(*) "Primeras Conferencias Abiertas del Seminario Freudiano de Mar del Plata" Abril de 1984 - Víctor Iunger.
Hay un párrafo en los escritos de Lacan que se relaciona con lo que hoy comentábamos con algunos de los aquí presentes, en referencia a la función del olvido. A la inversa de lo que se piensa intuitivamente –se cree que cuando se olvida hay un pensamiento que desaparece- Freud descubrió que cuando se olvida hay un pensamiento que se constituye como inconciente. Desde el punto de vista de la teoría psicoanalítica el verdadero pensamiento es inconciente. Eso lo dice Freud literalmente: "el pensamiento es inconciente".
Y el saber, el verdadero saber también es inconciente. Lacan usa una letra para designar ese saber inconciente, que no sólo desaparece con el olvido sino que se constituye a partir del olvido, función de la represión en su condición fundante del inconciente. Es la letra S2. Es la letra con la que Lacan nombra el saber para diferenciarlo del conocimiento. El conocimiento es del orden de lo conciente.
Hoy se plantearon preguntas acerca de la técnica, preguntas que tienen que ver, tal vez algunas más directamente que otras, con la esencia de la práctica analítica. Freud usó al respecto una formulación que fue bastante maltratada. Maltratada con motivo, pues se prestaba a cualquier interpretación. Y, efectivamente, se hicieron de ella lecturas diversas, más aún se llegó a proponer dejarla de lado por su ambigüedad. Freud dijo que psicoanalizar es "hacer conciente lo inconciente".
Esa frase fue interpretada de modo tal que implicaba de hecho la idea de que hacer conciente lo inconciente es que lo inconciente pierda su estatuto como tal. Que el psicoanálisis consiste en borrar el inconciente, en tomar el S2, ese saber inconciente del que hablábamos recién, y transformarlo en conocimiento conciente.
De este modo, fue ignorado el inconciente en su dimensión radical de saber inconciente. Dimensión implícita en la concepción metapsicológica freudiana de "representación inconciente". Al mismo tiempo, fue confundida la concepción del factor cuantitativo o carga pulsional con una fenomenología de emociones no verbalizadas llamadas genéricamente "afectos", haciendo una lectura errónea y psicologicista de Freud (o ignorándolo por completo), basada en el uso equívoco del término "afecto". Así, se dejaron de lado las explícitas referencias que Freud hizo acerca del uso de ese término y su estatuto metapsicológico, en especial lo indicado en su trabajo "Lo Inconciente".
Resumiendo lo expresado recién. La esencia de la cura, según la frase "hacer conciente lo inconciente", fue degradada en el sentido de hacer desaparecer el inconciente y reemplazarlo por el conocimiento conciente, acompañado este movimiento por la puesta en palabras de los afectos también entendidos como inconcientes, dándoles así estatuto conciente. Todo ello con los consiguientes efectos presuntamente terapéuticos.
¿Qué implica el retorno a Freud en este contexto?. En primer lugar, poner de relieve que el inconciente no sólo no se borra ni desaparece por efecto de la cura, sino que alcanza en ella su estatuto más radical como inconciente. Lacan dice, al respecto, que el inconciente se constituye a fuerza de interpretarlo. En segundo lugar, la cura no consiste en poner en palabras afectos inconcientes, pues, según Freud, el estatuto de los afectos es conciente. Los afectos inconcientes no existen como tales.
La puesta en su lugar del saber inconciente en tanto tal, y la ubicación de la posición del sujeto como advertido en relación a ese saber, hacen al modo congruente con el texto freudiano de entender la frase "hacer conciente lo inconciente".
A ello hace referencia el párrafo de Lacan, al cual hice referencia al comienzo. Es un párrafo de "La subversión del sujeto..." que dice así: "… claro que uno puede sorprenderse de la extensión de lo que es accesible a la conciencia de sí, a condición de que se haya sabido por otros caminos…". A condición de que advenga por otros caminos, algo del orden de la conciencia se puede alcanzar.
En este párrafo advertimos la separación entre saber y conciencia. Luego, si se trata de un saber "hacer conciente lo inconciente", es poner en juego un modo no cognoscitivo, un saber que es -en su esencia- inconciente y que -como tal- no aparece como saber sino por otros caminos que los de la conciencia, es decir, a través de las formaciones del inconsciente como Lacan llamó a los derivados o ramificaciones del inconciente de los que Freud hablaba. Queda entonces para la conciencia un lugar que no es el del saber del conocimiento, sino de como quedar advertido de ese saber inconciente -que viene por "otros caminos"-.
De este modo, damos comienzo a nuestra charla de hoy, porque está relacionada con la cuestión del saber, del conocimiento y su relación con la docencia de la que hoy se ha hablado. Si un efecto de transmisión se produce a partir de una enseñanza, no se produce precisamente porque se puede calcular. Más bien se produce cuando no se lo puede calcular y más allá de los propósitos del que enseña. Se trata de la transferencia, pero no con el efecto de hipnosis que se puede jugar en ella, sino con aquel lugar donde la transferencia se constituye como vehículo por el cual, como diría Lacan, el mensaje le retorna al sujeto en forma invertida desde el lugar del Otro.
Así, pues, tengo la impresión de que si yo hoy estoy aquí, es por eso. Hay un mensaje que retorna a aquello que me confirieron, según se dijo esta mañana, este lugar. Devuelvo entonces la conferencia. Y les digo: bueno… acá hay algo que les concierne. Este es vuestro propio mensaje.
En agosto de 1980, en Caracas, Lacan decía una frase que me pareció sumamente propicia para esta conferencia de hoy. Saben ustedes que ese era el primer viaje de Lacan a Latinoamérica. Por múltiples motivos, de los que no se descarta la situación política que estaba en juego en esa época entre nosotros, ese Congreso no se realizó donde se debía, que era en la Argentina.
En ese Congreso Lacan decía: "…vengo aquí antes de largar mi causa freudiana. Como ven aprecio el adjetivo –el adjetivo freudiano- si ustedes quieren les toca a ustedes ser lacanianos. Yo soy freudiano. Y por eso vine a decirles algunas palabras de este debate que mantengo con Freud y no desde ahora…"
Pues bien, un grupo de analistas marplatenses con quienes me encuentro trabajando desde hace más de un año, y a los que hacía referencia recién, produce un acto, un acto de fundación. Y al mismo tiempo abren el ámbito psicoanalítico aquí, un espacio de trabajo y lo nominan. Creo pertinente la apreciación que hacía Alfredo Cosimi esta mañana, acerca de ese acto de nominación. Porque, efectivamente, la nominación funda. Esa nominación, bajo un significante: "Seminario Freudiano", que resignifica (como la temporalidad del inconciente lo propone) a posteriori -o sea, después y hacia atrás- un recorrido que comienza varios años atrás y que precipita en ese trabajo del que se habló hoy, sobre la obra de quien podemos considerar el heredero de Freud.
Este heredero de Freud, Lacan, reconoce su deuda con el maestro en función del nombre que él le da a ese trabajo. Él mismo titula su trabajo "Retorno a Freud". Pero así como el efecto de resignificación retroactiva, en retorno, que el significante "Seminario Freudiano" acuña, relanza hacia una propuesta por realizarse. El retorno a Freud es un camino que lejos de refugiarse en una escolástica freudiana (y eso sorprendió a todo el mundo y creo que contribuyó a la salida de Lacan de la "Internacional"), escolástica que implicaría poder hallar hacia atrás el objeto radicalmente perdido o sea la palabra de Freud, toma apoyatura en la letra de Freud, en el texto freudiano, como causa perdida, y lanza hacia delante una producción teórica renovada.
De esa palabra perdida sólo se tiene la letra del escrito. Nosotros no podemos ir hacia Freud y preguntarle: "Maestro ¿qué quiso decir cuando dijo tal o cual cosa?", porque Freud está muerto. De su palabra sólo se tiene la letra de sus escritos. Y la lectura de esa letra la tenemos que hacer nosotros. Esa fue la propuesta de Lacan y esa propuesta convoca nuestro trabajo.
Como recién decíamos, en el trabajo de esa causa, o mejor dicho, en el trabajo que esa causa produce, lo que es del orden de la producción se proyecta hacia adelante. La causa perdida provoca un camino de retorno que, paradójicamente, es hacia delante. Es un retorno hacia algo que no se va a poder hallar, que sin embargo empuja y lleva hacia la producción de algo nuevo. Un retorno a Freud con categorías teóricas y conceptos nuevos. Y también con una renovación de la experiencia. Una clínica freudiana en su fidelidad a la letra del texto de lo dicho en una sesión.
¿Y cómo hace Lacan este camino de retorno?. El mismo lo dice: lo hace por medio de un debate. Un debate con Freud, del cual diría que fue la mejor manera de ser fiel a la herencia de Freud. ¿Qué quiere decir que Lacan debate con Freud?. Retoma definiciones y teorizaciones; algunas perdidas, dejadas de lado, las vuelve a poner de relieve o simplemente las pone en juego, pues habían sido totalmente dejadas de lado en las conceptualizaciones psicoanalíticas. Otras, degradadas en su empleo, son vueltas a poner sobre sus pies. Confronta teorizaciones y textos entre sí y trabaja sus contradicciones y sus quebraduras intentando resolverlas. Relee algunos conceptos en función del uso que hace de ellos en otros textos. En suma, hace la crítica de los conceptos freudianos.
Vean ustedes, Lacan se dice freudiano y su modo de ser freudiano es hacer la crítica de los conceptos freudianos. Y no sólo eso, va todavía más lejos, es mayor aún la transgresión: acuña nuevas categorías. Lacan toma sobre sus hombros la responsabilidad de introducir nuevas categorías, nuevos conceptos, nuevas formulaciones, hasta proponer una escritura algebraica y topológica para formalizar la teoría psicoanalítica. En realidad, Lacan construye lo que propongo llamar la "Lógica freudiana del inconciente". Para advertir la magnitud de este pasos, basta tomar en cuenta que hasta Lacan, dejando de lado aquellos que se apartaron del psicoanálisis y que por lo tanto no son relevantes para nosotros, no hubo autores que se atrevieran a introducir conceptos nuevos, salvo algunas y aisladas excepciones.
Lacan retoma y prosigue el camino de la metapsicología con la cual Freud trató de formalizar sus descubrimientos y así despliega el deseo de Freud de otorgarle cientificidad al psicoanálisis, ubicando al psicoanálisis en relación a la ciencia.
