por MARTA GEREZ AMBERTÍN
1. Montaje del sueño y deseo de dormir. El texto de la Traumdeutung aparece por primera vez el 4 de noviembre de 1899. Freud prefirió fecharlo, empero, en el nuevo siglo XX. Los albores de su descubrimiento pretendían despuntar sobre nuevos albores que aún hoy sorprenden.
Con el famoso texto de 1899 Freud marca un verdadero punto de inflexión en la episteme de su época. En el título del texto: Die Traumdeutung, el término "interpretación" tiene un peso fundamental. Indica que los sueños, considerados "sin sentido" para la ciencia de aquella época son, sin embargo, capaces de tener alguna significación. Más aún, esta significación no sólo no es azarosa —porque está sujeta a leyes—, sino que tiene una importancia crucial para el sujeto pues atañe a su verdad y su reposo. El término interpretación está indisolublemente ligado tanto a la significancia que los sueños tienen para el soñante, como al lugar que tal significancia otorga a la posición del sujeto. A partir de allí el análisis de los sueños se presenta, para Freud, como el paradigma (en el sentido aristotélico de paradigma) de las producciones del inconsciente; el sueño es considerado como un equivalente al síntoma, al lapsus, a las cavilaciones, al chiste, al querer decir, etc. Producciones tales que engañan a la pulsión y por eso pacifican. Pero es preciso acentuar otra cosa, y es que el sueño no es un montaje que surge como efecto de patología 'alguna, se trata, en cambio, de una creación imprescindible para dormir. Por eso las leyes sobre el trabajo y la interpretación de los sueños permiten la fundación de una novedosa psicopatología de la vida cotidiana y de una semiosis que auspician un abordaje revolucionario del sujeto atravesado por el lenguaje.
Desde esa psicopatología y semiosis inaugural, el sueño, como formación del inconsciente, revela la estructura lenguajera del sujeto, estructura que posibilita su necesario reposo. Ello es así porque el sueño y su equivalente, el deseo inconsciente, están estructurados como un lenguaje.
Esa trama del lenguaje en la que se recuesta y se amarra el sujeto posibilita tanto el montaje del sueño como mantener al sujeto soñante en reposo. La ruptura de esta trama interrumpe el proceso de descanso —del dormir— lo que conlleva una dosis concomitante de insomne displacer por el asedio de la insoportable angustia.
Como consecuencia del fracaso de la articulación de la cadena significante, cuando el deseo no logra engañar a la pulsión, se producen las pesadillas donde la angustia corroe cualquier enmascaramiento de lo traumático —de lo real— aniquilando lo simbólico, es decir, atentando contra la textualidad del sueño, asesinando al sueño.
Fracasa, entonces, el ciframiento lenguajero, la significancia del sueño y, por tanto, cualquier recurso a su interpretación. Es ese descubrimiento el que permitió a Freud afirmar que los sueños son "casi" una realización de deseos. Enlazó sueño con deseo y advirtió sobre el perturbador atolladero que complota contra el reposo del sujeto cuando las creativas y cifradas formaciones del inconsciente caen devastadas ante el avance de la pulsión en lo que llamó las resistencias del superyó. Resistencias del goce que asedian a la subjetividad allí donde la pulsión de muerte amenaza con su compulsivo retorno.
2. El sueño "casi" una realización de deseo. Desde Die Traumdeutung (1899) hasta "Revisión a la doctrina de los sueños" (1932) pasando por "Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto" (1925) Freud no sólo fija las bases y demuestra por qué el hombre es el sujeto capturado y habitado por el lenguaje, sino también que hay un inasimilable en esa trama que opera como causa del sueño; inasimilable que designará como trauma primero, y como pulsión después. Si el sueño es "casi" una realización de deseos es porque en todo sueño hay un real que opera como causa y, además, porque no todo sueño logra siempre traducir y enmascarar a ese real. Es entonces cuando el sueño no se constituye como una formación del inconsciente y la pesadilla dará cuenta del fracaso del enmascaramiento de la pulsión. Función más generalizada del sueño permitir al soñante el necesario reposo: el deseo de soñar, al mismo tiempo que revelar al sujeto una verdad: "El sueño (...) bálsamo de las almas heridas (...) principal alimento del festín de la vida" (Shakespeare. Macbeth).
El sueño como bálsamo revela un sujeto habitado por el lenguaje, lo que hace posible tanto su traducción como la búsqueda de un intérprete de sus producciones, un intérprete que descifre una verdad que el sujeto sabe a medias. Pero el sueño también muestra el lado opaco de aquello que lo causa, lo que circula, a veces, por el costado angustiante y pesadillesco que impide el (des)ciframiento, su traducción. Ápice desubjetivizante de toda pesadilla, y punto de basta para su traducción.
3. Pesadillas y asedio del superyó. He señalado en trabajos anteriores (Gerez Ambertín, 2014) la necesaria cautela que solicita del analista el tratamiento de la espinosa cuestión de las pesadillas relatadas en análisis. Planteé que no es posible la interpretación de las pesadillas ya que, si fracasa el velado encubrimiento por las vías del deseo y el encadenamiento significante, será preciso que el trabajo en transferencia, y por el don de la escucha y la palabra del Otro, procure el reencadenamiento significante y el potencial ciframiento del inasimilable que causa el sueño. Necesario engaño del deseo a la pulsión para que el montaje del fantasma posibilite el enmascaramiento de la realidad del sujeto.
