martes, 20 de junio de 2017

La perversión según el psicoanálisis.

Capítulo 8 del libro “¿A quién mata el asesino?” de Silvia Tendlarz y Carlos García.

El concepto de perversión dentro del contexto del psicoanálisis atravesó un largo recorrido antes de lograr su relativa autonomía como estructura clínica despojada de contenido moral e ideológico. En tanto conceptualización, no obstante, no ha salido indemne de tal recorrido, pues, a pesar de que el concepto de perversión se amplió y encontró una mayor especificidad a partir de Lacan, la casuística en el psicoanálisis sigue siendo bastante pobre. Esto se debe, sobre todo, a que resulta bastante difícil -incluso excepcional- que un perverso consulte a un psicoanalista, a pesar de que casi no hay dominio que el psicoanálisis no haya abordado.

Estos sujetos, básicamente no consultan porque no encuentran en ellos mismos un conflicto; en el caso de que este se presente -por algun momento de angustia o de vacilación en la existencia-,puede entonces producirse la consulta.

Una concepción peyorativa solía presentar al perverso como un caso de desvío o de aberración con respecto a la norma ideal. La perspectiva psicoanalítica ha interrogado y cuestionado el Iugar desde el cual un discurso legitima a una conducta sexual como la adecuada. En el siglo XIX, lo "desviado" como concepto surgía de la oposición presente en el par sexualidad-procreación. Toda conducta sexual que no apuntara a Ia reproducción -y eventualmente el placer obtenido en el cumplimiento de la norma- era censurada. Estas prohibiciones afectaban a ciertos grupos sociales más que a otros, al mismo tiempo que definían un criterio de relación entre Ios sexos.
En algunos países la legislación penal con frecuencia condenaba las conductas que simplemente no respetaran la regia de procreación, por ejemplo, las prácticas homosexuales- aunque estas no implicaran un perjuicio a Ia sociedad. Hoy en día, las marchas por el orgullo gay -término que se ha impuesto en Ia sociedad en lugar del de homosexual-, son manifestaciones habituales, casi cotidianas. Estas marchas reclaman a diario Ia igualdad de derechos con respecto a los llamados heterosexuales. De este modo, las antiguas normas y reglas se diluyen cada vez más, tornándose necesario construir nuevas normas y reglas debido a Ia renovación permanente de Ia legislación.

Con respecto a su inclusión dentro del ámbito nosográfico, estas conductas desviadas fueron incorporadas por el movimiento positivista psiquiátrico dentro de determinados cuadros clínicos. El hombre de ciencia describía con extrema rigor estos comportamientos. Georges Lantéri-Laura, un importante psiquiatra francés, expresa con cierto sarcasmo, que esta semiología se volvía una especie de "pornograffa legitimada por ellatfn". El valor de los trabajos aportados por el positivismo denota el esfuerzo por despojarse de la usual connotación popular y aprehender esa patología a partir de un mejor ordenamiento clasificatorio. Aunque esta orientación psiquiátrica no tome en cuenta el matiz de padecimiento subjetivo, Ia semiología que establece constituyó en su momento un paso previa a la subversión freudiana con respecto a la teoría de la sexualidad.

Un primer paso para esta formalización lo constituyen las monomanías instintivas propuestas por Esquirol -delirios parciales especializados en la esfera de las pulsiones-. Krafft-Ebing se ocupa de delimitar el campo específico de las perversiones y extrae de esa unificación una diversidad cuatripartita:

1) La anestesia o desaparición del instinto sexual;
2) La hiperestesia o acentuación, anormal (ninfomanías, satiriasis);
3) La parestesia o manifestación perversa, donde la satisfacción sexual no guarda la finalidad de conservación de la especie (en este punta convergen dos grupos distintos: la serie sadismo-fetichismo-masoquismo, y la de la homosexualidad junto a sus gradaciones);
4) La paradoxia o 'manifestaciones intempestivas de la sexualidad.

A partir de los "Tres ensayos de teoría sexual" (1905) el análisis freudiano de la perversión adopta otra orientación. El objeto elegido es considerado contingente, subvirtiendo la idea popular de la complementariedad entre los sexos. La sexualidad infantil es entendida como perversa y polimorfa -si se tiene en cuenta que el fin de la sex1wlidad no es la reproducción-, y cede luego ante la action de la represión, sin confundirse por ella con Ia perversión en el adulto.

