miércoles, 8 de febrero de 2017

Devenir de la fobia en un análisis.


Apuntes de la conferencia dictada por Norma Manavella, el 16/06/2015:

Los que trabajamos en psicoanálisis tenemos una perla, que es el síntoma, que nos avocamos en el mejor de los casos. Para trabajar esa cuestión, decidí tomar un recorrido dándole la bienvenida al síntoma, donde la transferencia va a tener un lugar privilegiado cuando el paciente se va a tratar. En la clínica con niños, esto tiene algunos aspectos que vamos a ir viendo, porque no siempre el síntoma está presente. En ese sentido, la fobia es lo más paradigmático en la clínica con niños.

En un momento difícil del país, recibí una joven de 34 años y me dice que tiene que hablar de su odisea, ella dice así. Su odisea es no poder dejar de limpiar. “Me la paso limpiando, todo lo que tocan, limpio”. Si ella no vio donde estuvieron, por donde pasaron, tenía que limpiar todo. Al marido, recién operado, lo hizo levantar de la cama para limpiar. “Me apuro a salir de la casa para que no viniera nadie y así no tuviera tanto que limpiar”. A través de las entrevistas se produce la histerización del discurso en el dispositivo que incluso me hizo replantear de qué estructura clínica se trataba. “No puedo dejar de mirar cómo se viste ella, cómo es, qué usa en el dedo. Por ejemplo, yo siempre me acuerdo que usted usa 3 anillos plateados en la mano, o la ropa que usted tiene puesta cuando me atiende. Yo tengo la ropa en el ropero y no la uso. No sé, me da no se qué, ¿Para qué la voy a usar?”. Me parece que se trataba aquí de un comienzo de histerización del discurso del dispositivo analítico, también se empezaban a escuchar las voces del síntoma y pensaba algo en acerca de la relación terapéutica negativa, ya que ella empieza a decir que no sabía por qué le servía saber que su papá, etc, que para qué le servía saber. Ella decía que quería estar mejor, que se la pasaba limpiando... Ella decía que “Me siento obligada a vení, pero no por usted, es como si no quisiera venir y vengo”. Le pregunto si es como cuando limpia. Ella me dice que “Sí, ¿cómo le voy a faltar a usted? Es una profesional, usted tiene una agenda, se le hace un agujero”. Bienvenido síntoma, bienvenido a la transferencia.

La neurosis es una especie de pregunta cerrada para el propio sujeto y los síntomas son los elementos vivos de esa pregunta. El síntoma tiene un sentido, al igual que los sueños y los actos fallidos. El sentido de los síntomas se vincula con el vivenciar del paciente, que hay que descifrar. El síntoma hace texto, texto críptico, pero es un hecho del lenguaje.

En el punto 3 de Inhibición, síntoma y angustia se puede leer el síntoma como inherente al aparato en y por la experiencia analítica. Por eso elegí este recorte, porque me parece interesante cómo adviene a la transferencia. Si se tratara solo de un conflicto entre las instancias yo, ello y superyó, no habría síntoma o todo sería compulsión a la repetición.

En Freud se puede situar un cuarto término, que a veces es la realidad externa y otras veces es el síntoma.

Lacan, en el ‘75 y ‘76, habla del sinthome como cuarto elemento estabilizador de la estructura. Hace falta suponer que hace falta un cuarto que estabilice el nudo de Borromeo –Real, imaginario y simbólico­ y este cuarto término lo ubica como enigmático, poniéndolo a veces como lo que queda del síntoma y otras veces el poder hacer algo con ese síntoma. Por ejemplo, en Joyce, donde ella produce con su escritura.

Es importante situar en ambos, en Freud y Lacan, la extraterritorialidad del síntoma. ​El síntoma intercepta en el nudo, en las instancias, para el neurótico, la verdadera adaptación que es al síntoma, porque así como decimos de la adaptación a la realidad, nuestra realidad como neuróticos es sintomática.

El síntoma es autosuficiente porque hay goce. No es el síntoma el que pide análisis, no atenta contra el goce que él mismo conlleva. Cuando ese goce es tan inmenso, tan intenso, nos encontramos con esa resistencia que uno ve en la clínica como que no hay con qué darle. Entonces ahí cometemos el error de intentar darle un sentido al síntoma y esto es lo que precisamente engorda al pececito: el paciente suma bibliografía, pero no renuncia porque hay un dispositivo de goce muy intenso. En ese sentido, lo que va a acotar el síntoma es el juego de palabras, poder hacer otra cosa con eso, que tome otra vía significante.