En verdad, hay al respecto una diferencia entre Freud y Lacan. Lacan decía que él era paranoico y de Freud puede decirse que era histérico. No sé si eso es literalmente así pero puede pensarse. Entonces ¿por qué dice Lacan que él es paranoico y se puede decir que Freud era histérico?. Freud era histérico –si lo era- fundamentalmente por una pregunta esencial al discurso: "¿Qué quiere una mujer?", formulada así por Freud. A partir de esa pregunta, que es muy parecida a la pregunta que hoy a la mañana mencionaba Silvia Amigo, que es aquella fundamental que se despeja en la cura psicoanalítica y que se dirige al Otro: "¿Qué me quieres?", en el sentido de "¿qué quieres de mí?", pregunta bien histérica, Freud produce y descubre el inconciente. La hace al modo del discurso histérico, o sea, produciendo un saber, produciendo teoría, que en un nivel primero construye muy cercano a lo que la clínica le presenta y recién en un segundo nivel, vamos a decir así, intenta "paranoiquizar". Me refiero al rigor de su metapsicología. Ustedes saben que junto a los "Estudios sobre la histeria" escribía el "Proyecto" y que "La interpretación de los sueños" culmina con ese tratado metapsicológico que es el capítulo siete.
Recién decía que Lacan se decía paranoico. Indudablemente se trata de una sutil ironía sobre su propia exigencia de rigor y coherencia teóricas; a decir verdad, creo que de paranoico Lacan no tenía demasiado -como la misma ironía lo demuestra, ya que no es frecuente que un paranoico se ironice a sí mismo- salvo algo que es esencial en la estructura de la paranoia, y que ésta comparte con la ciencia. Se trata de algo que está en juego en lo que la paranoia constituye como estructura más allá de los paranoicos, que es el rigor y la consistencia. La consistencia y el rigor son propiedades de una estructura discursiva que podemos llamar "paranoia" y que podemos extraer directamente de la psicopatología y trasladarlas a la estructura del yo. El yo intenta ser consistente. Por eso se dice que el yo es de estructura paranoica.
Y como Lacan estaba extremadamente interesado en el rigor la teoría psicoanalítica se ocupó de retomar el aspecto menos histérico de la obra de Freud, que era el intento que Freud hizo de hacer coherente y de formalizar la teoría.
Ya se habló bastante hoy de sacar a la teoría de algunos lugares donde estaba perdida. Y creo que faltaría severamente a la verdad si dijera que Lacan no era un gran clínico. Lacan era un clínico excepcional. Sin embargo, o tal vez por eso, le interesaba profundamente la ciencia y le interesaba profundamente formalizar el psicoanálisis. Eso lo llevó a hacer el trabajo que mencionaba más arriba de crítica a los conceptos freudianos.
[...]
Cuando me invitaron cortesmente a participar de estas conferencias, formaron parte de la cortesía de la invitación algunas preguntas pertinentes al debate de Lacan con Freud del que hablaba recién. Algunas de ellas tienen que ver, en resumen, con lo siguiente: Lacan acuña tres categorías fundamentales: Real, Simbólico e Imaginario. Son fundamentales para ordenar la práctica psicoanalítica –de ello ya les habló Silvia Amigo esta mañana- y la teoría del sujeto.
Las preguntas podrían formularse así: ¿Qué quiere decir Real, Simbólico e Imaginario?. ¿Por qué Lacan inventa las tres categorías, Real, Simbólico e Imaginario?, ¿realmente no se encuentran como tales en la obra de Freud?. ¿Cuáles son las razones teóricas que llevaron a Lacan, que se decía freudiano, a acuñar esos nuevos términos?. ¿No le alcanzaba con los existentes?. ¿Cuáles son las fuentes freudianas de los mismos?.
Dar una respuesta exhaustiva llevaría un prolongado seminario. Por lo tanto, intentaré exponer un esbozo, un esquema de respuesta. Tal vez un camino de abordaje de la cuestión.
En primer lugar, hay que decir que son tres registros u órdenes que ubican o reubican los conceptos diseminados por la obra freudiana, apuntando a la ya nombrada "lógica freudiana del inconciente", con las consiguientes implicaciones para la clínica del psicoanálisis. Hay que señalar que estas categorías no implican el abandono de las freudianas sino, más bien, su reordenamiento y una explicitación de sus implicaciones y sus consecuencias.
El registro de lo Simbólico intenta nombrar y dar razón a la estructura del inconciente como tal –lo que Freud nombraba como sistema inconciente- y su puesta en acto como producción, que es un modo de referirse a lo que Freud llamaba "eficacia del inconciente". Nosotros diríamos, con Lacan, el inconciente como producción.
Hablar del inconciente como producción es hablar de los lugares y de los modos en los cuales el inconciente se realiza en acto, es decir, de las formaciones del inconciente. Y aquí dar cuenta del inconciente, a través del registro de lo Simbólico, es nombrar lo que el aforismo lacaniano expresa como fundamento del descubrimiento freudiano "El inconciente está estructurado como un lenguaje". Su estructura es lingüística y su producción también es lingüística, es decir, significante.
El registro de lo Real, que no hay que confundir con la realidad, intenta dar cuenta de esos lugares absolutamente descuidados de la obra de Freud, en muchos casos, y en otros tomados en cuenta pero sin advertir su relación de equivalencia teórica entre sí. Refiero como lugares descuidados, por ejemplo, el ombligo del sueño o lo siniestro, entre otros. Como conceptos tenidos en cuenta pero sin plantear su articulación y su equivalencia en relación a una categoría común a: la angustia, el factor cuantitativo tal como está planteado en "Análisis terminable o interminable", al más allá del principio del placer, al despertar del sueño de angustia –lo que se opone al deseo de dormir-, la reacción terapéutica negativa.
Sostengo, a diferencia de lo expuesto por Miller en algunas de sus conferencias Caraqueñas, que no es cierto que Freud no hubiera reconocido lo Real en su teoría y en su clínica. Freud demuestra permanentemente su preocupación por ciertos lugares, por ciertas cuestiones que teniendo que ver con el núcleo del inconciente, estaban o remitían a algo más allá de él. Algunas de la cuestiones recién enumeradas hablan por sí mismas, para cualquiera que haya hecho un mínimo recorrido por los textos freudianos.
Lo Real es el registro que Lacan inventa para dar cuenta de esos lugares y, al mismo tiempo, mostrar su naturaleza común. Hay algo común entre el ombligo del sueño, el trauma, el más allá del principio del placer y lo siniestro, por ejemplo. Eso en común Lacan lo nombra lo Real. Hay un orden de satisfacción que no implica la descarga de tensión y, por lo tanto, no adjudicable al principio del placer. Más bien se trata de un proceso de carga, de un aumento de la tensión y, por lo tanto, se sitúa más allá del principio del placer, es como tal, el goce, el goce en su dimensión radical, más allá del principio del placer, es Real al igual que el trauma que lo acompaña. El goce es traumático y el trauma implica un goce. Ambos quedan situados en ese registro que Lacan llama lo Real.
Con respecto al ombligo del sueño, Freud decía entre, otras cosas, que era un lugar donde se remitía a –en alemán- Das Unerkannte, que se traduce como lo incognoscible, lo no reconocido o lo no conocido. El juego semántico que propone este término muestra que, según Freud, había algo que era imposible de abordar y que Freud situaba en el centro de la teoría de los sueños, aunque no lo trabajara como tal.
Ustedes saben que Freud se ocupa del más allá del proceso primario en "Más allá del principio del placer". Allí se destaca, justamente, el lugar del trauma como un más allá del inconciente, un más allá del proceso primario, y que el proceso primario trata de ligar en un primer trabajo al servicio del principio del placer. Pero como lo muestra la insistencia del sueño traumático, que es el resultado del fracaso de ligar un exceso de carga, hay un juego de imposibilidad, mejor aún, un imposible, allí nombrado como imposible de ligar. Extendiendo esta conceptualización al funcionamiento del aparato psíquico, como en ese texto propone Freud, se debe entender como un imposible también de inscribir y que tiene su eficacia, no sólo en la producción del sueño sino en el trabajo del inconciente en general. Hay un imposible y el nombre que Lacan le da a ese imposible es lo Real. Lacan dice "Lo Real es lo imposible". Lo Real es lo imposible ¿de qué?. De inscribir como inconciente. El aforismo lacaniano es explícito al respecto. Lo Real es "lo que no cesa de no inscribirse".
O sea que no es cierto que Freud descuidara ese lugar de límite de la práctica y la teoría psicoanalítica. En todo caso, no había acuñado el nombre que unificara sus conceptos, que es como lo estamos demostrando, a partir de Lacan, lo Real. A tal punto Freud se ocupó de lo Real sin nombrarlo, que yo creo que escribió otro texto –aparte de "Más allá del principio del placer"- dedicado a lo Real como imposible, que es "Análisis terminable e interminable".
Si se lee cuidadosamente este escrito se advierte que es un texto dedicado a eso, es un texto dedicado a lo Real, lo Real como imposible. Nuevamente aquí la fórmula pero aquí aprovechamos para explicitar otra dimensión, lo imposible no sólo de inscribir, no sólo de escribir, sino lo imposible de abordar por el saber, y así nos reencontramos con Das Unerkannte: lo incognoscible. Lo imposible de abordar por el saber, no tanto el saber del conocimiento sino fundamentalmente lo imposible de abordar por el saber inconciente. Las asociaciones del sueño, productoras de significantes, no pueden producir significante que aborde, alcance, inscriba ese Real, por lo tanto, ese imposible.
Se puede llegar a cernirlo, se puede llegar a tocarlo en un momento puntual, pero evanescente; lo que no se puede, diría con Freud, es domeñar ese imposible, usando la palabra -según la traducción castellana- que Freud usa en "Análisis terminable e interminable", para decir aquello de lo que uno no se puede adueñar en un análisis y que, al hacer que el síntoma vuelva a insistir, puede llegar a pensarse como interminable. Aquí el factor cuantitativo, también trabajado en ese texto, es fundamental para explicar ese algo que se zafa del dominio del proceso primario, que provoca la insistencia sintomática, y que coayuda a la interminabilidad del análisis, junto a lo explicitado por Freud en relación a la roca viva del complejo de castración. Hay algo en juego al final del análisis que se relaciona con un imposible. Y esa es una de las vías que propone Lacan para abordar la cuestión del fin de análisis. Se trata de pensar la roca viva de la castración en relación a un imposible, que es lo Real, y que guarda con la castración una relación compleja e importante en la cual no entraremos hoy.
