jueves, 27 de febrero de 2020

Inscripciones de lo real (2).

Ver Inscripciones de lo real (I).

Como un apartado dentro de los “trastornos sexuales y de la identidad sexual”, la psiquiatría actual agrupa bajo el rótulo de “parafilias” ciertos comportamientos anómalos en el terreno sexual, clasificados a su vez como: sadismo, masoquismo, voyeurismo, exhibicionismo, etc. La ética propia del psicoanálisis nos permite reconocer, más allá de su enumeración, conductas sexuales que acompañan una misma posición subjetiva.

En el marco de la estructura perversa, el desempeño sexual se incluye como una destreza
ligada a un saber; su objetivo: el goce para el Otro. El perverso apunta al goce del Otro
instalado en el lugar del resto; y, desde ese preciso lugar, interroga la dimensión del goce.

Sin perder por ello su condición de sujeto, trastoca la estructura del fantasma para convertirlo en un aparato para obtener goce. El sujeto perverso es un “malandrín”: anoticiado de la disyunción que separa el cuerpo del goce, implementa una maniobra para volverlos a reunir. Maniobra cargada siempre de una intención demostrativa: develar dónde se encuentra el refugio del goce forma parte de su satisfacción.

Lo que el discurso analítico pone así en evidencia para la posición perversa es la conjunción del sujeto con el objeto a. Las diversas especies del objeto le sirven como herramientas de experimentación; mediante esos objetos que escapan a la estructura especular del cuerpo, dedica todos sus esfuerzos a obturar la falta que sanciona la castración del Otro.

El sujeto neurótico por su parte, interroga una y otra vez la frontera que se abre entre saber y goce. El saber en falta es justamente la encrucijada donde se detiene. A diferencia del perverso, el neurótico no se ofrece para que el Otro goce. Si en su acto, toma prestado el fantasma perverso, lo hace con la exclusiva finalidad de sostener su propio deseo.

En su derrotero por el escenario del deseo, el neurótico confunde el saber con el goce del Sujeto supuesto Saber. Y es esto lo que, además de convertirlo en presa fácil del discurso perverso, lo condena al fracaso de la sublimación. Toda creación del arte resulta de cierta agitación en el seno del goce, de cierto giro respecto del saber absoluto, como apuesta para la ganancia de un goce diferente.

Su posición se evidencia igualmente en su modo de abordar el acto sexual. Ocupado con mayor o menor escrupulosidad en verificar la estricta simultaneidad de su goce con el de su partenaire, sus piruetas eróticas se desenvuelven alrededor del ideal del goce del Otro. Tentativa de cálculo anticipado para la satisfacción sexual, no es más que una precaución; un recurso para eludir la confrontación con lo real de que no hay relación sexual.

La travesía de un análisis puede tener como resultado un “sujeto advertido”: advertido de de que el sexo no permite alcanzar al partenaire; de que la condición del acto es la no relación sexual.
***
El lenguaje pone en entredicho la relación sexual. Lo que no quiere decir que venga a taponarla; al contrario, es por vía del lenguaje que esa no relación logra inscribirse.

Ausencia de relación, ausencia de sentido que designa el sexo, hay un goce que la suple: ese efecto real que reconocemos como plus de gozar. Condición de todo goce, su función se encarna en las distintas especies objeto a.

A modo de conclusión, y en correspondencia con la geografía que nos reúne, un breve
poema de Miguel Hernández (1910-1942):

Ausencia en todo veo:
tus ojos la reflejan.
Ausencia en todo escucho:
tu voz a tiempo suena.
Ausencia en todo aspiro:
tu aliento huele a hierba.
Ausencia en todo toco:
tu cuerpo se despuebla.
Ausencia en todo siento:
Ausencia. Ausencia. Ausencia.

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