He mantenido firmemente esta proposición para la clínica del análisis de los sueños por entender que respeta y revaloriza los axiomas freudianos. Quienes han recusado mi propuesta insisten en afirmar que todo sueño es una realización de deseos, olvidando que esto no puede generalizarse pues la pesadilla no tiene tal estatuto. Baste leer los textos de Freud de 1925 y 1932 en los que vincula las pesadillas con la coacción de repetición (wiederholungzwang) donde fracasa el trabajo de ciframiento y transcripción del sueño y, por tanto, su factible desciframiento e interpretación.
En este punto es importante diferenciar el deseo inconsciente reprimido que enmascara el sueño —vinculado al anhelo de realización y su insatisfacción— de la pulsión que no deja de insistir y pugnar por su satisfacción, una satisfacción siempre pendiente; en síntesis, una paradojal satisfacción nunca satisfecha que promueve la coacción de repetición que termina asesinando los sueños.
Acaso sea esta específica diferenciación la que conducirá a Freud en 1932 a modificar su primigenia sentencia: "el sueño es un cumplimiento de deseo". Con suma cautela, y a propósito de las modificaciones de su teoría, afirmará en la Conferencia 29 —"Revisión a la doctrina de los sueños" (1979c)— y al tratar los sueños autopunitivos que derivan en pesadillas, que el sueño es, en todo caso, un intento de ese cumplimiento (wunscherftillung).
Si ese intento fracasa en su tramitación —vía el enlace asociativo— es por la presencia de lo traumático e inasimilable: lo real. Tal intromisión sin mascarada impide la creación de la trama del sueño como formación del inconsciente. El producto serán la pesadilla y el insomnio con la concomitante angustia: "... figuras monstruosas, y espectros y fantasmas horrorosos que el sueño nos arrancan muchas veces..." (Lucrecio. "De la naturaleza de las cosas", IV).
En el Seminario de "La angustia" (2006:p.73), Lacan subraya que "la angustia de la pesadilla es experimentada, hablando con propiedad, como la del goce del Otro". Goce oscuro que invade el cuerpo, corroe todo velo significante y por eso es innombrable.
Lacan insiste parafraseando a Ernest iones que "Lo correlativo de la pesadilla es el íncubo o el súcubo, aquel ser que te oprime el pecho de goce extranjero, que te aplasta bajo su goce" (op.cit. pag. 73). Y ese goce extranjero y a la vez íntimo, en suma éxtimo que te vive por dentro no es sino el imperativo del superyó que arrebata la trama significante del sueño y con ello el descanso, el dormir y conduce hacia los desvaríos del insomnio. Por eso la pesadilla es un acaecimiento corporal sufrido con alta dosis de angustia, un hecho desventurado para quien pierde su capacidad de soñante por el de sufriente que recala en ese extremo del "el ombligo del sueño", que debió ser enmascarado pero sucumbió a lo real.
El sueño, que se enlaza en torno a lo articulado del deseo, puede también estrellarse contra un inasimilable que a-cosa. Inasimilable que causa, por un lado, el deseo, el soñar y el dormir, pero que también puede comandar a (en)callar en complicidad con el "eco" de la voz superyoica por los laberintos de lo incurable del sujeto.
Allí el descubrimiento freudiano produce un golpe de timón a la causalidad psíquica que se avizora en el siglo XX y se despeja en el XXI hasta nuestros días. Para Freud los sueños revelan aquello que estructura la subjetividad, malla de significante y trauma, formación del inconsciente y pulsión de muerte, deseo y goce. La verdad perseguida en el saber que se despliega desde los sueños no refiere ni al futuro ni al pasado ni a la exterioridad del sujeto (no hay sueños premonitorios), la verdad de los sueños es la verdad del sujeto porque revela la estofa con la que éste se construye pero también, lo que puede provocar su disolución.
La predicción de Freud de que el psicoanálisis "entrará como importante fermento en el desarrollo cultural de los próximos decenios y contribuirá a ahondar nuestra comprensión del mundo y a contrarrestar mucho de lo que se ha discernido como perjudicial en la vida" (1979d:220), se ha cumplido, sigue cumpliéndose. Es precisamente en eso en lo que no puede claudicar el deseo del analista ante los mandatos del neocapitalismo dominante que se empeñan en hacer desaparecer los trazos de la subjetividad en pos de un falaz "individuo autómata" devenido extraviado en los no-lugares del mundo globalizado. Son justamente los pliegues de subjetividad y deseos inconscientes los que permitirán que subsistan los sueños, que subsista la posibilidad del reposo y el dormir, para que nuestra humanidad no se pierda tras la abrumadora maquinaria de deshacer sujetos y asesinar sueños, para que la globalizada medicalización del reposo, ahora tan en boga, merced a otros atajos, no nos haga perder la posibilidad de que nuestros sueños floten sin sumergirse.
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