Esa opacidad, índice de lo irreductible, se aborda en Lacan por la lógica del número. En ella se pone en juego lo indiscernible, y la identificación primaria en Freud da testimonio de ello: se sitúa antes del Uno como unidad, anterior a toda ilusión de consistencia. Ese Uno imaginario, el del I(A), alimenta la esperanza de una garantía, pero no hace más que velar la falta estructural.
Una referencia matemática que suele acompañar este campo, aunque no siempre se explicite, es la diagonal de Cantor. Este método permite designar el lugar de aquello que no puede ser contado en la serie, lo no enumerable. Así, el lugar del sujeto sólo puede ser pensado desde la lógica del número y su génesis formal, en la medida en que ésta introduce un vaciamiento semántico radical. Sin embargo, esta lógica exige —inevitablemente— una vuelta por la topología, porque no hay sujeto sin cuerpo, ni número sin superficie donde inscribirse.
¿De dónde surge el número? Del corte. Es su consecuencia, su precipitado. Y no es menor que en el Seminario 12 Lacan vuelva, llegado a este punto, al problema dejado abierto en el Seminario 4: el del agente de la castración. ¿Qué es ese Padre real? Este interrogante queda suspendido hasta que se produzca el desplazamiento del Padre, del lugar del S2 al del S1, movimiento que redefine la función misma de la causa.
Si se trata de corte, se trata de borde. Y en este punto se vuelve pertinente la pregunta por el valor de la nominación. Porque la nominación —lejos de nombrar un objeto ya dado— es una operación que produce un borde, un modo de bordeado que introduce algo “en lo real”. No se trata de designar una sustancia, sino de inscribir un límite. Así, el nombre funciona como esa etiqueta que, al marcar el vacío, lo hace consistir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario