domingo, 2 de octubre de 2016

Clínica de la histeria:­ Demanda, deseo, goces. Conceptos, articulaciones y diferencias

Apuntes de la conferencia dictada por Isidoro Vegh el 08/04/2014

Jardín a la francesa. Cuando Lacan comenzó sus seminarios por los años 50 tuvo que empezar por discriminar en lo que se había convertido en el omelette post­freudiano y él dijo “Bueno,señores, voy a hacer jardín a la francesa”. El jardín a la francesa, a diferencia del jardín inglés es el jardín que tiene recortes, simetría, diagramas, es decir, lo contrario a ese omelette con el que él se encontró. Entonces empezó a hacer distinciones. Distingamos primero que hay 3 dimensiones que constituyen al parletre: real, simbólico e imaginario. Que no es lo mismo la necesidad, que la demanda, que el deseo. Que no es lo mismo la frustración, que la privación, que la castración. Que tenemos que volver a definir las estructuras freudianas: neurosis, perversión, psicosis. Y así. Entonces, cuando decidí ponerle a esta charla “Jardín a la francesa” es por lo que les voy a contar lo que sucede en este momento en nuestro tiempo, en nuestro horizonte del psicoanálisis; incluso, específicamente en el psicoanálisis lacaniano.

Vamos a ver, primero: hay una revista de psiquiatría que se llama Vertex. En el último número vino un suplemento donde figura una conferencia sobre un profesor de Cambridge, que es el profesor emérito Germán E. Berrios Y esto sucedió en septiembre del 2012, no hace mucho. ¿Qué nos dice este profesor? En su conferencia dice “El problema, sin embargo, ha sido y es que las epistemologías positivistas que tenemos hoy dentro de la psiquiatría tienden a favorecer las narrativas somatogénicas y a desautorizar las narrativas psicogénicas, es decir, una regresión organicista, que debe encontrar la causa de lo que ellos llaman el trastorno (como en el DSM) psíquico en alguna causa orgánica”. Leo textual “El problema con los residentes de psiquiatría (de Cambridge, EEUU), en este momento y en mi Universidad es que quieren ser mini neurólogos, mini radiólogos, mini genetistas, pero no quieren hablar con el enfermo. Nadie quiere hacer psicopatología ni tratar de desarrollar formas de comprender al enfermo, que es la tarea del psiquiatra: comprender al enfermo de una manera que no sea a través de una retórica exclusiva del lenguaje biológico”. ¿Van advirtiendo cuál es el panorama que nos encontramos? Esto no es solo Cambridge en EEUU, es también en Alemania, en residencias psiquiátricas en Francia, en Inglaterra... Un retorno a la somatogénesis.

He leído en un diario importante de la Argentina, La Nación, pueden encontrar cada 3 o 4 días que sale algún artículo de divulgación científica que dice “En un laboratorio en Suecia se encontró la enzima de la esquizofrenia”. Por supuesto, voy inmediatamente a leerlo, a ver qué es esto. Y dice algo así como que “tal enzima se encontró en el 5% de los esquizofrénicos, pero también en el 5% de las personas que no son esquizofrénicas se encuentra, así que no se puede llegar a ninguna conclusión y se seguirá investigando”.
Pero en el encabezamiento dice “Se encontró” y así esto sucede con el gen de la amistad, el gen de la alegría, de la gordura, de la homosexualidad. Nos quieren convencer de que la  ausa está en algo orgánico, que por supuesto, su correlato es que se necesita una droga que fabrican las grandes multinacionales, que obviamente pagan a esos investigadores y a esos medios que difunden eso que ellos llaman científico. Esto en un panorama lejano, pero veamos algo más cerca nuestro.

Tengo acá un librito que publicó Letra Viva, auspiciado por el psicoanalista francés Allouch. Se publicó un libro llamado “El infrecuentable Michel Foucault” y para Allouch, Foucault ocupa un lugar de relanzamiento superior a lo que dice Lacan. Tenemos ahí, por suerte, publicada una entrevista que le hicieron a Michel Foucault en 1978 y dice así: 

“Creo que el problema placer ­deseo es actualmente un problema importante. Diré esquemáticamente que la medicina y el psicoanálisis se han servido mucho de esa noción de deseo como una especie de instrumento, precisamente, para la puesta en inteligibilidad, para el escalonamiento en términos de normalidad de un placer sexual. Dime cuál es tu deseo y yo quién eres, te diré si estás enfermo o no. Te diré si eres normal o no. Y en consecuencia podré descalificar, o por el contrario, calificar tu placer”

