El sujeto, en el psicoanálisis, es un tópico complejo, difícil por lo inasible, por lo imposible de atrapar. Por ello, en el discurso de alguien que acude a la consulta con un analista, al sujeto lo leemos en los puntos de vacilación, en los tropiezos y en el sin sentido.
Pero también es cierto que el analista puede leer la posición del sujeto en ciertos lugares que el discurso del analizante presenta asociados a lo inercial. Esto que me permití llamar retroceso es más bien un retroceder. ¿Qué significa retroceder?
La práctica analítica se orienta por la función directriz del deseo y en ese sentido, su práctica es consustancial a la pregunta. Este es un punto que es coherente con el concepto de sujeto deseante: el lugar del sujeto entonces coincide con el de la pregunta.
Estos lugares donde se hace posible leer cierto retroceder aparecen allí donde el trabajo analítico confronta al sujeto con cierta encrucijada, una que está íntimamente vinculada con algo del orden de su propia posición con relación a aquello de lo que se queja.
Este retroceder se torna en un observable clínico en la medida en la cual el sujeto se afirma en determinadas posiciones. Se ampara en cierto saber que cree detentar, se esconde detrás de sus argumentos y la más de las veces este retroceder es solidario de una cierta tensión en la transferencia.
El punto relevante para mi gusto es que el analista no debería retirarse o huir de allí. ¿Qué conllevaría tal huida?
En principio se podría pensar que replegarse allí podría leerse como una renuncia al deseo del analista como operador transferencial. Y este es un punto complejo: el analista labora con situaciones explosivas e inestables, demonios a los que, una vez convocados, no se los puede despedir sin haberlos interrogado antes.
Sin embargo, es importante aclarar que esto no habilita al analista a empujar. Empujar sería convocar al sujeto al heroísmo.
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