Según una de las hipótesis de Freud, dos tendencias en el ser humano están en la base de su comportamientos. La mezcla de ellas, el conflicto entre ellas, el predominio de una sobre otra y el hecho de que en base a él una aproveche de la otra son las conclusiones a las que llegó luego de haber recorrido un trecho largo y enormemente fructífero en su clínica y en sus investigaciones.
Esas tendencias instintivas son consecuencia de influencias externas ineludibles en la filogenia, en la infancia y en el presente del individuo. De modo que las experiencias vitales tenderán a generar un impulso a la vida y las tendencias mortíferas crearán una inclinación de lo viviente a la muerte. Obviamente me estoy refiriendo a los instintos de vida (Eros, según los nombraba Freud) y de muerte (también conocido como Tánatos aunque no sea una denominación freudiana).
Ninguna concepción freudiana es la solución definitiva a la comprensión del alma humana. El obstáculo no está en la cantidad o la finura de las observaciones ni tampoco en el grado de teorización que se pueda lograr. El trabajo freudiano fue la introducción de concepciones abstractas que puedan unir de tal modo los baches de la observación que le agreguen orden y transparencia. Pero esas especulaciones freudianas no son privativas de él. Todo avance científico no se lleva a cabo por acumulación de datos sino por el hecho de poder crear teorías, hipótesis que expliquen el hueco que deja la observación. La teoría científica es ‘el último error admitido provisoriamente’ que explica los hechos de la naturaleza. Nace y se desarrolla con la premisa de que la verdad alcanzada es parcial y que será superada. No es un saber completo. Siempre es un paso más pero nunca llega a la meta final. El avance se puede hacer por medio de la experimentación, o por medio del método hipotético deductivo creando hipótesis coherentes para explicar los hechos. Ninguna ciencia está dada completa en sus métodos ni en sus conclusiones desde el comienzo. El psicoanálisis nació a partir de los avances de la neuroanatomía y la neurofisiología, del diagnóstico diferencial de la neuropatología, y fue creado por un médico, biólogo, investigador, formado en los más rigurosos métodos de observación e investigación del momento.
Solemos confundir adelantos técnicos con adelantos científicos sin darnos cuenta que los primeros son consecuencia de los últimos. El inventor del adelanto técnico, a diferencia del científico, no necesariamente enriquece su labor con la cultura general. En el hombre de ciencia la cultura general genera un terreno fértil para desarrollar su capacidad de inventar hipótesis. Del mismo modo consideramos que para ser psicoanalista no alcanza con los conocimientos de psicopatología, la teoría del inconsciente, la técnica del tratamiento psicoanalítico. Para ser psicoanalista es imprescindible regirse por el Nihil humanum alienum est: el interés por el arte y la literatura, su historia y la capacidad creadora, los mitos, las religiones, la antropología, la biología, la historia natural de la sexualidad, la sociología, etc. Sin estos elementos el analista pierde la mayor parte del material del paciente.
¿Por qué digo esto? Porque un psicoanalista no es un técnico del inconsciente. Es un científico cuya labor de investigación coincide con el método terapéutico, los hechos se le presentan con huecos a la observación que sus hipótesis tendrán que llenar. Hipótesis que serán siempre una comprensión parcial de lo que ocurre pero que son un avance en el conocimiento que el paciente tendrá de sí mismo. Y así como el conocimiento de la naturaleza nos permite dominarla, utilizarla a nuestro favor, del mismo modo el conocimiento de lo que se oculta tras los síntomas neuróticos permitirá al paciente hacerse más dueño de sí mismo. Pero el psicoanálisis no limita sus aplicaciones a la terapia de los individuos. El avance en la comprensión de la conducta y la producción humanas que esta nueva ciencia significa permite sus aplicaciones a terrenos más amplios que el consultorio: así tenemos su aplicación a la pedagogía, a la criminología, a las artes, a los fenómenos sociales, etc.
Hay ciertos conceptos básicos para que una teoría, un tratamiento o un método de investigación psicológica sean considerados psicoanalíticos: la hipótesis del inconsciente dinámico, es decir en conflicto; la sexualidad infantil que culmina en el famoso complejo de Edipo con la instalación en el psiquismo de una instancia, el superyó, la cual estará preñada de consecuencias en la vida de toda persona; la teoría de la represión; el fenómeno de la transferencia, y la interpretación/reconstrucción de la historia sexual infantil como única arma terapéutica.
