lunes, 21 de julio de 2025

Del falo significante al objeto a: corte, velamiento e imparidad

La introducción del falo como significante —más allá del falo como significado o como significación— puede pensarse como una bisagra teórica y clínica que permite el pasaje desde el falo como objeto del deseo al objeto a como causa del deseo. Este giro exige una transformación radical en la concepción del deseo, en particular su pasaje desde el registro fantasmático hacia una genealogía estructural, es decir, hacia su inscripción como efecto de un corte.

Ese corte no es otra cosa que la operación que el significante ejerce sobre el cuerpo. El falo, en tanto significante, no remite a un órgano ni a un objeto imaginario, sino que se introduce como operador simbólico en la medida en que el Nombre del Padre lo pone en funcionamiento. Decir que le "da existencia" no implica que lo cree desde la nada, sino que lo instituye en la cadena como término diferencial, como significante de la privación.

Así, el Padre —en su función simbólica— entra como agente de la castración, instalando el falo significante como aquello que no está, que no se tiene, que no se es. Esa función privadora produce un lugar de falta que, lejos de cerrar el circuito, lo abre: es la falta la que funda el deseo.

Pero el falo es también el significante que designa al conjunto de los efectos de significado, aquello que delimita el campo de lo significable. En su texto La significación del falo, Lacan propone una tríada esclarecedora: significante-significado-significable, con la cual el cuerpo se desnaturaliza y se subjetiva en tanto cuerpo hablante. En otras palabras, el falo funciona como el significante-maestro del orden significante, lo que lo torna invisible: al operar en el conjunto, no puede ser parte de él sin anular su función.

Por eso, no representa el deseo, sino que designa su borde. No representa un objeto, sino marca el límite de la cadena significante: su función es la de un operador de velamiento, índice de una imparidad estructural que se anuda a lo castrativo.

Esa imparidad no se refiere a una asimetría empírica, sino a una imposibilidad lógica: el lenguaje no puede decir la relación sexual porque no hay un significante para la diferencia de los sexos que pueda establecer una relación en términos de cadena. Por eso, el falo es un significante que, al mismo tiempo que estructura el campo del deseo, denuncia su imposibilidad última: allí donde no hay significante para la relación, solo queda el deseo como deseo del Otro, y el goce como resto inasimilable.

El falo significante, entonces, es la razón del deseo, pero también es la marca de su imposibilidad de completarse, de inscribirse plenamente en lo simbólico. En ese punto preciso emerge el objeto a: no como representación ni significación, sino como causa —resto, excrecencia, torsión— del deseo. Se abre así una nueva lógica del sujeto: no ya el sujeto del sentido, sino el sujeto dividido, cortado por el significante, causado por un resto que no puede ser dicho, pero que insiste como goce.

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