lunes, 28 de septiembre de 2020

El paciente que decide emigrar

Las migraciones existen desde los orígenes del ser humano, ya sea por necesidad en busca de alimentación frente a la desertificación o las hambrunas que castigaron continentes enteros en el siglo XIX y con anterioridad. Pero también es legítimo expatriarse por anhelos personales, que pueden ser múltiples. Las causas manifiestas por las cuales los pacientes eligen y/o se deciden a emigrar son variadas:
- Crisis económica
- Búsqueda de mejores posibilidades de desarrollo profesional.
- Alta presión tributaria.
- Inseguridad.
- La idealización del “otro lugar”.

Abandonar el país: ¿Tentación, deseo o mandato?

Se imagina que el afuera, ese otro país, brindará mejores oportunidades. A veces se logra, y otras veces no es tan simple insertarse en una realidad diferente, en otra cultura, eventualmente en otro idioma. Pero la perspectiva de lograr una situación más acorde a sus deseos es un proyecto legítimo que no deja de ser doloroso. La dificultad de los jóvenes es un problema mundial. Asistimos a generaciones sin esperanza.

La desesperanza, como sentimiento, es una de las razones más fuertes que tienen los jóvenes para decidir irse del país. Hace tiempo Argentina dejó ser un país de esperanza como lo fue en la época de los inmigrantes. ¿Qué significa? Que pese al esfuerzo y el trabajo cuesta mucho lograr las metas que impliquen estabilidad y previsión económica, el principal deseo de los jóvenes hoy. Y se quieren ir porque buscan la esperanza que el país no les puede dar”.

El paciente no ve horizonte ni posibilidades de desarrollarse y, más aún, aparecen crisis muy grandes que recuerdan que pertenecemos al tercer mundo, surge la idea de ‘Otro lugar’, muchas veces idealizado, donde se va a poder vivir de mejor manera. El analista debe estar muy atento a este Otro lugar, que puede encarnar al Otro del paciente, en la medida que el sujeto lo imagina como completo, que lo recibirá en su seno al estilo "his majesty the baby" del yo ideal.

Otras veces el "otro lugar" aparece en forma de mandatos. El analista también tiene que interrogar lo que dicen los otros del paciente. A veces, de lo que se trata es de intentar cumplir el deseo de un padre o un abuelo, quienes permanentemente dicen expresiones penosas en relación a que el país de origen no bueno y que en otro lugar se está mejor. En el imaginario de muchos argentinos está presente la idea de volver a esas tierras, al lugar de donde aquéllos partieron sin desearlo y al que siempre quisieron volver. Tal vez puedan hacerlo de algún modo en términos transgeneracionales: las nuevas generaciones son instigadas, de manera inconsciente, a realizar los deseos de la primera, de quienes inmigraron a la Argentina para ‘hacer la América’”.

En la mayoría de los casos, las intenciones de residir en el exterior quedan, en gran parte, en el plano de las expresiones del orden del anhelo y en expresiones que quedan en la queja. Queja que el analista debe poder sintomatizar.

Por supuesto, abandonar el país de origen también puede tener que ver con el deseo del paciente y en este sentido, tener el valor de acto. Ahora, de la elección a la decisión hay un camino que hacer.

Cuando emigrar tiene que ver con el deseo: saber, elegir y decidir

Cuando efectivamente un viaje pasa del deseo hacia la decisión -en la circunstancia que sea-, hay ciertos puntos que conviene tener en cuenta.

Para decidirse hay que elegir y para elegir hay que saber. Mientras que la elección es un momento de clasificación, la decisión implica un pasaje al acto sobre aquello que se eligió. Una decisión inexorablemente conlleva al duelo por aquello que no se decidió. 

¿Cómo se elige? ¿Qué se elige cuando se elige? La elección, cualquiera sea, se hace en base a la valoración de determinados vectores, que no siempre están tan claros para el sujeto que elige. Por ejemplo, yo puedo elegir ir a trabajar a un determinado país, pero al no ser ciudadano está permitido.


Reflexionar sobre estos y otros aspectos permite que la decisión no se realice de manera impulsiva o apresurada. En el momento de saber al analista le toca, pregunta y mucho tacto mediante, despejar fantasía de realidad (¡Blasfemia, dije palabra con R!). En este sentido, no es lo mismo haber conocido un país como turista, en determinada estación o período del año, con determinada situación política que puede haber quedado en el pasado. El paciente debería conocer cuál es la política inmigratoria del país de donde quiere ir a vivir: ¿Es ciudadano? ¿Visa laboral, de estudiante? ¿Qué limitaciones hay? ¿Puede validar su título? ¿Cuál es el plan, dónde piensa vivir? ¿Qué red de contención hay en el lugar de destino?

El psicólogo, en tanto intervención en prevención primaria, debería estar informado sobre los mecanismos de captación en la trata de personas mediante el engaño, ya sea con la modalidad de oferta de trabajo o de "enamoramiento".

Decíamos que no hay decisión sin pérdida. La decisión de emigrar también abre procesos de duelo por lo que se deja: una relación amorosa, familiares, amigos y hasta mascotas. El deshacerse de los objetos materiales suele ser muy movilizante también. A esto, se le agrega la angustia por el futuro.

Hacer con el desarraigo
Lacan definió al desarraigo como la pérdida de aquello que afecta hasta lo más íntimo del organismo humano: el asimiento de lo simbólico.

El desarraigo cultural implica un sentimiento de no-identificación con la sociedad que ha acogido al sujeto y que produce profundas crisis emocionales y físicas. Aunque el desarraigo puede verse disminuido en gran parte, es un sentimiento que nunca abandona al exiliado quien en algunas circunstancias y momentos "siente que no es de allí" o que le hacen sentir que no pertenece a esa sociedad. Pero ese desarraigo que sufre, al menos en toda la primera etapa del exilio, paradójicamente, puede sentirla también al regresar a su país de origen.

Se produce una crisis de identidad en la que el sujeto se siente desvinculado de su sociedad de origen y no se siente integrado en el país de acogida. Demasiado frecuentemente se recurre a la identidad de las raíces o de las experiencias primeras que responde a la pregunta «¿de dónde eres?».

En nuestra época, de tantos intercambios e interinfluencias, hay que entender la identidad individual como una tarea de bricolaje, ensamblaje o amalgama permanente por parte de un sujeto que debe trabajar sobre sí mismo con los elementos más variados, cultural y socialmente heterogéneos, siendo el soporte de todo ello su propia individualidad (Martuccelli, 2007). Aunque siga acudiendo a referentes grupales para construir su identidad es imposible mantener una identidad unificada en torno a un único referente identitario (Bermejo, 2011). El sujeto no puede escaparse de la obligación de inventarse a sí mismo, en una obstinada construcción de identidad, a fin de dotarse de una unidad y coherencia que le permitan mantener ese sentido de «mismidad» en los nuevos contextos de tan altos y diferentes estímulos e intercambios. Muchos de estos son producidos en la cotidianidad (Lefebvre, 1984) sin interés expreso del sujeto y, evidentemente, sin consciencia de ello.

Al contrario de otros momentos históricos, hoy en día los espacios de análisis pueden conservarse mediante el uso de las tecnologías de la era digital. 

El análisis, ante el desarraigo, no ofrece ninguna ortopedia reeducativa de habilidades sociales, sino en el respeto por lo más singular del sujeto: su síntoma. Ningún arraigo, ningún lazo, puede pensarse por fuera de él. El sinthome es la estabilidad que tenemos y lo más duradero. No hay lazo fuera de él.

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