Para que algo sea considerado psicoanálisis debe tener por lo menos esos fundamentos. A partir de ellos pueden desarrollarse varias vías de investigación que darán lugar a las llamadas ‘escuelas psicoanalíticas’ o esquemas referenciales pero todas partiendo de esos elementos comunes. Pueden haber muchas otras formas de psicoterapia, basadas en muchas otras teorías que no se apoyan en esos descubrimientos psicoanalíticos, incluso pueden tener en sus bases sólo alguno de los fundamentos del psicoanálisis pero no todos, y hay que admitir que pueden ser superiores en los resultados terapéuticos de los síntomas sin necesidad de pasar por la comprensión histórico-genética, es decir, de la reconstrucción de la infancia olvidada del individuo. Pero no pueden ser considerados psicoanálisis. Deben ser consideradas otro tipo de psicoterapias, cuyos caminos y objetivos distintos pueden ser mejor logrados que con el psicoanálisis, pero no son psicoanálisis.
El psicoanalista no agrega nada nuevo al paciente, sólo le ayuda a recuperar lo perdido por el conflicto neurótico. El psicoanalista de quién el paciente el último día del análisis se despide diciéndole que en realidad no ha aprendido nada, que se da cuenta que todo lo que descubrieron ya lo sabía, debería sentirse orgulloso de su labor. El psicoanálisis hace aflorar lo que ya existe en el paciente, no aporta a su personalidad ninguna pincelada original. La comparación que se suele hacer es con la escultura y la pintura: una es per vía di levare y la otra per via di porre.
En el transcurso de la vida cada uno de nosotros está obligado a tener en cuenta exigencias que provienen de tres orígenes: los impulsos instintivos que son representantes de la filogenia y de la infancia de cada uno de nosotros, las demandas sociales y, por otro lado, la moral o los ideales de cada uno de nosotros que se originan tanto en la historia de la especie o de los pueblos como de los individuos. Ninguna teoría psicológica puede considerarse psicoanalítica si no tiene en cuenta este último factor, el moral inconsciente, como un constituyente fundamental en el psiquismo porque fue el psicoanálisis el que demostró su importante actividad en todo conflicto psíquico. Es que la moral individual tiene sus aspectos conscientes, los cuales socialmente son considerados lo más elevado del ser humano, pero tiene sus aspectos inconscientes de los cuales no tenemos noticias sino a través de derivados que puede descubrir un tratamiento psicoanalítico. Lo que llamamos habitualmente sentimiento de culpa, orgullo, sentimiento de inferioridad son formas de relación de nosotros con nuestra moral y nuestros ideales.
No les va a resultar extraño que les diga que la moral de cada uno depende de valores sociales imperantes, pero más cercanamente de los valores del ambiente infantil en el cual se ha desarrollado. La asimilación de esos valores morales del medio que nos rodeó en la infancia depende fundamentalmente de una condición biológica: la extrema inermidad, el gran desvalimiento, la gran dependencia infantil para satisfacer nuestras necesidades en una edad en la cual no podíamos arreglarnos por nuestros propios medios. Así aprendimos que ‘bueno’ era aquello que hacíamos y que lograba que nos quieran, nos protejan, nos abriguen, nos alimenten con lo que nos gustaba, nos mimen. Y ‘malo’ era lo que provocaba el retiro del amor o, peor, el castigo, de los seres queridos de quienes dependíamos. Esa gran dependencia infantil se constituyó en la fuente de los motivos morales. A esto se agregaron posteriormente los valores sociales, la influencia de maestros, etc. En la adquisición de la moral consciente interviene también el amor a nuestros padres o sus sustitutos.
Pero la moral inconsciente se erige sobre otro territorio: la vida sexual, entendida en el sentido amplio que le da Freud. Esa sexualidad (cuya energía recibe la denominación de libido) va más allá de la equiparación habitual con la genitalidad. Seguirá reteniendo ese sentido pero se extiende prácticamente a todos los fenómenos psíquicos, conclusión a la que se llegó entendiendo el destino que terminaban teniendo los deseos infantiles. Esa moral es la causante de los diques que se oponen al desarrollo de esa sexualidad.