La vez pasada una paciente me contaba que ella estaba muy preocupada porque tenía una lesión de cuello uterino, entonces en un momento ella estaba con el esposo y la hija y ella dice “Me duele mucho el cuello, no sé, será una tortícolis” y la nena le dice “Mamá, te mudaste de cuello, tenés 2 cuellos”. O sea, es por esa vía de hacer un juego de palabras donde se empieza a reducir esta dimensión del síntoma, mientras que si de da algo explicativo, no funciona.

El síntoma tiene una cara significante, que es esta dimensión que yo les decía de la palabra y de aludir a otro significante, y una cara de goce, que sería la cara más diferencial del síntoma, esto que decía que a veces no hay con qué darle. O lo que Freud escribió en “Más allá del principio de Placer”, de la dificultad de renunciar al goce de ese síntoma.

El síntoma se va constituyendo en el análisis, por ejemplo en Juanito, del que ya habrán hablado varios de los invitados, con lo paradigmático de las fobias infantiles que nos enseña Freud y que todos los analistas de niños tomamos como un norte. Ustedes saben que Juanito al principio tiene miedo a la calle, luego aparece el miedo a que el caballo se caiga, a que el caballo lo muerda... Todo esto se va construyendo a partir del trabajo que va a haciendo el padre con Juanito, donde Freud está en un lugar muy especial, como cuando Freud habla de la mancha negra alrededor de la boca, donde está la dimensión de la transferencia del padre con Freud y esta convicción tan particular que hace un analista con su propio hijo. Ahí vemos cómo se va construyendo, en este espacio analítico tan fundante, tan peculiar.

El síntoma es metafórico: el camino por la voz del síntoma implica la no disolución de un conflicto, que al resultar eludido mediante un rodeo, conlleva un giro alrededor de una falta. Para que haya síntoma, tiene que haber condensación y desplazamiento. Metáfora y metonimia. Estos son los 2 mecanismos que Freud va a ubicar inicialmente en la elaboración del sueño, en el trabajo del sueño.

Hay una imposibilidad de una definición unívoca del síntoma. La definición es estructural porque tratándose del síntoma, es lo más singular de lo singular. Por eso a mí siempre me preocupan estas tendencias fenomenológicas de hacer combos como “Los anoréxicos”, “Los bulímicos”... Porque podemos atentar contra la concepción psicoanalítica del síntoma.

Quiero plantear la teoría lógica de la angustia de Freud respecto a la represión. Así es posible poner como motivo de represión a la angustia de castración. La angustia debemos ubicarla como mediana (en sentido geográfico) entre goce y deseo. La castración es motivo de represión y la angustia es su causa. Podríamos citar ahí un aislamiento de los 3: angustia, represión y castración en el sentido freudiano.

Donde Freud ubica el goce del síntoma es en la relación terapéutica negativa, en “Más allá del principio del placer”, como cuando a Freud dice que sus histéricas lo engañaban y que Freud tuvo la honestidad de plantear, pese a que le hacía temblar todo su andamiaje teórico. En “Más allá del principio del placer” Freud va a hablar de la reacción terapéutica negativa. En esta viñeta que les presenté se puede ver algo de todo esto, hay algo que se puede pensar así.

Freud marca que el inconsciente debe tomarse como un expediente, una cuestión de palabras.

Freud diferencia síntoma de defensa. No existe ninguna forma de definir al síntoma que no sea desde la interpretación analítica. Solo ella permite definir al síntoma como tal, qué es y que no es síntoma para el psicoanálisis.

Freud también diferencia síntoma de inhibición, en tanto que el síntoma tiene que ver con el inconsciente, mientras que la inhibición la ubica en relación a las funciones yoicas. En la transferencia, intentamos sintomatizar la inhibición: intentamos que mediante la irrupción de la angustia y la pregunta, se haga un síntoma. De “Inhibición, síntoma y angustia”, hay que definir cómo Freud va delimitando conjuntos y cerrando campos, estableciendo diferencias, en donde ubica estos 3 elementos, inhibición, síntoma y angustia como disjuntos, o sea, con cuerpo propio para ser interrogados cada uno de ellos.

