lunes, 14 de junio de 2021

Notas sobre la clínica psicoanalítica: La Dignidad.

El concepto de dignidad abarca una dimensión estructural del ser humano y hasta donde sabemos esta dimensión es universal. En todas las culturas que pude conocer hasta ahora, directamente o indirectamente a través de distintas fuentes, esta dimensión está presente.

Yendo ahora al terreno de nuestra práctica, es inevitable tener en cuenta esta cuestión, que se nos presenta a diario en la vida del sujeto por distintas vías discursivas.

Es muy difícil enumerarlas a todas, son tan variadas como la subjetividad.
En otros términos cada versión de la dignidad, es en sus manifestación, singular. Haciendo honor a la médula de nuestra práctica debemos situarnos en el marco de esta singularidad.

Pero hay que aclarar que cuando hablamos de dignidad hay que distinguirlas de las reivindicaciones narcisistas yoicas que justamente se caracterizan por esconder en el sentido habitual de la palabra, otras cuestiones derivadas de las defensas narcisistas, el desconocimiento de la verdad subjetiva.

En este sentido ya no se trata de dignidad sino de esa reivindicación narcisista, que puede portar un deseo de dignidad, pero que por lo general se halla en sus antípodas.

En resumen, de un modo quizás esquemático, cuanto más se trata de una reivindicación narcisista, menos se trata de la dignidad que desde el psicoanálisis intentamos definir y con la cual nos encontramos en nuestra práctica cotidiana.

No cabe la menor duda que el análisis, apunta a la verdad, a la subjetividad, dimensiones que se hallan portadas por lo general por la dimensión sintomática del malestar y el sufrimiento que llevan a alguien a emprender el recorrido de un análisis.

A medida que el análisis avanza, el síntoma se deconstruye tanto en una dimensión sincrónica, es decir en el relato inevitable de la actualidad de la vida del sujeto, así como en su dimensión histórica que es necesario abordar.

La dirección de la cura, a nuestro entender, esencialmente está en el discurso mismo del análisis.

El dicho corriente por parte de nuestros colegas "hay que seguir el camino del padre, de la madre...etc etc" sólo es válido en la medida en que es el resultado mismo de ese devenir mismo del discurso.

No es algo que se pueda comandar desde la conciencia.

No es que no haya propósitos del analizante o del analista, sólo que el discurso mismo se encarga de direccionar esos propósitos concientes, hacia las dimensiones discursivas implicadas, mas allá de los propósitos voluntarios.

Y muchas veces estos propósitos voluntarios mismos están guiados por el discurso mismo. Allí se entrelaza la resistencia, la represión, las defensas en general...las verdades, las emergencias subjetivas y los varios etcéteras que podemos advertir.

El semblante del analista, la dirección de la cura, la asociación libre, la atención flotante...se hallan implícitas y poco dependen de los propósitos concientes que mencionamos.

Dicho todo esto, advertimos durante el proceso analítico, que hay una dimensión muy fuerte que tiene que ver con la mejoría cuando no la curación de los síntomas y el avance del analizante en su análisis, su relacionamiento con sus verdades.

La dignidad como dimensión del análisis tiene que ver con el modo con que en el analizante se siente con respecto a sí mismo. Sentir que está íntimamente vinculado con su valoración de sí.

Esa valoración tiene que ver con la relación del Ideal del yo y el yo.

En que medida el yo se siente amado por su Ideal, en que medida el sujeto puede jugar sus deseos, sus goces, en fin... sus fantasmas, de un modo en que sus verdades y su advertencia respecto de esas verdades, y por lo tanto de los caminos de su subjetividad, van siendo desgajadas de las alienaciones respecto del superyo, el sentimiento de culpa y los parámetros afines de la vida del analizante.

Aunque lleva su tiempo desplegar estas cuestiones en un análisis, no cabe duda de que están en juego, en el síntoma, en el sufrimiento, en el carácter, en la sintomatización del carácter. En fin, en la vida del sujeto y la incidencia del análisis en esa vida, sus condiciones y el advertimiento del sujeto respecto a la verdad que se juega en su estructura singular.

En este punto se juegan en el análisis varios ejes que definen un análisis que cumple con su función y su metodología.

La distinción entre culpa y responsabilidad. 
Una cosa es que en la investigación analítica sea reconstruída la historia del sujeto, el orígen de sus marcas, las incidencias del superyó los, padres, en fin la historia en general.

Otra es colocar en esa historia, de un modo simplista y hasta ingenuo, la responsabilidad de las condiciones actuales de la vida del sujeto.

Aliarse con las quejas del sujeto, su sentimiento de daño histórico, lo que Lacan llamaba la frustración, es descolocar el eje de la cuestión y conduce al sujeto a permanecer en la misma condición subjetiva y hasta en el mismo sufrimiento que cuando comienza su análisis.

Culpabilizar a los padres de lo que ocurrió en la vida del sujeto es ignorar la propia responsabilidad respecto de su condición de portador de ella, en condición pasiva e impotente.

Es portar la culpa de esa historia enmascarada tras la culpabilización y responsabilización de los personajes y circunstancias de esa historia.

Caricaturescamente diríamos que entender el síntoma como algo de lo cual el sujeto no es responsable, es comprender en el peor sentido de la palabra que la culpa es del papá, la mamá, los hermanitos, los tíos... y los personajes...variados del pasado.

No se trata de ignorar la historia. Al contrario, se trata de investigarla, pero ir claramente a lo que el sujeto hizo con ella.

A través del síntoma el sujeto sufre esa historia. 

En esa dimensión sintomática su dignidad queda profundamente dañada, y en ese daño interviene inadvertidamente la culpabilización de los personajes de su historia. Esa culpabilización es una claudicación también inadvertida de la subjetividad.

El superyó rige en detrimento del Ideal en la valoración que el sujeto hace de sí mismo.

De nada valen las reivindicaciones narcisistas al respecto.

Y lo peor que puede ocurrir en un análisis es que el analista confunda investigación de la historia del sujeto con sus marcas, de los goces, de la presencia de la dimensión del Otro en ella. Todo ello está en juego en la alianza con las quejas del sujeto respecto de su historia.

Esa confusión es lisa y llanamente desresponsabilizarlo, es conducirlo a la reacción terapéutica negativa tal como la definía Freud, o mejor dicho es dejar que la dimensión de la frustración sea el eje de ese análisis, y consecuentemente el análisis no sea eficaz ni en cuanto al sufrimiento ni en relación a la verdad y la subjetividad, que finalmente están fuertemente relacionados.

El síntoma se encarga de la responsabilidad si el sujeto no la asume simbólicamente.

Se advierta o no, es enorme el daño que se inflige a la dignidad del sujeto por esta vía.

La dignidad muchas veces queda alienada en la reinvidicación narcisista. En el análisis, a veces hay una reivindicación de lo indigno, por ejemplo goces abyectos varios, obscenos y hasta perversos. Claro...qué analista puede juzgar. Nada más ajeno a nuestra práctica. Cada cual vive como quiere...o como puede (aquí el orden de los factores no altera el producto).

Ahora bien...hay que decirlo...esos goces no son gratuitos y el síntoma se encarga de eso. A veces con enorme malestar del sujeto, angustias, impedimentos, fracasos, malestares corporales múltiples...y sigue la lista...

Volviendo a lo que un analista hace con eso... Si no se distingue reconstrucción de una historia, deconstrucción del síntoma sincrónica y diacrónicamente, con colocar la responsabilidad en el Otro, de la historia o de las circunstancias actuales, lo advierta o no el sujeto conduce a un análisis que no avanza, a un sufrimiento que a la larga se infinitiza de diversos modos...a la repetición perpetua del malestar y sus condiciones, en una profecía autocumplida.

Un caso particularmente relevante es una angustia que se mantiene por años en algunos análisis. Es producido por una inercia causada por el amor transferencial y la contratransferencia correspondiente, su aliada resistencial. Muchas veces la cuestión de la no responsabilización del sujeto está en el centro de la cuestión.

En relación a esta inercia que ocurre frecuentemente, solemos advertir la circunstancia de un análisis detenido muchas veces en forma que exige un corte.

A veces un cambio de analista franquea esa detención. A veces puede ser que tanto el analizante como el analista, al darse cuenta de lo que ocurre, producen un movimiento que interrumpe la inercia y permite que ese análisis continúe.

En realidad cabe decir, que no sólo la angustia permanente y durante mucho tiempo, es la que delata esta inercia. La persistencia sintomática y del sufrimiento tiene distintos rostros. Entonces el eje de la cuestión es que el analista tenga en claro donde se encuentra la responsabilidad del sujeto respecto de esa historia.

Conducir el análisis desde la responsabilidad del analizante y no desde la solidaridad de la queja con lo que le ocurre...en la medida que eso es posible en función de la estructura de cada cual y de los tiempos del análisis implica el avance respecto de la verdad, la subjetivación, el florecimiento del deseo, y la posibilidad de que cada uno pueda posicionarse subjetivamente frente a las aventuras y desventuras de su vida.

El héroe no es un mito, en la historia del sujeto, salvo el carácter mítico con el cuál nos pensamos. Es necesario advertir la dimensión de héroe épico que todos tenemos en nuestra vida. A veces somos héroes trágicos, a veces héroes épicos en el sentido positivo de la palabra. 

Pero siempre somos protagonistas centrales de nuestra historia. 
No se trata sólo de lo que Freud enunció como mito del nacimiento del héroe. Se trata de lo que ese mito del nacimiento del héroe nos enseña en cuanto a la estructura fantasmática de todo sujeto.

Viene desde el nacimiento y sigue hasta la muerte...
Como tantas cosas que Freud descubrió puntualmente y que en realidad son parte de la estructura. Como tantas cosas que aparecen descriptivamente y en circunstancias puntuales que Freud descubre en su clínica y que con el tiempo se demuestran ser estructurales.. Freud con prudencia o inadvertidamente describe estos fenómenos. Con el tiempo nos damos cuenta que son generalizables a la estructura misma.