Esa moral inconsciente, que en psicoanálisis llamamos superyó, impone dos tipos de destinos a los impulsos instintivos. A uno de ellos se le llama represión, es decir, la búsqueda de la eliminación de la conciencia de ciertas ideas y emociones ligadas con los impulsos instintivos. Mantener estas ideas en estado de represión requiere un desgaste psíquico enorme en detrimento de otros rendimientos psíquicos, pero en general esta represión no es exitosa del todo y dará muestra de su accionar a través de inhibiciones, disminución de la capacidad de amar y de disfrutar, alteración las relaciones con aquellas personas que serían objetos de nuestro amor, disminución de la eficacia en las labores que desempeña cada individuo. Es decir, que eso reprimido o es ‘antieconómico’ para el psiquismo pues requiere un esfuerzo mantenerlo en ese estado, o trae inhibiciones y retorna desde el inconsciente en forma de síntomas y conductas extrañas que llamamos neurosis.
El otro destino que impone el superyó a los instintos es lo que llamamos sublimación. Este destino se caracteriza porque se desconecta en cierto modo de su origen sexual tanto en la meta como en el objeto del instinto y hasta en la capacidad placentera, o en la intensidad de ella. Decimos que se desexualiza el instinto. La sublimación desviará los impulsos instintivos hacia la creación intelectual, el arte y todo tipo de labores, entre otros destinos. Y esto por lo general produce un aplauso social, una aceptación del ambiente, es decir: la sociedad valoriza el trabajo de sublimación.
Es que la vida en sociedad se erige en parte en la lucha contra los instintos. Decimos que la cultura es una superación de la ‘ley de la selva’. Las prohibiciones culturales básicas comunes a toda historia de cultura, a toda historia del derecho, coinciden con el descubrimiento freudiano del complejo de Edipo: el incesto y el parricidio. En realidad podríamos decir que, en vista de lo que sabemos de la historia del hombre, es muy llamativo que se haya tardado tanto en ese descubrimiento. La literatura nos ha dado muestras a través de los siglos de la existencia tan poderosa de este complejo y de sus consecuencias (veamos, si no, a Sófocles, Shakespeare, Dostoievski, entre muchísimos otros). La vida cotidiana es una inagotable fuente de muestras de su existencia. Un solo ejemplo, sin ir más lejos, cuyo efecto risueño me ha llevado a utilizarlo muchísimas veces: un amigo mío había hecho construir un chalet en un club de campo y se alojaba en él, junto con su mujer y sus tres hijas, todos los fines de semana donde pasaba momentos de descanso, solaz y diversión con amigos mientras sus hijas podían practicar distintos deportes. Un día, luego del almuerzo, las dos hijas mayores salen de la casa y quedan sólo mi amigo en su dormitorio, su mujer ultimando detalles en la cocina y la más pequeña de las hijas, de cinco años, en su cuarto. Mi amigo no había notado este último detalle y creyendo que las tres hijas se habían ido dice, levantando la voz para que su mujer lo oiga: ¡Querida, al fin solos!
La pequeña, desde el dormitorio le contesta al padre: No papá, mamá todavía está en la cocina.
¿Qué ocurre en la evolución de los niños con ese complejo de Edipo? En parte entrará en declinación, ‘pasará de moda’ para el niño o la niña, se irá apagando. Pero otra parte ha sufrido las distintas formas de prohibiciones que el superyó le impone al yo en su contra y por lo tanto caerá bajo la represión o se sublimará. La parte que cae bajo la represión se mantendrá preparada para retornar en forma de neurosis y si se logra superar esta eventualidad se recuperará la capacidad de amar y de hacer. Sufrirá un embate nuevo con la adolescencia en la búsqueda de su satisfacción y ahí reaparecerán los conflictos bajo cuya influencia sucumbió el amor infantil por el padre del otro sexo. De modo que no debemos sorprendernos por el hecho de que la adolescencia sea un período difícil de nuestras vidas. Los jóvenes ya tienen un cuerpo que puede responder a sus deseos infantiles que vuelven a emerger y siguen viviendo con los padres a quienes se dirigían esos deseos cuando el cuerpo era insuficiente para la satisfacción y las prohibiciones de los padres eran suficientemente poderosas teniendo en cuenta la diferencia de poder con el niño. Pero ahora se puede realizar lo que entonces era imposible.
Sin embargo, al mismo tiempo que se pueden realizar, ahora también surgirán los mecanismos de defensa en contra de sus instintos que hicieron que en aquel entonces estos alteren su destino. Desde ese conflicto surgirán las condiciones para la emergencia de la neurosis del adulto.
En psicoanálisis se había pensado durante un tiempo que a consecuencia de la sublimación, y dado que este mecanismo implica una desexualización, se aplacaría de ese modo la acción castigadora del superyó y se evitarían los conflictos intrapsíquicos pues se había logrado en cierto modo la ‘evaporación’ de la sexualidad, meta fundamental de dicha estructura psíquica. Pero la observación mostró otra cosa y llevó a hacer progresos en la comprensión de ese mecanismo y sus consecuencias.
Decíamos que la sublimación es un destino del instinto inducido por el superyó. Que la finalidad de esta inducción, como de toda defensa es la lucha contra la sexualidad en el sentido psicoanalítico. También sabemos que no toda persona puede sublimar todo lo que se le exige. Se puede exigir mucha sublimación pero el lograrlo depende más de alguna capacidad del yo para poder dirigir una parte de sus instintos en esa dirección que del esfuerzo voluntario o de la exigencia del medio ambiente del individuo. Esa capacidad es variable para cada individuo. Hay gente con mucha capacidad sublimatoria y hay gente con poca.
Sabemos también que la actividad deletérea del instinto de muerte queda neutralizada en gran parte por la satisfacción del instinto de vida. Pero la desexualización de una actividad, la sublimación, tiene como consecuencia una menor capacidad de Eros para neutralizar el instinto de destrucción y éste, que es ubicuo en el aparato psíquico, está especialmente ‘concentrado’ en el superyó. La función de este es prohibir, inducir a la represión, castigar por los deseos inconscientes, es decir, una actividad que en última instancia lleva a la desunión de afectos con ideas, de ideas entre ellas, del individuo con los demás. Lleva a la paz de los cementerios.
Ahora nos encontramos con un serio problema: la moral inconsciente, el superyó, ese representante interno de la sociedad, de los valores culturales, induce a la represión o a la sublimación, pero esta misma lleva a una desmezcla instintiva perdiendo el instinto de vida la capacidad de neutralizar al de muerte. Este queda liberado y dentro del psiquismo esa liberación conduce a un incremento del superyó, de modo que la sublimación, tan admirada y valorada por la cultura termina llevando a un incremento de un aspecto del psiquismo que, aunque parezca mentira, lleva a la desunión, al desamor, al odio hacia sí mismo y hacia los demás, y a una intensificación creciente del malestar en la cultura o en la civilización.
El avance cultural produce un incremento del superyó que tiene la función, originalmente, de oponerse al amor infantil, pero a su vez el mismo superyó, por las tendencias del instinto de muerte, tiene como efecto favorecer la mayor parte de las actitudes antisociales.
De este modo la libido desexualizada a instancias de la sociedad y del superyó nos conduce a la situación peligrosa del malestar en sociedad, del maltrato entre los seres humanos y a la destrucción dirigida a nosotros mismos y a los demás. O de otro modo: la moral inconsciente, producto de la vida en sociedad, nos lleva al peligro de disminuir nuestra capacidad de amarnos a nosotros mismos y a los demás. Si realmente el psiquismo humano va en esa dirección, nos está ocurriendo algo parecido a lo que padecen los cultivos celulares en un medio nutricio: llega un momento en que la eliminación por parte de esas células de los productos del catabolismo en ese medio ambiente en el cual se desarrollan las llevará a su propia muerte.
Si está ocurriendo eso, nuestro ambiente interno, el psiquismo, y nuestro ambiente externo, la vida en sociedad y el mismo planeta, estarían sufriendo un desastre progresivo a consecuencia de lo que consideramos una gran conquista evolutiva: la moral antiinstintiva. De este modo no sería de extrañar que le estemos haciendo a nuestro planeta lo que le estamos haciendo. Sería sólo un reflejo de lo que está ocurriendo en nuestro psiquismo. Si es cierta esta hipótesis no sólo la sexualidad sino la misma vida irán yendo en vías de extinción a consecuencia de ese producto propio: la moral inconsciente.
Iremos muriendo a consecuencia de la barbarie del progreso.
Un verdadero desastre ambiental dentro y fuera de la mente humana.
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