La pulsión sexual no es sinónimo de perversión ni debe confundirse con este concepto. Aunque la pulsión puede manifestarse en pares antitéticos (como mirar - ser mirada, sufrir - hacer sufrir, etc.) su transformación en determinadas perversiones (voyerista-exhibicionista, masoquista-sádico) está determinada por la fijación y ulterior represión a las manifestaciones ya citadas de Ia vida sexual del sujeto. .

1) Dentro del psicoanálisis la perversión refiere a un diagnóstico que no tiene un tinte moral -como es frecuente en otros contextos-, sino que supone una inclusión particular del sujeto en la estructura, que se distingue de la neurosis y de la psicosis debido a su particular relación con la castración. ·

A comienzos del siglo pasado, en "Tres ensayos de teoría sexual", Freud presentaba la perversión como un impulso sexual positivo inmodificado, construido -según este abordaje teórico- a partir de la observación y de la descripción de la conducta. Es importante destacar que su trabajo fue realizado fundamentalmente con pacientes neuróticos y psicóticos, o sea que su experiencia clínica no centra su tarea en sujetos perversos, sino que la perversión es abordada a partir de los fantasmas neuróticos.

En este sentido, podemos afirmar que no existe una clínica freudiana de la perversión, una práctica clínica de Freud con perversos.

En un sentido amplio podría decirse que la perversión es un concepto clínico que acompaña toda clase de comportamientos sexuales aberrantes y anormales. Estos comportamientos son descritos por Havelock Ellis y Krafft Ebing dentro del conjunto de las denominadas perversiones sexuales produciendo asf un cambia de esta denominación en lo social y con lo social.

Decimos entonces que existe, por un lado, un diagnóstico de perversión que puede ser afirmado y teorizado como un data objetivo de la sexualidad desviada, y por otro lado, el que surge a partir de la clínica psicoanalítica de la transferencia. Ese primer diagnóstico no es el que pretendemos usar en psicoanálisis.

Cuando Freud presentó sus primeros trabajos sobre el tema, el término perverso designaba a alguien que se consideraba víctima de su propia perversión, entendida esta como una deficiencia. En Ia actualidad la perversión no es concebida de este modo. Por ejemplo, a nivel social la homosexualidad, dejó de ser considerada una perversión.

Antes se la identificaba con lo desviado y perverso. Freud entendía la perversión como una forma de comportamiento sexual desviado de la norma, entendida esta como la unión heterosexual genital. Se trata de un comportamiento sexual activo desviado del fin y de los medias "normales" de la sexualidad humana y en este sentido involucra la noción de acción. La presencia de fantasías no es suficiente para confirmar un diagnóstico de perversión. La perversión pone en cuestión el concepto mismo de sexualidad en tanto remite a una satisfacción fuera de la cópula. Debemos distinguir entonces dentro del psicoanálisis el concepto actual de perversión del concepto original, que se refería exclusivamente a la desviación de la sexualidad normal en términos freudianos. Freud afirma que la perversión es primaria; esto es porque la pulsión es perversa como tal puesto que tiene un objeto sexual fijo y determinado. La perversión es Ia norma de Ia pulsión: el niño es un "perverso polimorfo". La pulsión no se dirige al otro sexo como tal sino a Ia satisfacción parcial como objeto. Tomar a una persona entera como objeto no se relaciona con la pulsión sino con el amor.

Desde un punto de vista amplio de la perversión, llamamos perversión al ejercicio de la pulsión en relación con su objeto. Es lo que entendemos por perversión generalizada, amplia, que no distingue las estructuras, perversión trans clínica y trans fenoménica. En un sentido más específico y estricto distinguimos la perversión como estructura.

También es importante distinguir entre actos perversos y estructura perversa puesto que algunos actos asociadas a la estructura perversa se encuentran en sujetos que no lo son. Algunos neuróticos manifiestan a través de sus actos perversiones que Lacan denominó "perversiones transitorias". Así, la información a Ia norma no constituye la esencia de la estructura perversa. Por otra parte, muchos actos sociales no delatan a un sujeto perverso.

La neurosis como negativo de la perversión, según palabras de Freud, expresa que el neurótico fantasea en su inconsciente lo que el perverso escenifica conscientemente. Esta orientación supone definir a la perversión como una posición subjetiva, y no como una manifestación instintiva que se sostiene por un fantasma conciente llevado a cabo. De esta manera, las distintas posiciones que un sujeto asume frente a la castración determinan su inclusión dentro de una estructura neurótica, psicótica o perversa.

