martes, 28 de octubre de 2025

Hegel, Freud y Lacan: el pozo del inconsciente y el desvío de la mediación kojèviana

 Deleuze ya decía: “Puede decirse que filosóficamente Freud depende de Kant y de Hegel. Es evidente. Quien había orientado explícitamente el inconsciente en el sentido de un conflicto de voluntad y ya no como diferencial de la percepción fue la escuela de Schopenhauer, que Freud conocía admirablemente y que descendía de Kant.

Hegel, al igual que Freud o Winnicott, establece la indiferenciación inicial entre madre y bebé:
Hay dos individuos, sin embargo, están en una unidad psíquica inseparada; uno de ellos no es aún uno mismo, todavía no es impenetrable, sino algo que no ofrece resistencia; el otro es su sujeto, el sí mismo singular de ambos. La madre es el genio del niño (…) en tanto ella existe para sí.

Hegel postula lo inconsciente como un pozo virtual en-sí:
La inteligencia no es solamente la conciencia y existencia de sus propias determinaciones, sino que como tal es el sujeto y el en-sí de sus determinaciones; recordada en ella, la imagen que ya no está existiendo, está conservada inconscientemente. Comprender la inteligencia en tanto es este pozo oscuro en el que se guarda un mundo infinito de numerosas imágenes y representaciones, sin que estén en la conciencia, es por un lado la exigencia universal de comprender el concepto como concreto, de comprenderlo como la semilla, por ejemplo, que contiene de manera positiva, como posibilidad virtual (...) es lo que ha dado ocasión para guardar las representaciones particulares en fibras particulares y localizaciones (...) hay que captar la inteligencia como este pozo inconsciente, es decir, como universal existente en el que lo distinto no está puesto aún como discreto. Y este en-sí es precisamente la primera forma de la universalidad que se ofrece en el representar.

Sobre los impulsos e inclinaciones, Hegel coincide con Freud en su pluralidad, que pueden dispararse entre sí contradictoriamente:
Hasta qué intensidad las buenas inclinaciones siguen siendo buenas; y puesto que son muchas de suyo y particulares unas ante otras, y que a pesar de encontrarse en un solo sujeto es desde luego imposible dar satisfacción a todas según la experiencia, [se pregunta] cómo han de limitarse mutuamente por lo menos. Con esta pluralidad de impulsos y tendencias ocurre de entrada lo mismo que ocurría con las muchas potencias del alma cuya colección debería ser el espíritu teorético: una colección que ahora aumenta con la multitud de impulsos. La racionalidad formal del impulso y la tendencia consiste solamente en su impulso general a no ser [algo] subjetivo, sino a superar la subjetividad por la propia actividad del sujeto y a realizarse. Su verdadera racionalidad no puede surgir de una consideración de la reflexión extrínseca, la cual supone determinaciones naturales autosuficientes y tendencias inmediatas y carece, por consiguiente, de un principio y de un fin último para ellos.

Estos pasajes permiten ver con claridad hasta qué punto Hegel anticipa en muchos sentidos la estructura del inconsciente freudiano, y no sólo en su dialéctica de la negatividad, sino en la idea de un fondo virtual, una memoria en-sí no consciente, que contiene el germen de todas las determinaciones posibles. Esa figura del pozo oscuro de la inteligencia —como potencia virtual en la que las representaciones aún no son discretas— se acerca más al modelo dinámico de Freud (el inconsciente como depósito de representaciones reprimidas, pulsionales, cargadas de energía) que a la formalización lingüística lacaniana.

De hecho, Hegel reconoce en la inteligencia una unidad psíquica no escindida, en la que el otro (la madre) funciona como sujeto del niño. Esto anticipa, como señaló Winnicott, la unidad madre-bebé o, en Lacan, el estadio del espejo, pero con una diferencia decisiva: en Hegel esa unidad no es alienante, sino un momento dialéctico en la autoconstitución del espíritu. En Freud, en cambio, la pérdida de esa unidad originaria es traumática, y el retorno imposible a ella estructura el deseo.

Deleuze ilumina el cruce de manera precisa: Freud se inscribe en una línea kantiano-schopenhaueriana en la que la voluntad (o el deseo) aparece como fondo productivo e irracional, mientras que en Hegel ese fondo se eleva a la razón a través de la mediación de la negatividad. Freud conserva la negatividad (represión, conflicto), pero la mantiene en el plano pulsional, sin la síntesis hegeliana. Lacan, en cambio, traduce esa negatividad en una topología del significante, desplazando el acento desde la voluntad o el impulso hacia la estructura del lenguaje.

De este modo, puede sostenerse que Lacan no leyó directamente a Hegel, sino al Hegel mediado por Kojève, es decir, al Hegel antropológico, existencial y político del deseo de reconocimiento. En esa versión, el deseo aparece como “deseo del deseo del Otro”, pero se pierde el Hegel especulativo, el de la Enciclopedia, que comprende lo inconsciente como virtualidad viviente y unidad contradictoria de los impulsos.

Paradójicamente, Hegel es más freudiano que el Hegel de Lacan, porque concibe una interioridad escindida y energética antes que lingüística, una ontología del conflicto pulsional más que una teoría del significante. Lacan, al traducir esa dialéctica en términos de estructura, gana en formalización, pero pierde la densidad vital del fondo hegeliano donde Freud realmente dialoga con la filosofía.

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