domingo, 15 de junio de 2025

Del significante al nombre propio: lógica, sin sentido y el ser del sujeto

Si seguimos la orientación propuesta por Lacan —aquella que separa al significante de su dimensión puramente lingüística para situarlo en el terreno de la lógica— se abre un campo fecundo para pensar su incidencia en el psicoanálisis. Un campo que incluye la gramática, la sintaxis y la significación, pero que encuentra su punto esencial en una noción más radical: el sin sentido.

Es precisamente esta apertura hacia lo ilógico, lo no articulable, lo que permite introducir una distancia entre denotación y connotación, entre significación y referencia. Esa discrepancia no es un detalle menor: se convierte en un baluarte clínico y teórico decisivo para abordar uno de los elementos más complejos del campo analítico: el nombre propio.

En efecto, el nombre propio no puede reducirse a una palabra en sentido clásico. No es un signo entre otros, porque conlleva en sí una vacilación del sentido, un punto en el que éste se desfallece. En términos psicoanalíticos, el nombre propio denota sin connotar plenamente, y en esa separación —entre lo que nombra y lo que significa— se juega su eficacia.

Este punto de quiebre entre el sentido y el referente hace del nombre propio un lugar privilegiado para pensar lo innombrable del sujeto, allí donde el significante roza lo real. El nombre no representa al sujeto, pero lo marca, lo inscribe, delimitando un lugar donde el sentido se interrumpe, pero la existencia se afirma.

Lacan llega a esta problemática tras su trabajo con la estructura del significante a partir del grafo del deseo y de su distinción entre enunciado y enunciación. Desde allí, desplaza su atención hacia una pregunta crucial: ¿qué es el sujeto en relación con el acto que afirma su ser?, y más concretamente, ¿qué es el sujeto respecto del cogito cartesiano?

Si, como él sostiene, el sujeto sólo accede al ser en la medida en que se desvanece, ¿podemos concebir otro modo de pensar al sujeto que no lo reduzca al agente del pensamiento?

Esta interrogación deja entrever un giro profundo: el sujeto del psicoanálisis no se define por pensar, sino por ser efecto de un acto, de una inscripción significante, incluso allí donde el sentido falla. Es este vacío —esta cesura en el saber y en el lenguaje— el que funda su ser.

Así, el nombre propio, lejos de garantizar una identidad, señala la imposibilidad de cerrar al sujeto bajo una representación estable, y al mismo tiempo, marca su lugar en el campo del Otro. En ese borde entre sentido y sin sentido, es donde el psicoanálisis sitúa la existencia misma del sujeto.

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