¿Por qué, una vez que Lacan establece el lazo entre significante, número y nombre propio, recurre finalmente a la topología? En un primer momento, este desplazamiento encuentra su fundamento en la exploración de las superficies uniláteras —bandas, botellas, toros—, que le sirven de sostén formal para interrogar aquello que se presenta como imposible: lo que no puede contarse, reducirse o sumergirse en el campo del sentido.
El trabajo de Lacan sobre las relaciones entre el nombre propio, el sujeto como falta y la numeración —ya no el elemento, sino la serie y la operación que la instituye— se inscribe dentro de un sistema de coordenadas que busca situar las posiciones subjetivas a partir de tres términos: el sujeto, el saber y el sexo, en lo que cada uno tiene de real.
El sujeto aparece, casi desde el inicio, como indeterminado respecto del saber. Esto se debe a que el saber se detiene ante el sexo, y en ese punto se encuentra su verdad. Allí donde no hay saber sobre la verdad, hay sin embargo una verdad del saber, correlato de lo que el saber no cesa de no escribir.
Cuando esta hiancia se lleva al plano del sujeto, puede situarse que su morada es precisamente esa rajadura: el lugar donde el saber se interrumpe. Sincrónicamente, el sujeto no sólo se inscribe en la falla estructural del sexo en el ser hablante, sino que es correlativo de esa falla.
Desde Freud se traza una divergencia fundamental: por un lado, la verdad no es toda; por otro, el saber no puede decirla. Lacan lo formula con precisión: “El sexo, en su esencia de diferencia radical, sigue intacto y se rehúsa a saber.” Esta diferencia radical señala, en el ámbito sexual, la anomalía que afecta al campo del goce y que se traduce como una imposibilidad de escritura. En el nivel del afecto, su correlato es el horror.
El sujeto, en consecuencia, adviene como resto de esa falta de saber, como residuo de la imposibilidad de escribir la relación sexual. De allí su anclaje en la certeza, punto donde se manifiesta su raigambre cartesiana: el sujeto del inconsciente, aún sostenido en la duda, sólo puede afirmarse desde el lugar vacío donde el saber se interrumpe.
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