En psicoanálisis, Ia temática de la perversión no fue elaborada de un modo lineal; tanto Freud como Lacan fueron introduciendo sucesivas reformulaciones sobre la misma.

En Ia primera parte de su ensefianza, Lacan indica que para Freud el paradigma de la perversión es el fetichismo (desde esta perspectiva, Freud acentúa el proceso de desmentida de la castración de Ia madre).

Con Ia introducción del concepto de objeto a Lacan adjudica ese Iugar paradigmático al masoquismo. En los afios '60, además, afiade los conde "voluntad de goce" del sujeto perverso y su búsqueda de la división del partenaire, ubicando al primero en una posición de objeto.

Por otra parte, la reversibilidad de los pares antitéticos, sadismo-masoquismo, voyeurismo-exhibicionismo, propuesta por Freud, es quebrada por Lacan al introducir las modalidades a las que recurre el sujeto como instrumento de goce del Otro. Ya no se trata de una única pulsión que cambia de objeto, el o el propio cuerpo, sino que implica posiciones subjetivas diferentes de acuerdo a su relación con los objetos lacanianos, a saber, voz y mirada. Sin embargo, no existe una oposición entre las conceptualizaciones de Freud y de Lacan, antes bien, el avance teórico posibilita una mejor aprehensión de estos problemas clínicos sumamente complejos.

Existe un punto de acuerdo indiscutible: los rasgos de perversión están presentes en las distintas estructuras clínicas. El paradigma de esta formulación es la homosexualidad, que sin ser necesariamente una perversión en tanto estructura clínica, puede sin embargo presentarse como rasgo de perversión en Ia neurosis o en Ia psicosis.

En la medida en que Lacan pone el acento en uno u otro de los tres registros -tal como lo desarrolla J.-A. Miller en "Los seis paradigmas del goce" -, construye, en distintos momentos; el concepto de perversión como estructura.

Sobre el primer momento de la conceptualización lacaniana, donde destaca el plano imaginario en la relación intersubjetiva, dice Miller:

"La relación intersubjetiva que subyace al deseo perverso solo se.sostiene en el anonadamiento, ya sea del deseo del otro, ya sea del deseo del sujeto. Únicamente se la puede captar en su límite, en esas inversiones cuyo sentido sólo se vislumbra en un relampagueo. Esto quiere decir que, en uno como en otro, esta relación disuelve el ser del sujeto.-El otro sujeto se reduce a no ser más que el instrumento del primero, que es el único que permanece sujeto como tal, pero reduciéndose el mismo a no ser sino un ídolo ofrecido al deseo del otro" .

También afirma: "EI deseo perverso se apoya en el ideal de un objeto inanimado. Pero puede contentarse con la realización de este ideal. Apenas lo realiza, en el momenta mismo en que lo alcanza, pierde su objeto. Su apaciguamiento, por su estructura misma, está condenado asf a realizarse antes del contacto, ya sea por la extinción del deseo, ya sea por la desaparición del objeto". El deseo perverso está puesto, entonces, del lado de un sujeto que reduce al semejante a no ser más que un instrumento del primero, o sea un objeto.

En un segundo momento de su elaboración de Ia perversión Lacan produce un desplazamiento de los términos imaginarios a los simbólicos, hacienda pasar la perversión por los complejos de castración y de Edipo. Desde esta perspectiva, la perversión es entendida como un modo especial de negación de Ia castración (y esta, como un sacrificio necesario de la satisfacción). Se trata de ser el falo que le falta al Otro, de identificarse al objeto imaginario del deseo como falo. La perversión, en este sentido, es esencialmente miedo a la castración del Otro. Opera aquí la verleugnung o denegación del falo: el niño percibe que la madre no tiene falo y, al mismo tiempo, rechaza aceptar la realidad de esa percepción. El fetiche, sustituto simbólico del falo, vela el falo que le falta a la madre. El falo se vuelve asf el operador simbólico central.