¡Está criticando el concepto de deseo del psicoanálisis! Y dice 

Al utilizar la palabra placer, que al límite no quiere decir nada, que está todavía, me parece, vacía de contenido y virgen de utilización posible, no tomando el placer por otra cosa que un acontecimiento, finalmente, un acontecimiento que se produce, diría, fuera del sujeto o entre 2 sujetos, en algo que no es el cuerpo, ni el alma, ni el interior ni el exterior. ¿No se tiene allí la palabra placer, tratando de reflexionar un poco de esta noción de placer un medio de evitar toda la armadura psicológica y médica que la noción tradicional de deseo llevaría en ella?” 

¿Pero cómo? Tan admirado por nuestro amigo Allouch, psicoanalista de renombre, que lo propone como una superación de Lacan.

Sigamos: tengo acá un libro que se llama “Deseo y Placer”, firmado por el gran filósofo Gilles Deleuze, íntimo amigo de Foucault. Deleuze le dice a Foucault: 

“La última vez que nos vimos, Michel, me dice con mucha gentileza y afección más o menos esto: ‘No puedo soportar la palabra deseo’. 

Es decir, tengan en cuenta que su amigo Michel Foucault le dijo “no puedo soportar la palabra deseo”. “Incluso si ustedes la emplean de otro modo, yo no puedo impedir pensar que ‘deseo = falta’, decir ‘= mann’ [lo está traduciendo del francés en el momento] o que deseo se dice reprimido”. Michel agrega “entonces yo, esto que llamo placer, es lo que tal vez ustedes llaman deseo. Pero de todas formas, tengo necesidad de otra palabra que ‘deseo’. Evidentemente, todavía una vez, es una cosa distinta que una cuestión de palabra, ya que para mí, a mi turno, yo tampoco soporto la palabra ‘placer’. ¿Pero por qué? Porque para mí, deseo no implica ninguna falta. No es tampoco un dato natural”.

¿Qué es lo que no le gusta a Michel Foucault y a Gilles Deleuze? No les gusta la falta. La falta en freudiano se llama castración, a ellos no les gusta la castración. Un profesor de La Sorbona en París (no escuché el nombre), dice que el concepto de deseo es un concepto psicoanalítico triste, porque como el deseo nunca logra totalmente el objeto al cual apunta, lo dejaría siempre en una nostalgia triste. Desear en vano y además, cómo ese deseo tiene que ver con una falta inicial, con algo perdido al comienzo, no hay que quedarse en eso del deseo. Lo dice un filósofo. El socratismo freudiano, que Lacan retoma, es cuando Sócrates está en esa reunión con otros intelectuales y poetas en Atenas y por la sugerencia del médico, se decide que solo comer y beber no tiene gracia, que también había que hablar de algo. Lo ponen a hablar sobre el amor. Cuando le toca a Sócrates, inventa una ficción donde él es interrogado por su maestra en el amor, Diótima. Entonces Diótima le pregunta a Sócrates qué pensaba del amor, que estaba simbolizado en el dios Eros. Sócrates responde que el amor es bello. Ella le pregunta “Cuando tú buscas a alguien y lo amas, ¿lo quieres bello o feo?” Sócrates responde que busca una mujer bella o efebo bello. Ella le pregunta “Cuando uno busca algo, ¿busca algo que tiene, o algo que le falta?”. Sócrates responde que claro, que si ya tiene la belleza, para qué la va a buscar... Ella le pregunta, entonces, cómo puede decir que el amor es bello si el amor no apunta a la belleza. Sócrates, entonces, dice que el amor es feo. Ella le dice qué bruto que es, que cree que la única opción es que el amor sea feo o bello. Ahí sigue la cuestión de la diferencia entre la doxa y la episteme, pero el punto clave que la distinción platónica se diferencia entre el amante y el amado y la posición privilegiada es la del amante. Porque el amante, juega al amor a partir de la falta. Amar, buscar la belleza en el otro, es confesar en acto en lo real que de esa belleza carezco. Amar es poner en juego la incompletud.

Pero ustedes vieron, no les gusta a Foucault ni a Deleuze la falta. Por eso, Deleuze escribió con Guatari El AntiEdipo, donde levantan una posición, que es lo que se llama un vitalismo neo­niezstcheano: el deseo no surge de la falta, como nos enseña Diotima, Sócrates, Freud, Lacan o nuestros pacientes, sino que surge como una fuerza propia de la vida.

Entonces Lacan, que era muy pícaro, escribe una escritura última, que es el nudo borromeo, y pone en el anillo de lo real, vida. ¿Ustedes quieren que pongamos la vida como parte de la estructura? Como no, la pongo. Pero es vida anudada al lenguaje, entonces empezamos con el jardín a la francesa. No buscamos el placer por necesidad, sino que se trata del deseo a partir de una falta. Y esa falta se instaura por el hecho de que estamos enlazados, atravesados, por el lenguaje. Atravesados por el lenguaje, nuestro cuerpo viviente tiene cualidades sustancialmente distintas de cualquier otro viviente. Solo el ser humano está sometido a la ley. ¿A qué ley? No a la ley social, sino a la ley de la prohibición del incesto. Una vez estaba en un congreso y para despertar al auditorio, lo pregunté ¿Por qué no puedo acostarme con mi madre? Cuando era chico se lo pregunté a mi papá y me dijo “Porque de ese modo los chicos salen tarados”. Pero yo después leí de que cuando hay una semilla buena, se la mezcla con la misma cepa, y no salen taradas.

La ley del incesto, que se define en general como que el hijo varón tenga relación con su madre, también es para la hija mujer con su madre, que se da por natural por ser del mismo sexo. En nuestros días habría que aclararlo. ¿Por qué no hay excepción a eso? Porque por el hecho de estar habitados por el lenguaje, nosotros no estamos reducidos a la necesidad. Sin duda que necesitamos comer, necesitamos abrigo, hacer nuestras necesidades. Pero solo el ser humano, para comer, necesita un menú de restaurante. Una vaca come pasto todo el año y no se queja. No sufren de anorexia ni de bulimia. Nosotros comemos lo que nos hace mal, no comemos lo que nos hace bien, comemos de más, comemos de menos. Y hay gente que se deja morir de hambre en algunas depresiones. Es que en el inicio, tesis freudiana, tomada en su lógica y depurada por Lacan, para que haya deseo tiene que haber una falta. Para que yo tenga apetito, tengo que haber perdido la primera fuente de alimento. Lo que se llama el pecho materno. Si no hay esa pérdida, no hay apetito. Y es verdad que cada vez que vaya a un restaurante, detrás de todos los manjares que estoy comiendo, está la búsqueda de ese pecho perdido. Y no la voy a lograr, pero el buen gourmet se levanta con apetito de la mesa, dice el refrán. ¿Es triste? Solo para quien tiene una mala relación con la castración. Se los digo más fuerte: Si esta noche yo cojo con mi mujer y transpiro,se moja la sábana, pero lo paso fenómeno, no voy a salir de eso diciendo “¿Para qué carajo transpiré, desarreglé la cama si dentro de 2 días voy a tener ganas de nuevo..?” ¿Alguno de ustedes razona así? ¿Dejaron de coger por eso? Pero demos un pasito más.

Ustedes saben que los seminarios de Lacan en París están a cargo de quien fuera el yerno de Lacan. Para que lo busquen, en la contratapa de un seminario publicado el año pasado, quien lo presenta, dice que Lacan en los últimos años propone una degradación del deseo para exaltar el valor del goce. Mucha gente lo sigue y repite esto. Entonces dejemos de lado esas cosas ingenuas del ultimísimo Lacan. Bueno, les voy a contar un relato del primerísimo Lacan, que lo tomó de Freud. Lacan, cuando fue a Caracas y poco antes de morir, dijo públicamente que era freudiano. No es peleándose con el padre como uno puede ir más allá del padre, es interrogando al padre. Por eso Lacan dijo que quien lo interrogaba, también sabía leerlo. Entonces los invito a que hagamos un breve recorrido por un texto que conocen: El relato de la Bella Carnicera.

Freud nos cuenta en su texto inaugural, en el cual se produce un antes y un después en la historia del psicoanálisis, en la Interpretación de los Sueños, cuenta que era muy común que pacientes suyos se revelaran contra su afirmación de que los sueños eran una realización de deseos. Y entonces, cuenta el ejemplo de una paciente bella, la mujer de un comerciante de carnes, por eso Lacan la llama la Bella Carnicera​, que un día le dice Usted, Herr Profesor, se equivoca. ¿Usted dice que todos los sueños son realización de deseos? Aquí le traigo uno que no”. Textualmente, el sueño es

 “Quiero dar una comida, pero no dispongo sino de un poco de salmón ahumado. Pienso en salir para comprar lo necesario, pero recuerdo que es domingo y que las tiendas están cerradas. Intento luego telefonear a algunos proveedores, y resulta que el teléfono no funciona. De este modo, tengo que renunciar al deseo de dar una comida.” 

Freud no le discute, le dice que sí, que tiene razón, que en apariencia era como que no, pero usted sabe que para concluir qué significa un sueño, es preciso que usted asocie.

La B.C., se acuerda de que esta imposibilidad de dar la cena tiene que ver con que su marido, un carnicero robusto, le dijo que quería adelgazar. Es decir, que no dar la cena sería contribuir al deseo de otro. Pero además, la B.C. se acuerda de algo que hizo el marido, que conoció en una tertulia a un artista que, entusiasmado con la cabeza del marido, le dijo si no se ofrecía para que lo pudiera retratar. Y el marido le dijo que haría mejor en pintar el trasero de una mujer. Como verán, el marido no sufría, precisamente, de inhibiciones para decir lo que pensaba. Entonces, la B.C. le cuenta a Freud que cuando el marido se va a trabajar, ella le pide que no le traiga caviar. Freud le pregunta sobre ese chiste de que no le trajera caviar. La B.C. le dice que el caviar es algo que a ella le gusta, es decir, que el caviar es el significante de su deseo. Y le pide que no se lo traiga, es decir, que no le obture el deseo, ¿Advierten? Que persista la falta. Pero también se acuerda de que hay una amiga suya que la valora a ella como cocinera y que hace rato que le viene pidiendo que la invite una noche a cenar. A esta amiga, casualmente le gusta comer salmón ahumado. Además, esta amiga es flaca y la B.C. tiene en carnes todo lo que al carnicero puede gustarle. Moraleja peligrosa: si yo a mi marido le ofrezco todas las carnes que le gustan, corro el riesgo que para tener un deseo no satisfecho, empiece a poner los ojos en una flaca. La amiga es flaca pero se mira con ojos de gorda, porque la amiga hace lo mismo que ella: así como ella se priva de caviar, la amiga juega a privarse del salmón ahumado que tanto le gusta. Ser gordo o ser flaco deja de ser un tema solamente de peso y pasa a constituirse en lugares del deseo. Eso pasa solo en los humanos, ¿van advirtiendo la diferencia entre necesidad y deseo, entre lo que es una cena para el parletre y lo que puede ser alimentarse para cualquier otro ser viviente?

Entonces Freud le dice que el sueño de la B.C., que aparenta contradecir su teoría, que en transferencia es mostrarle a él que no sabe todo, que él también tiene una falta en el saber. Pero en este caso no lo había logrado porque su sueño dice lo siguiente: Mirá si yo te voy a invitar a vos a comer a mi casa justo ahora que mi marido hizo varias menciones elogiosas, no vaya a ser que entusiasmado porque vos le ofrecés el falo flaco que yo no soy (porque yo soy abundante en las carnes que te gustan) y pierda en el juego. Así que prefiero no dar la cena, es decir, Freud lo interpreta como una escena de celos. Entonces, el no dar esa cena le sirve para no correr el peligro. Con el agregado, de que además de bella carnicera es una buena histérica, tiene 2 identificaciones:

  • Una masculina: ella no da la cena, del mismo modo que el marido no le dio el rostro al pintor.
  • Una femenina: ella se priva del caviar del mismo modo que su amiga se priva del salmón.


Hasta ahí llega Freud. Pero con lacan, podemos ir un poco más lejos. Entonces nos dice Lacan que más allá de esta rivalidad con su amiga, estosjuegos cruzados con el deseo con su marido, el pintor, está en juego el hecho de no dar la cena para el Otro. Ese Otro encarnado por su amiga, podríamos decir, como un doble, es decir, frenar el riesgo de seguir avanzando en la pregunta por el deseo del Otro. Una pregunta por el deseo del Otro, que ahora voy yo al ultimísimo Lacan, que si el sujeto se anima a recorrerla, advertiría que ni aún comiendo salmón, su amiga saldría de la mesa con todo el goce buscado.

En los últimos años, Lacan repite como núcleo real del psicoanálisis, una fórmula: no hay relación sexual. Algunos también lo traducen como “no hay proporción sexual”. Esta frase quiere decir que por el hecho de estar habitados por el lenguaje, el ser humano sufre de una doble falta. Una incompletud en el saber y una incompletud en el goce. Es lo que Freud a su manera decía “la diferencia entre el goce buscado y el goce hallado es la causa de la repetición”. Se repite un goce buscando lo que se anhela porque está perdido, pero es algo perdido que paradójicamente nunca se tuvo. Es la ilusión del tiempo donde el goce habría sido completo. Es el relato bíblico.

El relato bíblico, en su versión de nuestro querido Francisco, sería el Paraíso donde un Dios con amor infinito, nada le faltaba a Adán y a Eva. Por no respetar la prohibición de comer del árbol del saber, Adán y Eva saben. ¿Qué es lo primero que hacen? Cubren su desnudez, pero no la de la oreja, sino los genitales. ¿Y por qué cubren los genitales? ¡Porque el goce está prohibido! El goce está prohibido para ese Otro todo bondad. Porque ahora voy a decir la versión psicoanalítica.

Adán y Eva saben del goce que al Otro no le gusta porque el Otro quiere que gocen con lo que a él le gusta. Pero Adán y Eva estaban re­ podridos todo el tiempo con el maná, que les llueva la misma comida. Encima tener que agradecerle al Otro por todo lo que les dio. El relato bíblico, que nos quiere educar, dice “Dios los castigó”. Y a él le dijo que ganará el pan con el sudor de su frente. Versión herética: ¡Por fin no solo Dios va a crear, voy a poder trabajar y crear algo yo con mi inteligencia y mis manos! A ella le dijo, en la versión educativa: “Parirás con dolor”. Dejame de joder, por fin yo también voy a dar vida a alguien.

El deseo se articula en demandas. En el sueño de la B.C., el símbolo de la demanda es el teléfono. El teléfono no funciona, eso hace creer que no hay deseo. Ahora, Freud le termina interpretando el sueño, diciéndole que su sueño no contradice el deseo, es un sueño donde se encuentra realizado el deseo de un deseo insatisfecho. Solo a Freud se le puede ocurrir semejante genialidad. ¿Por qué todos tenemos una comida que no queremos ni ver? Porque la castración operó en nosotros, suponiendo que todos somos neuróticos, pero hay algún lugar de la red donde no funciona y tenemos la necesidad de recrear la falta en lo real. Una comida no comemos. Esta es nuestra estructura. Por eso Lacan admiraba tanto a Espinoza, porque Espinoza dijo que la esencia del hombre es el deseo. Es cierto que Espinoza se puede leer a modo niezstcheano de un neo­vitalismo, es decir, no como algo que surge de la falta sino como algo que surge como propio de la vida.

Si no tomamos esta relación al lenguaje, nos encontramos con la imposibilidad de dar explicaciones de la cantidad de hechos que nos presenta la psicopatología de la vida cotidiana, que nos presentan la relación sexual en toda su variedad. Por ejemplo, el erotismo en el ser humano. ¿Cómo explicamos que un caballero bien constituido para excitarse sexualmente necesita que su dama venga con los atuendos adecuados? Esto ya lo decía Ovidio en “El Arte de Amar”, al amor se va como a la guerra, con las ropas adecuadas. Nos está diciendo que el ser humano se acerca a su objeto erótico a partir de lo que llamamos un fantasma, es decir, un software que es el que articula el deseo. Y cualquier dama bien constituida sabe muy bien que va a la escena, como decía Ovidio, ofreciendo aquellos encantos que sabe que son los que másle rinden. Cada una sabe cuál. Es decir, que querer naturalizar lo que es del orden del lenguaje es desconocer lo que nos caracteriza.

Vuelo a decir, que esto surja hoy desde conspicuos discípulos de Lacan, a los que no les niego que conocen la obra de Lacan, no lo niego, por eso es más grave. Y rechazarlo justamente en ese lugar, en el concepto de deseo. Lacan dice que el Edipo puede pensarse como un cuentito del que podríamos prescindir. Pero en el 9 de octubre aclara que sin la lógica del Edipo no se entiende nada del psicoanálisis en extensión ni del psicoanálisis en intención. Sería un delirio. Pero la castración es de lo real, ¿eh? Eso no es ningún cuentito.

Eso que en el final dice “No hay relación sexual”. Esa incompletud es incomprensible sino tomamos en cuenta esta dimensión de la falta del deseo. Porsupuesto, falta y deseo que se articulan con el goce. Y también es verdad que hay goces que nos habitan que no pasan por la castración. Es lo que me llevó a escribir hace muchos años uno de los libros míos que mencionó Emilia, “Las intervenciones del analista”, que es cuando el analista es invitado a intervenir, ya no solo con la interpretación simbólica, sino con intervenciones en lo real e intervenciones imaginarias. Pero de ahí a plantear que Lacan dice una degradación del deseo, ¿Dónde? En ningún lado.

[Pregunta inaudible]

El goce, en realidad, es una manera de nombrar lo que correctamente serían los goces. Hay goces y goces. Hay una frase final de uno de los textos más importantes de Lacan, que es un escrito que se titula “La subversión del sujeto en la Dialéctica del Deseo” donde en el final Lacan dice “Es preciso que el goce sea prohibido para recuperarlo en la ley invertida del deseo”. Dicho en términos más cotidianos nuestros, hay un goce que hay que perder, que es el goce del incesto, que no es solo la relación sexual ­genital, que sucede en algunos casos de psicosis extrema. También es incesto, por ejemplo, insultar a la madre. También es incesto, por ejemplo, comer un bife con la mano. Fíjense que Mc Donald’s ofrece, especialmente a los adolescentes, que es un tiempo de cuestionamiento del Otro del cual quieren desprenderse, una transgresión que pasa a formar parte de la cultura, pero que en principio es una transgresión:se comen las papas fritas con la mano. Se come la hamburguesa con la mano, pero nadie toma la hamburguesa directamente sin el pan, es decir, carne con carne no. Nuestra cultura no lo admite: prohibición del incesto.

La prohibición del incesto está en múltiples lugares de la vida cotidiana. Por ejemplo, acudimos a esta cita. No hay dos que estemos vestidos igual, pero todos –en la medida que somos neuróticos ­hemos hecho una sintaxis de ropa, una composición acorde a esta cita. Nadie vino vestido como iría a un casamiento, tampoco hemos venido en jogging. Acordamos que tenemos que ofrecer al goce escópico, a la mirada del Otro, una composición adecuada. Salirse de eso es entrar en lo que la psiquiatría llama bizarría. Al psicótico lo ves en la calle, por ejemplo, un pie con la media, el otro descalzo, 3 pulóveres en un día que hace calor. ¿Qué quiere decir bizarría? Que compone mal el goce. Es decir, que hay goces que hay que perder para poder reencontrar un goce que haga lazo social. El deseo implica lazo social, implica la relación con el Otro. Por lo tanto, tenemos que decir, que hay goces que son parasitarios. Goces de los cuales hay que desprenderse. Goces que se interponen entre el sujeto y su deseo. Para no hacer una categoría moral, como dice Foucault, por supuesto que yo como analista no tengo ningún derecho a decir qué goce es bueno y cuál es malo. Llamo goce parasitario a aquel goce que se interpone entre el sujeto y su deseo. Entonces, en vez de goce, tenemos que hablar de goces. Por eso, uno de mis libros se llama “El abanico de los goces”. Hay distintos goces.

[Pregunta inaudible]

Si hablamos de goce podrido, es decir, un goce que me separa del deseo, tengo que decir que la vida sin sal y pimienta no tiene gracia. Y la sal y pimienta es goce. Es decir, nosotros no proponemos para el final de análisis ningún ascetismo cristiano, al contrario, como le preguntaron a Lacan casi al final de su vida para qué servía el psicoanálisis. Lacan contestó “Analizamos a nuestros analizantes para que se sientan mejor”. Ahora, ¿cómo te vas a sentir mejor si la vida no tiene sal y pimienta? No estamos en contra de los distintos goces, lo que pasa que no es lo mismo que ver una película y disfrutarla, que estar con una pantalla con internet encerrado 20 horas por día. Comer una rica comida, con gente que uno quiere, es uno de los lindos goces de la vida. Ahora, comer como un cerdo, hasta que tenés que ponerte los dedos en la boca y vomitar, ya es otra cosa. ¿Se advierte la diferencia? No es que tenemos un catálogo moral de goces buenos y goces malos, como dice Foucault. Goce enemigo del deseo, porque para nosotros, una vida sin deseo no tiene gracia. Los días viernes, en cualquier servicio de psiquiatría y psicoanalistas, se armará la siguiente discusión: El psiquiatra va a decir “para preservar su vida y la de los demás, que no salga”. Y el psicoanalista va a decir “Como la vida sin deseo no tiene ningún valor, corramos el riesgo y que salga”. No es lo mismo sobrevivir que vivir enlazado al deseo. Y un deseo implica en su extremo, goce. Entonces, no es el deseo o el goce, eso es un fantasma infantil. ¿A quién querés más, a papá o a mamá? ¿Al deseo o al goce?

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