El verbo "producir" no es elegido al azar. Como bien lo subraya María Moliner en su diccionario, su campo semántico es amplio y preciso: producir es tanto mostrar, como generar, como dar a ver lo que no cesa de acontecer. Desde esta perspectiva, podemos decir que las fórmulas de la sexuación no solo expresan, sino que producen una verdad estructural: que la conjunción sexual entendida como complementariedad plena entre los sexos no cesa de no escribirse. No se trata de un accidente o de una contingencia histórica, sino de una falla estructural que atraviesa a lo sexual en el ser hablante.
En la práctica analítica, esta imposibilidad se tramita en varios niveles. La lectura, que podría pensarse como el campo propio de la interpretación, opera sobre lo escrito. El significante es aquello que se escucha, mientras que el significado es apenas un efecto del encadenamiento significante, algo que se genera como resto.
Este decir como acto, que en Lacan es sinónimo de escritura, sólo se vuelve accesible a través de las vueltas del significante y de la demanda. Dicho de otro modo: el camino al decir fundante es el rodeo. No se lo alcanza directamente, sino por sus efectos.
Y cuando se logra situar ese decir primero, nos enfrentamos a algo que no es una enunciación cualquiera, sino una escritura que funda, un escrito inaugural. Tiene estructura de excepción. No por azar Lacan apela a la lógica fregeana, que le permite fundar sin recurrir a un mito. No es una narración de origen, sino un inicio lógico.
En ese decir fundante, algo se afirma sin apoyarse en la verdad. O, más precisamente, afirma un punto que resiste ser atrapado por la verdad. Lo que allí se escribe es la inconsistencia estructural, aquello que no entra en la serie de lo decible, lo que no puede ser reemplazado. Y por eso mismo, ese punto es condición del comienzo.
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