Y aquí hay otro punto interesante. La idea de interminable deviene del término alemán "unendliche" que también es legible como "infinito". Lacan, de hecho, propone modificar en este sentido la traducción del nombre de este trabajo.
Y, de este modo, al pasar de lo interminable -como cronología- a la idea de infinito, abre el camino a lo que en la teoría de los números reales propone como noción de límite. El límite es un número al cual una función se acerca infinitamente sin que se llegue nunca a alcanzarlo, porque en lo números reales se da la propiedad de que entre dos números cualesquiera hay infinitos números intermedios.
Así, el fin del análisis debiera entenderse como el límite hacia el cual el análisis tiende a aproximarse infinitamente, sin alcanzarlo nunca. He aquí una nueva perspectiva de lo Real como imposible, esta vez apoyada en una homonimia que creo que no es casual. Real como categoría de la matemática y Real como categoría del psicoanálisis. He aquí un ejemplo de cómo las matemáticas nos permiten pensar una cuestión fundamental del psicoanálisis. También podemos ver aquí, aunque sea en forma de esbozo, lo que Lacan propone para formalizar el camino del psicoanálisis.
El registro del que todavía no hablamos es el de lo Imaginario. Este registro está muy vilipendiado, muy maltratado, porque es el registro en el que nuestra intuición nos presenta engañosamente, por lo general, nuestra vida y realidad cotidianas. También es el registro en el que el psicoanálisis post-freudiano se extravió en buena medida, por no haberlo deslindado y situado en su lugar en la estructura. Lo Imaginario corresponde a lo preconciente-conciente, al sentido, al significado de las palabras, a los afectos, al narcisismo, al yo, al placer-displacer, etc. También la agresividad es una dimensión que se sitúa en este registro, que es importante destacar por el lugar que asumió su tratamiento en algunas concepciones del análisis profundamente desviadas en este punto.
Aquí nos encontramos con la situación paradojal de que es un registro que hace de pantalla con respecto a los lugares fundantes de la estructura, que entrampa al sujeto en relación a la verdad del inconciente pero, no obstante, también forma parte de la estructura y es uno de los tres registros que dan cuenta de ella.
Como decíamos, el yo se inscribe fundamentalmente en este registro. El yo como desconocimiento del inconciente. Y también el yo en tanto propone la ilusión de autonomía, o sea, la ilusión de que el sujeto es el yo y de que el yo se funda a sí mismo.
La enumeración de cuestiones vinculadas a este registro sugiere las fuentes freudianas en juego pero quiero destacar dos textos "Introducción del narcisismo" y "Pulsiones y sus vicisitudes", en este último la pulsión sexual total y las reversiones del amor y del odio.
Lo imaginario tiene que ver con un tipo de estructura para la cual podemos usar el término "estructura" siempre y cuando se lo especifique con el sentido que da al término la concepción gestaltista de la percepción.
Hay conceptos de estructura que son realmente diferentes. El concepto de estructura gestaltista plantea, básicamente, una lógica de la continuidad, una lógica, por así decirlo, de la plasticidad, de la metamorfosis. Se trata del pasaje continuo de estados que no son recuperables, en el sentido de reconstruibles luego de producida la transformación. Pero no en el sentido de lo Real perdido, que es inabordable, sino en el sentido de eso que se nos presenta y se pierde en la percepción.
Les recuerdo que las concepciones de la teoría de la Gestalt y la idea de estructura totalizante que proponía era una especie de bandera de progreso teórico, por lo menos en la Argentina, para entender lo psíquico, y no sólo en el terreno de la psicología general sino también en ciertas corrientes psicoanalíticas. Se planteaba la idea de la totalidad como principio. Un todo que es más que la suma de las partes. Incluso un todo del cual las partes sólo resultan del forzamiento de una conceptualización. Lo realmente importante era la integración armónica del todo, aún para la idea de la cura psicoanalítica.
Esa lógica de la continuidad y de la integración de la totalidad no es la lógica del inconciente, ya que la lógica que corresponde a la estructura del inconciente es una lógica discontinua. Es una lógica de elementos discretos, discontinuos, implicados en operaciones regidas por determinadas leyes. Es una estructura con elementos y con leyes que rigen operaciones en las que entran en juego esos elementos. Esos elementos no pierden su condición por integrar totalidades, como lo concebían los gestaltistas, y las transformaciones en juego, fruto de operaciones inconcientes, no producen totalidades, sino nuevos elementos. La producción significante produce nuevos significantes. Tan discretos y continuos como los anteriores.
Sin embargo, la estructura del inconciente tampoco es la estructura de los estructuralistas. Porque si bien comparte con ella la idea del elemento discontinuo y la operación o relación entre los elementos, la estructura del inconciente plantea una falta o carencia de elemento en el centro del sistema. O sea que es un elemento que, como tal, es pura carencia, exterior al sistema y, sin embargo, central y esencial al mismo tiempo. La estructura de Lacan no es la estructura del estructuralismo porque la falta es el eje de su sistema.
¿Es esta concepción de Lacan, de la estructura del inconciente con la falta como núcleo, una concepción freudiana?. Pensamos que sí y aquí se advierte, tal vez, en el punto más importante, por qué decimos que Lacan construye la lógica freudiana del inconciente. Lacan extrae el concepto de falta del complejo de castración, donde la falta aparece imaginarizada para el sujeto y para la clínica aparece en forma de cuento o de mito -si se prefiere-. Lacan desgaja la falta y le da una categoría lógica y formal, ubicándola en el centro del sistema inconciente, como motor de la producción inconciente, como motor del trabajo de lo inconciente en su producción de representaciones inconcientes o significantes. Esto implica un trabajo teórico de articular textos como aquellos relativos al Complejo de Edipo y castración, con otros como el "Proyecto...", el capítulo siete de "La interpretación de los sueños" y "Más allá del principio del placer". Implica también, por lo tanto, una reformulación consistente en la teoría de la repetición que se hace equivalente a la producción del inconciente. Es una lectura de Freud que descubre en la trama de su texto elementos dispersos que configuran la lógica que rige la estructura del inconciente freudiano.
Hay otra estructura, respecto de la cual diré que no sé si se puede llamar estructura, que es aquella que tiene que ver con lo Real. Ya que si bien podemos llamarla estructura lo hacemos extendiendo el alcance del término estructura excesivamente. Y un concepto excesivamente extendido pierde potencia teórica. Hecha la salvedad, usémoslo.
Esta estructura de lo Real, sería algo así como un bloque. A diferencia de la estructura de lo Imaginario y de los desplazamientos y la discontinuidad de lo Simbólico, la estructura de lo Real es del orden de lo fijo, del orden de lo inmóvil. Es del orden de lo que no plantea diferencias. No hay continuidad ni discontinuidad, hay fijeza, hay bloque. Esto es muy importante de destacar. Mientras que lo que es del orden de lo Simbólico plantea, fundamentalmente, la definición de sus elementos por su diferencia con los otros; lo que es del orden de lo Real, plantea que la diferencia no está. En lo Real no hay diferencia. Y si en algún momento puede aparecer alguna diferencia en lo Real es porque lo Simbólico la instaura. Se puede decir, en otros términos, que a lo Real nada le falta. Es lo Simbólico lo que introducirá la falta en lo Real.
Lo Real se presenta, entones, en bloque, compacto, fijo, detenido y detentor. Como algo que detiene el movimiento. Como obstáculo. Y –esto es muy importante- como algo exterior, pero a la vez lo más íntimo, a la estructura y la experiencia del sujeto.
Antes de proseguir quisiera dibujarles algo que, en realidad, no es totalmente fiel como dibujo a lo que quiere representar. Seguramente ya lo habrán escuchado nombrar: es el nudo borromeo.
[GRÁFICO DISPONIBLE EN BIBLIOTECA]....
Lacan lo acuña para dar cuenta de la relación y de la estructura de esos registros de los que hablaba recién. Es el nudo borromeo achatado, aplanado, porque lo pongo en un plano, en este caso representado por el pizarrón. Porque en realidad el nudo borromeo está formado por curvas cerradas que se anudan en el espacio y circunscriben agujeros, pero que no recortan superficies. Se encuentran situadas en el espacio euclidiano y, por lo tanto, no se recortan como se recortan al ser aplanados contra una superficie. Se anudan, no se intersectan. Contra la superficie de un plano esas circunferencias circunscriben superficies, circunscriben campos. Hay algo allí circunscripto, aunque sea un trozo de pizarrón. En cambio, en el espacio solo circunscriben agujeros. Si homologamos el agujero a la falta ustedes pueden advertir cómo esa lógica de la falta vuelve y vuelve a través de las diferentes dimensiones de la teoría. Tal es así, que Lacan plantea que la falta no sólo es una estructura de lo Simbólico. La falta es esencialmente simbólica, pero hay una falta en lo Imaginario y una falta en lo Real.
Hoy no vamos a entrar en la teoría de los nudos y sus desarrollos en psicoanálisis. Pero vamos a marcar que en el nudo borromeo hay una propiedad que hace al anudamiento de los registros. Y es que si se corta una cualquiera de las circunferencias se desanudan las otras dos. Esta vale para cualquiera de ellas. Y esto es la escritura del anudamiento de los registros Real, Simbólico e Imaginario, y es que cada uno anuda a los otros dos. O sea que si se desanuda, por así decirlo, uno de ellos, cualquiera, se desanudan los otros dos. Funcionan los tres anudados. Ahora vamos a pasar a ocuparnos detenidamente del registro de lo Simbólico.
Como dijimos antes se trata de dar cuenta, básicamente, de que el inconciente está estructurado como un lenguaje. Esta formulación es absolutamente congruente y necesaria para dar cuenta del descubrimiento freudiano del inconciente y de su naturaleza. Si Freud no pudo formular esto explícitamente, aunque su clínica se lo exigía, fue porque la ciencia de su época no le aportaba las categorías necesarias para esta formulación. Lacan, que tuvo antes que él al menos a un lingüista: Saussure, y a Freud, él sí pudo formular esta tesis central para el psicoanálisis.
