La operación sobre el tiempo constituye una de las dimensiones más complejas al pensar la intervención analítica.
Esta cuestión se encuentra profundamente vinculada con una dimensión central del análisis: la transferencia, que a menudo definimos como la temporalidad de un corte. Aquí surge el desafío de enfrentarse a un tiempo que no está predefinido ni fijado, en consonancia con el hecho de que el análisis es una práctica que responde a la singularidad de cada sujeto, es decir, una práctica que carece de una técnica universalmente aplicable.
Este reto se traduce en la dificultad de responder de forma universal a una pregunta clave: ¿cómo determinar el tiempo de una intervención?
Al abordar esta problemática, y considerando la distancia entre el saber y el conocimiento, Lacan establece en uno de sus primeros seminarios una cierta analogía entre la posición del analista y la del maestro zen.
Ambas figuras comparten una relación particular con el tiempo y el saber: al igual que el maestro zen, el analista únicamente ofrece su respuesta cuando el sujeto ha llegado ya al punto necesario para recibirla.
Esto implica que la intervención analítica no puede basarse en una temporalidad ligada a la iluminación, aclaración o explicación, ya que hacerlo significaría anticiparse al sujeto, invadiendo un proceso que este aún no ha recorrido.
Desde esta perspectiva, se introduce una orientación clave, aunque no definitiva: la temporalidad de la intervención debe considerar, ante todo, “el estado actual del sujeto”.
Entendida de este modo, la intervención no impone ni acelera, sino que crea un espacio para acompañar al sujeto en un recorrido único, sin garantías. Intervenir no es transmitir saber, sino abrir un tiempo en el que, eventualmente, el sujeto pueda reconocerse y caer en la cuenta por sí mismo.
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