Quisiera comenzar con una pregunta que, lejos de ser retórica, organiza todo este planteo: ¿es posible subsumir el inconsciente dentro del campo de lo psíquico? La respuesta, desde la lectura que propongo, es rotundamente no. Uno de los desarrollos que más claramente pone en evidencia esta imposibilidad se encuentra en los seminarios 20 al 22 de Lacan.
En esos seminarios, Lacan aborda el inconsciente desde el sesgo de la escritura, y desde allí puede afirmar que el inconsciente "converge entre lo modal y lo nodal". Según la RAE, "converger" implica coincidir en una misma posición frente a algo debatido, o también acercarse a un punto límite. En este marco, lo modal (las modalidades del decir) y lo nodal (los puntos de anudamiento estructural) funcionan como coordenadas donde se hace posible delimitar un fallo, una falla estructurante. De ahí que Lacan recurra a la escritura.
Lo escrito es definido por él como algo “peliagudo”, es decir, complejo, difícil de resolver. Incluso, siguiendo a María Moliner, algo apresurado o precipitado. Parte de esta dificultad radica en que un escrito no está hecho para ser leído, una idea que Lacan ya venía trabajando desde la publicación de sus Écrits. Si no es para leer, entonces ¿para qué es?
Para situar un lazo. Lo escrito sirve para ubicar al inconsciente como texto, como estructura de letra, dado a leer. Este lazo entre la letra y la escritura, que no está exento de complicaciones, funda el campo del decir en psicoanálisis. Apostar a llevar lo escrito al decir no es un mero juego formal: se trata de una apuesta clínica, una pregunta vigente en ese momento de la obra de Lacan: ¿es posible un decir que saque al sujeto de la necedad?
La necedad, en este contexto, no es una contingencia que sobreviene: el inconsciente la implica, porque arrastra consigo lo imposible de escribir. Por eso, la necedad no es simplemente ignorancia, sino una negativa a saber, un no querer saber de lo imposible, o incluso un no querer saber ese imposible.
Y frente a ese imposible, lo psíquico no puede más que aparecer como un entramado ficcional, solidario de lo que Lacan llamó, con una expresión bellísima, las ficciones de la mundanidad.
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