Las pasiones fundamentales que agitan al ser hablante —el amor, el odio y la ignorancia— encuentran su raíz en la heteronomía que estructura al sujeto: es el Otro el que funda, desde el lenguaje, su existencia dividida. Sin embargo, entre estas pasiones, la ignorancia ocupa un lugar singular, pues es la que mejor da cuenta de la relación estructural del sujeto con el no saber, tal como lo implica el inconsciente.
Lacan sitúa la estructura de la interpretación a partir de esta ignorancia fundamental. Es decir: solo hay interpretación allí donde lo real se presenta como impasse de la palabra, como aquello que el discurso no puede absorber ni simbolizar plenamente.
A esto se refiere Lacan cuando, retomando a Nicolás de Cusa, habla de docta ignorancia. No se trata aquí de un desconocimiento de contenido, sino de un agujero estructural en el saber mismo, aquello que el significante no cesa de no escribir. Esta ignorancia es consustancial al sujeto dividido, al sujeto subvertido que la praxis analítica toma como su eje.
Si el sujeto sólo puede ser contado en el campo del Otro como falta, entonces es necesario que algo haga de apoyo simbólico para que esa inscripción —ese contar con el Otro— sea posible. Es en ese punto donde entra en juego la función del falo.
Inicialmente, el falo opera en el plano imaginario: como significado de las idas y vueltas del deseo materno, o como medida de valor que vuelve a los objetos sustituibles, según la lógica de la significación fálica, producto de la metáfora paterna. Sin embargo, Lacan propone un desplazamiento: el falo también debe pensarse como significante de la falta en el Otro.
En esta nueva vertiente, el falo deja de ser una referencia imaginaria y se convierte en:
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Primero, significante del deseo, es decir, aquello que marca la imposibilidad de su plena satisfacción.
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Luego, significante del goce faltante, indicando que no hay objeto que colme esa falta, porque el goce está estructuralmente fuera del campo del Otro.
Así, la interpretación analítica se orienta por esta conjunción: un sujeto dividido, una falta estructural en el saber, y un significante (el falo) que opera como mediador de lo imposible. Es desde esa docta ignorancia —saberse ignorante de lo que no puede saberse— que se sostiene la posibilidad de una escucha que no explica, sino que hace lugar al deseo.
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