Por Lucas Boxaca
Existe en la consulta cotidiana un número de pacientes hombres cuya presentación está centrada en la puesta en juicio de su elección de la pareja en el amor. La persistencia y modalidad de despliegue en la escena transferencial de este juicio, nos lleva a pensarla en función de unos resortes particulares. El paciente se ha entregado a la pasión de vivir un amor tormentoso, donde el erotismo y la ira se combinan.
Estos casos, los pasionales, son los que privilegiadamente ponen en cuestión el lugar que ocupa el analista en la transferencia. A su vez, presentan un enigma que podría llevarnos a repensar la vieja categoría de carácter y volverla clínicamente operativa. En definitiva, se trata de casos que nos interpelan, nos exigen que reconsideremos nuestra posición en la cura y nos llevan a revisar nuestras categorías conceptuales. ¿Qué estructura tiene el fenómeno pasional? ¿Por qué se presenta y cómo operar con él en el dispositivo analítico?
Hace algunos años Fabio consulta luego de que su novia lo dejara. El primer tramo del tratamiento transitó en función de sobrellevar los efectos melancolizantes que había tenido sobre él una ruptura amorosa. Llevó esto a ir circunscribiendo la historia de la propia familia y el lugar de exclusión en el que él había quedado a posteriori del divorcio de sus padres, fundamentalmente a raíz de las parejas que su madre había formado.
“Sentía que estaba de más”, uno de ellos lo maltrataba especialmente y lo sometía a humillaciones públicas que lo decidieron a mudarse con su padre, a los 9 años, mediando una escena en la que desafía a su madre con un “O él o yo”. Va circunscribiendo los distintos momentos en los que se siente un “cachivache” olvidado que nadie quiere.
Se trata de un resumen acotado de un análisis extenso, pero la idea es circunscribir un momento clínico particular, de empuje pasional, en la vida del analizante y en la escena transferencial.
Luego de atravesar el duelo por la ruptura amorosa vuelve al ruedo y forma distintas parejas que terminan abruptamente, porque encuentra que esas mujeres tienen algo criticable. Luego de muchas idas y vueltas, comienza un período novedoso en el que no está en pareja y puede estar solo, sin el característico sentimiento de desolación que presentaba cuando terminaba sus relaciones.
Contrariamente a sus objetivos, de buscar una relación menos conflictiva, se “engancha” con una chica que está en pareja. La situación es más compleja aún, el novio de esta chica está internado en una institución por abuso de sustancias. Fabio pasa a quedar a la espera de que ella deje a su novio. De variadas formas revisa el estado de la relación de los novios, a través de las redes sociales. “Dice que va a estar sola y sale con el otro” expone ante el analista y otros, sometiendo a su consideración si debía soportar esa humillación. Siente que tiene que salvarla, pero ella no deja de hacerle sentir que “está de más”. Junto con la idea de tener que salvarla el enojo comienza a dominar la escena. Se trata aquí de un fragmento un tanto inmanejable para el análisis. Una bronca creciente que no admite elaboración pero que, paradójicamente, se sostiene de la idea de consagrarse a la figura del salvador de la mujer descarriada. Discute con ella por teléfono y se enoja con los amigos que le dicen una y otra vez que esa mujer no es para él. También con el analista por el hecho de que le señala que hay en ese enganche algo extraño, suplementario al amor.
Como puede verse, la posición del analista no era la más conveniente en ese momento. Pienso, entonces, en los enojos que dominan el cuadro y también en la figura de la neurosis de destino, que en rigor se presentan de tal modo que instan al otro a ubicarse en el lugar del que indica, corrige. O sea, como muchos pacientes llevaba la pulsión invocante al fantasma y “se hacen” decir, degradando la voz a la orden y por ende el deseo a la demanda. ¡A veces sin que se diga demasiado!
“Vos pensás que soy un boludo también, como mis amigos. La mina ésta me humilla. Le digo que lo deje pero es más fuerte que ella, ella también piensa que está ahí para salvarlo de la droga. Yo soy cru-fiel”. “¿Y eso?”, se le pregunta. Y a continuación cita mal una canción de Los redonditos de ricota. “Tu perro un perro fiel, con la costumbre de no contentarse con los restos”. “La canción dice cruel, pero están condensados para vos”, se interviene.
“Hacerse decir que ella no te conviene esconde algo que insiste en esa relación. Está la cuestión de sentirse de más, un cachivache. Ser cruelmente fiel pero también fielmente cruel”. Enojado dice: “¿Qué querés que haga? Está con ese falopero y yo no puedo parar de mirar su estado”.
..Se sorprende y recuerda que en la época en que se había ido de su casa a raíz de los maltratos de una de las parejas de su madre volvía para espiar qué estaba haciendo su madre. El tipo también era un “falopero”. No podía entender por qué su madre estaba con ese tipo, aun cuando todos la criticaban, y había permitido que él se fuera en un ataque de furia.
¿Es analizable una pasión? Detengámonos en algunas cuestiones introductorias acerca de la modalidad pasional que presentó este analizante en la escena analítica y en la vida, por cierto. ¿Por qué el enojo y la humillación dominan el cuadro? ¿Puede analizarse la estructura particular que tiene esta modalidad pasional?
En la primera clase del seminario La angustia, Lacan destaca la relación con el Otro que tienen las pasiones, y el error que implicaría intentar encontrar allí algo previo al símbolo. Nos remite entonces al libro segundo de la Retórica de Aristóteles: “Lo mejor que hay sobre las pasiones está atrapado en la red de la retórica”1. Resulta un tanto lejano a la intuición romántica ubicar los afectos lejos de lo visceralmente primitivo y en relación a la palabra, pero la precisión con la que Aristóteles articula esa verdadera ingeniería de las pasiones no deja lugar a dudas en cuanto a esta conexión.
Cada fenómeno al que se refiera en la retórica, pasiones, razonamientos correctos o sofismas van a ser puestos en relación con la palabra que se dirige al Otro, en tanto que allí se escribe acerca de la palabra pronunciada con fines de persuasión. Una de las herramientas descriptas con tal fin es el pathos que se infunde en el oyente para torcer el juicio. Por este motivo Aristóteles se dedica a las pasiones y nos brinda las coordenadas simbólicas precisas en las que se presentan. Aquí, el Otro de la palabra es el que domina el campo. Con Lacan nosotros decimos que el Otro domina el campo del análisis inclusive cuando parece no haber palabra. Por eso podemos utilizar a Aristóteles para entender las pasiones.
¿Qué fomenta la ira que en nuestro analizante se extiende por todos lados, la mujer, sus amigos y el analista mismo de acuerdo a los desarrollos de la retórica?
“La ira es un apetito penoso de venganza por causa de un desprecio manifestado contra uno mismo, sin que hubiera razón para tal desprecio. Acompaña (al iracundo) un cierto placer; y también porque ocupa su tiempo con el pensamiento de la venganza, de modo que la imagen que entonces le surge le inspira un placer semejante al que (se produce) en los sueños.”2
Como decíamos, Aristóteles no atribuye la ira a una esencia interna al ser sino que –está implícito en el planteo– que depende de un “momento de intersubjetividad”, en el que el Otro está presente. La colocación del Otro es muy específica, es sede de un juicio despreciativo con respecto al ser, que aparece visto sin ningún valor. No respeta las reglas en el juego de los reconocimientos y arroja al sujeto a la identificación con el desecho de la escena. Quizá por esto es que la ira sea la pasión que más comúnmente lleve al pasaje al acto.
“La pasión de hacerse…” El modelo pulsional que Lacan alcanza en el Seminario 11 nos permite pensar el modo en que las pasiones se articulan con lo pulsional. En un acto de reducción fenomenal, Lacan define a la pulsión como un movimiento de llamado al Otro en el que se pone en juego un “hacerse”:
“¿No parece como si la pulsión, en esa vuelta al revés que representa su bolsa, al invaginarse a través de la zona erógena, tiene por misión ir en busca de algo que, cada vez, responde en el Otro?”3
La pulsión implica entonces un movimiento de llamado al Otro colocado en determinada posición para albergar el objeto a (por ejemplo, la mirada) alrededor del cual se realizará un recorrido, produciéndose un modo de satisfacción. Es un llamado al Otro que implica un hacerse… ver… cagar… chupar… decir. Es decir que una de las variantes del objeto es colocado, transfundido en el campo del Otro. En la ira se trata de entonces de un “hacerse ver… despreciado”, como un cachivache, yendo al caso.
Esta perspectiva con respecto a las pasiones se opone suponerlas como una satisfacción autista, queda claro que aunque las pasiones del carácter se presenten como una manera de satisfacción separada del Otro, convocan (lo admitimos, aunque de un modo inaparente) al Otro a existir, y sólidamente aunque sea en sus peores versiones. De esta manera, estrategia clínica que este modelo sugiere, tanto para entender el fenómeno pasional como para operar sobre él, es la de devolverle las condiciones estructurales que se tienden a borrar en la auto-atribución yoica ligada a su consolidación como rasgo de carácter. Por ende, resulta útil hacer presente la dimensión del Otro en los fenómenos pasionales, cernir dónde el Otro está colocado de alguna manera; esto ayudada a desarticular con mayor eficacia los obstáculos que las pasiones plantean en la escena del análisis. Asimismo, ubicar el modo en que quizá por alguna razón la transferencia ha ubicado al analista en un lugar de sostén de dicha pasión.
Una pasión es un despertador en tanto que en su intemperancia denuncian la mala colocación del Otro en el sujeto y, por qué no, del Otro en la transferencia. Más allá de que estas palabras tengan el sentido de esclarecer la trampas que la pendiente de la transferencia puede llegar a tender al analista no hay que olvidar que las fases pasionales de la transferencia no son solamente un obstáculo, también nos brindan el servicio de traer a la simbolización modos de satisfacción que de otro modo funcionarían de forma muda. No deja de ser fundamental que se produzca la destitución subjetiva por parte del analista, aunque ésta no pueda plantearse como un a priori, sino que es nuestra postura que ésta deba jugarse en la dinámica misma de un análisis, cuando una pasión, como satisfacción sustitutiva, intenta establecerse en la cura misma.
Para concluir diré que para tratar la compulsión pasional no creo que sea lo más eficaz, en términos de estrategia clínica, borrar la dimensión del Otro en los fenómenos pasionales, aunque el mismo fenómeno pasional aparente hacerlo, sino que al hacer depender ese fenómeno de una configuración intersubjetiva (para desmontarla), podremos desarticular con mayor eficacia los obstáculos que las pasiones plantean en la escena del análisis. Es más, podremos inclusive extraer de estos motores su valor de señalamiento, no solo para el análisis sino para ese Otro del sujeto que necesariamente hay que rectificar antes que declarar su inexistencia tan rápidamente.
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1. Lacan, Jacques: El seminario libro 10: La angustia. P. 23. Buenos Aires, Paidós, 2009.
2. Aristóteles: Retórica, Libro II. Pág. 312, Madrid, Gredos, 1999.
3. Lacan, J., El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 202.
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