Además de su función en el sostén de la posición del sujeto dividido, Lacan subraya aquello que se sitúa más allá de los velamientos imaginarios del fantasma, y que da forma a la estructura topológica del grafo.
Para designar este nivel, recurre al término “grama”, derivado del griego grammē (γραμμή), que significa trazo, letra o escrito.
Esta raíz, presente también en gramática, permite destacar hasta qué punto el orden simbólico que Lacan formaliza está, desde el principio, solidario de lo escrito.
El grama señala, así, el pasaje del significante articulado al significante trazado, es decir, a la dimensión material del escribir.
Lo que está en juego aquí es el concepto de estructura que Lacan busca formalizar para el psicoanálisis, y que se patentiza en el grafo del deseo.
El grafo no es una mera representación visual, sino una escritura: una organización de trazos que permite leer el inconsciente como texto.
Con ello, Lacan prolonga la orientación ya esbozada en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, donde el inconsciente se aborda no desde su contenido, sino desde su modo de inscripción.
Esta perspectiva conduce más allá de lo imaginario de la escena fantasmática.
El trazo inconsciente constituye la textura que da cuerpo al texto del inconsciente, y remite siempre a una falta: la del significante en menos, aquel cuya ausencia impide que los demás puedan representar plenamente al sujeto.
El grafo del deseo, en este sentido, es la respuesta última del inconsciente: una escritura que da cuenta de lo que el fantasma está destinado a velar.
Su formalización introduce una subversión radical en la estructura misma del Otro, porque revela que su consistencia depende de una falla constitutiva, de un punto de imposibilidad que es, a la vez, la condición del deseo.
En este punto, puede retomarse una de las tesis centrales de Alain Badiou en El ser y el acontecimiento:
A partir de Lacan, toda reflexión sobre el sujeto debe reconocer su división inmanente y la aporía estructural del Otro.
El grama, entonces, se vuelve la huella de esa división: el trazo que fija la falta sin suturarla, el gesto mínimo de escritura que permite al psicoanálisis pensar la estructura del sujeto más allá del fantasma, en el borde mismo donde lo simbólico toca lo real.
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