sábado, 13 de junio de 2020

Estrés y depresión: una perspectiva psicoanalítica

El estrés se define como “la situación de un organismo vivo o de alguno de sus órganos o aparatos, que por exigir de ellos un rendimiento muy superior al normal, los pone en riesgo próximo a enfermar”. Se lo considera en la vecindad de otros términos: tensión, fatiga, sobreesfuerzo, agotamiento, surmenage.
En esta definición subyacen 2 conceptos: exigencia excesiva y adaptación.

El síndrome del estrés es considerado así como una respuesta del organismo a agentes evocadores denotando la incongruencia entre las demandas ambientales y la capacidad de respuesta de la persona.

La tendencia actual se inclina a asignar mayor importancia a los llamados estresores psicológicos, que son los modos cómo se evalúan o interpretan las significaciones de peligro, amenaza o reto vital representado por el estresor ambiental.

El valor que la realidad externa cobra en el desencadenamiento del estrés, esta absolutamente condicionado a los modos de la subjetividad, que decodifica determinados signos como peligrosos y que organiza frente a ellos una respuesta corporal a la que algunos autores denominan “síndrome general de adaptación”.

La exigencia se convierte en peligro y desde allí emerge una alarma que promueve una respuesta del organismo.

Se pone en marcha un modo particular de la defensa icc frente a un contexto que es reconocido inconscientemente como amenazante.

Tres fases del estrés:
• Alarma
• Resistencia
• Agotamiento.

Frente a la presencia del factor estresor la fuga no es posible, y en la etapa de alarma se producen alteraciones metabólicas que preparan al organismo para la batalla. Esta etapa es considerada como un motor indispensable para la vida, al igual que desde el ángulo psicoanalítico la señal de angustia, que suena como una alarma que pone en marcha el proceso defensivo icc. destinado a permitir un retorno a la homeostasis quebrada por el factor amenazante.

Este proceso mudo se hace oír cuando la alteración fisiológica se sostiene, y el estrés como enfermedad de adaptación (2° fase) despierta nuestra atención en tanto padecimiento, al que cabe considerar no solo desde la perspectiva fisiológica sino desde su valor en la economía psíquica.

Los signos físicos ocupan el primer plano: hay 

• cansancio 
• fatiga rápida frente a pequeños esfuerzos
• perdida de la capacidad de concentración
• a menudo trastornos del sueño
• taquicardias, cefaleas
• molestias sordas
• irritabilidad
• a manudo, cambios en los valores normales de sangre y en el sist. inmunológico
• alteraciones de la presión arterial.

Generalmente, el paciente hace una consulta clínica preocupado por estos síntomas inespecíficos ligados a una sorda molestia en el cuerpo.

Como reacción a una ruptura de la homeostasis, se ha tramitado todo un proceso que compromete al cuerpo y a sus funciones vitales, a espaldas (metafóricamente) de un sujeto psíquico.

No se registra percepción del conflicto ni pregunta sobre el sentido del padecimiento. Habitualmente la persona llega a la consulta derivado por el medico clínico, que en general es el que se alarma, el que recibe el alerta roja, función yoica.

Es posible que el alerta roja este referido a la inminencia de un colapso orgánico con el riesgo de muerte en él implicado. 

Desde el ángulo de la economía psíquica, la tramitación del conflicto se ha concretado por la vía del cuerpo y no por la de las significaciones. La sintomatología habitualmente descrita evoca los equivalentes somáticos de la angustia.

Estrés y depresión: se trata de respuestas diferentes a un factor etiológico común, la patología del Ideal considerado como una de las funciones del Súper Yo.

En la obra freudiana, la problemática del estrés (surmenage), queda siempre relacionada con la presencia de un factor desencadenante: exceso de trabajo, accidentes, etc.

El factor externo queda ligado a otras condiciones estructurales del funcionamiento psíquico, entre ellas, el conflicto intersistemico entre las distintas instancias del AP.

Cualquier respuesta del sujeto a su ambiente no puede ser considerada automática respecto del agente evocador, sino que es producto del efecto de una estructura que se pone en juego.

Las exigencias de la realidad externa, así como los ideales a alcanzar se imponen a través del Súper Yo que se separa del Yo observando vigilante su accionar.

El sentimiento de culpabilidad y el de inferioridad constituyen la respuesta del Yo en la confrontación con una exigencia internalizada que propone modelos y aspiraciones ideales, así como férreas prohibiciones.

Si la demanda cultural entra por esta vía en la estructuración subjetiva, como un discurso Otro que nos constituye, ¿cómo no pensar que las condiciones actuales del macrocontexto, con su propuesta individualista, competitiva y violenta, que nos enfrenta a cambios vertiginosos en los roles y los valores, que se sustentan el la imagen, el poder y el prestigio, no condicionaran una exigencia desmedida que avasalla las posibilidades yoicas de defensa?

El enfrentamiento con ideales inalcanzables o en abierta contradicción con los modelos originarios, generara en la línea de la significación el sentimiento de humillación que socava la autoestima que sostiene la homeostasis narcisista.

Depresión: debilitamiento de los prestigios yoicos. Esto es lo esencial del cuadro, aunque muchas veces se acompaña de una sintomatología física tal como es descripta en el síndrome de estrés.

La angustia se localiza como una manifestación afectiva, predomina la sensación de tristeza, la expresión del llanto como un llamado del otro y la presencia de representaciones que giran sobre las perdidas, especialmente aquélla referida al autoestima, eco de la fractura narcisista que la imposibilidad de alcance del Ideal ha generado.

La apatía y la fatiga como síntomas manifiestos se compadecen con el sentido de una inhibición de la capacidad deseante.

El deseo como motor de la vida, generado en la diferencia entre el placer hallado y el esperado, se detiene en su efecto de deslizamiento quedando fijado a aquello inalcanzable.

La imposibilidad de renuncia arroja al sujeto a la vivencia de impotencia y a un retorno sobre si mismo aunque sea bajo la forma del autoreproche y la autoconmiseracion correlativo con un marcado desinterés por las cosas del mundo.

Esta depresión, evoca un sentido que sugiere la reacción frente a la perdida de objeto ligada al Ideal, y con ello, el surgimiento amenazante de la angustia del desamparo.

Aunque muchas veces la irrupción del cuadro queda asociado con un factor exógeno desencadenante, esa forma de resolución se sostiene en una estructura subjetiva que encuentra en la represión el modelo de su defensa, lo que promueve el armado de una red simbólica y asociativa.

El retorno de lo reprimido puede ser elaborado a través del trabajo sobre las formaciones del Icc. que encuentran el la palabra su modo de expresión.

En el estrés, por el contrario, lo que queda excluido no retorna a través de la palabra, sino por la vía del cuerpo. La alarma suena afuera. Es el medico o los familiares mas cercanos los que se hacen cargo de la preocupación e instan a la consulta psicológica.

Lo esencial del cuadro no pasa (como en la depresión) por el resquebrajamiento de la autoestima que denota la representación psíquica del conflicto.

Con mayor frecuencia el estrés se presenta en sujetos que impresionan como sobreadaptados. En ellos, la respuesta a la exigencia del Ideal se consuma en un esfuerzo de adaptación que solo puede pensarse desde el efecto de sometimiento a una instancia cuya ferocidad en muchas oportunidades solo se clama en el colapso orgánico que conduce a la muerte.

Mondolfo centra la etiología del estrés en la función del Ideal, constituido desde una identificación primaria con la figura paterna.

Hay que preguntarse el modo de influencia de los emblemas fálicos de poder que la sociedad impone en el incremento de estas patologías.

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