La clínica freudiana, desde el principio, era una clínica textual, era una clínica del discurso, donde el lenguaje se ponía en acto en todos y en cada uno de sus puntos, de su retórica, figuras y leyes. Si se leen los historiales freudianos, desde los que figuran en "Estudios sobre la histeria", así como los cinco historiales escritos posteriormente y titulados como tales (Dora, Juanito, etc.). Si se lee "El chiste y su relación...", "La psicopatología de la vida cotidiana" o "La interpretación de los sueños" se advierte que Freud jamás interpretaba algo que no fuera el discurso y lo hacía al pie de la letra, descifrándolo como un jeroglífico. Freud hacía una clínica del discurso y el lenguaje mediante operaciones que eran también del discurso y del lenguaje, aunque no tenía una disciplina teórica que diera cuenta de la estructura del lenguaje.
La lingüística también se constituye a partir de Saussure alrededor de 1910 y Freud, a esa altura, ya tenía un esbozo de su metapsicología construida. Entonces, ¿cuál era el problema de Freud para construir la teoría del inconciente?. Había descubierto la castración, había descubierto la existencia de partículas elementales del inconciente, que se combinaban según leyes produciendo síntomas, chistes, lapsus y olvidos. Es decir que había descubierto el fundamento de la eficacia del inconciente. Pero no tenía con qué dar cuenta de eso. ¿Qué le ofrecían la ciencia de su tiempo, y la cultura en general, a Freud para dar cuenta de esas partículas elementales, lingüísticas por excelencia?. Le ofrecían nociones y conceptos que si ustedes los piensan un poco, advertirán que no servían para dar cuenta realmente de aquello de lo que se trataba.
Freud denominó de diferentes maneras a la largo de su obra a esas partículas elementales del inconciente, que eran a su vez partículas elementales del discurso de sus pacientes, de sus sueños, chistes, lapsus, desde "neurona" en el "Proyecto", hasta "representante de la representación" –vorstellungsrepräsentanz- en "La represión", pasando por "representación inconciente". Si lo piensan un poco advertirán que se trata de términos paradojales.
¿Cómo puede ser una representación, que es algo esencialmente del orden de una imagen y de una imagen conciente, de orden inconciente?. Inconciente que, en principio, no tiene nada que ver con la imagen. ¿Cómo puede, un concepto que es del orden de la conciencia, dar cuenta de algo que es esencialmente inconciente?. Lo mismo vale para "pensamiento inconciente" o "idea inconciente". De más está aclarar que ninguno de esos términos rozaba siquiera la naturaleza lingüística de la cuestión.
El hecho de que Freud insistiera en buscar nuevos términos para la misma unidad teórica demuestra que ninguno lo conformaba y que ninguno recubría la cuestión teórica en juego. Repasemos someramente la lista. Algunos ya los nombramos: neurona, representación inconciente, pensamiento inconciente, idea inconciente, representante de la representación -vorstellungsrepräsentanz, mal traducido por "representante representativo" precisamente por eso, porque en el inconciente no hay representación, por eso no es representativo ese representante. "Representante pulsional" –este ya me gusta más-, "representante de la representación pulsional", etc. Tuvo que venir Lacan -que, como dijimos, tuvo como antecedentes históricos y lógicos a Freud y a Saussure- para poner en función el concepto de significante que, al mismo tiempo que daba cuenta de todas esas dimensiones teóricas en juego, zanjaba también la oposición entre pensamiento y lenguaje y, lo que es más importante, pues de eso se trata, daba cuenta de la naturaleza lingüística del inconciente.
Ahora bien, veamos que implica esta tesis de que "el inconciente está estructurado como un lenguaje". Porque puede plantearse un isomorfismo entre el lenguaje y el inconciente pero con un sentido diferente según se entienda que ese isomorfismo deriva de que el inconciente le da su estructura al lenguaje o el lenguaje le da su estructura al inconciente. Es decir, ¿qué es lo fundante?, ¿el lenguaje funda el inconciente o el inconciente funda el lenguaje?. Lacan es tajante al respecto. En una polémica con algunos de sus discípulos que dicen que el inconciente es la condición del lenguaje, Lacan les contesta que no, que es justamente al revés. Que el lenguaje es la condición del inconciente. Y esto se especifica si agregamos, al aforismo "El inconciente está estructurado como un lenguaje", otro aforismo lacaniano "El inconciente es el discurso del Otro". "Otro" que, como Lacan demuestra a lo largo de su obra, precede y antecede lógicamente al sujeto y al inconciente.
Y, en este punto, Lacan vuelve a mostrarse freudiano. Les recuerdo lo que Freud le dijo a Juanito cuando el padre de Juanito, que también era el analista de Juanito –esas cosas que sucedían en la época heroica de los orígenes del psicoanálisis-, lleva a Juanito a ver a Freud. Ustedes saben que Freud había sido el analista de la madre de Juanito. Y le dice a Juanito que antes de que él naciera, él, Freud, ya sabía que alguien como él, con sus características y las cosas que él planteaba iban a advenir.
Como Freud no era mago, sólo había sido el analista de la madre, hay que pensar que había en juego algo de otro orden. Freud intuía -y así se lo transmitía a Juanito, en cierta forma casi mítica, en lo que los mitos tienen de verdadero- esta antecedencia lógica del Otro respecto del sujeto. Esta antecedencia de la madre de Juanito como Otro del lenguaje, respecto del advenimiento de Juanito, es de lo que Freud le habla a Juanito en este punto. Incluso es lo que le posibilita hacerlo.
Incluso aquí podemos advertir el Edipo como estructura que antecede el advenimiento del propio Juanito; entendido el Edipo a partir del entrecruzamiento del deseo de los padres. Deseo portado por el discurso y, por lo tanto, articulado al lenguaje que -como discurso del Otro- antecede al sujeto por venir, excavando y determinando el lugar en el cual se va a constituir el sujeto del inconciente a partir de un hijo biológico.
Aquí se nos hace necesario (para ampliar estas consideraciones acerca del inconciente estructurado como un lenguaje que le antecede lógicamente y que es portado y encarnado por Otro, que se ubica en esa estructura que es el Complejo de Edipo) apelar a otras dos figuras aforísticas. Lacan usa mucho del aforismo para formular y transmitir su teoría. Un aforismo es "la realidad del inconciente es la realidad sexual" y el otro podemos formularlo así: " El ser hablante –parlêtre- habita el lenguaje". De este modo, intentaremos dar cuenta de cómo este registro de lo Simbólico se articula con el cuerpo del psicoanálisis, que es el cuerpo pulsional. Cuerpo pulsional que, por otra parte, no deja de tener que ver con lo Real -en tanto el objeto y el goce están en juego- y con lo imaginario, en tanto la imagen también está en juego.
Un niño nace, con su estructura biológica, que le determina esa prematuración que lo deja en una indefensión radical. Freud la mencionaba en el "Proyecto" hablando de la "Hilflosigkeit". No puede alimentarse, no puede hablar, no puede decir lo que necesita. Voy a ser más extremo, lo que necesita no está acuñado en él. En todo caso, está acuñado en el lenguaje que lo precede y que va a habitar. No sólo nace desprovisto de lo que mencionamos recién, también nace desprovisto de lo que es propiamente la sexualidad humana, en el sentido de la división hombre-mujer. ¿Qué quiero decir con esto?. ¿Que no nace con pene o vagina?. Por supuesto que no. Ustedes saben que, por lo general, los niños nacen con un pene o una vagina. Y también nacen con un cuerpo del que uno sabe que en determinadas circunstancias hay que darle de comer, y brindarle calor y otras atenciones que describiríamos como satisfacer sus necesidades. Pero la indefensión del niño consiste en que mientras no venga el Otro, el Otro del lenguaje, a realizar la acción específica –recuerden el concepto de acción específica que Freud propone en el "Proyecto"- requerida para calmar ese malestar, la necesidad va a quedar insatisfecha.
A lo sumo se producirá eso, que es del orden de lo biológico, que es el llanto, el grito, la acción refleja desorganizada y específica de malestar, que indica que la homeostasis está alterada. Ahora bien, el Otro, encarnado en la madre interviene proveyendo comida, abrigo u otra atención. Pero en ese acto mismo en que esa atención calma el malestar, el Otro acuña con su texto, texto que es el lenguaje, la necesidad de que se trata. Ese texto que así se inscribe desde el lenguaje, la necesidad, como necesidad de comer, de abrigo o de lo que sea, lo hace justamente como acción específica. Es decir que desde la acción específica se produce no sólo la satisfacción de la necesidad sino su misma acuñación como necesidad biológica humana y, por lo tanto, tributaria del lenguaje. Así es, por lo menos, desde el registro del psicoanálisis.
El ser hablante habita el lenguaje y nace inmerso en un baño de lenguaje. Ese baño de lenguaje, que le viene del Otro, pone en juego en la acción específica no sólo lo ya mencionado sino que ese discurso del Otro es un discurso deseante, es un discurso erótico y erógeno y es un discurso pulsional. Por lo cual, el viviente también nace indefenso desde el punto de vista sexual y depende del Otro para constituir su estructura pulsional y su posicionamiento sexual.
Si bien el niño trae un pene y la niña trae una vagina al nacer, en el inconciente, no hay representación de la vagina. Esto Freud lo sostuvo contra la opinión de algunos de sus más preciados discípulos, Jones, por ejemplo, y algunas analistas mujeres. Pero voy más lejos, en el inconciente tampoco hay representación del pene, como tal. O sea, en el inconciente no hay representación de la sexualidad biológica. No hay representación de la sexualidad sexual, esa sexualidad que divide en macho y en hembra. Lo que hay es representación de algo a lo que el pene sirve como significante. Es decir que en el inconciente hay representación del falo. Pero ese falo no es el pene en tanto tal sino algo que el pene significa o, mejor dicho, algo que el pene puede sostener como significante. El falo se inscribe en el inconciente del hombre y de la mujer, si bien la posición que el hombre y la mujer toman respecto de ese significante es diferente, en tanto alcanzan su normativización como hombres y mujeres en esa diferenciación que es, esencialmente, significante y emblemática.
Hombre y Mujer son significantes que sostienen un reparto socialmente sostenible pero que no recubren posiciones inconcientes, salvo parcialmente. En un sentido más radical, el inconciente inscribe, respecto de la función fálica, posiciones diferenciales en relación al goce. Habría posición masculina y posición femenina, por así nombrarlas estadísticamente, pero que no se corresponden con el sexo biológico ni con el posicionamiento social como hombre y mujer. Así es que hay goce masculino y femenino tanto en el hombre como en la mujer, y la homosexualidad es un ejemplo tajante al respecto. A esto se refería Freud apelando para explicarlo a sus tesis sobre la bisexualidad.