El fetichismo, modelo de la perversión de acuerdo a Freud, es abordado por el en sucesivos momentos. La primera funci6n del "fetichismo" aparece en sus "Tres ensayos ... ". Se trata de la sustitución del objeto sexual por una parte del cuerpo: pie, cabellos, o por un objeto inanimado: lencería, zapatos. Se caracteriza por su fijación y la exclusividad que implica como condición de goce; debe ser distinguido de Ia "condición fetichista" -fetischistische Bedingung- por la que el objeto se encuentra fijado a ciertos rasgos significantes para alcanzar la meta sexual. Por ello, si bien decimos que la elección amorosa está siempre determinada por un rasgo que se repite a lo largo de la serie de objetos que despiertan esa pasión, esa fijeza significante no hace del amor una perversión.

Un curiosa tipo de fetichismo es comentado por Freud en distintas oportunidades; es el caso de los cortadores de trenzas. La particularidad de su erotismo consiste en cortar trenzas o cabellos a mujeres, y masturbarse con ellas.

En 1910, en su artículo sobre Leonardo da Vinci, Freud dice: " .. .la veneración fetichista del pie y el zapata femeninos parece a aquel solo como un símbolo sustitutivo del miembro de la mujer otrora venerado, y echado de menos desde entonces; los 'cortadores de trenzas' sin saberlo, el papel de personas que ejecutan el acto de Ia castración en los genitales femeninos". Casi veinte años más tarde, en su artículo "El fetichismo", Freud vuelve sobre el mismo ejemplo introduciendo algunas variaciones. Luego de su desarrollo sobre Ia coexistencia de Ia desmentida y Ia admisión de la castración, afirma: " ... a partir de aquí uno cree comprender, si bien a Ia distancia, la conducta del cortador de trenzas, en quien ha esforzado hacia adelante, vordrängen,la necesidad de escenificar la castración que él desconoce. Su acción reúne en sí las dos aseveraciones recíprocamente inconciliables: la mujer ha conservado su pene y el padre ha castrado a la mujer ... ".

Vemos en estos comentarios cierto deslizamiento: el cortar las trenzas ya no es solo una representación de Ia castración sino que reline en esa escena el doble movimiento del perverso: afirmación y negación de la castración.

Los cortadores de trenzas encontraron su estatuto de "perversos" en el tratado de Krafft-Ebing, Psychopathia Sexualis, con Ia crítica que comporta su "acto insensato". El punto de referenda: freudiano es la posición del sujeto frente a la castración, verdadero organizador de la estructura. Así, los casos de cortadores de trenzas ejemplifican el doble movimiento del fetichista: el corte no es solo una representación de la castración, sino que reúne la afirmación y su desmentida .

Otra de las referencias que considera Freud es un texto de Alfred Binet. En 1896 este publica El fetichismo en el amor, donde sostiene que esa orientación se origina en un momenta particular de la historia del sujeto. A diferencia de Binet, para Freud el fetiche es creado en el período de la amnesia infantil, el recuerdo - de carácter encubridor- mantiene en el olvido el período infantil en el que se constituyó la elección del fetiche. De esta manera, Ia mirada del niño dirigida al órgano de la madre se detiene en el pie o en el zapata, para mantener -de acuerdo a su creencia-, la idea de Ia existencia de un órgano masculino en la mujer. Según Freud: "El fetiche es el sustituto del falo de la mujer -de la madre- en el que el varoncito ha creído y no quiere renunciar” (1927). Esta creencia se sostiene por la acción de la desmentida de la percepción. En Iugar de la falta aparece el "monumento recordatorio" que constituye el fetiche, como velo frente a la castración materna. Se vuelve entonces el sustituto de un objeto que no existe.

La detención en una imagen - como respuesta a Ia exploración del cuerpo de la madre, que llevarla al niño a confrontarse con la castración-, nos aproxima a la idea de prevalencia de lo imaginario en la perversión. Se trata de la proyección de una imagen sobre un velo que se sustrae de la falta.

En un tercer momento, Freud examina la perversión a partir de la noción de pulsión: sitúa al perverso como objeto de la pulsión. El sujeto se vuelve un objeto al servicio del goce del Otro, un instrumento de la voluntad del Otro.

En cuanto a la temática del saber y la certeza, el perverso es el que sabe acerca de su goce y quien demuestra que la complementariedad entre el hombre y la mujer no existe: esto es sustituido por otros recursos de producción de goce.

En las neurosis, se trata de un Otro vaciado de goce. En el terreno de las psicosis podemos distinguir: invasión de goce en el cuerpo, en la esquizofrenia; o bien se presenta un goce identificado en el lugar del Otro, en la paranoia. El perverso, en cambia, se dedica a recuperar, devolver ese goce perdido ofrecido al Otro. Por ello, podría decirse que la perversión es, fundamentalmente, una demostración sobre el goce que no concierne al bienestar.

