Por Lucas Vazquez Topssian
La inmicción de las TICs dentro de los consultorios es inevitable. ¿A quién no le han cancelado una sesión por Whatsapp? ¿Quién ha asistido al sufrimiento de un paciente a quien le clavaron el visto? ¿Quién no ha escuchado a un paciente quejarse porque su anterior terapeuta miraba mucho el celular? En fin, Lacan decía que el psicoanalista tenía que conocer la espira a la que su época lo arrastraba y por eso hoy quería hablar de la terapia web o terapia on-line. Específicamente, me preguntaba acerca de la pertinencia y la efectividad de los tratamientos psicológicos on-line. Una de las cosas que más me han sorprendido en el ámbito psi es el tabú que se armó alrededor de este tema, siendo pocos los profesionales que admiten abiertamente llevar adelante esta modalidad de su práctica. Sabemos que la llamada terapia on-line no es una modalidad terapéutica en si misma, sino un aspecto del encuadre que fija el profesional, sea psicoanalista o no. En este sentido, un profesional de cualquier corriente psicológica podría elegir esta modalidad.
Sus defensores, ubican como principal beneficio la posibilidad de brindar atención a pacientes con movilidad reducida o que se han mudado lejos.
Sus detractores, exponen las siguientes objeciones.
- Problemas de conexión con la red, que afectan a la fluidez o directamente pueden acabar una sesión.
- Se pierden ciertos regitros corporales (olfato, tacto y todo lo que pase más allá del marco de la pantalla).
- Sin la “actualidad de los cuerpos”, la transferencia que sostiene el análisis puede verse amenazada.
- No hay garantía de privacidad, puesto que no se puede garantizar quién más pueda estar fuera del rango de la cámara.
¿Qué hacer entonces? Hay que ir al caso por caso, así de sencillo y así de complejo. Sabemos que el encuadre no es algo rígido y está del lado del analista fijarlo según la lógica del caso. En el mejor de los escenarios, el analista debería poder dar cuenta de por qué y para qué encuadra el espacio terpéutico de manera on-line, en el consultorio o en el café de la esquina. De todas maneras, aunque el analista establezca un encuadre y oriente sus intervenciones persiguiendo determinada intención, los efectos siempre se pueden leer retroactivamente.
Por el canal de contención a las víctimas de la AALCC recibo la consulta de un hombre de 30 años, residente de la Ciudad de Buenos Aires. El señor, llampemoslo J., cuenta que conoció a una mujer por Facebook, llamémosla B, que vivía en otra provincia del centro de Argentina y con quien mantuvo una relación por un año, sin jamás encontrarse físicamente. “No tuvimos un vínculo físico, pero estábamos todo el tiempo en contacto”. J. cuenta que B. tenía una hija que lo trataba a él de papá. Utilizando la cámara de la computadora o del celular, J. y B. cenaban juntos, charlaban y hasta dormían. Él le envió dinero a ella. Cuenta que las relaciones sexuales entre ambos “era con fantasías habladas y escritas sin la cámara, porque a mi me daba daba vergüenza”. Él ubica que los problemas comenzaron cuando ella empezó a hablar de sus ex parejas: “Después de la relación sexual ella sacaba a relucir a sus ex y me arruinaba la noche que metiera a más tipos en la cama”. “Ella se fue alejando, se volvió fría y caprichosa”. “Ella me presionaba para vernos y esto me anulaba. Como yo no iba, ella me decía que ya no me podía esperar” Un día, J. ve que en el Facebook de B. varios comentarios de un hombre, que según él averiguó, era de su misma provincia. J. estalla en ira los insulta, particularmente al nuevo hombre, quien le responde a J. que es un bobo y un cornudo. Este tercer hombre y B. terminan bloqueando a J. de todas las aplicaciones y de las redes sociales. J. me pregunta: “¿Por qué ese tipo se pensó que tenía derechos, si nunca se vieron personalmente?” Le señalo que él tampoco se vio personalmente con B. y le pregunto por qué. “No confío en las personas, me da miedo conocer a alguien. M me siento poco hombre, me da angustia, impotencia, no quiero ser descartable”. Relata, además, sentirse sumamente culpable por haber insultado a B. y al hombre. ¿Por qué fui así?, se pregunta.
A la hora de concretar un encuentro presencial, él me pregunta “Ah, ¿pero usted no hace terapia a distancia?” A cada analista le tocará evaluar de qué distancia se trata antes de caer en la trampa de la comprensión. Le respondo “¿A distancia?, ¡mirá todos los problemas que te trajo la distancia!”. J. acepta venir a la consulta con el dispositivo clásico.
La apuesta en esta intervención, fue poder acotar algo de este goce de permanecer a la distancia. Nosotros sabemos que donde hay goce hay satisfacción, satisfacción que lo hace sufrir y de la que J. apenas estaba anoticiado. Como este caso, he tenido demandas similares: “Busco terapia on-line, así puedo tener la sesión en la hora del almuerzo del trabajo”, “Prefiero encuentros on-line, así no tengo que viajar y me es más barato”, etc. En todos los casos, se trata de tomar a la virtualidad como una modalidad de encuadre, que el analista debería definir, no por capricho del paciente o de él mismo, sino por lo que escucha.
¿Buscás psicólogo en CABA u on-line?
Lucas Vazquez Topssian es psicólogo clínico y forense. Podés hacerle tu consulta por Whatsapp o seguilo en su página de Facebook.
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