Lacan postula un campo más allá de las construcciones fantasmáticas, al que denomina “la presencia real del deseo”. Este concepto remite a la dimensión innombrable del deseo, más allá de las respuestas ilusorias que intentan encubrir lo que en realidad no existe.
La delimitación de este campo coincide con la formulación del significante fálico, que actúa como un puente entre la noción inicial del falo en su vertiente imaginaria y la posterior conceptualización del objeto a como causa del deseo.
El falo, en su función significante, no solo señala un vacío sino que marca la falta estructural que define al deseo. Su presencia está poblada por fantasmas que dependen de la operación de la significación fálica. En este sentido, el falo no es simplemente un signo de ausencia, sino de una falta constitutiva, una falla en el sistema del significante.
Es precisamente este punto de falla el que evidencia la inconsistencia y la imposibilidad de completitud del conjunto significante. Lacan vincula este aspecto con lo traumático de la barradura del Otro, término que él mismo vacía de contenido cualitativo para elevarlo a un nivel económico. Esta falta es angustiante porque plantea un enigma sin resolución posible.
Esa imposibilidad se vuelve evidente en la experiencia del sujeto, quien enfrenta el hecho de que ninguna respuesta puede suprimir el vacío fundamental que lo habita. En este sentido, la pregunta infantil sobre el deseo del Otro introduce una subversión que revela la fragilidad de cualquier garantía absoluta.
Desde una perspectiva freudiana, esta estructura remite al concepto de desamparo. La introducción del significante fálico busca señalar que el Otro, en su dimensión deseante, no posee el saber absoluto sobre el deseo, y por lo tanto, no puede ofrecer una certeza definitiva.
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