En su lección inaugural de la cátedra de semiología ligüistica del Collège de France, pronunciada en 1977, Roland Barthes dice que la lengua es fascista, no porque impida decir, sino porque obliga a decir. Lacan lo dirá de otro modo: el hombre está tomado en el lenguaje en un discurso preexistente, lo quiera o no. Capturado más allá del saber que de eso tenga.
El deseo, desde su aparición y desde su origen, se manifiesta en el intervalo, en esa hiancia que separa la articulación de la palabra. Es en ese intervalo y en esa hiancia donde se sitúa la experiencia del deseo, que primero se aprende como deseo del gran Otro, deseo materno, y es allí en su interior donde el sujeto tiene que ubicar su propio deseo. Entonces, en principio el deseo es deseo del Otro.
Ante la presencia primitiva del gran Otro, opaco y oscuro, el sujeto está sin recursos. Está indefenso. La presencia primitiva del deseo del Otro es el fundamento de lo que el análisis ha situado como una experiencia traumática. En el seminario El Deseo y su Interpretación (1958-59) Lacan dice:
El se defiende contra ese desvalimiento, y con ese medio que la experiencia imaginaria de la relación con el otro le da, construye algo que es, a diferencia de la experiencia especular, flexible con el otro. Porque lo que el sujeto refleja, no son simplemente unos juegos de prestancia, no es su oposición al otro en el prestigio y en la finta, es él mismo como sujeto hablante, y es por esto que lo que yo les designo aquí como siendo ese lugar de salida, ese lugar de referencia por donde el deseo va a aprender a situarse, es el fantasma.
Así lo plantea Lacan. También dice:
un fantasma, […] es articulable en estos términos de referencia del sujeto como hablante al otro imaginario.
Entonces, el fantasma es una estructura simbólico imaginaria. Continuamos un poco más con Lacan.
[…] la función del fantasma como función de nivel de acomodación, de situación del deseo del sujeto como tal, y es precisamente por esto que el deseo humano tiene esa propiedad de estar fijado, de estar adaptado, de estar coaptado, no a un objeto, sino siempre esencialmente a un fantasma.
Hasta aquí en seminario El Deseo y su Interpretación. Este punto es importante, porque asociado y adaptado no a un objeto, sino a un fantasma, porque siempre la relación al Otro está mediada por un fantasma. No existe el Otro como objeto, Lacan no lo plantea así. Plantea la relación a un fantasma. El deseo es siempre deseo de otra cosa y:
[…] la situación del deseo está profundamente marcada, fijada, adherida a cierta función del lenguaje, a cierta relación del sujeto con el significante,
En el acto de hablar, Freud nos dice que el sujeto no sabe lo que hace. Dice Lacan:
El sujeto, […] va desde luego mucho más lejos que simplemente su palabra, […] su vida […] en tanto que tal, […] son acciones simbólicas ― […] están sujetas a registro […]
[…]a nivel del acto de la palabra, el código es dado por algo que no es la demanda primitiva, que es cierta relación del sujeto con esta demanda en tanto que el sujeto ha quedado marcado por sus avatares. Es eso que llamamos las formas orales, anales, y otras, de la articulación inconsciente.
O sea, por los tiempos de la pulsión.
La situación del sujeto a nivel del inconsciente, tal como Freud lo articula ― no soy yo, es Freud quien lo articula ― es que él no sabe con qué habla.
No sabe el mensaje de la respuesta que le llega a su demanda. La respuesta es un significante, es el falo, un significante privilegiado. Es el significante de la falta. El deseo es falta. Si el deseo de la madre es el falo, el niño quiere ser el falo para satisfacerla, para completarla. Ubicar la estructura del deseo y la demanda, situar la posición del deseo, solo es posible por la operatoria con el significante. Si nos referimos a la cura, situar el deseo solo es posible con la operatoria con el significante. La clave es la relación del sujeto con el significante para operar en la clínica.
Lacan nos muestra la noción del deseo, indicando que este aparece en cierto número de relaciones, en coordenadas. Nos dice que son interesante reconocerlas, ya que al no hacerlo el pensamiento se desliza siempre, se aferra en haras mal definidas. Y esto trae inconvenientes al analista en su interpretación.
Lacan toma el texto freudiano de "Pegan a un niño" (1919) para mostrarnos a través de los pasos de la fantasía, la estructura del fantasma. Va a tomar esta fantasía que Freud encontró en la clínica para ubicar la estructura del fantasma.
