sábado, 31 de mayo de 2025

¿Qué es el goce femenino y cómo verlo en la clínica?

 El goce femenino, tal como lo desarrolla Lacan, no es un goce que pueda reducirse a la función fálica: es un goce suplementario, más allá del límite del significante, un goce que toca lo real. No es exclusivo de las mujeres biológicas, sino una posición de sujeto respecto del goce. Vincularlo con un caso clínico permite iluminar su efecto estructural y cómo se presenta en la experiencia subjetiva.

Caso: Mujer de unos 30 años, llega a consulta por un sufrimiento amoroso que se repite. Refiere haber tenido múltiples relaciones intensas, “excesivas”, en las que se siente absorbida, desbordada, incluso anulada. No puede cortar vínculos con hombres que no le devuelven afecto, pero con los que dice experimentar momentos de “algo único, como si no pudiera ser dicho”.

Frases destacadas: “No lo puedo explicar… cuando estoy con él, siento que me pierdo… pero no quiero salir de ahí”, “Es como si algo más grande que yo me agarrara.” “No puedo ponerle palabras, es algo más del cuerpo.

Lectura estructural: entre goce y pérdida
Aquí se hace visible una experiencia de goce fuera del sentido, un goce que no está mediado por el significante, no se resuelve en el amor narcisista ni en la demanda de reconocimiento, y que, sin embargo, la sujeta, la capta, la desborda.

Este tipo de goce no entra en la contabilidad fálica (no responde al "tener o no tener"), sino que se presenta como un “más allá”, un exceso sin forma. Se trata del goce femenino en su versión más pura, no articulado al falo, no regulado, fuera de toda medida.

Lacan lo escribe en las fórmulas de la sexuación como el lado del no-todo, ese lugar donde algunas mujeres (no todas, y no sólo mujeres) “están” sin ser del todo, es decir, no están reguladas por la totalidad del discurso fálico.

En la dirección de la cura

Desde el dispositivo analítico, no se trata de ponerle nombre a ese goce, ni de hacerlo entrar en la gramática fálica. Se trata más bien de permitir que ese goce se borde, que se pueda reconocer su lugar, sin intentar traducirlo ni taponarlo. El análisis permite un viraje del sufrimiento ligado a la opacidad de ese goce, hacia una forma singular de alojarlo. No se trata de renunciar al goce, sino de encontrar una inscripción posible, una escritura propia.

En el caso, esto implicó un pasaje clave: en lugar de preguntarse por qué él no la quiere, ella comenzó a interrogar qué es eso que goza más allá del otro. Un viraje que la llevó a separar ese goce de su demanda amorosa, y entonces pudo empezar a cortar con esos vínculos sin suprimir ese “más allá”, sino reconociéndolo como parte de su modo de estar en el mundo.

¿Qué se bordea en el análisis?

El goce femenino, en su relación con lo ilimitado, con lo Otro del significante, no puede ser dicho totalmente. Pero puede ser bordeado. El análisis, como práctica, no busca reducirlo, sino abrir una forma de relación con eso que no se puede simbolizar completamente.

Aportes de Colette Soler

La lectura de Colette Soler sobre el goce femenino se inscribe dentro de su trabajo más amplio sobre la clínica del sujeto y la formalización del inconsciente, con una fuerte fidelidad a la enseñanza de Lacan, especialmente en su última época. Su posición sobre el goce femenino es rigurosamente estructural, pero también clínicamente comprometida con las consecuencias que este goce tiene para el análisis.

1. No hay goce femenino “natural”. Soler insiste en que el goce femenino no es el goce del cuerpo de la mujer, ni algo biológico ni genérico. No tiene que ver con el género o con una anatomía, sino con una posición del sujeto respecto al goce. Cualquiera (hombre o mujer) puede eventualmente "acceder" a ese goce, pero nunca dominarlo ni simbolizarlo por completo.