Los conceptos usados descriptivamente se van transformando en conceptos propiamente dichos o al menos exigen que lo sean. Exigen trascender la descripción fenoménica y debe ser transformados en conceptos del psicoanálisis.

Para citar un ejemplo puntual, el peso que cobró en la teoría psicoanalítica el concepto de "ombligo del sueño". Freud habló de él un par de veces, descriptivamente. Lacan en su conocida lucidez hizo la operación de transformarlo en un concepto fundamental de la teoría.

No es difícil deducir entre otras cosas, que se trata de una ventana sobre lo real, una ventana por la que se puede vislumbrar el más allá de la represión primaria: simplemente lo Real.

Y luego de esta disquisición, retornamos al comienzo de esta nota. Lo que nos a elevar desde lo fenoménico a una dimensión conceptual central en la teoría y en la clínica del psicoanálisis, el concepto de Dignidad.

Nombramos con este concepto una dimensión esencial de la vida del sujeto. Su falta es inmanente al síntoma, se advierta o no. Se la niegue o se reivindique lo contrario, la indignidad. Y hasta se burle...uno o los otros de ella.

En esta cuestión se juega entre otras cosas: la estructura del sujeto, su trato con la pulsión, con el objeto...en resúmen con todo lo que porta su ser.

El carácter es el resultado de la internalización de las elecciones de objeto y su introyección. Goce real, tramitación simbólica, captación imaginaria se unen en él. El síntoma es el punto donde el sujeto, entre otras cosas, se enfrenta con su carácter. En términos familiares a la clínica, podemos decir que los rasgos de carácter pasan de ser ego sintónicos a ego distónicos.

El sujeto pasa del "soy así y punto", a sentir que es algo ajeno al yo. Es relevante advertir que el malestar inherente a un sufrimiento que hasta allí fué ignorado suele tener que ver entre otras cosas con ese carácter. 

Un malestar en el punto donde el rasgo de carácter porta un goce, un trato con el goce, una imaginarización yoica o inadvertida o reivindicada (y aquí, ya aparece la egodistonía, vía reivindicación egosintónica).

No cabe duda que el análisis avanza a través de los síntomas y sus vicisitudes, fantasmas incluídos. También avanza transformando rasgos de carácter en estilo....

Pero... ¿qué es el estilo?
El estilo son los rasgos que definen las marcas que porta el ser del sujeto. El sujeto no es esas marcas. Es el soporte de esas marcas y los goces que acotan circunscribiéndolas.
Es lo que Lacan definió apoyándose en la filosofía como "falta en ser".
El ser del sujeto es una falta, soporte de sus marcas y sus goces. Ellas definen en estilo.
El carácter ¿tiene algo que ver con el estilo? Por supuesto que sí.
El estilo está en los rasgos de ese carácter. Pero ese carácter que lo porta por estructura, por su configuración en tanto heredero de la relación con el Otro y sus versiones en la historia del sujeto, queda alienado de ese sujeto. 
En el carácter, la separación y constitución subjetiva definen el trato con la vida.
Acorde con el deseo y los goces posibles muchas veces. 
Pero en el malestar y el síntoma, el estilo está alienado en goces sin acotamiento suficiente por sus marcas. En elaciones narcisistas imaginarias e ilusorias.
El análisis conduce, en sus eficacias, a pasar del rasgo de carácter a al rasgo del estilo, por decir así "purificado"...es decir filtrado de lo que lo excede.

En el medio, caen goces abyectos, alienados, sin límites y obviamente traumáticos. El narcisismo que excede al necesariamente estructural parece ser un camino eficaz en el trato con la abyección...Parece...sólo parece.

Un análisis debe entonces recorrer el camino de la responsabilidad del sujeto, de su relación a la verdad que emerge en el recorrido discursivo. Implica el pasaje de la impotencia a un trato amigable con lo imposible. 

Tratar a lo imposible como si fuera posible, o lo posible como si fuera imposible son vertientes de la neurosis (se las suele titular de histéricas u obsesivas, respectivamente.
Finalmente por ese camino, es muy difícil no sentirse víctima inocente de una historia. Sólo que el sujeto ni es víctima ni es inocente.
En ambos caso la responsabilidad con respecto al trato con lo imposible es la causa del sin salida de estos caminos.

Un clásico... : "y ésto cómo 'se' resuelve"...un desafío ingenuo al analista, a veces un desafío resignado...a veces, precisamente desafiante en el tono y el contenido.

La respuesta inevitable de un analista como tal debiera ser el decir de un modo u otro, pero claramente: se trata de: "ésto... como 'yo' lo resuelvo". Subrayo el yo que en nuestra lengua castellana aparece portado implíctamente por el verbo: sería "y ésto como 'lo' resuelvo no como 'se' resuelve.

Obviamente apuntamos a la responsabilidad del sujeto que se juega atrás del yo que nos inquiere.

En resumen: 
La dignidad es una dimensión en la que, a través del análisis, el sujeto, rescata una de las cuestiones esenciales a su ser. Sin ella...al decir de algunos pacientes...la vida no vale la pena de ser vivida.

Fuente: Víctor Iunger (2021) "NOTAS SOBRE LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA - LA DIGNIDAD"

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