En relación al trabajo con niños, a mí siempre me ocupó mucho la dimensión del síntoma, que no siempre está dispuesta a asistir a la cita. Veamos un caso:

Caso Ernesto.
Ernesto tiene 4 años, me es derivado por una colega que lo atendió por un tiempo pero no pudo seguir haciéndolo. Durante las entrevistas los padres de Ernesto, a los que voy a llamar Inés y Antonio, insisten en la pregunta acerca de mi permanencia. “¿Usted va a estar siempre acá? ¿No se va a ir? Porque todos pasan y nadie queda”. Mencionan varios nombres de analistas que pasaron y se fueron. En este punto, la insistencia significante era “Lo dejaron, nos dejaron”.

Ernesto es el 4o hijo de esta pareja. Sus hermanos, Juan Antonio (13), Juan Carlos (11), Juan Martín (5). “¿Todos Juan?”, pregunto yo. “Sí, Ernesto también. Es Juan Ernesto”. Esto que parece una simple taradez, yo no lo escuchaba nombrarlo como Juan, sino por el segundo nombre, Ernesto. El nombre Juan era el nombre paterno, hombre que falleció al poco tiempo de iniciado el embarazo de Ernesto. Esto es muy importante, porque este “Juan” que todos tenían tiene un valor de filiación. La madre dice que Ernesto no lo esperaban, pero vino.

Dice que todo con él fue difícil, que cuando se internó para tener a Ernesto, Juan empezó con hepatitis. Fue una hepatitis prolongada, hubo que aislar a Ernesto para que no se contagie. La madre dice que Ernesto era muy buenito y que no molestaba para nada. Lo de aislarlo, la madre lo toma con una literalidad absoluta. La madre sentía que algo le pasaba a Ernesto, que era distinto. Preguntaba al pediatra y él le decía que ya iba a madurar.

Si bien en psicoanálisis hablamos de tiempos lógicos, no ignoramos el nivel de maduración neurológica. La cronología no es neutra, no es lo mismo que un chico llegue con una situación a los 3 años que a los 5. Tampoco se trata de estar alarmando en exceso a los padres.

Cuando a los 6 meses llevan a Ernesto a control cardiológico por un soplo, el cardiólogo le dice a lo bestia “Este chico es un [inaudible], ¿sostiene la cabeza? No sostenía la cabeza. Allí empezaron los estudios, los exámenes. “Ahí descuidamos mucho al hermano, él también tiene problemas”. La conclusión diagnóstica de estos estudios fue un síndrome de 4ª a 5to arco branquial. Este es un síndrome que consiste en anomalías en el cráneo, faciales, y que es de origen congénito. Está descrito con muchas cuestiones cardiovasculares, como el soplo cardíaco, dificultades en el crecimiento, pero a veces se da total o parcialmente. Este chico tenía algunas de estas cuestiones, pero yo escuchando a estos padres lo pensaba mucho a partir de las series complementarias de Freud. Estaba este sustrato del cuerpo y lo biológico, pero también estaba esta posición que vamos escuchando.

Los padres consultaron porque a partir de este diagnóstico, los padres consideraron que necesitaba de un espacio. En el momento que llega, a los 4 años, no hablaba, no controlaba esfínteres, no asistía al jardín de infantes. “Es pícaro, entiende todo, lo que pasa es que es vago para hablar”, dice el padre. “Juega con la tapa del horno, sabe que allí no se puede y él se sienta. También se hace el viejito” y el padre hace un gesto como de caminar encorvado. Esto que dice el padre a mí me hizo preguntarme si el niño jugaba, esto de desafiar con la puerta del horno, hacerse el viejito. Me parecía que no había tela en este niño para jugar. Pero me pareció importante también que el padre ubicara un juego, porque el juego de un niño se va a jugar si otro se lo habilita.

Luego conocí a Ernesto, un niño rubio, con una mirada vacía, perdida. Esas miradas que atraviesan. En nuestro primer encuentro se separa sin angustia alguna de madre, entra al consultorio sin mirarme, toma una taza y un palito que mueve dentro de ella, y deambula de una pared a otra. A veces me choca, pero sigue con el palito. Yo me sentaba en el piso con las piernas estiradas y él se chocaba con mis piernas y seguía con el palito de un lado al otro. Todo intento lúdico de mi parte chocaba contra una pared. En un momento el chico se cae y ni parpadeó.

En un momento, al salir de sesión, uno de sus hermanos más grandes le quita el palito y me dice “Ah, si está con eso sonaste”, como que pescaba que este chico no hacía contacto, totalmente tomado por el palito, pero yo no me hubiera animado a sacárselo porque era muy reciente de conocerlo. El hermano se lo saca y este chico inmutable va, toma otro elemento y hace exactamente lo mismo. Avanzadas las sesiones, le saco el objeto y para mi sorpresa, ofrece resistencia. Tengo que tirar un poco del palito para que lo deje, igualmente se lo saco. Lo oculto detrás de mí y lo empieza a buscar. A este palito, que ya esta altura era Ernesto tomado por el palito, le digo “Palito, dejá a Ernesto”. Él intenta buscarlo en mi cuerpo y luego hace un intenso berrinche y se derrite. El cuerpo de él queda fundido en el piso. Pasados los años no me puedo olvidar cómo su volumen corporal se aplanó en el piso. Luego repta hacia mí, trepa por mi cuerpo y se fusiona conmigo. Intento nombrar su angustia, no puedo despegarlo para hablarle. Le giro un poco la cabeza y le digo “Te angustiaste mucho”. Ahí se separa de mí, va hacia la puerta, la mueve y le pregunto: “¿Querés llamar a mamá?” y dice que si con la cabeza.

Esto fue muy emocionante, la cuestión de la angustia, esta pérdida de consistencia corporal... En sesiones posteriores, noto que el palito comienza a animarse de cierto ritmo ante determinadas canciones infantiles. Yo ponía un grabador con música y el palito acompañaba el ritmo musical. Pero incluyo otros instrumentos, como un tambor. Le hablo al grabador cuando Ernesto llega. “Vamos, música, que llegó Ernesto”. Para entusiasmo mío, él zapateaba y levantaba los bracitos a la espera de la llegada de la música. Ahí empiezo a hacer una alternancia entre la presencia y ausencia de la música, como apostando a que algo de la dimensión del fort­da se instale. Ustedes saben el valor estructurante que tiene para el psiquismo el fort­da, la observación del capítulo II que hace Freud en “Más allá del principio del placer”, respecto de su nietito y el carretel, donde él sitúa que básicamente lo que había era la pérdida del carretel con las palabras fort y da. Cuando empieza la música, Ernesto celebra y con una amplia sonrisa agita sus manos y me mira. Acá aparece la mirada. Empieza a darse esta alternancia donde la música se fue, volvió, está y no está.

Encuentra una cajita de adorno que yo tengo en una zona del consultorio. Repite lo del palito al principio, pero luego empieza a tener la cajita entre las manos, yo se la empiezo a esconder entre las mías, la busca, al aparecer sonríe y se empieza a instalar este fort­da de la música con esta cajita. Luego la hago avión y luego la hago una boca que me come a mí y él se ríe.

Varios momentos previos a este intento intenté hacer un pasaje frente al espejo, pero él lo atravesaba. Ahora, empezó a mirarse. Acentúo el matiz lúdico mientras nombro las partes de su cuerpo, la boca de Ernesto, que yo también tenía boca en el espejo. En el agua, chapotea, se moja y me moja. Sigo nombrando las partes del cuerpo del niño, que ahora el agua contornea. Estamos frente al espejo. Toma agua de un recipiente y luego empieza a hacerlo en mis manos. Ahí noto que succiona levemente la mano. Voy tratando de ponerle esto alguna palabra, en esto de la transferencia de no saber para luego hacer una lectura de lo que se iba jugando. El niño se iba chupando esta cajita, yo intentaba construir algo transicional, pensando en Winnicott y en el objeto transicional, y en lugar de llevar traer la cajita, la empezó a chupar. Entonces la madre dice que desde que venía acá, hacía estas cosas de estar chupando, que parece un chancho y yo me encuentro diciéndole, de la manera más suave que pude, que “Lo que pasa es que Ernesto tiene boca”, porque me parece que de eso se trataba, de que ahí hubo un movimiento donde algo de lo pulsional empezó a poder recortar este agujero de la boca. Esto que a la madre le desagradaba, me parecía un hito más que importante y lo traté de decir de alguna manera que lo escuche porque mientras yo avanzaba con el chico, después había una tormenta transferencial con los padres.

En una de las entrevistas con los padres, ellos se preguntan sobre el jardín de infantes de Ernesto. “¿Él podrá ir, conseguiremos jardín?”. Esto es interesante, porque les parecía imposible que este chico transite algo de una escolaridad, si bien tenía sus peculiaridades. En un momento, el chico lleva a su mamá donde estaba la cajita y la trae. La mamá le dice “Bueno, bueno, andá”. Ernesto tironea insistentemente de ella. Le digo que me parecía que tenía ganas de jugar. Entonces la mamá lo sigue y Ernesto hace un juego de correr donde él va y viene. Cuando llega, la madre dice “Acá está”. Ernesto le pide que lo alce, va y viene, alejándose y acercándose, para gran regocijo de ambos, y de la analista también. Era emocionante ver ese juego de acercarse y alejarse de la madre, donde la disposición de la madre era poca.

Los padres piden una entrevista urgente, pero no por Ernesto, que estaba genial y lo más bien, que reconoce su casa y el consultorio, donde corre para entrar. “Ahora pide y pide. Cuando yo estoy con los hermanos haciendo los deberes, Ernesto viene con lápiz y papel y hace ruidos mostrando su papel. Antes se tiraba debajo de la mesa. Ahora el problema es Martín, queremos que se ocupe de él: anda con problemas en la escuela” Martín estaba empezando primer grado. Yo les digo que me ocupo de Ernesto, pero les pregunto qué les pasa a ellos que les resulta tan difícil respetar este lugar que es de él y que le podemos recomendar al hijo otro profesional, pero que mi trabajo era con Ernesto. Este juego que Ernesto hace con la madre, también lo empieza a hacer conmigo. La voz empieza a ponerse en juego y la palabra también. En las entrevistas con los padres, se habla de la permanencia de Ernesto en el jardín. En la casa, realiza ciertos juegos con las manos, moviéndolas al ritmo de canciones infantiles. A la madre le costaba separarse del hijo porque lloraba cuando lo dejaba en la salita. Para este tiempo, ya estaba empezando a controlar esfínteres.

Jamás me imaginé que le gustara tanto ir al jardín. Empezó a decir algunas palabras sueltas, “tía”, “mamá”. Reconoce el consultorio, viene corriendo desde la parada del colectivo. En una entrevista, el padre menciona la muerte de un niño que había jugado con Ernesto. “¿No será que lo va a venir a buscar?”. Salgo a recibir a Ernesto a una sesión y está profundamente dormido en la falda de su mamá. La madre lo señala y dice “muerto”. Escalofrío de la analista, porque no escuché que dijera muerto de cansancio, sino muerto. No había insistencia de otro significante. Los hago pasar, Ernesto sigue durmiendo y la madre dice que a veces siente que sería mejor si Ernesto se muriera. “Cierto, porque en ningún lado va a estar mejor que con Dios, si es un angelito, mírelo, si se muriese, sería mejor”. Esto es muy interesante, porque ella hablaba con los brazos caídos al lado de su cuerpo mientras el nene estaba sobre su falda. Yo pensaba en Winnicott y en su holding que en este caso estaba ausente. Le digo a la madre que su deseo era que su hijo se muriera, lo que causa angustia en la madre, gran desazón, habla de las dificultades para acercarse a Ernesto. Se pregunta qué será de Ernesto, lo abraza y llora. En vano intento despertarlo pero no lo logro. Le doy a la madre un librito de cuentos acerca de un tren, algo que Ernesto jugaba cuando veía ese tren y de alguna manera simbolizaba el consultorio.

En otra entrevista, la madre le ata los cordones a Ernesto con tanta vehemencia que lo desequilibra y hacer que Ernesto se pegue la cabeza contra la pared. Él no se inmuta, yo digo “Ay!” y me toco la cabeza. La mamá dice “No le dolió para nada”. “¿Cómo sabe? ¡Es el cuerpo de él!” En ese momento, Ernesto pasa su mano por el lugar donde se golpeó. Ernesto es traído a otra sesión con mucha fiebre. Le digo primero a él y luego a la mamá que Ernesto tiene el cuerpo enfermo y que hoy no vamos a poder seguir jugando y que cuando se cure, jugamos de nuevo.

La permanencia de Ernesto es cada vez más jugada, con menos requerimiento de la mamá, pero un día se desata la tormenta transferencial: me empieza a decir que yo los atendía a la mitad, que antes lo atendía el doble de tiempo y que entonces lo atienda de una sola vez. “¿Usted no piensa en los padres?”. Cito a los padres, los recibo y los padres no vienen. Llamo a la madre y me dice muy enojada que Ernesto no va a venir más.