No hay ningún universal que englobe a las mujeres en tanto goce. Eso define su no-toda inscripción en el campo fálico.
(La mujer no existe, 2000)

2. Suplemento y no negación del goce fálico. Soler aclara que el goce femenino no reemplaza ni niega al goce fálico, sino que lo suplementa. El sujeto puede estar implicado en el discurso fálico, pero además tener acceso a un goce que no se localiza, no se mide y no se representa.

El goce femenino es un plus de goce que se encuentra más allá del límite que impone el significante.”

Esta es una de sus claves clínicas: el más allá del falo, como lo llama Lacan en Encore, no es una falta sino un exceso.

3. Una experiencia mística y sin sentido. Soler subraya la cercanía entre el goce femenino y la experiencia mística, como ya lo había notado Lacan, por ejemplo, en los escritos de Teresa de Ávila o Juan de la Cruz. Es una experiencia de cuerpo pero fuera del lenguaje, sin saber, que implica una suerte de desbordamiento del yo.

Esto lleva a Soler a hablar de un goce sin sentido, sin ley, sin imagen. Por otro lado, habla de una experiencia intransferible, que sólo puede ser testimoniada, nunca del todo dicha.

Implicancias clínicas: alojar lo inubicable

En la clínica, este goce puede aparecer como:

  • Una experiencia de amor ilimitado.

  • Un goce mudo, que no puede ponerse en palabras.

  • Una angustia sin representación.

  • Una disyunción entre lo que se dice y lo que se goza.

Soler plantea que la cura no apunta a simbolizar este goce, sino a hacerle lugar, sin taponarlo con sentido. Esto implica trabajar con el silencio del goce como un límite propio, y no como una falla del análisis.

Viñeta clínica: “El hombre que ya no sabía ser hombre”

Luis, 42 años, casado hace 17, padre de dos adolescentes, llega a consulta tras una separación inesperada. Su esposa, sin demasiadas explicaciones, le dijo una noche: “No me pasa más nada con vos. No sé si quiero seguir viviendo así”. El impacto fue demoledor.

Desde el inicio, Luis se muestra desconcertado, humillado, y obsesionado con entender “qué hice mal”. Relata con orgullo haber sido un “buen marido”: proveedor, trabajador incansable, siempre disponible para resolver cualquier problema doméstico o económico. La frase más repetida en las primeras entrevistas es: “Yo hice todo bien, no entiendo qué pasó”.

Con el correr del análisis, emerge la rigidez de un fantasma viril: “Si hago bien mi parte como hombre, las cosas deben funcionar”. Su deseo estaba subordinado a una fórmula de deber ser que no contemplaba el enigma del deseo del Otro. En su discurso no había espacio para el deseo de su esposa, ni siquiera para el propio.

La separación lo enfrenta al colapso de su lugar de semblante: ya no sabe quién es, ya no sabe “cómo se es un hombre”. Lo que cae no es simplemente la pareja, sino su inscripción subjetiva en el lazo.

En una sesión particularmente significativa, al recordar una escena íntima con una nueva pareja ocasional, dice: “No entiendo por qué me puse a llorar. No fue tristeza, era otra cosa. Era como si no pudiera sostenerme…”.

Ese momento marca el inicio de un viraje: la emergencia de un goce que no se acomoda a la lógica fálica, un goce que lo toca, lo desborda, y que no puede controlar ni comprender. Es el roce con una dimensión de goce Otro, el que no responde a su fantasma de completud ni a su identidad viril.

Articulación conceptual

  • Semblante viril como defensa: El “hombre que hace todo bien” encarna un semblante del todo, una posición fálica sostenida en el deber y el control.

  • El deseo del Otro como enigma: El enigma del deseo femenino lo confronta con la imposibilidad de garantizar un lazo, lo cual hace estallar su creencia en la reciprocidad fálica.

  • El goce como resto no simbolizable: La escena del llanto indica un momento donde el sujeto se ve afectado por un goce sin sentido, más allá del sentido que su fantasma proveía.

  • El analista como quien aloja ese corte: A través de la transferencia, se introduce una dislocación de su certeza viril, permitiendo que surja algo de lo no-todo en el cuerpo del varón.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario