RESUMEN Este trabajo es el resultado de un rastreo bibliográfico inicial, con el objeto de fundamentar la puesta en cuestión del supuesto de la identificación narcisista en el campo de la melancolía. Ubicamos a la melancolía desde una falta de distancia entre i’(a) y a, bajo el imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo. La identificación narcisista en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odia.
1- Narcisismo, identificación y superyó
Freud mantiene el término de neurosis narcisistas desde Introducción del narcisismo hasta el texto de Neurosis y psicosis. Sin embargo debemos decir que dicho término no puede aludir a lo mismo dado que entre uno y otro se formula la segunda tópica, lo cual produce una discontinuidad en la teoría. De hecho funda un campo nosológico nuevo, dado que articula el conflicto en juego en cada caso a dicha tópica, redefiniendo las neurosis narcisistas a un conflicto entre el yo y el superyó.
Asimismo la identificación constitutiva del yo, es planteada en el Yo y el ello, como melancólica. Sostiene que al resignar un objeto puede sobrevenir una alteración del yo, que describe como una erección del objeto en el yo, al igual que en la melancolía; agregando que quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos. Incluso propone que el carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, conteniendo la historia de estas elecciones de objeto.
Antes de la formulación de la segunda tópica comenta, en la Conferencia 26, (1916), que mediante el análisis de las afecciones narcisistas es posible llegar a conocer la composición de nuestro yo y su edificio de instancias. De este modo queda planteada una necesaria articulación entre, la identificación, el narcisismo y el superyó.
En “Duelo y melancolía”, texto anterior a la elaboración de la segunda tópica, plantea que la identificación narcisista con el objeto se convierte en el sustituto de la investidura de amor, lo cual implica que dicho vínculo no deba resignarse a pesar del conflicto con la persona amada. Esto hace que el sustituto del amor de objeto por identificación sea un mecanismo importante para las afecciones narcisistas. La pregunta que suscita este recorrido es, si es posible, luego de las elaboraciones freudianas y lacanianas mantener el supuesto de una identificación de ese orden para la melancolía. Con el fin de revisar la articulación entre la melancolía como neurosis narcisista según lo planteado por Freud y la dimensión del superyó recurrimos a los esquemas ópticos con las modificaciones que introduce Lacan en el Seminario 10, a partir de la formulación del objeto a.
Según lo que venimos planteando en investigaciones anteriores, en el caso de la melancolía tenemos la conjugación de la falta de distancia, la no-separación entre el objeto a y la imagen especular i’(a) en el campo imaginario, dado que el Ideal del yo, como elemento tercero, se encuentra ausente, actuante en el duelo, ausente en la melancolía.
En el rastreo bibliográfico de nuestra investigación partimos, como inicio del problema, de 2 citas de Lacan, una del Seminario 5 Las formaciones del inconciente y la segunda, del Seminario 9 La identificación En el Seminario 5 sostiene que: “En la medida en que, por parte del Ideal del yo, el propio sujeto en su realidad viviente puede estar en una posición de exclusión de toda significación posible, se establece el estado depresivo propiamente dicho. (Lacan, 1958: 308).
Del Seminario 9, si bien se refiere a la psicosis, podemos hacer extensivo el siguiente enunciado a la melancolía, El psicótico está siempre obligado a alienar su cuerpo en tanto soporte de su yo, o de alienar una parte corporal en tanto soporte de una posibilidad de goce. Si no empleo aquí el término de identificación es porque creo justamente que en la psicosis no es aplicable: la identificación en mi óptica implica la posibilidad de una relación de objeto donde el deseo del sujeto y el deseo del Otro están en situación conflictiva pero existen en tanto dos polos constitutivos de la relación. Podemos conjugar esos enunciados con lo propuesto en el Seminario 11.
En el entrecruzamiento por el cual el significante unario llega a funcionar aquí en el campo del Lust, es decir, en el campo de la identificación primaria narcisista, está el mecanismo esencial de la incidencia del ideal del yo. He descrito antes la mira en espejo del ideal del yo, de ese ser que vio primero aparecer en la forma del progenitor que, ante el espejo, lo tiene cargado. Aferrándose a la referencia de quien lo mira en un espejo, el sujeto ve aparecer, no su ideal del yo, sino su yo ideal, ese punto donde desea complacerse consigo mismo. Recapitulando, si el melancólico está en exclusión del Ideal, teniendo en cuenta el afecto doloroso/depresivo que está en juego, y al decir de Lacan, es en el entrecruzamiento del rasgo unario en el campo del lust donde la identificación narcisista, da cuenta de la incidencia del ideal del yo, podríamos poner en cuestión que en la melancolía se trate de la identificación narcisista, máxime teniendo en cuenta la cita del seminario 9 en la que Lacan afirma que la identificación no es aplicable al campo de la psicosis, aunque consideramos que no necesariamente se trate de esa estructura. Podemos aventurar por lo tanto que en la melancolía, redefinida como neurosis narcisista bajo los conceptos de la segunda tópica, el superyó en conflicto con el yo, no se encuentra “atemperado” por el Ideal, pero tampoco erotizado por el masoquismo moral, que resexualiza, libidiniza, los lazos con la moral que la disolución del Edipo había desexualizado.
Como plantea Freud, La conciencia moral y la moral misma nacieron por la superación, la desexualización, del complejo de Edipo; mediante el masoquismo moral, la moral es resexualizada, el complejo de Edipo es reanimado, se abre la vía para una regresión de Ia moral al complejo de Edipo. Por lo tanto, el superyó en la melancolía adopta la fórmula freudiana del cultivo puro de pulsión de muerte, empuja actuando como pura voz. Empuja a hacer Uno con el objeto en tanto desecho, a reunirse con el objeto a, al decir de Lacan “cuyo mando se le escapa”.
El yo del narcisismo que está en juego entonces, es arrasado por la falta de alteridad, porque el Otro se encuentra ausente testimoniado en el rechazo del inconciente y porque lo Hetero/hostil, como único predicado sobre el objeto a para el melancólico, le es propio sin mediación simbólica.
Ubicamos entonces a la melancolía desde esa falta de distancia entre i’(a) y a, bajo imperativo del superyó, no atemperado por el Ideal, dado que el superyó toma su puesto, ni erotizado por el masoquismo.
Esa identificación, en todo caso se pone en juego cuando la dimensión del otro aparece, pero éste queda reducido a no ser más que una imagen, se establece con ese otro una relación narcisista y especular, otro amado-odiado, sin la mediación simbólica que pondrá en juego el Ideal.
Citamos otros psicoanalistas que han tomado un sesgo similar en cuanto a estas proposiciones.
Concordamos con Fréderick Pellion cuando en su libro Melancolía y verdad (2003) plantea
"…la identificación narcisista no es suficiente para dar cuenta de la totalidad de manifestaciones clínicas de la melancolía. En particular, el fenómeno del autorreproche, como vuelco sobre la propia persona de un reproche al objeto, es irreductible a ella." (Pellion, 2003: 148)
En relación al objeto de amor del melancólico Jaques Hassoun en “La crueldad melancólica” se pregunta: “¿El otro al que el melancólico amará, no es semejante a ese Yo-ideal que Narciso, atormentado por la ausencia de imagen (de algún otro), ama hasta morir?”. (Hassoun, 1995: 16)
Vemos en esta pregunta situado tanto la falta de alteridad del semejante que lo aplasta en la dimensión narcisista, como el arrastre a la precipitación suicida. La alteridad tiene la modalidad de una pura exterioridad, lo que revela la contracara de la paranoia, el Otro no le concierne al melancólico.
El melancólico puede hacer existir al objeto de amor/odio, ya sea por la vía del autorreproche o por la vía de mantenerlo como perdido en un duelo imposible.
En ese sentido Giorgio Agamben en Estancias (1995) lo propone de un modo impecable: "…la melancolía no sería tanto reacción regresiva ante la pérdida del objeto de amor, sino la capacidad fantasmática de hacer aparecer como perdido un objeto inapropiable." (Agamben, 1995: 53)
Por lo tanto pensamos que es insuficiente la identificación narcisista para dar cuenta de la melancolía. La falta de distancia entre el yo y el objeto que lo hace penar, da cuenta de una dificultad en la separación. A falta del Ideal que mantiene la distancia, el superyó impone el aplastamiento. Un medio de trasladarlo al exterior es hacerlo existir bajo el autorreproche o bajo el estado de duelo permanente.
2- Dolor melancólico y moral superyoica
Dado que sostenemos que a falta de Ideal del yo, es el superyó el que lo releva, situamos una articulación entre el dolor melancólico y la moral superyoica.
Freud a lo largo de su obra ubica una relación entre la moral, el dolor anímico y el padre, articulación que se precipita en la formulación del superyó en la segunda tópica.
En el caso de la neurosis podemos ubicar una línea que va desde el padre perverso a la perversión de un superyó que se revela como sádico, ya que la moral que resulta de su intervención se ve resexualizada, vía el masoquismo moral del yo, es decir que el yo ha devenido masoquista bajo el influjo del superyó sádico, que emplea un fragmento de la pulsión de destrucción interior, preexistente en él en una ligazón erótica con el superyó.
Lacan en el Seminario 26, La topología y el tiempo, (Lacan, 1978) le da la palabra a Didier Weill Éste sitúa la diplopía a la que confronta el Padre siendo al mismo tiempo el que está en función como Nombre del Padre y también del persecutorio superyó. Articula el duelo por el Padre con un duelo, digamos cuasi imposible, ya que no es melancólico sino que linda con la melancolía.
"Entonces a Jung que plantea esa cuestión, y efectivamente ustedes sienten que lo que está en cuestión para Jung en esa senda, es en el fondo el drama que representa para todo individuo el hecho de que sea el mismo padre, el mismo padre muerto quien esté en el origen a la vez del significante del Nombre del Padre y a la vez del superyó, de ese superyó persecutorio, casi melancólico, dado que la incorporación en el fondo que hace más del padre, el duelo que hacemos del padre en tanto que es lo que sería ese individuo inacabado que por habernos hecho mejor que eso, es un duelo imposible que linda con la melancolía." (Lacan, Weill, 1978: 37)
De modo que el afecto doloroso de un duelo lindante con la melancolía y el dolor moral, que podríamos articular en su faz feroz al superyó parecen estar en relación.
De hecho Kant refiere que el dolor es el afecto que está en juego respecto del imperativo categórico de la Buena voluntad como Bien Supremo, es su correlato sentimental frente al imperativo con el que Freud calificó al superyó. Para Kant el dolor es testimonio de que se obró moralmente dado que se renunció al objeto patológico, 171 cualquiera sea éste en el campo de los bienes, por obrar según el Bien supremo de la Buena Voluntad.
El imperativo categórico kantiano y la máxima sadiana tienen su punto de conexión en que ambos son universales y en ambos de diferente modo, el dolor está en juego. En el Seminario 7, La Ética del psicoanálisis (Lacan, 1959), abordando la dimensión de das Ding, la Cosa, la cosa en sí, el nóumeno Kantiano, Lacan nos dice:
En suma, Kant es de la opinión de Sade. Pues para alcanzar absolutamente das Ding, pare abrir todas las compuertas del deseo, ¿que nos muestra Sade en el horizonte? Esencialmente, el dolor. El dolor del prójimo y también el propio dolor del sujeto, pues en este caso no son más que una única y misma cosa. … (Lacan, 1959: 99-100)
Años después, en Kant con Sade (Lacan, 1963) afirma el carácter matador del imperativo, por la homofonía entre el tu es (tú eres) y el tuer (Matar). Es pues sin duda el Otro en cuanto libre, es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho al goce pone como sujeto de su enunciación, y no de manera que difiera del Tú eres que se evoca desde el fondo matador de todo imperativo:
Suspendamos el decir su resorte para recordar que el dolor, que proyecta aquí su promesa de ignominia, no hace sino coincidir con la mención expresa que de él hace Kant entre las connotaciones de la experiencia moral. Lo que ese dolor vale para la experiencia sadiana se verá mejor de abordarlo por lo que tendría de desarmante el artificio de los estoicos para con él: el desprecio.
Imagínese una continuación de Epicteto en la experiencia sadiana: “Ves, la has roto”, dice designando su pierna. Rebajar el goce a la miseria de tal efecto en el que tropieza su búsqueda, ¿no es convertirlo en asco? (Lacan, 1963: 750)
Hay que recordar que los estoicos proponían el desprecio por el cuerpo y la indiferencia por la realidad material. Epicteto, Séneca y Marco Aurelio son algunos nombres de la filosofía estoica. Según Epicteto, “La muerte, el destierro y todas las cosas que parecen terribles tenlas ante los ojos a diario, pero la que más de todas la muerte, y nunca darás cabida en tu ánimo a ninguna bajeza ni anhelarás nada en demasía”.
Y en Marco Aurelio podemos intuir algo de ese pensamiento: “Existe un remedio vulgar, aunque eficaz, de cara a despreciar la muerte: rememorar a los que se empeñaron en vivir hasta ser pegajosos” Sabemos de la admiración que Lacan tenía por los estoicos, pero en este caso, a lo que Lacan apunta parece ser al pensamiento estoico que desarmaría la dimensión kantiana y también la sadiana, ya que desprecia dolor.
A diferencia de la perversión ya que la víctima sadiana no debe ser alguien que goce del dolor ni que lo desprecie, dado que a lo que apunta el sádico es que, por la vía del rebajamiento y la humillación, dolor anímico, o por la vía del dolor corporal aparezca el puro cuerpo, la reducción del sujeto a un puro cuerpo biológico, su caída en tanto sujeto del significante, de la cual el sádico será instrumento al servicio del Ser Supremo en maldad, interpretando el deseo del Otro como voluntad de goce.
Retomando, a partir de la lectura lacaniana, el superyó será el resto caído del Otro a partir de su intervención significante, en ese sentido es reconducido a las primeras marcas, y también objeto a, objeto voz caído del Otro.
En el Seminario 10 (Lacan, 1962-1963) es claro cuando propone: Todos conocen… los vínculos del estadio oral y de su objeto con las manifestaciones primarias del superyó. Al recordarles su conexión evidente con esta forma del objeto a que es la voz, les indiqué que no podía haber concepción analítica válida del superyó que olvide que en su fase más profunda, es una de las formas del objeto a. (Lacan, 1963: 318)
Y en el Seminario 16, De un Otro al otro (Lacan, 1969), la voz como objeto a, soporte de la articulación significante, puede instaurarse o no bajo una modalidad perversa.
Resulta estrictamente imposible concebir lo que ocurre con la función del superyó si no se comprende-no es del todo, pero es uno de sus resortes- lo que ocurre con la función del objeto a realizada por la voz como soporte de la articulación significante, la voz pura en la medida en que está, sí o no, instaurada en el lugar del Otro de una manera que es perversa o que no lo es.
La función del objeto a en su estatuto de voz, no es lo que se escucha en la oreja, sino, que, tal como se verifica claramente en el masoquismo moral, va al lugar de completar al Otro. En el caso del masoquismo perverso, aparece la dimensión de la irrisión: la orden que recibe del amo, está dictada por el mismo masoquista.
Para concluir, podemos afirmar que en el masoquismo, la función del Otro es esencial, mientras que en el dolor melancólico el Otro se encuentra ausente y el semejante solo tiene existencia como pura imagen.
El melancólico se encuentra en exclusión del Ideal del yo, condición de la identificación narcisista. Sin la mediación del Ideal, ni la resexualización del masoquismo moral, que atempere la voz del superyó.
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