Segun J.-A. Miller, "En Ia época victoriana de Freud, la neurosis obsesiva era el ideal de la sociedad; en Ia nuestra, el perverso está cada vez más presente, como norma social". En correlación con este fenómeno, indica Miller, para gozar no necesitamos de la represión social del decir, en tanto existe una ausencia cada vez mayor de la posibilidad de articulación del síntoma en el sentido freudiano del término, definido como un acto psíquico realizado contra la voluntad del sujeto (según la perspectiva freudiana, el síntoma conlleva la dimensión de un conflicto interno y la impotencia del yo para luchar contra el). El perverso se acerca, entonces, a la norma y esto implica que goza de algo que se independiza del decir, y sobre todo, del decir que "no".

Si bien es posible establecer una oposición entre la clínica de Ia certeza, propia de Ia psicosis, y Ia clínica de las preguntas, que caracteriza a las neurosis -del mismo modo que, una oposición entre la constancia del goce como respuesta y el deseo como pregunta-, las perversiones pueden ser ubicadas también del !ado de Ia constancia del goce como respuesta. Es por ello que se torna necesario definir la especificidad de Ia relación con el goce en el sujeto en cada perversión, para diferenciar Ia certidumbre en la perversión, las neurosis y las psicosis.

Ahora bien, retomando los aportes de Lacan, y respecto de los cuatro tipos de perversiones examinados por el: voyeurismo, exhibicionismo, masoquismo y sadismo, nos detendremos específicamente en el estudio del sadismo.

Lacan se apoya en los escritos del Marqués de Sade y los reelabora, para lograr una articulación teórica de la problemática del sadismo.

Aparentemente el sádico gozaría -única y exclusivamente- del tratamiento que ejerce sobre su víctima; sin embargo, debe decirse que, más allá de ella, en el acto sádico no se encuentra presente solo el otro imaginario sino también, y sobre todo, el Otro, el llamado Ser Supremo en maldad. La teoría saldeana plantea como el mal necesariamente forma parte de la naturaleza del hombre. El sádico queda al servicio de ese Ser Supremo en maldad. Por ello su acto no busca sólo su propio goce sino servir al Otro, el goce que se despliega en su fantasma es el goce del Otro.

El sádico no busca sólo el sufrimiento del otro sino también su angustia, y para ello profiere amenazas: los verdugos le dirán a la víctima que es lo que le va a le informaran que le ocurrirá lo mismo que a las otras víctimas. En el fantasma -el del propio Marqués de Sade-, la víctima debe tener una resistencia extraordinaria para que Ia angustia pueda acrecentarse. Antes de llevar adelante cualquier acción, se le comunica al sujeto lo que le va a pasar. De este modo, se intenta primero que la angustia caiga sobre todo el cuerpo y luego, si hay fragmentación del cuerpo, que la angustia recaiga sobre lo que le puede llegar a pasar a la parte del cuerpo no fragmentada o mutilada.

La particularidad del goce sádico reside en que depende de la subjetivación que realiza Ia víctima. Esta dependencia nos conduce al rasgo fundamental del fantasma sadiano y de todo fantasma en Ia perversión: en el fantasma sadiano el sujeto no es el verdugo o el sádico, sino la víctima o partenaire. Podemos llamar a esto la paradoja esencial del fantasma en la el sujeto no es aquel que tiene la fantasía.

Existe una maniobra propia del fantasma perverso que es el tratar de hacer surgir el sujeto del lado del partenaire, poniendo asf de manifiesto su falta. Este rasgo adquiere una mayor especificidad en el fantasma perverso de los sádicos y masoquistas, a diferencia de los voyeuristas y exhibicionistas.

El rasgo particular y específico que toman los verdugos es el de no experimentar angustia ni vacilación algunas, como tampoco la presencia de un sujeto, ya que aquella, la angustia, es una de las manifestaciones principales del sujeto en tanto sujeto dividido. Estos permanecen inalterables mientras persiguen el goce de una manera encarnada con fuerza y voluntad frente a la víctima ante cualquier eventualidad o contratiempo. Esto supone un rechazo de la castración: en el fantasma, el verdugo nada tiene que ver con la castración. De allí que se afirme que el verdugo ocupa en el fantasma el lugar de objeto.

