miércoles, 22 de octubre de 2025

La letra como borde: del sin sentido al soporte del fantasma

La noción de borde adquiere en Lacan una relevancia creciente a lo largo de su enseñanza, y su germen puede rastrearse en La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud.
Allí, aunque la letra no se distingue con claridad del significante, se deja entrever una diferencia decisiva: en el nivel de la letra se juega lo indivisible, lo fuera de sentido y, por ello mismo, la orientación hacia lo real.

Lacan establece en ese texto un vínculo estructural entre la letra en el inconsciente y el ser del sujeto —más precisamente, con el ser que le falta al sujeto a causa de la falta significante que afecta al Otro.
La letra viene a señalar ese punto de sin sentido concomitante al orden significante, una suerte de trazo que bordea lo que no puede articularse.

Esta línea se profundiza en el Seminario sobre el deseo, donde Lacan recurre a la tragedia de Hamlet.
Allí, el encuentro del sujeto con la muerte del Padre sirve para mostrar cómo el fantasma enmarca el campo en que, ante el desfallecimiento del orden simbólico, se hace necesario un acto.
La muerte, en tanto agujero del sentido, deja al sujeto ante la exigencia de una respuesta; y cuando esta falta, sobreviene la inhibición.

Lacan señala entonces que el fantasma cumple una función compensatoria frente al sin sentido que introduce la falta significante.
Dice:

La restitución del sentido del fantasma, que es algo imaginario, se inscribe en el grafo entre estas dos líneas: entre el enunciado de la intención del sujeto por un lado, y, por otro, la enunciación en la cual el sujeto lee su intención bajo una forma profundamente descompuesta, parcelada, fragmentada, refractada por la lengua.

Allí donde el sujeto se desvanece por su falta en ser, el fantasma imprime un imaginario que le confiere algún sentido, una suerte de borde protector frente al vacío del significante.
De este modo, el fantasma no sólo enmarca el campo del acto, sino que anticipa la entrada en juego de la metáfora paterna y de la significación fálica, que restituyen al sujeto un punto de anclaje frente al sin sentido estructural.

La letra, así, se revela como el borde que articula sentido y real, el trazo mínimo donde lo simbólico roza lo que no puede decirse, y donde el sujeto, ante su falta en ser, encuentra en el fantasma una figura transitoria para sostenerse.

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