En este contexto, el nacer macho o hembra actúa como dato que sirve de referencia al movimiento a través del cual el entrecruzamiento del deseo de los padres -que le llega al sujeto como discurso del Otro y, por lo tanto, articulando el lenguaje- va organizando modos de gozar, que no respetarán demasiado la división biológica de los sexos.
Podemos decir que el inconciente del sujeto es el resultado de un malentendido. Y el malentendido es un término que podemos usar, con Lacan, para nombrar la desarmonía que se produce en el entrecruzamiento de discursos, en el entrecruzamiento de los deseos. El entrecruzamiento del deseo de los padres no es un entrecruzamiento armónico y, por lo tanto, es también del orden del malentendido. Diría que otro modo de decir la castración es decir que no hay armonía en el entrecruzamiento del deseo. Y que el deseo no admite la reciprocidad. En última instancia, se desea en el partenaire algo que está más allá de él y que tampoco va a ser alcanzado en él. Y eso vale para cada uno de los partenaires que entran en la relación sexual.
La sexualidad masculina y la sexualidad femenina son modos de situarse en relación al goce. Pero esos modos de gozar no respetan en su inscripción la división macho-hembra. Y no sólo que no la respetan sino que a veces la toman como dato para transgredirla y de modos complicados. No se goza del sexo porque el macho goza de la hembra y la hembra goza del macho. Se goza del sexo por algo que tiene que ver con la instancia del falo y por algo que tiene que ver con la instancia del objeto.
Ese entrecruzamiento de los deseos buscando en el otro eso que está más allá del otro es, como decíamos, disarmónico. No hay correspondencia ni paralelismo entre el deseo de uno y el deseo del otro. Y más aún, tampoco uno alcanza el objeto, en el sentido radical del término, en el otro, pues el objeto es inalcanzable. Por lo cual, a la inarmonía de los deseos se suma la disarmonía de los fracasos. Sólo hay un cierto alcance del sustituto del objeto que viene a auxiliar al sujeto en su goce a través del fantasma. Pero es un goce bastante pobre en relación al goce buscado.
Cuando se habla de castración se dice que el Otro está en falta, que el Otro no es completo, ni como conjunto de los significantes, ni como Otro del goce. También la castración quiere decir que no se puede alcanzar al Otro que, en esa dimensión, sería el objeto en su vertiente más radical, si lo hubiera. Porque, en realidad, ese objeto como tal no existe, si bien la estructura funciona buscándolo a partir de la misma existencia. Nuevamente, como figura de la castración.
El malentendido que nos llega como discurso del Otro, y a través del cual se juegan las vías concretas por las que el lenguaje es condición del inconciente, es uno de los nombres de la castración.
Es el malentendido -que implica el entrecruzamiento del deseo de los padres, que es constitutivo de la pulsión- lo que va a determinar la realidad sexual del inconciente.
Lo retomamos ahora volviendo al texto freudiano. Freud escribe en sus "Tres ensayos sobre un teoría sexual": hay una sexualidad infantil que en buena medida es pre-genital. También señalamos que esa sexualidad infantil se organiza bajo la primacía genital. Pero, varios años más tarde, en "La organización genital infantil" advierte y explicita su error corrigiéndolo, porque si no se trata de la reproducción, entonces, mal podría tratarse de integrar las pulsiones en una armonía que condujera a la reproducción. Y si no se trata de la reproducción hay que hablar de la primacía fálica y no de primacía genital. Esta declaración, que hace en el artículo recién citado, implica la separación entre sexo y reproducción, así como la del falo en relación al pene en tanto órgano. Vemos así que -para Freud y, por lo tanto, para el psicoanálisis- la reproducción no es para nada de lo que se trata en el sexo y en el goce sexual. Ya en "Tres ensayos ..." al diferenciar genitalidad de sexualidad estaba poniendo de relieve la misma cuestión.
La esencia de la sexualidad, para el psicoanálisis, no es sexual, si por sexual se entiende las estructuras vinculadas a la reproducción. En ese sentido, la sexualidad, para el psicoanálisis, es asexuada. Se trata del sexo definido en función del goce. No hay goce porque hay sexo sino que hay sexo porque hay goce. Jugando con las letras podríamos escribirlo diciendo que es una sexualidad a-sexuada. La "a" nombra al objeto a, que es el nombre que Lacan le da al objeto poniendo de relieve, por lo menos, dos dimensiones teóricas: en una de ellas rescata el concepto freudiano de objeto parcial. En la otra destaca la función del objeto a como objeto del deseo, en tanto objeto inalcanzable. Por lo tanto, sexo a-sexuado quiere decir que el sexo es constituido por la relación a ese objeto como partenaire sexual y no a otro individuo del otro o del mismo sexo, que a lo sumo aporta una parte de su cuerpo para encarnar ese objeto. Y es en relación a ese objeto, así definido, y al falo -con el cual el objeto guarda una relación esencial- que se define el goce sexual como un goce posible.
Al mismo tiempo que decimos que la sexualidad del psicoanálisis es asexual podemos avanzar aún un paso y decir que también es heterosexual, aún en los homosexuales. Se trata de que el sexo pone en juego una discordancia radical con el Otro del sexo, que hace que nunca se lo alcance. Otro sexo, sexo del Otro, nunca es alcanzable. Hay una discordancia fundamental que hace que uno nunca pueda alcanzar al otro sexo, se trate de una relación homosexual u heterosexual en el sentido habitual de la palabra.
"Héteros" es la raíz griega de "heterosexual" y significa precisamente una discordancia fundamental, esa incompatibilidad esencial. Cuando se trata del sexo, este "héteros" nombra esa discordancia esencial entre uno y el Otro.
En ese sentido la sexualidad es asexual y heterosexual. Porque la cuestión no es el sexo biológico sino que la cuestión es el goce. El problema no es cómo del sexo biológico se deriva el goce sino exactamente al revés, la cuestión es cómo del goce finalmente deviene algo que sirve a la reproducción. Y, en ese sentido, yo les decía que un chico nace indefenso no sólo para comer, nace indefenso para reproducirse y, más aún, nace indefenso para gozar. Esa indefensión señalada por Freud, en el terreno donde se acuñara ese malentendido, ese entrecruzamiento inarmónico de deseos, eróticos, pulsionales, gozantes, que van a hacer surgir un inconciente y un sujeto de ese inconciente.
La huella de todo es un surco abierto por el discurso, donde va a funcionar el significante –que no es lo mismo que la palabra, aunque se juega a través de la palabra- acuñando esos deseos, ese malentendido en un cuerpo, un cuerpo que, como lugar de acuñación, es viviente o biológico, y lo va a construir como cuerpo pulsional y se constituirá ahí el inconciente estructurado como un lenguaje. "Como un lenguaje" porque el lenguaje va a ser ahí la marca de lo que antecede a ese sujeto. Eso estará inscripto en el inconciente, las huellas de eso constituirán los significantes, esas partículas elementales para las que Freud no encontraba el término científico adecuado; eso funciona en el inconciente. Por otro lado, como lo expusimos recién, ese inconciente es sexual, quiero decir, ese inconciente tiene una realidad que es sexual, en el sentido que acabamos de definir, en el sentido de que la realidad del inconciente es también el lugar de acuñación de la pulsión, que no va a ser sino el modo en que el significante va a inscribir el deseo y las pulsiones de los padres en el cuerpo.
Por lo tanto, el inconciente está estructurado como un lenguaje que lo precede. Este lenguaje es un lenguaje vivo, es el lenguaje efectivamente hablado, retórico, en un movimiento que fue mal llamado en una época lenguaje natural. Lo que Lacan llama "lalangue" o sea "lalengua", dicho así con el artículo y el sustantivo formando una sola palabra. En lalengua gramática y retórica van juntos. Es un lenguaje en el cual el significante permanentemente produce significación y sentido. Hay en él una permanente producción de significantes y de efectos de significación nuevos por efecto del trabajo esencialmente retórico de la lengua. La polisemia y la ambigüedad no son el lastre del lenguaje y de la lengua -como lo pretende cierto positivismo, lógico o no- sino que son efectos necesarios de ese trabajo retórico de la lengua.
Si sostenemos que hay isomorfismo entre la estructura del lenguaje y la del inconciente, se trata de la estructura del lenguaje de lalengua, de esa lengua que habla sola. Son las leyes de esa lengua las que reconocemos en la estructura del inconciente.
Como hemos dicho, eso se inscribe en un cuerpo dándole el estatuto de cuerpo pulsional. Eso implica algún tipo de relación con lo viviente cuya naturaleza es algo que queda por plantear. Vayamos nuevamente al texto freudiano. En "La represión", Freud plantea que la pulsión se inscribe en el inconciente al ligarse al representante pulsional que, en la teoría freudiana, es el equivalente a la represión inconciente. Esa operación Freud la llama "fijación". La pulsión cobra existencia en el inconciente ligada a la representación inconciente; cuando no está ligada a la representación inconciente la pulsión, como tal, yo diría que no existe, a lo sumo lo que existe en ese caso es algo que se zafa del orden pulsional. Ese algo sería que la energía libre que en "Más allá del principio del placer" Freud plantea como necesitada de ser sometida a una tarea de ligazón, independiente del principio del placer, como un trabajo preliminar para que esa energía libremente móvil pase a funcionar en el proceso primario desplazándose de una a otra representación inconciente, en una movilidad que implica su articulación a su representante psíquico.
Con lo expuesto, estamos diciendo, por un lado, que la pulsión implica su articulación con el significante, o sea que hablo de una dimensión simbólica de la pulsión, que existe en el inconciente a través del representante pulsional. Por otro lado, estoy nombrando una dimensión, hasta podríamos decir un fundamento de la pulsión, que escapa a lo inconciente, que está más allá del principio del placer y del proceso primario, que es algo que tiene que ver con ese real del que todavía mucho no hablamos, que es ese factor cuantitativo, o por lo menos con eso que Freud llamaba factor cuantitativo en "Análisis terminable e interminable", tratando de dar cuenta de eso que hace que no se pueda calcular, en virtud de un análisis que termina exitosamente su recorrido, que no haya más síntomas.