En el texto freudiano, la representación de la fantasía "pegan a un niño" suele aparecer en pacientes neuróticos: histeria o neurosis obsesiva. Es una frase descolgada en relación a lo que se está trabajando en el análisis. Dice Freud:
la fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual. y como tal procura la satisfacción onanista.
La frase descolgada es "se pega a un niño". Es imprecisa y el paciente no puede decir más nada. Solo puede decir que se pega a un niño.
La confesión de esta fantasía sólo sobreviene con titubeos; el recuerdo de su primera aparición es inseguro, una inequívoca resistencia sale al paso de su tratamiento analítico, y la vergüenza y el sentimiento de culpa quizá se movilizan con mayor vigor en este caso que a raíz de parecidas comunicaciones sobre los comienzos recordados de la vida sexual.
Las primeras fantasías de este contenido, llamadas fantasías de paliza, suelen ubicarse antes de la edad escolar. El niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador. Si hubo maltrato en la infancia, no se arma este fantasma, esto plantea Freud en su texto. Dice algo así que no debieron ser pegados con maldad.
Pegan a un niño es una fantasía en relación a un lugar de sometimiento. No es interpretable y se construye en la singularidad de cada cura. Freud quiso averiguar mucho más acerca de estas fantasías tempranas.
Las fantasías de paliza tienen una historia que no es simple. Se constituye finalmente al cierre del Edipo, antes de la latencia. En los tiempos de constitución, se dan cambios en relación a quién es el que pega, a quién es el o los pegados y si el placer es sádico o masoquista. Freud describe 3 momentos de la construcción de la fantasía que se da entre los 2 a los 4 o 5 años. Termina a los 5, al cierre del Edipo.
Para estudiar con mayor facilidad estas mudanzas en las fantasías de paliza, me permitiré circunscribir mis descripciones a las personas del sexo femenino, que por otra parte constituyen la mayoría en mi material.
[…]
La primera fase de las fantasías de paliza en niñas tiene que corresponder, pues, a una época muy temprana de la infancia. En ellas hay algo que permanece asombrosamente indeterminable, como si fuera indiferente. La mezquina noticia que se recibe de las pacientes en la primera comunicación, «Pegan a un niño», parece justificada para esta fantasía. No obstante, hay otra cosa determinable con certeza, y por cierto siempre en el mismo sentido. El niño azotado, en efecto, nunca es el fantaseador; lo regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito, cuando lo hay. Puesto que puede tratarse de un hermano o una hermana, no es posible establecer un vínculo constante entre el sexo del fantaseador y el del azotado. Por tanto, la fantasía seguramente no es masoquista; se la Ihmiaría sádica, iicro no debe olvidarse que el niño fantaseador nunca es el que pega. En cuanto a quién es, en realidad, la persona que pega, no queda claro al comienzo. Sólo puede eumprobarse que no es otro niño, sino un adulto. Esta persona adulta indeterminada se vuelve más tarde reconocible de manera clara y unívoca como el padre (de la niñita). La primera fase de la fantasía de paliza se formula entonces acabadamente mediante el enunciado: «El padre pega al niño».*
Niño lo coloca acá sin determinación de sexo.
Dejo traslucir mucho del contenido que luego pescjuisaremos si digo, en lugar de ello: «El padre pega al niño que yo odio». En verdad podemos vacilar en cuanto a si ya a este grado previo de la posterior fantasía de paliza debe concedérsele el carácter de una «fantasía». Quizá se trate más bii'i) lie recuerdos de esos hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen a raíz de diversas ocasiones; pero estas dudas no tienen importancia alguna.
Entre esta primera fase y la siguiente se consuman grandes trasmudaciones. Es cierto que la persona que pega sigue siendo la misma, el padre, pero el niño azotado ha devenido otro; por lo regular es el niño fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer en alto grado y se ha llenado con un contenido sustantivo cuya derivación nos ocupará más adelante. Entonces, su texto es ahora: «Yo soy azotado por el padre». Tiene un indudable carácter masoquista. Esta segunda fase es, de todas, la más importante y grávida en consecuencias; pero en cierto sentido puede decirse de ella que nunca ha tenido una existencia real. En ningún caso es recordada, nunca ha llegado a devenir conciente. Se trata de una construcción del análisis, mas no por ello es menos necesaria.
O sea que para que aparezca ahí "yo soy azotado", se trata de una construcción en el análisis.
La tercera fase se aproxima de nuevo a la primera. Tiene el texto conocido por la comunicación de; his pacientes.
