, náuseas y dolores en el pecho que pudieran necesitar atención médica. Además, los trastornos preexistentes pueden empeorar debido al estrés. 

El proceso de evaluación en Psicología Forense 

La realización de la Pericia Psicológica tiene como base el Psicodiagnóstico relacionado a una circunstancia puntual y concreta, que es el hecho investigado por la justicia. Se produce así el entrecruzamiento de dos discursos: el psicológico y el jurídico. 

El abordaje de la psicopatología en el ámbito forense debe ser descriptivo y funcional antes que categorial. Por otro lado, la sobrevaloración y mal uso de las etiquetas diagnósticas en el contexto forense aconsejan la reducción, en la medida de lo posible, de su utilización. En este mismo sentido la Asociación Psiquiátrica Americana aconseja prudencia en el contexto forense en cuanto al uso del DSM. Por ello, la utilización de etiquetas diagnósticas ni es imprescindible ni necesaria en la mayoría de las intervenciones forenses (Delgado, Miguel y Bandrés, 2006). 

En relación a ello, Zenequelli (1999) plantea que las peritaciones psicológicas son en realidad psicodiagnósticos aplicados al ámbito judicial. Por lo tanto, es necesario explicitar que éste es un proceso científico mediante el cual se construye el perfil de personalidad. Como todo proceso tiene diferentes momentos que se deben cumplir para alcanzar el objetivo, siendo ellos, la entrevista y la administración de las técnicas. A partir de ello, se debe tener claro que las evaluaciones psicológicas forenses difieren significativamente de las evaluaciones clínicas tradicionales en una serie de dimensiones, entre ellas, los objetivos, alcances y resultados de la evaluación, así también, el papel de evaluador y la naturaleza de la relación entre el evaluador y el evaluado (Melton y otros 1997). 

El proceso de evaluación pericial psicológica se rige por los mismos principios que cualquier otra actividad científica, es decir, debe ser un proceso estructurado que permita su replicabilidad (transparencia en el proceso de evaluación), requiere de la formulación y contraste de hipótesis e implica un proceso de toma de decisiones para llegar a la solución de un problema evaluativo. En tal sentido, no debe dejar de observarse que en la evaluación psicológica forense es imprescindible contemplar situaciones específicas como ser la involuntariedad del sujeto, los intentos de manipulación de la información aportada (simulación o disimulación) o la influencia del propio proceso jurídico en el estado psíquico del sujeto (Esbec y Gómez-Jarabo, 2000). 

Echeburúa, Muñoz y Loinaz (2011) plantean que las características propias del contexto de exploración forense y el objeto de la intervención del psicólogo en este ámbito, delimitarán las particularidades propias y claramente diferenciales del proceso de evaluación pericial, que se concretarían en: 

a) La persona evaluada está inmersa en un proceso judicial, motivo de la intervención del/la psicólogo/a forense, no existiendo, por tanto, voluntariedad por parte de la persona sujeta a la exploración. 

b) El paso por un proceso judicial es un estresor de primera magnitud para las personas, lo que supondrá un factor distorsionador de los datos de la exploración. Especialmente importante para el/la psicólogo/a forense será atender al error fundamental de atribución (atribuir principalmente a factores de personalidad la explicación de déficit conductuales o pobres rendimientos durante la exploración, subestimando la incidencia de los factores situacionales). 

c) En el proceso de evaluación psicológica forense se deben contrastar los datos expuestos por las personas peritadas con el expediente. Por otro lado, el psicólogo forense debe estar atento en la formación de las preguntas para no sugerir respuestas, así como a cualquier indicador de distorsión en la información. 

d) El objeto de toda exploración pericial psicológica es dar respuesta a lo requerido desde el derecho, es decir, realizar una valoración psico-legal. Desde un punto de vista técnico esta intervención implica conocer qué áreas psicológicas han de ser exploradas a tenor del objeto de la evaluación pericial. 

Sumado a ello, García Arzeno (2007) considera que, más allá de que hablemos de proceso que consta de una serie de pasos, nunca se puede afirmar que uno va primero y otro va después de una manera mecánica, fija e inamovible, ya que la composición del mismo dependerá de muchos motivos. Es conveniente rescatar que la evaluación psicológica es un proceso de toma de decisiones, que responde a determinados objetivos con la finalidad de realizar un diagnóstico, pronóstico y/o intervención. 

La concepción de evaluación psicológica como un proceso ha servido para distinguir la evaluación de una simple aplicación de tests psicológicos. El evaluador utiliza otras muchas técnicas diferentes a los test y la aplicación de estos no es más que una fase de un procedimiento que conduce a la resolución de un problema (Buela Casal y Sierra, 1997). Por tanto, la evaluación psicológica no se reduce a la simple aplicación de pruebas psicológicas, sino que comprende una variedad de procedimientos que se utilizan para lograr propósitos diversos (Weiner, 2003, citado en Valverde, 2005). 

En el mismo sentido se expresan Meyer, Finn, Eyde, Kay, Moreland, Dies, Eisman, Kubiszyn y Reed (2001), al entender la evaluación psicológica como una actividad compleja que requiere: a) una comprensión sofisticada de la personalidad y de la psicopatología, y de las formas en las que los trastornos neurológicos se exteriorizan en la cognición y el comportamiento; b) el conocimiento de medición en psicología, estadística y metodología de la investigación; c) el reconocimiento que diferentes métodos de evaluación producen tipos de información cualitativamente diferentes; d) la comprensión de las fortalezas y limitaciones particulares de cada método y de diferentes escalas dentro de cada método; e) la capacidad para conceptualizar las diversas condiciones del contexto que podrían producir patrones particulares de datos en los resultados de las pruebas; f) la habilidad para poner en duda los juicios propios a través de la asociación sistemática de la presencia y ausencia de indicadores de las pruebas con las características psicológicas en consideración; y g) la habilidad interpersonal y la sensibilidad para comunicar efectivamente los hallazgos a los evaluados, a otras personas, así como a las fuentes de referencia. 

Por lo tanto, se puede decir que la tarea profesional del psicólogo forense comienza con una serie de premisas obrantes en una causa judicial y consideradas verdaderas por la autoridad competente, a las que por medio de un razonamiento válido (aplicación de técnicas psicodiagnósticas aprobadas y correctamente aplicadas), finalmente arriba a las conclusiones que le fueran previamente solicitadas. 

Varela y otros (2013) plantean que, el perito deberá evaluar los síntomas resultantes del hecho vivenciado como traumático y a partir de esto llegar a la conclusión de si hubo conformación patológica, la relación entre ella y el hecho al que se le atribuye y por lo tanto, si hay o no daño psíquico. Por lo que deberá investigar si el hecho ha sido tramitado como traumático o si se está frente a la simulación de síntomas. En todos los casos periciales, es menester el examen de la intención simulatoria del sujeto examinado. Ello por cuanto no se desconoce la existencia de pretensiones contrapuestas en un proceso judicial. Por tanto, para alcanzar conclusiones certeras respecto de la existencia o no de daño psicológico, el perito deberá contemplar de modo global hallazgos específicos que sustenten las conclusiones a las que arribe; considerando los indicadores objetivos obtenidos durante el proceso psicodiagnóstico, a través del exhaustivo análisis e interpretación de los test de exploración psicológica administrados, la correlación de las características de personalidad del sujeto examinado, la sintomatología evidenciada, sus posibles causas y los hechos ventilados en el litigio. 

Reflexión final 

El estudio de conceptos, técnicas y métodos que coadyuven al perito psicólogo a alcanzar conclusiones científicas fundadas, resulta de capital importancia para que su tarea en un litigio alcance su objetivo primordial, el de colaborar al entendimiento jurídico de cuestiones inherentes a la psicología. 

El conocimiento del psiquismo humano, su devenir, su dinámica interna, enmarcado en el contexto judicial es la clave para la comprensión clara y sus consideramos posteriores, que permitirán al juzgador una precisa determinación del daño en sentido jurídico y su resarcimiento económico. 

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El analista se autoriza... de algunos otros.

 La formación analítica no coincide con una elección profesional, y esto nos lleva al problema de la nominación, ¿cómo se nomina un analista? De hecho, hay una dificultad con la que nos encontramos todos aquellos que practicamos el psicoanálisis que es el hecho de que no hay ninguna institución universitaria o de otra índole que pueda otorgar el título de psicoanalista, y esto por la estructura misma de la formación.

Cuando Lacan discute con los post freudianos, a los cuales critica el intento de reducir la formación analítica a una especie de grado universitario, retoma el tríptico del planteo freudiano por el cual un analista se forma a partir de su análisis, de la supervisión y del estudio. Ese es el trípode o las tres patas de la formación analítica.

A partir de eso, entonces, y ya en ocasión de la fundación de su escuela, Lacan puede acuñar un aforismo del cual por lo general, y llamativamente, sólo se destaca la primera parte. Lacan dice: “El analista se autoriza de sí mismo”, lo que significa que lo que autoriza es el trabajo de destitución que se produce en su propio análisis. Y luego agrega “y de algunos otros”, lo que implica que si bien es cierto que un analista sólo se autorizará como tal en el trabajo de desasimiento que produce su análisis, o sea en la pérdida que allí se pone en juego y eso hará posible que eventualmente ese analizante devenga analista (volviendo operativo el deseo del analista), también es cierto que son necesarios los otros. Esto resulta en un llamado de atención acerca de los peligros del analista que se queda en soledad. ¿Por qué son necesarios esos otros? Precisamente por que es entre ellos donde el analista, a través de su trabajo, tiene que dar cuenta no sólo de su práctica, sino esencialmente de la fundamentación, del por qué hace lo que hace.

viernes, 1 de marzo de 2024

Respondiendo a una impugnación floja de técnicas de evaluación psicológica.

 En esta ocasión, transcribo respuesta a una impugnación pericial. Lo interesante de esta respuesta, es que parece darle más importancia a la entrevista que a las técnicas de evaluación psicológica, justificado con bibliografía. Lo cierto es que en el libro de Castex y otros autores, todos hablan de la necesidad de administar técnicas, aunque el argumento está bueno para poder responder.

