En el debate sobre la posibilidad de llevar adelante un psicoanálisis a través de comunicaciones a distancia por dispositivos de internet o telefónicos cabe considerar que el paciente o el analizante, al hablar con el analista, se dirige a un más allá de su presencia. Ciertamente la visión del rostro y del cuerpo del analista, su apretón de manos o la intimidad del consultorio ofrecen un cálido cobijo para el malestar, la pena y la angustia que invita a confiarle diferentes pesares. Sin embargo, para que el paciente se dirija a él hablándole, contándole y preguntándole – consultándolo, en fin – su pensamiento debe sortear esas percepciones para atender a las cuestiones que lo inquietan y expresar las asociaciones que se le presentan.
El vínculo psicoanalítico es un discurso cuya realidad no reside en el encuentro de los cuerpos, como enseña la regla de abstinencia, sino en el uso de la palabra en la búsqueda de una verdad a la que es imposible aproximarse en el plano de cualquier materialidad física. La condición indispensable para hacerlo no es la presencia reconocible por los ojos sino el sentirse escuchado con atención y amplitud de criterio.
El uso del diván responde al mismo criterio, excediendo en mucho la eventual incomodidad del analista ante la mirada constante del analizante. El dispositivo favorece que las asociaciones se amplíen sustrayendo de la visión la presencia de aquél. Su utilización facilita que se haga patente la aparición de transferencias, consistentes en la convergencia de las asociaciones en imágenes y pensamientos referidos al analista en lugar de otros que no pueden acceder a la consciencia debido a la represión. Por esta razón esta detención del trabajo analítico fue denominada “cierre del inconsciente”(*) .
El fundamento del método analítico es el descubrimiento que el sujeto al hablar se dirije a otro que no es reducible al prójimo (próximo) y que es buscado en un más allá que escribimos “Otro”. Los esquemas L y Z de Lacan escriben pormenorizadamente el concepto.
El uso del diván, al separar el habla y la escucha del ver y darse a ver, es un antecesor de las sesiones a distancia. Pero este privilegio del uso de la palabra en el vínculo analítico tiene como condición de partida, sine qua non, que el paciente haya descubierto que la compañía que necesita del analista finalmente no es otra que la de una escucha inteligente. Por eso la cercanía o lejanía aquí percibida es otra que la física o geográfica, de donde resulta que el vínculo analítico que se sostiene a través del teléfono o equivalentes bien puede ser real y no virtual.
Adenda:
A la utilización de Skype o Whatsapp con imágenes visuales cabe aplicar las mismas consideraciones que a las sesiones en el consultorio “físico”, que por razones que trataremos en otro momento, nunca dejaremos de lado.
Nota:
*) Cf. Lacan, 1964, S.XI, p.149.
Fuente: Raúl Courel (2020) "Distancia corporal"
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