Es decir, esta versión es la que escuchamos en la clínica.
La persona que pega nunca es la del padre; o bien se la deja indeterminada, como en la primera fase, o es investida de manera típica por un subrogante del padre (maestro). La persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz en la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, las pacientes sólo exteriorizan: «Probablemente yo estoy mirando». En lugar de un solo niño azotado, casi siempre están presentes ahora muchos niños. Con abrumadora frecuencia los azotados (en las fantasías de las niñas) son varoncitos, pero ninguno de ellos resulta familiar individualmente. La situación originaria, simple y monótona, del serazotado puede experimentar las más diversas variaciones y adornos, y el azotar mismo puede ser sustituido por castigos y humillaciones de otra índole.
Vayamos ahora al punto 4.
Si uno prosigue el análisis a través de esas épocas temprunwN ru (|uc se sitúa la fantasía de paliza y desde las cuales se la recuerda, la niña se nos aparece enredada en las excitaciones (le su complejo parental.
La niña pequeña está fijada con ternura al padre, quien inobablemente lo ha hecho todo para ganar su amor, poniendo así el germen de una actitud de odio y competencia hacia la madre, una actitud que subsiste junto a una corriente de dependencia tierna y que puede volverse cada vez más intensa y más nítidamente conciente a medida que pasen los años, o motivar una ligazón amorosa reactiva, hipertrófica, con aquella. Ahora bien, la fantasía de paliza no se anuda a la relación con la madre. Están los otros hijos, de edad apenas mayor o menor, que a uno no le gustan por toda clase de razones, pero principalmente porque debe compartir con ellos el amor de los padres, y a quienes, por eso, uno aparta de sí con toda la salvaje energía que la vida de los sentimientos posee en esos años. Si hay un hermanito menor (como en tres de mis cuatro casos), se lo desprecia además de odiarlo, y encima hay que ver cómo se atrae la cuota de ternura que los padres enceguecidos tienen siempre presta para el más pequeñito. Pronto se comprende que ser azotado, aunque no haga mucho daño, significa una destitución del amor y una humillación. ¡Tantos niños se consideran seguros en el trono que les levanta el inconmovible amor de sus padres, y basta un solo azote para arrojarlos de los cielos de su imaginaria omnipotencia! Por eso es una representación agradable que el padre azote a este niño odiado, sin que interese para nada que se haya visto que le pegaran precisamente a él. Ello quiere decir: «El padre no ama a ese otro niño, me ama sólo a mí».
Vean como Freud la va construyendo.
Este es entonces el contenido y el significado de la fantasía de paliza en su primera fase. Es evidente que la fantasía satisface los celos del niño y que depende de su vida amorosa, pero también recibe vigoroso apoyo de sus intereses egoístas. Por eso es dudoso que se la pueda calificar de puramente «sexual»; pero tampoco nos atrevemos a llamarla «sádica».
Un poco más adelante en el texto, dice:
Los seres humanos que llevan en su interior esa fantasía muestran una particular susceptibilidad e irritabilidad hacia personas a quienes pueden insertar en la serie paterna; es fácil que se hagan afrentar por ellas y así realicen la situación fantaseada, la de ser azotados por el padre, produciéndola en su propio perjuicio y para su sufrimiento.
Por ejemplo en un trabajo, alguien que ocupe ese lugar de autoridad. Ser afrentado por el otro, en este caso, se debe a este fantasma. Esto da una base de cómo el sujeto se relaciona con las figuras de autoridad. Esto no se queda en la infancia, sino que se pone en juego en toda relación con alguien de autoridad.
En el punto 6, Freud hace un breve recorrido.
Resumo los resultados: la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la última se recuerdan como concientes, mientras que la intermedia permanece inconciente. Las dos concientes parecen sádicas; la intermedia —la inconciente— es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotado por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa. En la primera y tercera fantasías, el niño azotado es siempre un otro; en la intermedia, sólo la persona propia; en la tercera —fase conciente— son, en la gran mayoría de los casos, sólo varoncitos los azotados. La persona que pega es desde el comienzo el padre; luego, alguien que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconciente de la fase intermedia tuvo originariamente significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuoso de ser amado por el padre.
O sea, quedaría entre amado y pegado.
Dentro de una conexión al parecer más laxa viene al caso el hecho de que las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía su sexo, fantascántlosc como varoncitos.
Llegamos hasta aquí con el texto de Freud. Sobre este texto, Lacan va a sentar las bases para trabajar el fantasma. Lo seguiremos viendo la próxima vez.
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