Freud, en "Pulsiones y sus vicisitudes", describe la pulsión con una estructura que implica un movimiento muy parecido al del lenguaje. Voz activa, voz pasiva, movimiento de reversión de lo activo a lo pasivo y viceversa, inversión entre sujeto y objeto, lo cual muestra una gramática de la pulsión. Esa gramática de la pulsión no viene de la nada, viene precisamente de la gramática del lenguaje que por vía del discurso acuña la erogeneidad de los padres, como erogeneidad del Otro en el inconciente del sujeto.
Con esto que hemos dicho hasta ahora contestamos a las preguntas que se nos habían hecho, en especial las referentes al orden Simbólico. También hemos tocado algo referente a lo Real al hablar del goce, de la sexualidad y de la pulsión. Así comenzamos a abordar algunas otras preguntas que surgieron durante el seminario, donde veníamos trabajando el tema de la estructura simbólica del inconciente a través de la teoría del significante. Las preguntas a las que me refiero pueden formularse así: si el Otro funda el inconciente, en particular si el cuerpo pulsional del Otro es la fuente de y el origen de la estructura pulsional, entonces ¿qué relación guarda aquello que es del orden de lo viviente o de lo biológico –si se quiere decirlo así- con la del inconciente?. ¿Qué relación hay entre lo viviente y la pulsión?. ¿Cuál es el estatuto de la libido, de la cantidad y de la energía pulsional postulados por Freud como fundamentos del trabajo de lo Inconciente, en relación a la teoría del significante?. En otros términos, dada la teoría del significante como una conceptualización que apunta a la esencia del inconciente, ¿qué relación guarda con la concepción económica del inconciente?
Abordando estas cuestiones hay que decir, en primer lugar, que eso que Freud llamaba aparato psíquico –no nos gusta demasiado el término, pero puesto que Freud lo propuso usémoslo- trabaja, produce permanentemente significantes a través de las formaciones del inconciente y, como un caso particular y relevante dentro de ellas, produce síntomas. Y si trabaja tiene que haber algo que lo impulsa, que lo mueve.
Para explicar el trabajo del inconciente, Freud apelaba a la energía pulsional o libido. Respetando la definición clásica de energía podría decir que, en realidad, existe una energía psíquica que produce este trabajo. El inconciente no es una estructura estática sino una estructura en movimiento. Más aún, realiza una producción. Hay una dinámica y, por lo tanto, hace falta una energía que sea la causa o, por lo menos, el motor de esa dinámica.
Hasta aquí no hay dificultades. La cuestión surge cuando se trata de pensar cuál es la naturaleza de esa energía pulsional y qué relación guarda con lo viviente. El concepto de energía definida como "la capacidad de producir un trabajo" implica una definición operacional, es decir, la posibilidad de ser cuantificada, medida a través de ciertas operaciones instrumentales y fórmulas matemáticas y, además, la posibilidad de ser manipulada en forma concreta y predictible. Todo ello hace que el concepto de energía, en el campo de la ciencia, tenga un soporte teórico y empírico sólido que funciona con todo su peso cuando se apela a él. Se sabe de qué se está hablando. Pero, sin embargo, la cuestión de su naturaleza no está resuelta, suponiendo que tenga sentido en el dominio de la ciencia hacerse una pregunta al respecto.
La energía no es un chiste para los científicos y como no es un chiste se puede medir. En cambio, la energía puede ser un chiste para los psicoanalistas o, mejor dicho, estar en juego en la estructura del chiste y en sus efectos, pero eso no es cuantificable ni medible. De todos modos, si a mí se me ocurriera un chiste en estos momentos, posiblemente esta exposición se tornaría más liviana y en ello, desde el punto de vista económico freudiano, entrarían en consideración cuestiones vinculadas a la descarga de energía.
Al construir el edificio teórico del psicoanálisis Freud propone el concepto de libido, entendido como energía de la pulsión sexual, para dar cuenta del movimiento del aparato psíquico y apela a la categoría de cantidad como una dimensión esencial de dicho concepto, habla del factor cuantitativo, al cual ya nos hemos referido hoy.
Acerca de la naturaleza sexual de esta energía la clínica psicoanalítica ofrece muchos elementos para situarse. Especialmente la constatación permanente de la relación a la sexualidad de lo que se presenta en la experiencia psicoanalítica, por ejemplo, la condición sexual de las escenas de las fantasías, del contenido de los sueños, de las escenas traumáticas y de los síntomas.
En cambio, lo que resulta más difícil de situar es la noción misma de energía como dimensión pulsional y su ubicación por Freud en relación a la categoría de cantidad. Como hemos dicho, el inconciente se le presentaba a Freud produciendo un trabajo y apeló al modelo de la física, el que la ciencia de su época le ofrecía para pensar la cuestión. Eso le permitió usar la idea de energía como fuerza capaz de producir un trabajo, incluso la categoría de cantidad, pero le faltaba un elemento esencial para ese concepto, la medición.
Entonces, diría que rescatar el concepto de energía que usaba Freud es problemático y plantea algunas cuestiones. En primer lugar, que es un concepto que más que explicativo es descriptivo. O sea, que es un concepto teórico que no explica nada. Por el contrario, exige explicación o, mejor dicho, constata descriptivamente el hecho de que hay trabajo psíquico, pero no le da ninguna explicación sino que sólo propone un nombre para dar cuenta de la cuestión, nombre que importa la categoría de otra disciplina, dejando de lado casi todos los elementos, que le dan la sólida sustentación en su campo de origen, que mencionamos antes. Sólo le queda esa fórmula "capacidad para producir un trabajo", aplicada al trabajo psíquico , pero que sin los otros elementos queda con una mínima base de sustentación.
Al decir "energía pulsional" -que deja muy conformes a los teóricos posfreudianos, que se han dicho freudianos- no se nombra ninguna instancia última que explique el movimiento del aparato psíquico. Por el contrario, del movimiento como trabajo psíquico se deduce la energía como supuesto para dar cuenta de la cuestión. Pero eso no nos dice qué es esa energía y, por lo tanto, no explica más que nominal y tautológicamente ese movimiento psíquico. Ya que se da cuenta del movimiento por la energía pero a ella se la supone por el movimiento.
Esto no vale sólo para los psicoanalistas, vale también para los físicos. Los físicos, que no son ingenuos, siguen pensando en la energía. Más aún, necesitan el concepto pero lo sostienen a partir de la instrumentalidad, cuantificabilidad y operacionalidad del concepto, así como su manipulación en el laboratorio y en la tecnología. Por eso no les alcanza para una teoría de la energía, para explicar la naturaleza de la energía. En ese terreno ya deben entrar en un campo sumamente complicado.
Se advierte entonces la problematicidad del concepto de energía pulsional para dar cuenta del trabajo del inconciente. En nuestro campo no tenemos la medición como definición operacional ni la manipulación como definición instrumental.
Apelar a la energía para explicar el trabajo del inconciente se convierte así en una simple coartada que escatima la cuestión. Pensamos que era razonable para la metapsicología freudiana, pues en la época en que fue formulada no había otra forma de pensar las cuestiones que el inconciente y su clínica planteaban. Así como no se contaba con la categoría del significante –por lo cual no se podía dar cuenta explícitamente de la condición lingüística del inconciente- tampoco estaban dadas las condiciones del saber de la época para explicar de otro modo el trabajo del inconciente. ¿Ofrecerá el saber de esta época un camino al respecto?.
Volviendo a la cuestión de la naturaleza sexual de la energía pulsional. Ustedes conocen la polémica entre Freud y Jung. Jung propuso definirla como interés psíquico en general. Freud fue tajante al respecto y descartó de plano esta posición reafirmando que la libido es una energía de naturaleza sexual.
Para llegar a la idea de una energía de la pulsión sexual como factor cuantitativo tuvo que recorrer un camino de elucidación conceptual que recordaremos brevemente. En un primer momento, identifica la energía con el afecto y la naturaleza sexual de la escena traumática. En un segundo paso deja establecido que la cantidad de energía de la pulsión sexual es una cosa y los afectos como registro cualitativo (placer-displacer) a nivel del sistema preconciente-conciente, de los movimientos de energía pulsional cuantitativos en el inconciente –procesos de carga y descarga-, es otra. Véase al respecto el "Proyecto" y el capítulo 7 de "La interpretación de los sueños". Esto culmina con la formulación explícita, en "Lo inconciente", de que no hay afectos inconcientes. Con lo cual queda en claro que el uso que se le puede dar al concepto de afecto en relación a la pulsión sexual es como sinónimo de carga pulsional o energía, pero que nada tiene que ver con las emociones.
Y ahora, retomando nuestra interrogación, nos preguntamos nuevamente: ¿Qué es esa cantidad que hay en el inconciente?. ¿Qué es eso que hace trabajar al inconciente?. Como lo señalamos antes, Freud dijo que es energía de la pulsión sexual, con lo cual dijo demasiado y explicó poco. Porque si se piensa un poco, no hay razón para pensar que haya una implicación recíproca entre cantidad y sexualidad, entre la energía pulsional como factor cuantitativo y la energía vinculada a la pulsión sexual.
Sin embargo, pensamos que al hablar de la energía de la pulsión sexual especificó esa energía vinculada al sexo y lo hizo bien; algo pasa con el sexo, algo pasa con el goce, que tiene que ver con el trabajo del aparato psíquico y remite a esa noción de energía en tanto hay un trabajo. Pero eso no quiere decir que haya algo, algún quimismo, algún desprendimiento de efluvios energéticos provenientes del cuerpo que explicaría porqué ahí se produce un trabajo y se produce un goce.
Entonces, nos quedamos nuevamente con la pregunta: ¿qué mueve al aparato psíquico?, ¿cómo explicar el trabajo del inconciente?. Y, nuevamente, ¿qué es energía para el psicoanálisis?.
Para abordar la cuestión podemos apelar a un pequeño esquema, a una lógica que daría cuenta de lo que es este movimiento. Por lo menos sería congruente con la noción de energía en el sentido de capacidad de producir un trabajo psíquico. Vamos a tratar de presentarlo de la manera más sencilla, a pesar de que se trata de un tema que tiene sus complicaciones.