En la evaluaciòn de la perversión que privilegia la vertiente imaginaria, el otro como partenaire ocupa el Iugar de objeto, mientras que el perverso asume el de sujeto. Posteriormente, esta relación es invertida: el objeto en el fantasma se presenta como un real inalterable que impone sus reglas al sujeto de modo tal que el sujeto surge del lado del partenaire.

La voluntad de goce es la forma particular que toma el deseo en Ia perversión. Es la imposición aparente de una voluntad de dominio que introduce una semejanza entre el deseo y la voluntad. El deseo como voluntad de goce expresa que el perverso sabe lo que quiere como goce y está convencido de ello. Para el perverso no existe el significante de la falta del Otro, por lo tanto no existe el Otro barrado. La voluntad de goce no es equivalente a una voluntad como tal; supone un querer dirigido por ella sin experimentar una división subjetiva, donde se intenta ir mas alia del placer a partir de una experiencia de dolor.

El fantasma sadiano manifiesta monótonamente la repetición de una misrna situación en la que los personajes cambian: cura, caballero, y mujer, como verdugo. Esta dimensión de la repetición remite a una estática del fantasma, como lo subraya J.-A. Miller. El lugar que ocupa la víctima -de acuerdo a las distintas historias-, es siempre el.mismo; por otro lado, esta es representada a través de ciertos rasgos constantes: es joven y linda, pero poco se conoce acerca de sus atributos. Por el contrario, los verdugos son variados y diversos, con una descripción muy precisa de su personalidad. En este caso se puede apreciar lo contrario del fantasma freudiano de "Pegan a un niño" (1919) y por ende, del fantasma masoquista en la neurosis, en el que hay una diversidad de víctimas, una pluralidad de niños. Por otra parte, el sujeto perverso tiende a coagularse como objeto al tomar la posición de agente aparente.

Con respecto a la problemática de la voz en el fantasma y en el ritual sádico, debe situársela en Ia máxima llamada sadeana, que constituye una regla de acción y está encarnada en Otro. Dicha regla dice así: ''Tengo derecho, puede decirme quien quiera que sea"·. Ese Otro es la función "quien quiera que sea". Lacan, al comentar quien es este Otro

:lela máxima sadiana dice: "Es pues sin duda el Otro en cuanto libre"; el discurso sadiano es el discurso que dice: "Tengo derecho a gozar de tu cuerpo", ya que es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho el goce pone como sujeto de la enunciación. Del comentario de Lacan surge que la máxima sadiana se impone a cualquier sujeto a partir del Otro no disponga de la palabra y al mismo tiempo le impone su propia voz. Máxima que enmudece y deja al Otro sin recursos frente a Ia angustia. Este ejercicio del sadismo se manifiesta en la organizaci6n de la escena que el sádico, en su perversión, ejecuta y exige.

Podemos establecer una serie de oposiciones que nos permiten distinguir entre unos fenómenos vinculados a la neurosis y otros más ligados a la perversión:

1) El neurótico siente horror ante la verdad de la castración; la represión se ocupa de producir formaciones sustitutivas. En cambio, para el perverso la castración es siempre del Otro, por lo que puede ocuparse más fácilmente del tema de Ia verdad.

2) Para el neurótico, el amor al saber sostiene la transferencia, a diferencia del perverso, que goza del saber que detenta (Lacan lo denomina "voluntad de goce").

3) El neurótico se defiende del deseo del Otro a través de Ia demanda. En la perversión, la positivización del objeto transforma el deseo en voluntad de goce.

4) El neurótico, en la relación sexual, se interesa por los avatares del deseo. El perverso se ocupa sobre todo de la repetición fija de la escena perversa ·que sostiene desde su particular posición.


Esta secuencia permite plantear las posiciones disimétricas que ocupan el amor, el deseo y el goce, en relación a la neurosis y la perversión del fin elevado que pretenda su ejercicio. Dice: "Los ojos sádicos no resultan interesantes solo en los sueños de los neuróticos; podemos ver de qué se trata allí donde se produce ... alrededor de algo donde se trata de despellejar al sujeto. Despojarlo de aquello que lo constituye en su fidelidad, a saber, la palabra". El sádico hace que el Otro no disponga de la palabra y al mismo tiempo le impone su propia voz. Máxima que enmudece y deja al Otro sin recursos frente a Ia angustia. Este ejercicio del sadismo se manifiesta en la organización de la escena que el sádico, en su perversión, ejecuta y exige.

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