***

.- Que en tiempo y forma vengo a contestar el traslado ordenado con fecha XXXXXX respecto a la impugnación efectuada por la Dra. XXXXXX. en los siguientes términos.- 

                           En primer lugar RATIFICO y me REMITO a todo lo informado en el Dictamen Pericial Psicológico oportunamente presentado.-      

La evaluación realizada ha sido producto, como consta en el informe pericial, de una evaluación clínica y forense exhaustiva de acuerdo a los parámetros científicos propios de una ciencia como la psicología aplicada al área forense. En efecto, he seguido los pasos pertinentes: ANAMNESIS, DATOS SIGNIFICATIVOS, OBSERVACIÓN CLINICA SEMIOLÓGICA DEL ACTOR, ADMINISTRACIÓN DE TESTS GRÁFICOS, VERBALES Y PROYECTIVOS encontrando convergencia intra e intertest, como consta en el Informe pericial. 

Para mejor ilustrar a su Señoría, transcribo una cita del Dr. Vallejo Najer, acerca de la forma de exploración de los síntomas en la clínica psiquiátrica o psicológica: En la Pág. Nº 2 de su libro: "Propedéutica clínica psiquiátrica. Exploración directa de los síntomas", dice: "...enseña la experiencia, que la observación alcanza trascendente importancia en la medicina mental, especialmente del hábito externo, gestos, actitudes, conductas, mucha mayor importancia que la utilización de aparatos y experiencias de laboratorio, que ayudan escasamente al diagnóstico. Nos servimos de medios indirectos para el conocimiento del estado de funciones cerebrales interpretando semiológicamente, aquello que dice y que hace el paciente (actor). Las palabras, actos, revelan constantemente el estado psíquico de la persona que habla u obra, con lo cual adquiere el interrogatorio y la observación del comportamiento, la calidad de pilares básicos de la exploración psiquiátrica”. Por lo que AVALO Y REITERO que el Informe Pericial presentado como ajustado a la CIENCIA

El psiquiatra y el psicólogo, a través del método deductivo- inductivo, recolecta datos, teniendo en cuenta el tono de voz, la consistencia del lenguaje, las contradicciones, lagunas, silencios, etc. Sabe detectar si hay congruencia o no entre el lenguaje verbal y el no verbal. Sus gestos, sus posturas, su respiración hablan por él, pero no cualquiera sabe entender ese lenguaje. Agregando la utilización de tests como auxiliares de la clínica que, en este caso, han arrojado contundente coherencia. El informe presentado está edificado sobre la entrevista clínico-semiológica del sujeto, incluyendo las partes relevantes de su relato además de sus antecedentes personales, heredo familiares, médicos y legales, así como cualquier otra prueba que podemos realizar con instrumental tanto como con testificaciones

Conforme lo expuesto precedentemente, solicito se tenga por contestado el traslado conferido.- 

Proveer de conformidad que, 

SERA JUSTICIA

Ahora bien, ¿Cuál es el argumento contrario? La interacción entre el psicólogo, la persona y la aplicación de las técnicas de evaluación configura un proceso diagnóstico con un encuadre de trabajo específico, cuyo objetivo general es el conocimiento y comprensión de esa persona. La evaluación de cada técnica utilizada permite la formulación de hipótesis parciales para luego proceder a la comparación de los indicadores comunes o divergentes que caracterizan a las producciones en las diferentes técnicas (cotejo intertests). Es así como las hipótesis construidas a partir de los observables se van confirmando o rectificando en función de la evidencia aportada por la interrelación entre las diferentes técnicas. Es esencial articular los diferentes datos (sean cualitativos o cuantitativos) para así lograr una mayor riqueza diagnóstica. La integración de información le da sentido a las interpretaciones que construyamos para el conocimiento de un sujeto determinado.

Esto es interesante de tener en cuenta, pues es sabido que en el mismísimo Cuerpo Médico Forense las técnicas de evaluación psicológica son de poca o nula utilización.

En palabras de la Lic. Zenequelli “… A la subjetividad de la entrevista se le confrontará entonces la objetividad de las técnicas psicométricas de exploración de la personalidad. Esa objetividad coopera con el profesional en el instante de la evaluación final del material recogido para definir un diagnóstico y describir lo más ajustadamente posible, los aspectos de la personalidad; ello se realiza en un doble basamento: la utilización de juicios subjetivos, conocimientos teóricos e intuición, y la apoyatura que le proporcionan los datos objetivos…

jueves, 15 de febrero de 2024

La nada que come (¿a?) la anorexia mental

 Lic. Lucas Vazquez Topssian - Aportes filosóficos 2


Introducción.

En términos generales, la anorexia es una problemática clínica que se caracteriza, principalmente, por ciertos indicadores como la restricción en la ingesta de comida, un peso significativamente bajo y a veces -aunque no siempre- un intenso miedo a engordar. La anorexia es sí misma es un síndrome (conjunto de signos que conforman un cuadro clínico) que puede estar presente como epifenómeno en distintas estructuras clínicas.


Particularmente, la anorexia que interesa en este trabajo es la anorexia mental, distinta a la anorexia debida a causas orgánicas que causan la inapetencia, a las anorexias asociadas a producciones delirantes de las psicosis y a las anorexias neuróticas como las que aparecen en las histerias. 


