Deleuze ya decía: “Puede decirse que filosóficamente Freud depende de Kant y de Hegel. Es evidente. Quien había orientado explícitamente el inconsciente en el sentido de un conflicto de voluntad y ya no como diferencial de la percepción fue la escuela de Schopenhauer, que Freud conocía admirablemente y que descendía de Kant.”
Estos pasajes permiten ver con claridad hasta qué punto Hegel anticipa en muchos sentidos la estructura del inconsciente freudiano, y no sólo en su dialéctica de la negatividad, sino en la idea de un fondo virtual, una memoria en-sí no consciente, que contiene el germen de todas las determinaciones posibles. Esa figura del pozo oscuro de la inteligencia —como potencia virtual en la que las representaciones aún no son discretas— se acerca más al modelo dinámico de Freud (el inconsciente como depósito de representaciones reprimidas, pulsionales, cargadas de energía) que a la formalización lingüística lacaniana.
De hecho, Hegel reconoce en la inteligencia una unidad psíquica no escindida, en la que el otro (la madre) funciona como sujeto del niño. Esto anticipa, como señaló Winnicott, la unidad madre-bebé o, en Lacan, el estadio del espejo, pero con una diferencia decisiva: en Hegel esa unidad no es alienante, sino un momento dialéctico en la autoconstitución del espíritu. En Freud, en cambio, la pérdida de esa unidad originaria es traumática, y el retorno imposible a ella estructura el deseo.
Deleuze ilumina el cruce de manera precisa: Freud se inscribe en una línea kantiano-schopenhaueriana en la que la voluntad (o el deseo) aparece como fondo productivo e irracional, mientras que en Hegel ese fondo se eleva a la razón a través de la mediación de la negatividad. Freud conserva la negatividad (represión, conflicto), pero la mantiene en el plano pulsional, sin la síntesis hegeliana. Lacan, en cambio, traduce esa negatividad en una topología del significante, desplazando el acento desde la voluntad o el impulso hacia la estructura del lenguaje.
De este modo, puede sostenerse que Lacan no leyó directamente a Hegel, sino al Hegel mediado por Kojève, es decir, al Hegel antropológico, existencial y político del deseo de reconocimiento. En esa versión, el deseo aparece como “deseo del deseo del Otro”, pero se pierde el Hegel especulativo, el de la Enciclopedia, que comprende lo inconsciente como virtualidad viviente y unidad contradictoria de los impulsos.
Paradójicamente, Hegel es más freudiano que el Hegel de Lacan, porque concibe una interioridad escindida y energética antes que lingüística, una ontología del conflicto pulsional más que una teoría del significante. Lacan, al traducir esa dialéctica en términos de estructura, gana en formalización, pero pierde la densidad vital del fondo hegeliano donde Freud realmente dialoga con la filosofía.
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