Acá mencionábamos cierta novedad en la posibilidad de pensar el inicio desde la topología. Pero esa perspectiva, en Lacan, se entrelaza necesariamente con su abordaje lógico. Abordar las condiciones del inicio desde Frege —es decir, desde la función del número— permite situar lo real del significante: ese significante desligado de cualquier efecto de significación, pura marca operatoria. Desde este campo se vuelve posible ubicar la función del sujeto en la serie numérica.
No es casual, entonces, que Lacan se interrogue por el estatuto del nombre propio. El problema del inicio lógico de la serie —tal como Frege lo concibe— excluye toda referencia a la psicología del sujeto y abre un espacio formal donde éste sólo puede inscribirse como efecto. De allí la relevancia que esta apoyatura lógica adquiere para Lacan: le permite extraer al sujeto de la experiencia empírica, preservando su estatuto como función de falta.
Frege introduce aquí un detalle decisivo: el sujeto nunca se confunde con el número. A diferencia de las concepciones empiristas, que tienden a homogeneizarlos, Frege mantiene una separación tajante. El número no unifica, sino que nomina la diferencia. Esta distinción es crucial, porque impide convertir al sujeto en el término que cerraría la serie y, en consecuencia, imposibilita toda completud clasificatoria.
Desde esta perspectiva, el número como unidad no colectiviza: designa lo singular como tal. Tal operación permite formalizar la subversión del sujeto lacaniano y, al mismo tiempo, afecta la consistencia del Otro como conjunto. Allí donde el conjunto se desgarra, donde la serie no cierra, interviene el nombre propio como punto de sutura: aquello que enlaza al sujeto con la cadena significante precisamente en el lugar donde no hay garantía de un todo.
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