La anorexia mental es un cuadro que se manifiesta siempre en la pubertad. En esta anorexia no se juega la distorsión de la imagen corporal, como podría ser el caso de la anorexia histérica. Tampoco se trata de aquella anorexia vinculada a los ideales culturales ó de las modas, en el sentido que la paciente no se ve gorda, ni mucho menos bella. 


El estado de emaciación en que se presenta la paciente con anorexia mental implica un riesgo real a la salud y a la vida, por lo que requiere internación. Uno de los signos más interesantes es que el paciente no manifiesta ningún sufrimiento. No hay ningún signo de malestar, sino todo lo contrario: se sienten bien y su condición es necesaria para sentirse así. Lasègue (1874) se refirió a esto:

La sensación de apetito ha desaparecido. La enferma es activa y se torna alegre, pudiendo ese estado prolongarse sin daño evidente.

Amenazas, ruegos de la familia no sirven para nada mientras la paciente goza de una quietud, yo diría, casi de un contento verdaderamente patológico. “No sufro, por lo tanto estoy sana”, tal es la forma de dejar expresado la precedente. “No puedo comer porque sufro”.


En cuanto a la anorexia mental, existe el conocido el aforismo de que el paciente con anorexia come “nada”, de la clase 11 del Seminario 4, (La relación de objeto), donde Lacan dice:

Ya les dije que la anorexia mental no es un no comer, sino un no comer nada. Insisto—eso significa comer nada. Nada, es precisamente algo que existe en el plano simbólico. No es un nicht essen, es un nichts essen. Este punto es indispensable para comprender la fenomenología de la anorexia mental. Se trata, en detalle, de que el niño come nada, algo muy distinto que una negación de la actividad. Frente a lo que tiene delante, es decir, la madre de quien depende, hace uso de esa ausencia que saborea. Gracias a esta nada, consigue que ella dependa de él. Si no captan esto, no pueden entender nada, no sólo de la anorexia mental, sino también de otros síntomas, y cometerán las faltas más graves.


Tomando la última oración de la cita, es que se procederá al desarrollo del siguiente trabajo en base a algunas preguntas:  ¿Cómo situar esa nada que come la anoréxica y que existe, según Lacan en el campo simbólico? ¿De qué se trata esa “ausencia” que la anoréxica saborea? 


Parménides, filósofo que inició la tradición de colocar el fundamento (arjé) en el ser, razonó que no puede haber “entrar en el ser, salir del ser o no ser” Justamente, la nada no puede existir porque para hablar de una cosa, ésta debe existir en algún sentido. Para Parménides “en no ser no existe”. Niega la realidad de la nada, de manera que “el ser” tampoco tiene contradicciones. (Givone, p. 53) 


El fragmento de Gorgias de Leontini (c. 427 a.C.) conocido como Sobre lo inexistente, que aparece en los fragmentos de la obra Sobre la naturaleza que subsistieron, podría haber sido escrita como como una refutación a lo sostenido por Parménides. 

I. Nada existe.

(...)

II. Si algo existe, es incomprensible.

III. Si es comprensible, es incomunicable.


Para este filósofo, la existencia se compone de una única sustancia unificada, ya que es no puede proceder de la nada ni de lo que no es, de manera que lo que es debe haber existido siempre. 


A estos argumentos, Aristóteles respondió que “Aunque estas opiniones parecen seguirse lógicamente en una discusión dialéctica, sin embargo, creerlas parece al lado de la locura cuando se consideran los hechos”. La respuesta de Aristóteles al problema lógico planteado por Parménides fue establecer una distinción entre las cosas que son materia y las que son espacio. No obstante, el espacio no es "nada" (verdadero vacío) sino, más bien, un receptáculo en el que se pueden colocar objetos de materia.


La nada y la teología negativa.

En contraposición a la investigación racional y de especulación de lo divino, el teólogo y místico bizantino Pseudo Dionisio, propone la "renuncia a toda aprehensión del entendimiento y se entrega a lo que es totalmente intangible e invisible... unida a Aquel que es totalmente incognoscible." (Teología Mística, 1). Es este teólogo el creador de la teología negativa, según la cual no nos es dado decir lo que Dios es, sino solamente lo que no es. ¿Pero por qué buscar aquí algo pertinente a dilucidar la lógica de la anorexia mental?


En la tapa del seminario 20 Encore de la edición francesa, se hallan fragmentos de una poesía correspondiente a Santa Teresa de Ávila, la mística católica. Vemos allí una fotografía de la escultura de David, en el que vemos a Eros apuntándole con la flecha. Ella está en el goce místico del encuentro con Dios. El lector podría atreverse, allí donde lee “Dios”, a pensar en “Otro” para obtener interesantes coordenadas sobre lo que está en juego en la anorexia mental.


Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero.

Aquella vida de arriba, que es la vida verdadera, hasta que esta vida muera, no se goza estando viva: muerte, no me seas esquiva; viva muriendo primero, que muero porque no muero. 

Vida, ¿qué puedo yo darle a mi Dios que vive en mí, si no es el perderte a ti, para merecer ganarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero.


Hubo una gran pensadora francesa, Simone Weil (1909-1934), filósofa y mística. Era de origen judío pero se convirtió al cristianismo y escribió un libro llamado “La gravedad y la Gracia”, donde habla de un Dios que deja, renuncia a ser. Se dice que en sus textos habla la tradición del gran pensador judío Isaac Luria, que vivió en Safed, un pueblo de Israel​. Luria propuso la doctrina del Tzimtzum, (es decir, alternativamente: "Contracción - Ocultación - Condensación - Concentración"), que implica una autoretirada de la divinidad primordial, por la Gracia Divina, para "hacer espacio" para la Creación posterior. Concretamente, Simone Weil dice:


Renunciamiento. Imitación del renunciamiento de Dios en la creación. Dios renuncia ­en cierto sentido­ a ser todo. Debemos renunciar a ser algo. Es el único bien para nosotros.


Ella dice también:

Dios no ha podido crear sino ocultándose. De otro modo, no habría más que él. Es un don que él nos hizo retrayendo la extensión de su ser.


Y agrega:

Él se vació de su divinidad. Nosotros hemos de vaciarnos de la falsa divinidad con la que hemos nacido. Una vez que se ha comprendido que no se es nada, el objetivo de todos los esfuerzos es convertirse en nada. Con ese fin se sufre con conformidad, con ese fin se actúa, y con ese fin se reza. 

Dios mío, concédeme que me convierta en nada. 

A medida que me voy convirtiendo en nada, Dios se ama a través mío.

(WEIL, S, p. 82.)


En Weil, Dios es esencialmente kenótico y se define por su ausencia. El hombre, para llegar a su propia verdad, tendrá que reproducir en su ser el mismo movimiento de abajamiento y de ausencia divina. La kénosis fue el único modo que tuvo Dios de llegar hasta el hombre y del mismo modo, es la única manera que tiene el hombre para llegar hasta Dios, vía la decreación.


Producto del vacío, debido a esta ausencia, abdicación y kénosis original, es que el hombre se halla en la permanente búsqueda de una falsa divinidad, fundamentada en un anhelo de tener y poseer. Y reflexiona Weil:


Nada poseemos en el mundo —porque el azar puede quitárnoslo todo—, salvo el poder de decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea, destruir. No hay en absoluto ningún otro acto libre que nos esté permitido, salvo el de la destrucción del yo.


Es el discurso de una pensadora que se inscribe en una dimensión nihilista. La dimensión nihilista que se suele ligar a lo que se llama la teología negativa. Un ejemplo de esta teología negativa es Meister Eckhart​, quien dice con total impudicia cosas que casi le cuestan la vida en la Inquisición, de la cual se salvó.


Angustia y la nada

En Kierkgaard hay un punto de partida para pensar la nada a partir de la angustia, que en el autor tiene un extenso desarrollo. Esencialmente, la comienza definiendo como una angustia psicológica, de una nada que está en el espíritu. Kierkegaard destacó que mientras que el miedo era ante algo determinado, el objeto de la angustia es nada, como habitualmente dice quien está angustiado.


Kierkegaard ubicó que la angustia es la realidad de la libertad como posibilidad y surge en momento previo a la elección, cuando se desea lo que se teme. Dios le prohibe -amenazándolo de muerte- a Adán comer el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, y a este último le surge la angustia ante la posibilidad de la libertad. La angustia, entonces, se vuelve inseparable de la libertad y el pecado, pues el hombre debe elegirse a sí mismo ante la angustia, que le revela lo negativo de su ser. Como su ser no es nada, debe optar por la autonomía, a la que Kierkegaard se refirió:

"La autonomía es para el hombre el pecado, porque significa la rebelión contra Dios. De esto se desprende una primera paradoja fundamental: el hombre es únicamente él mismo de verdad en la elección de sí mismo y únicamente puede ser él mismo al elegirse a sí mismo contra Dios, por estar contra Dios." (Grossouw, p. 48. )


Heiddegger denuncia el olvido del ser como una constante en la metafísica. Dice que «del ser como tal ya no queda nada».  El problema de la nada tiene en Heidegger tres aspectos diferenciados:


  1. La nada y la afectividad.

  2. Relacionado con el ámbito específico del problema del ser.

  3. La cuestión del nihilismo.


En esta ocasión, se limitará a referirse al análisis de la angustia (Angst), que lleva a cabo en el parágrafo 40 de Ser y tiempo. La clave en Heidegger parecería ubicar que hay un «ante-qué» de la angustia, pero se trata de algo enteramente indeterminado y aunque no está en ninguna parte, esto no significa simplemente «nada».


Heidegger refiere que para la angustia existe una familiaridad cotidiana se derrumba; todo se vuelve extraño, al no estar-en-casa (Unheimlichkeit), inquietante, siniestro, algo que está tan cerca que oprime y corta el aliento. La angustia es un sentimiento «de» y «por» nada. Y Heidegger hace una descripción muy interesante:

«Decimos que en la angustia “se siente uno extraño”. ¿Qué significan el “se” y el “uno”? No podemos decir ante qué se siente uno extraño. Uno se siente así en conjunto. Todas las cosas y nosotros mismos nos hundimos en la indiferencia. Pero esto, no en el sentido de una mera desaparición, sino en el sentido de que, cuando se apartan como tales, las cosas se vuelven hacia nosotros. Este apartarse de lo ente en su totalidad, que nos acosa y rodea en la angustia, nos aplasta y oprime. No nos queda ningún apoyo. Cuando el ente se escapa y desvanece, sólo queda y sólo nos sobrecoge ese “ningún”. La angustia revela la nada»


La nada como vacío en lo simbólico y objeto anulado

En la mencionada clase del 27 de febrero de 1957, Lacan refiere que “Nada, es precisamente algo que existe en el plano simbólico”. 

