En el espejo, incluso como correlato imaginario del fantasma, se experimenta un "verse viendo", una ilusión basada en lo que se representa. Nos encontramos así en un ámbito donde la imagen adquiere consistencia. En relación a esto, y aun considerando la geometría implícita en el espejo, la mirada se presenta como su reverso.
Entendida de esta forma, la mirada se asemeja al fading, ya que es efímera. Sin embargo, podríamos decir que, de manera más profunda, guarda relación con la distychia, es decir, el desencuentro, dado que resulta imposible capturarla. No puede ser representada, lo que nos lleva a cuestionarnos: ¿es posible darle cuerpo a la mirada?
En efecto, se puede dar cuerpo a esa mirada, y tal vez la angustia sea una forma en la que esa corporización se manifiesta en la práctica analítica.
La mirada se revela entonces en el efecto de división del sujeto, respecto del cual la vergüenza ya es una imagen de una Otredad más radical.
En su evanescencia, la mirada es uno de los modos en los que se manifiesta lo topológico en la obra de Lacan, especialmente en lo que refiere al borde que la mirada implica. Así, en este sentido, la mirada ex-siste a la imagen, y su extracción es condición para que la imagen se constituya.
Esto nos lleva a explorar la estructura del fantasma a través de una contraposición, la que se da entre el cuadro y el espejo, tal como Lacan trabaja entre los seminarios 10 y 11. En este análisis, la angustia se sitúa en medio de ambos: es, por un lado, una señal en el yo (moi), y por otro, un indicador de lo real.
Un aspecto clínico importante, vinculado a esta representación imaginaria de la mirada que hemos mencionado, es la diferencia que se pone en juego en la práctica del psicoanálisis entre la vergüenza y el pudor. A diferencia de un perverso, el analista no transgrede el pudor; se detiene ante él, pero no evita la vergüenza.
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