viernes, 24 de octubre de 2025

El objeto como borde ficcional del sujeto

El imaginario del objeto constituye el soporte ficcional que permite al sujeto anclarse y situarse a orillas del inconsciente, según la expresión de Lacan.
Se trata de una función estructural: el objeto imaginario ofrece un punto de apoyo ante la evanescencia del sujeto, un borde que le permite mantener cierta consistencia frente al vacío del significante.

La nominación, en este marco, cumple la función de corte que delimita ese borde del inconsciente donde el sujeto puede alojarse, precisamente porque no puede ser nombrado allí.
El fantasma deviene entonces una suerte de campamento en el que el sujeto encuentra resguardo frente a la falta de garantía introducida por la barradura del Otro.
En su estructura, el fantasma constituye una matriz defensiva, un dispositivo imaginario desde el cual el sujeto elabora estrategias para mantener a distancia tanto la inconsistencia del Otro como la irrupción pulsional que le es inherente.

Desde esta función del objeto imaginario en el fantasma, Lacan plantea una correlación estructural entre sujeto y objeto.

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El sujeto barrado ($) y el objeto a no son entidades separadas, sino dos posiciones posibles del sujeto, dos modos de su presencia en el campo del deseo.
Aquí se abre la lectura de los efectos del corte, que pueden pensarse como una especie de pathos del corte: la nominación, al operar, produce efectos que pueden ser clínicos (como inscripción simbólica o amarre) o no clínicos (como irrupción de goce o desanudamiento).

De este modo, se perfila una diferenciación entre dos registros:

  • el de la realidad del sujeto,

  • y el de lo que podemos llamar lo real del sujeto.

Del lado de la realidad, encontramos todo aquello que surge de la simbolización, lo que ha pasado por el Otro, lo que se entramó en el significanteLa realidad, en este sentido, se define como una articulación entre lo simbólico y lo imaginario: aquello que permite sostener la coherencia de la experiencia subjetiva.

Por fuera de este campo, sin que ello implique una exterioridad euclidiana, se ubica lo real del sujeto: eso que escapa a la simbolización, lo que no ha sido tomado por la red significante, y que puede irrumpir más allá de cualquier efecto de sujeto.
Lo real, así entendido, mantiene una relación topológica con la realidad, en tanto sus modos de aparición son irruptivos, produciéndose allí donde la trama simbólico-imaginaria se desgarra.
En esos momentos —cuando el velo de la realidad se rasga— el sujeto se enfrenta con el límite de su propio anclaje: con lo que no puede ser representado, pero que, sin embargo, lo habita.

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