Dicho vacío tiene una función estructurante y en el seminario X Lacan refiere que “(...) el colmamiento total de cierto vacío a preservar que nada tiene que hacer con el contenido ni positivo ni negativo de la demanda, surge la perturbación donde se manifiesta la angustia

También señala:

Lo más angustiarte para el niño es que justamente esa relación sobre la cual él se instituye por la falta que le hace descanso, esa relación resulta ser lo más perturbado cuando no hay posibilidad de tanta, cuan do la madre le esta todo el tiempo encima

Es evidente que en el caso de la anorexia mental, según se describió, la angustia no se halla operativa. ¿Qué pasa allí entonces? En la clase 27 de febrero de 1957 del Seminario 4 "El falo y la madre insaciable", Lacan refiere que:

(...) el único poder a disposición del sujeto contra la omnipotencia, es decir no en el plano de la acción, introduciendo aquí la dimensión del negativismo, algo que no carece de relación con el momento que estoy considerando. No obstante, diría yo, ténganlo en cuenta, la experiencia nos muestra, y con razón, que la resistencia a la omnipotencia no se elabora en el plano de la acción bajo la forma del negativismo, sino en el del objeto, que se nos ha revelado bajo el signo de la nada. Con este objeto anulado, en cuanto simbólico, el niño pone trabas a su dependencia, y precisamente alimentándose de nada. Aquí invierte su relación de dependencia, haciéndose por este medio, él, que depende de esa omnipotencia ávida de hacerle vivir, su amo. Así es ella quien depende por su deseo, ella quien está a su merced, a merced de las manifestaciones de su capricho, a merced de su omnipotencia, la de él.


El objeto a no fue formalizado por Lacan sino hasta el seminario X. Del extenso desarrollo que tiene el concepto a, hay dos cuestiones a resaltar. La primera, es que escapa a la simbolización; la segunda, es que debe permanecer perdido para funcionar como causa de deseo. En la clase 14 del seminario 10, Lacan dice:

a simboliza aquello que, en la esfera del significante, siempre se presenta como perdido, como lo que se pierde para la significantización. Ahora bien, justamente ese desecho, esa caída, lo que resiste a la significantización, viene a constituir el fundamento como tal del sujeto deseante, no ya del sujeto del goce, sino del sujeto en tanto que por la vía de su búsqueda en tanto que goza, que no es búsqueda de su goce sino un querer hacer entrar ese goce en el lugar del Otro como lugar del significante, es allí, por esa vía, que el sujeto se precipita, se anticipa como deseante.


En la clase 3 del mismo seminario Lacan había recomendado volver al texto freudiano “Lo siniestro” para poder abordar la cuestión de la angustia. De esta manera, indicará que la angustia aparece en la medida que “falta la falta”, en la medida que:

si de pronto viene a faltar toda norma, es decir lo que constituye la falta —pues la norma es correlativa de la idea de falta— si de pronto eso no falta —y créanme, traten de aplicar esto a muchas cosas— en ese momento comienza la angustia.


Es decir, de lo que se trata es que el sujeto no sea ese objeto que complete al Otro, objeto que está perdido. De esta manera, dice Lacan, en el seminario 10 (p. 64):

"no es la nostalgia del seno materno lo que engendra angustia, sino su inminencia" (...) "Lo más angustiante que hay para el niño se produce, precisamente, cuando la relación sobre la cual él se instituye, la de la falta que produce deseo, es perturbada, y ésta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta".


En síntesis hasta aquí, en la anorexia mental nos encontramos frente a un Otro completo que trata de obturar permanentemente el vacío estructural con el objeto alimento. Otro que confunde necesidad con amor, no dejando lugar a la demanda de nada que incluye a este último. En este punto que debería ser señalado por la angustia señal (para que opere la separación del lugar de objeto en el fantasma parental), la anoréxica «come nada» en un intento por preservar el deseo, un deseo garante de la falta estructural.


Caso clínico

Gabriela (14 años) comienza un tratamiento en el servicio de psiquiatría infantil de un hospital, con anorexia. Sus padres son médicos y trabajan en la misma institución. A los 17 años, se termina el tratamiento.


La paciente es tranquila, no manifiesta ningún problema, pero tampoco rechazaba a la analista. Se encuentra internada con sonda endovenosa, de manera que es la psicoanalista quien tiene que acudir a ella. Los padres tuvieron siempre una actitud muy contenedora y propiciaban el tratamiento. 


La paciente permaneció dos años internada en sala. Una frase insistente en ella, de las pocas que decía, era “Los médicos no saben nada”. Ella estaba bien, con su sonda nasogástrica, intervención a la que no se resistió, como suele verse en otras pacientes.  La analista resalta la falta de angustia; muy por el contrario, detecta satisfacción en el estado de la paciente, como si aquello le permitiera estar bien.

¿Vos que sabés? - solía preguntarle a su analista. 

Nada - le respondía- ¿Cómo voy a saber lo que pensás, lo que está dentro tuyo? Si no hablás, no me voy a enterar.


La sala funcionaba como parapeto para la paciente: adentro y afuera. Los padres afuera y ella adentro. Armaba una separación y el dilema era si se podía subjetivar esa separación, sin necesitar del espacio real de la sala. En una sesión, ocurre una contingencia: entra la enfermera sin golpear con la orden del psiquiatra de que la sonda había que ponérsela en ese preciso momento. La enfermera procede a colocarla, mientras la paciente permanecía tranquila, incluso ayudándola. La analista -en función- se angustia, ante lo avasallante la situación. ¿Qué hacía la analista ahí, mirando cómo la enfermera alimentaba a la paciente, interrumpiendo la sesión sin ningún problema? 


La enfermera eventualmente se retiró y la analista le preguntó a Gabriela por qué había permitido eso. La paciente no sabía a qué se refería. 

-Acá hay algo que no entiendo: si vos no querés comer, acá tenías una excusa suficiente para decirle a la enfermera que no entrara. Sin embargo, vos la dejaste entrar a tu sesión, que es un espacio privado. Si vos decís que no querés comer, ¿por qué te dejás alimentar?


La analista dona su angustia a la paciente, ubicando una espacialidad. La intervención hace surgir algo novedoso. Gabriela le responde: Si yo como, se olvidan de mi.


En ese acto de escritura fantasmática, se ve la posición del objeto al cual se ha identificado para alienarse al Otro: ella era objeto del olvido del Otro. No hay separación allí, en términos simbólicos, sino tan sólo el recurso de un yo que se consume. La escena de la enfermera, contingencia en el espacio analítico, lo muestra bien: la enfermera, Gabriela y la analista que “no estaba”. Aquel había sido el estado de la paciente a lo largo de toda su infancia y su adolescencia.


El padre de Gabriela era cirujano, pero no podía ejercer. Simplemente, pasaba las 8 horas de la jornada laboral en el hospital leyendo el diario. Él se encontraba abocado a practicar indefinidamente operaciones con corazones de vaca en la casa y las demandas hacia la hija eran locas. Con las entrevistas, la analista se da cuenta que estaba ante un psicótico, aunque nadie de su entorno se había percatado. En las entrevistas con la familia, decía cosas bizarras, entre las que dijo, acerca de Gabriela “Yo la veo a ella y veo a mi madre, lánguida, blanca, parece una modelo. Me tendría que haber casado con ella… Bueno, con alguien como ella”. La madre, en respuesta a ese discurso del padre, rivalizaba con la hija. Se ponía la misma ropa que ella, la imitaba.


La madre de Gabriela trabajaba también en la Institución. Gabriela fue el sostén emocional de su madre a lo largo de toda su infancia y su pubertad, hasta que se internó. 


Cuando el padre dice que él mira a la hija como mira a la mamá, a la hija no la mira; mira a su propia madre. Cuando la madre mira a la hija como el sostén emocional que la acompaña a todos lados, tampoco mira a la hija. Se trata de una hija invisible, por eso Gabriela dice “Si como, me olvidan”: se hace visible al precio de la desaparición de su cuerpo.


La historización del lugar invisible que ella ocupó en su infancia, al  tiempo que empieza a subjetivar algo que le permite salir de la sala, la hace salir del hospital y continuar el tratamiento en el consultorio. Empieza a soñar y uno de los sueños que trae en este nuevo espacio: “Soñé que me armaban un cuadrado en el estómago, lo recortaban y me sacaban un tumor”. Ella asocia con tu-humor, “porque vos siempre te tomaste las cosas con humor”. Con ese acto, barre con todo lo que es endogámico: los médicos, cirugía, el comer. El tratamiento con esta paciente siguió durante 15 años más, en un cuadro que viró hacia una histeria melancolizada.


Anorexia mental y Fort-da

En el caso se ve claramente la dimensión del adentro y el afuera: adentro y fuera de la internación, intervenciones habituales en estos dispositivos para separar a la paciente de su familia. Además, el fort-da permite ubicar valiosas coordenadas para comprender estos casos.


En Más allá del principio del placer (1920), Freud describe el concepto de repetición. En el juego fort-da del nieto de Freud, el niño tira de un carretel y lo recupera tirando de un hilo, mientras articula la oposición fort (‘allá’, ‘fuera’), da (‘acá’), sostenida en la ausencia del objeto. El niño manifiesta una felicidad mayor cuando lo expulsa que cuando lo recupera. Freud interpreta que este juego de repetición de la pérdida, es un intento de elaborar la ausencia.


En una nota al pie del mismo texto, Freud describe cómo, mediante este juego, el niño corre su imagen del espejo; descubriendo que puede salirse y no estar:

“Un día que la madre había estado ausente muchas horas, fue saludada a su regreso con esta comunicación: ‘¡Bebé o-o-o-o!’; primero esto resultó incomprensible, pero pronto se pudo comprobar que durante esa larga soledad el niño había encontrado un medio para hacerse desaparecer a sí mismo. Descubrió su imagen en el espejo del vestuario, que llegaba casi hasta el suelo, y luego corrió el cuerpo de manera tal que la imagen del espejo ‘se fue’.”