Plantearemos un esbozo de esa lógica que en algún lado Lacan llamó Lógica del Significante. Si hay movimiento, si hay trabajo del aparato psíquico, es porque hay una lógica que es la "Lógica del Significante". Esta lógica, que está implícita en el "Proyecto...", que está implícita en "La interpretación de los sueños", Lacan la formaliza como la lógica del significante.
Partamos de un conjunto de elementos, cuatro para simplificar: a, b, c, d, a los cuales llamamos significantes. Forma parte de la definición de significante la siguiente propiedad: "el significante no se significa a sí mismo". Supongamos, además, que estos son todos los significantes que tenemos en el inconciente:
a, b, c, d
Supongamos también que al sistema le es necesario un significante que lo signifique. Más precisamente, le es necesario el significante de todos los significantes que, por definición, no se significan a sí mismos. ¿Cuál será este significante?.
Si tomamos uno cualquiera de los existentes –cosa lógica, dado que en el conjunto del cual partimos están dados todos los significantes- el significante "a", por ejemplo, nos encontramos con la paradoja de que este significante -al asumir la función de ser el significante de todos los significantes- se significa a sí mismo y, por lo tanto, entra en contradicción con la propiedad de no significarse a sí mismo, que le es inherente por su definición de significante.
O sea que tenemos un sistema "completo" -pues en el conjunto están todos los significantes, aún el significante de todos los significantes- pero contradictorio, es decir, "inconsistente", para usar la terminología de Gödel.
Para resolver esta contradicción nos vemos, entonces, precisados a desechar la alternativa de tomar un significante existente en el sistema o conjunto. Para que se cumpla la función del significante de todos los significantes nos hallamos obligados a producir un nuevo significante, llamémosle "e".
a, b, c, d e
Como no está en el conjunto inicial, no se significa a sí mismo y, por lo tanto, en el conjunto no hay contradicción. El sistema es consistente. Pero aquí me encuentro con una nueva dificultad: ahora tengo el sistema consistente pero un significante, precisamente el que cumple la función de ser el significante de todos los significantes, se encuentra por fuera de él. No pertenece al conjunto. Por lo tanto, no tengo un significante de todos los significantes que no se significan a sí mismos. Pues "e" no está significado, por estar fuera del conjunto. Es decir, tenemos un sistema consistente pero incompleto.
Si intentamos resolver esta incompletud, incluyendo al nuevo significante "e" en el conjunto, tengo un nuevo conjunto más amplio, con "e" como uno de sus elementos pero, nuevamente, –como en el conjunto anterior sucedía con "a"- tenemos a "e" como un elemento contradictorio, pues se significa a sí mismo, violando la propiedad de no significarse a sí mismo.
a, b, c, d e
Esto nos obligará a generar un nuevo significante, un significante en más y así, sucesivamente, al infinito.
a, b, c, d e f g .........n
El sistema no podrá dejar de insistir en producir permanentemente un significante más, que cumpla la función de todos los significantes, pero fracasará por las razones antedichas. El sistema oscilará entre la incompletud y la inconsistencia. Y en cada oscilación se verá obligado a generar un nuevo significante más y a ampliar el conjunto de los significantes, en un reiteración al infinito. A este movimiento necesario Lacan lo llama "repetición significante" o "insistencia significante".
Este significante de todos lo significantes que cumple con una función necesaria, en el sentido de la necesariedad de la ley de producción de un nuevo significante en más, es un significante contradictorio. Cumplirá su función fracasando en ser el significante de todos los significantes que no se significan a sí mismo.
Así, este significante -problemático pero central a la teoría- impide, al tiempo que insiste, que se genere un sistema de falta.
Esta lógica de la falta o lógica de la carencia, que se bate entre la incompletud y la inconsistencia, es la lógica del inconciente. Es ella la que explica la producción del inconciente como producción de un significante en más para alcanzar el todo, como conjunto de todos los significantes, en una insistencia y en un fracaso que nos permite decir "no hay universo del discurso". En otra vertiente teórica que –aunque no es evidente a partir de lo expuesto- no vamos a desarrollar ahora y que implica vincular esta lógica al objeto a, se demuestra la realidad sexual de este movimiento. En esta vertiente este fracaso se podrá decir: "No hay Otro del goce".
Decíamos que esta lógica del inconciente es un lógica de la falta. ¿Por qué?. En primer lugar, extrae del complejo de castración el concepto mismo de falta y, luego, coloca la falta en el centro de la estructura del inconciente y su funcionamiento como producción. La falta se presenta así en sus dos vertientes: una es la inconsistencia y la otra es la incompletud. Ambas son dos nombres lógicos de la castración, en su función lógica nuclear de falta. Con la peculiaridad de que son disyuntas. O la una o la otra. Y esa disyunción misma es la que obliga permanentemente a elegir entre dos vertientes, en forma alternada y en progresión. El sistema oscila entre la incompletud consistente y la inconsistencia completa, y esa oscilación lo lleva permanentemente a la ampliación del conjunto de los significantes y a la producción de uno más.
En una vertiente o en otra, el Otro, ese Otro que se nos presenta como discurso de los padres y como goce de los padres, ese Otro está en falta. Falta como discurso que no se totaliza en un universo y falta de un goce del Otro como Otro completo. Así la castración hace caer la ilusión infantil de que los padres son consistentes y completos o, más específicamente, la ilusión de que la madre es coherente y completa. La omnipotencia que el niño atribuye a los padres -es decir, al Otro- es justamente esta ilusión que cae por la sencilla razón de que el cuerpo de la madre no es completo, y el niño tiende a completarla, a colmarla, en su función de falo materno, la madre en tanto neurótica no está satisfecha.
Ustedes escucharon hoy el caso de esa mujer que -colmada por el nacimiento del hijo- creía estar completa y, sin embargo, no podía tolerar permanecer en su casa. "Al fin pude salir" dice aliviada en un momento determinado. Ella ya era toda, tenía eso que la completaba, pero la inconsistencia la horadaba, había algo inarmónico, algo que no funcionaba y ella registraba como un malestar, como angustia, paradojal dentro de su estado de satisfacción colmada. Y en el momento en que ella decide salir de su casa, y romper con esa inconsistencia que se le presentaba como inarmonía, se descompleta. Dos modos de aparición de la falta que la paciente intenta recubrir en la pasión de transferencia con esa pelea transferencial relatada hoy.
Si definiéramos al Otro como universo o como conjunto completo y consistente de todos los significantes lo tendríamos que escribir así: A. Pero Lacan lo escribe de esta manera: A, es decir, lo tacha, lo barra, con lo cual está escribiendo que el Otro está en falta, o es incompleto o es inconsistente. El falo simbólico: f . El significante unario o rasgo unario: S1. El significante de la falta en el Otro: S ( A). A pesar de que no se recubren completamente en sus funciones teóricas, sí lo hacen al menos en esta: nombrar al significante contradictorio y problemático que falla e insiste en ser el significante de todos los significantes, a la vez que el significante de la falta.
Este significante en más -que opera la incompletud o la inconsistencia, al tiempo que trata de resolverlas- es el resultado de una operación lógica con la falta como operador y causa. Se trata de la producción del inconciente a partir de la falta.
Esto y la teoría de la castración llevadas a sus últimas consecuencias, es lo mismo. Se trata de demostrar en este punto que el inconciente no necesita de una sustancialización energética, de una energía tomada como una cosa sustancial para dar cuenta de su trabajo. No es necesario. Para ello basta con recurrir a esta lógica que estructura su movimiento, que es una lógica que encuentra su correlato en la clínica, que es una lógica de la castración.
Si el Otro está en falta es porque el hijo no es el falo de la madre, punto nodal de la castración, de la represión primaria, y si esa falta se va a acuñar en el inconciente fundándolo y fundando su movimiento, toda la producción del inconciente va a estar destinada a generar el significante que encarne al significante de esa falta, y al mismo tiempo esa producción va a intentar recuperar esa incompletud perdida. Camino de retorno hacia un todo que, por ser perdido, nunca se va a lograr. Se trata de la recuperación del objeto radical y primordialmente perdido, pero que no está perdido por el mito teórico freudiano de la prohibición del incesto que lo propone, sino porque hay algo en la propia estructura que la prohibición del incesto duplica y metaforiza atenuándolo.
No es cierto que no se pueda completar a la madre porque el padre lo prohibe, ese es el mito que recubre la dimensión estructural, que es que cuando aún el chico estuviera inmensamente inmerso en el cuerpo de la madre, tampoco habría alcanzado el objeto, ni el objeto habría estado totalizado, pleno, y el incesto realizado. Al límite el objeto no existe, ni siquiera si una madre totalizada se pudiera ofrecer como modelo a ese lugar. Por eso, esa dimensión héteros, esa dimensión de heterogeneidad radical está allí en función.
Haciendo un rápido cortocircuito, diremos que ese objeto perdido, imposible de alcanzar, ese incesto que más allá de perdido es imposible, es un modo de presentar lo Real. Y, en esta lógica del significante, es el agujero en lo Real, la falta en lo Real la que aparece funcionando en lo Simbólico como causa de su producción. Pero lo Real tiene otros capítulos cuya vinculación con éste no abordaremos hoy, que tienen que ver, entre otras cosas, con el goce.
En verdad, no hemos tenido tiempo de demostrar el carácter freudiano de esta lógica del significante, pero podemos mencionar algunas referencias que sostienen esa demostración: el "Proyecto", en especial las conceptualizaciones sobre el complejo del semejante, la vivencia de satisfacción, la cosa, los capítulos dedicados al juicio y al pensamiento. "La interpretación de los sueños", capítulo 7, las consideraciones sobre el deseo en general y, en particular, como tendencia de recarga de las huellas mnémicas de la primera experiencia de satisfacción. "Más allá del principio del placer", con la teorización sobre el sueño traumático y sus implicaciones en relación a todo el aparato psíquico, el juego del fort-da, el concepto de repetición y el de ligazón como primer trabajo del aparato psíquico. Todo ello en una lectura articulada a los textos llamados "metapsicológicos", de 1915-1917, y a los textos sobre el complejo de castración, de donde se extrae la noción de falta como estructura lógica central.
Creo que dadas las referencias, podemos dar por concluida nuestra conferencia de hoy.
Preguntas
P: .......
V. I.: En todo caso lo Simbólico agujerea lo Real. Recuerden lo que decíamos al principio: lo Real se presenta precisamente como compacto; si se pudiera hablar de un Real puro. En verdad, lo Real puro es una categoría mítica en tanto que se trata de seres hablantes. Nosotros hablamos desde el nudo, desde el anudamiento de los tres registros. Se podría pensar en un real pleno y puro, si uno pudiera encontrar un incesto efectivamente realizado; pero no en el sentido de acostarse con la madre, que es en cierta forma una versión atenuada y desplazada, sino un incesto en el sentido más radical del término, que sería la completa, entera y compacta fusión del hijo con la madre, en encuentro y fusión con el objeto primordial. En ese sentido, el incesto no existe. Y si existiera, de él no habría modo de salir. Si se postula el incesto como una categoría teórica necesaria para explicar el funcionamiento de las estructuras del psicoanálisis, es en tanto que el inconciente busca alcanzar ese imposible, que es el goce de un incesto inexistente.
Lo Real es una categoría límite, que nombra, sin embargo, algo que es íntimo a la clínica, no es sólo un categoría teórica, es algo que está en el núcleo de la clínica. Recién mencionabas la castración, que tiene que ver con lo Real pero tiene que ver con algo de lo Real que no recubre ese registro, que es el agujero en lo Real. Agujero producido por lo Simbólico. Lo Real en sí no se mueve de su lugar. Lacan decía de lo Real, que es lo que vuelve al mismo lugar. Y si se sale de ese retorno al mismo lugar, si hay un cambio de posición, si hay repetición como producción de algo nuevo es por la falta que introduce lo simbólico en lo Real.
P: Lo Real desde lo Imaginario
V. I.: Necesitamos de lo Imaginario para representarnos ese Real. Hoy se formuló una pregunta acerca de la estructura, la topología y la metáfora. Retomando esa pregunta diría que hay dos modos de abordar lo Real, uno es por la vía del mito y otra vía es con las letras de la lógica, del matema, de la escritura. El mito implica una estructura simbólica que imaginariza lo Real.
Tomemos un ejemplo para dar cuenta de la imposibilidad de alcanzar el objeto perdido o, directamente, de alcanzar un objeto que no existe. Freud propuso una vía que, por otra parte, se le presentó así, clínicamente. Y es por la prohibición del incesto. Y aquí el mito interviene doblemente. Por un lado, el mito de Edipo y el de Tótem y tabú dan cuenta de la ley de la prohibición del incesto: no te acostarás con tu madre. Por el otro, la ley de prohibición del incesto es una cierta forma mítica de dar cuenta de una imposibilidad y de una in-existencia estructural. No es que no se alcance el objeto porque está perdido, porque el incesto está prohibido. Eso es una versión, si se quiere decirlo así, defensiva y amortiguada de algo más radical y es que el incesto está prohibido para ocultar que no existe. No se puede alcanzar el objeto: una imposibilidad estructural. Y más radicalmente, no hay objeto: una inexistencia estructural. Es esto que míticamente la ley de prohibición del incesto recubre con un manto piadoso. Porque es más insoportable captar la inexistencia del objeto que pensar que no se alcanza porque está prohibido.
El incesto es un mito, un mito teórico, necesario para el psicoanálisis, pero es un mito. Que el hijo sea una sola cosa con la madre, un hijo mítico y una madre mítica; porque si la madre engendró un hijo, en principio, tendremos que pensar que algo se movió ahí, que no era verdaderamente pleno ese real que aparece como posibilidad incestuosa.
Tu otra pregunta era acerca de qué otro modo hay de definir lo Real. Definiciones de lo Real hay diversas. Por ejemplo si se toma el incognoscible kantiano, el noumeno –esa dimensión absolutamente inaccesible a las categorías que Kant planteó- sería tentador decir que allí se encuentra el Real lacaniano, pero no es así, aunque se acerca en tanto se trata de una imposibilidad. Pero, y aquí la diferencia, es un imposible que nos deja tranquilos. Más aún, si Kant no lo formulara no tendríamos la más mínima necesidad de encontrarnos con él. Por otro lado, él tampoco saldría a nuestro encuentro. En cambio el imposible de lo Real es un imposible que no nos deja vivir en paz. Es un imposible que, al mejor modo de la histérica, por un lado se nos presenta como inalcanzable y, por el otro, no nos deja tranquilos, nos pide, nos exige, nos demanda que se lo alcance. Insiste en su exigencia de ser alcanzado. Lacan agregó a su definición, de lo Real como imposible, una especificación que remarca esta insistencia. Lacan dice que lo Real es lo que no cesa de no escribirse.
Es un imposible que nos trabaja, que nos obliga a gozar, aunque sea a través de un síntoma. Un goce que, si bien no es el goce inalcanzable, que como goce del Otro es inexistente, ese goce alcanzable a través del síntoma es un punto de contacto contingente con lo Real. Aquí ya advertimos el otro modo de cernir lo Real, que no es por la vía del mito, sino de la escritura de la lógica. Imposible y contingente, son dos categorías de la Lógica Nodal. Lacan define lo imposible –ya lo mencioné- como "lo que no cesa de no escribirse" y a lo contingente –lo referido a ese goce alcanzable- como lo que "cesa de no escribirse".
Reiterando, entonces, lo imposible de lo Real, no es algo imposible y punto. Es un imposible que insiste, la fórmula "no cesa de no escribirse" señala este aspecto. Intenta escribirse en el inconciente y fracasa, insiste y vuelve a fracasar, típico del sueño traumático y del trauma en general. "Más allá del principio del placer" no sólo es el nombre de un escrito, es un nombre de lo Real. Trauma, factor cuantitativo, también son nombres de lo real. Otro modo de nombrar lo Real es decir que lo Real "ex-iste". Escrito así "ex-iste" que viene de ex-sístere que quiere decir en latín: estar afuera. Estar afuera de la dimensión simbólica del inconciente. Eso que Freud decía cuando hablaba del ombligo del sueño, como lo recordamos hoy.
La angustia es un modo de aparición de lo Real en la clínica. También lo es la Reacción terapéutica negativa. Freud la definió desde varios lugares. Uno de ellos es donde Freud la plantea desde la pulsión de muerte que es en "Análisis terminable e interminable". La pulsión de muerte tiene que ver con lo simbólico, por ejemplo en la repetición, pero también tiene que ver con lo Real, especialmente donde Freud la define como muda, como algo que trabaja silenciosamente. Otro lugar para situar la reacción terapéutica negativa es en relación al goce del síntoma, porque hay un goce en juego, y esta es la razón fundamental para la resistencia. La Reacción terapéutica negativa se produce porque hay, entre otras cosas, un goce masoquista en juego. Esto está tratado por Freud en "El problema económico del masoquismo".
P: Para la física, "energía" es un concepto que pone en juego la medición. ¿Para la teoría psicoanalítica, energía tendría que ser pensada más como una noción que como un concepto?
V. I.: Podría ser si se entiende que el concepto propone una precisión mayor que la noción, que es más vaga e indeterminada. En ese sentido, uno podría tomar la energía como una noción del psicoanálisis. Lo que ocurre es que Freud hablaba de conceptos y, sin embargo, les reconocía un cierto grado de indeterminación. Te recuerdo el párrafo que está al comienzo de "Pulsiones y sus vicisitudes", donde Freud dice algo que es crucial para poder conceptualizar y teorizar en psicoanálisis, propone conservar los conceptos con cierta indeterminación y apertura, al decir que el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco las definiciones, porque la experiencia no se compadece con la fijeza de los conceptos. Dice eso y a partir de allí usa el concepto de pulsión y desarrolla tranquilamente la teoría de las pulsiones.
Se puede hablar de drang -empuje-, de fuente, pero diciendo que los conceptos está abiertos. Y eso es lo que los posfreudianos no supieron entender. Se aferraron a los conceptos de Freud e hicieron una escolástica freudiana, porque no se atrevieron a trabajar, horadar, desplegar las posibilidades que esa indeterminación de los conceptos ofrecía.
Hay un texto brillante de Lacan que se llama "Posición del Inconciente". Presenta allí una teoría absolutamente freudiana de la pulsión y de otras cuestiones vinculadas a ella, con una precisión y refinamiento de los conceptos de Freud relativos a la pulsión, verdaderamente notables. En particular, es interesante una nota al pie, donde propone usar la teoría electromagnética, a partir de las formulaciones de un físico llamado Stokes, para explicar cómo sería la energía pulsional en tanto constante. Esto tiene su importancia porque, a diferencia de la energía de los estímulos externos, para Freud la energía pulsional representa un flujo constante.
Freud deja los conceptos como caminos abiertos, los posfreudianos se quedaron siendo freudianos en el peor sentido del término, no fueron fieles a Freud sino a una escolástica superficial y de mala lectura del texto de Freud.
Lacan, por el contrario, toma la invitación que esa indeterminación de los conceptos propone e inaugura ese retorno a Freud, trabajando sus conceptos, debatiéndolos con Freud y usando la lógica, la lingüística, las matemáticas, la literatura, la filosofía, y hasta la física, para trabajar sobre estos conceptos, haciéndose acreedor del adjetivo de "freudiano".
P: Reflexione sobre lo Real en la demanda, el significante mujer en la transferencia y en el complejo de Edipo como fantasma.
V. I.: Son preguntas que me llevan a una reflexión muy amplia, tomaría una de ellas, pues sino tendría que aburrirlos un rato más.
¿Es el complejo de Edipo un fantasma?. Diría: depende lo que se entiende por complejo de Edipo y lo que se entienda por fantasma. El complejo de Edipo puede ser un mito, una estructura, hasta puedo convertirlo en una escritura lógica. Dentro del complejo de Edipo se puede plantear un recorte y aislar un fantasma en juego en la estructura edípica del sujeto. También puedo situar en el complejo de Edipo parámetros que me permiten entender la organización de un fantasma que está en juego en el goce del sujeto. Podríamos ir más lejos y situar en relación al Edipo toda la estructura fantasmática del sujeto. Ahora bien, tomar al complejo de Edipo en sí como fantasma sería extender excesivamente el concepto de fantasma y hacerle perder especificidad y potencia teórica. En todo caso, el goce en juego en el Edipo se puede cernir en la estructura del fantasma. Yendo más lejos, una de las cosas con las que se encuentra un análisis, luego de un despliegue suficiente para ello, es la construcción de los fantasmas últimos donde está fijado el sujeto en el goce edípico, incestuoso, que es el que le ofrece la resistencia más pesada, y que puede constituirse como una fuente de la reacción Terapéutica Negativa.
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