Lacan, en la clase 5 del Seminario 14 (1964) propuso una lectura diferente a la de Freud, indicando que el carretel es el niño, identificado a un objeto, arrojando el objeto fuera de la mirada del Otro, festejando una existencia por fuera del campo del Otro.


“Freud, cuando capta la repetición en el juego de su nieto, en el fort-da reiterado, puede muy bien destacar que el niño tapona el efecto de la desaparición de su madre haciéndose su agente, pero el fenómeno es secundario. (...) La hiancia introducida por la ausencia dibujada, y siempre abierta, queda como causa de un trazado centrífugo donde lo que cae no es el otro en tanto que figura donde se proyecta el sujeto, sino ese carrete unido a él por el hilo que agarra, donde se expresa qué se desprende de él en esta prueba, la automutilación a partir de la cual el orden de la significancia va a cobrar su perspectiva.

El carrete no es la madre reducida a una pequeña bola (...) -es como un trocito del sujeto que se desprende pero sin dejar de ser bien suyo, pues sigue reteniéndolo. Esto da lugar para decir, a imitación de Aristóteles, que el hombre piensa con su objeto.(...) en el objeto al que esta oposición se aplica en acto, en el carrete, en él hemos de designar al sujeto, a este objeto daremos posteriormente su nombre de álgebra lacaniana: el a minúscula.”


El ejemplo del fort-da le permitió a Lacan ubicar un paso de la constitución simbólica en el niño: El niño, mediante el juego del fort-da, “Busca aquello que, esencialmente, no está, en tanto que representado -porque el propio juego es el Repräsantanz de la Vorstellung.


Por otra parte, en la clase 18 Lacan estuvo en contra de la posturas de que el fort-da fuera un ejemplo de simbolización primordial ó de la función de dominio que se le atribuyó, asociando tanto al fort como al da al nivel de la alienación.

Si el pequeño sujeto puede ejercitarse en este juego del fort-da, es precisamente porque no se ejercita del todo, pues ningún sujeto puede captar esta articulación radical. Se ejercita con ayuda de una pequeña bobina, es decir, con el objeto a. La función del ejercicio con ese objeto se refiere a una alienación y no a un cualquier y supuesto dominio, del que no vemos en qué lo aumentaría una repetición indefinida, mientras que la repetición indefinida en cuestión saca a luz la vacilación radical del sujeto.


Si en el juego del fort-da el sujeto no se ejercita del todo, sino con la ayuda de un objeto imaginario, ¿Es posible pensar que la nada en tanto  objeto anulado pueda prestar ayuda semejante, allí donde aún no está acabada la simbolización?


Bajo esta definición, no puede dejar de compararse la paradoja que tanto en el fort-da como en la fijación, lo que paradójicamente está en juego es una ruptura. No obstante, este intento se repite. ¿Qué es lo esencial de la repetición? Freud ya había detectado en “Más allá...” que lo que está en juego en la repetición es energía no ligada, no enlazada a las representaciones. En el seminario 11, Lacan propone pensar la repetición en los términos aristotélicos de tyche y automatón. El automatón es el funcionamiento de la cadena significante, bajo el principio del placer, en el marco de lo simbólico. La tyche, como falla,  un más allá, un real imposible de reducirse por la vía significante. De esta manera, la repetición tendrá un costado simbólico, relacionado con el significante, y otro que se articula con el objeto. Lo real, más allá del significante, se actualiza con la repetición y es lo que Lacan “no cesa de no inscribirse”.


El tema de la repetición en cualquier compulsión nos coloca en la pista del goce, que es el nombre de la satisfacción pulsional. La pulsión está organizada por los significantes de la demanda inconsciente y desde el grafo del deseo en El Seminario 5 (“Las formaciones del Inconciente”), Lacan estableció que la fórmula de la demanda es la misma que la de la pulsión, que es la que ubica en el piso superior del grafo: $◊D. Lacan (1957-58) explica su lógica en el seminario 5: 

Si escribo $ con respecto a la demanda, ($◊D)…no prejuzga nada en cuanto al punto de ese pequeño cuadrado donde interviene la demanda propiamente dicha, es decir, la articulación de una necesidad en forma de significante”  (p. 448)


De esta manera, la satisfacción pulsional tiene que ver con un cuerpo sustancialmente modificado por la operación del significante, que a su vez es la misma que introduce la dimensión de pérdida, como corte significante, pérdida abre la posibilidad de búsqueda del deseo.




Bibliografía.

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Givone, Sergio (1995) “Historia de la nada” - Adriana Hidalgo Editora


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LACAN, J., Seminario 4. La relación de objeto, Barcelona, Paidós, 1994.


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SOH, Nerissa (2010) “Charles Lasègue (1816–1883): beyond anorexie hystérique”


WEIL, Simone, La gravedad y la gracia. Traducción e introducción de Carlos Ortega. Colección Estructuras y Procesos. Religión. Cuarta edición 2007. Editorial Trotta: Madrid. 1994.


WEITZMAN Figueroa, Rodrigo “El concepto de angustia en Soren Kierkegaard” REVISTA DE HUMANIDADES, VOLUMEN 12/ DIC.2005/P.P 49 - 81