Pregunto por el padre, diciéndole que la decisión de ellos será respetada pero que venga a la entrevista. Cuando vienen, el padre tiene una posición burocrática­administrativa, y la madre decía que Ernesto estaba muchísimo mejor, que piensa que es porque va al jardín. La mamá dice “Esta mujer es un desastre, parece un autómata, cada vez le tengo que pagar y me acompaña a la puerta rápidamente y me echa, cada vez menos tiempo”. Le pregunto “¿Cómo es autómata?”. “Alguien que hace siempre lo mismo. Usted estuvo con el palito con Ernesto desde que llegó”. Ella se angustia y habla de que su madre le dedicaba muy poco tiempo a ella. Termino la sesión y le digo que aunque no comparto la decisión, la respeto, pero que me gustaría despedirme de Ernesto. Ella me dice que lo va a traer el padre. Y yo le digo que no, que lo traiga ella. La madre me pregunta por qué y yo lo pedí por su implicancia.

Viene la madre en el día y horario citado. Para mi sorpresa, veo al chico totalmente marionetizado, como diría Lacan, muy hipotónico, con la mirada perdida, desconectada. Dice “Está así desde que no viene acá. Yo no sé usted, nunca lo vi tan triste. Ernesto se iba a dormir solo, lloraba, como si se le hubiese perdido algo”. Ella agrega “Quiere decir que él le importaba venir acá”. Le digo que sí, que a mí me importaba mucho que venga. Yo me acuerdo que cada vez que este chico hacía un gesto subjetivo, mis propios hijos lo llamaban “el otro hijo de mamá”, porque son pacientes donde uno se mete con todo. Entonces le doy a Ernesto la cajita y le digo que nos estamos despidiendo, que a mí me gustó mucho conocerlo y haber jugado juntos. Él se sonríe, toma su cajita, la lleva contra su cuerpo y se queda dormido. La mamá habla de su profesión, del esfuerzo que le demanda la crianza de sus hijos, “Siempre pensé que cuando fueran más grande iba a poder dedicarme al trabajo, pero con Ernesto ¿cómo voy a hacer? ¿Cómo va a ser mi vida?”. Entonces le digo que me despido de Ernesto, pero que me gustaría seguir viéndola a ella, si es posible. Ella dice que sí, pero el día que vamos a encontrarnos llama y dice que va a buscar un profesional que los atienda juntos a ella y a Ernesto y que yo cobro muy caro.

No volví a saber de él hasta mucho tiempo después, cuando me encontré con la persona con la que habían consultado sin que yo me metiera. La vi y me comentó que había llegado a una meseta. Lo que a mí me impactó fue esto del tono muscular del cuerpo, que tiene que ver con la neurología y con el Otro, con el lugar que ocupa.

Lo que yo quería marcar es que a veces con en la clínica con niños el síntoma nos deja esperando y brilla por su ausencia. Es un poco lo que pasa con esta bolsa de gatos que es el TGD, el trastorno de espectro autista, que cada vez hay más y no es sin consecuencia de los tiempos del postmodernismo, donde el niño a veces está muy corrido de la mirada del Otro, que el deseo del Otro lo subjetive.

El otro polo de esto, que es lo que nos convoca que es la fobia, les voy a dejar una cita muy corta. Munden era el lugar de vacaciones de la familia Graff, donde iba Juanito. Yo lo titulé “De Munden a Mendoza”: En unas vacaciones en Mendoza, me cruzo con un joven de 30 años que había sido analizante a los 8 años. Me lo encuentro y me pregunta con cierta timidez si acaso yo me acuerdo por qué había llegado yo a ese análisis. Yo me sonrío y le digo que recuerdo su miedo al pitufo. Él había organizado una fobia al pitufo. Entonces, él tenía el vasito para el cepillo de dientes con los pitufos y él había organizado toda su casa tomando este elemento fobígeno. Él insistía: “¿Vos te acordás? Todavía algunas cosas me dan miedo. Con mis amigos hacemos bromas y mi novia también tenía miedo. Yo me acuerdo del pitufo, ¿vos te acordás?” Era muy insistente con esa palabra.

Luego yo empiezo a recordar algo, aunque yo estaba de vacaciones y no quería saber nada del trabajo.

Los idiomas extranjeros lo entusiasmaban, incluso a los 8 años. El zapatero italiano lo entusiasmaba. Imitaba acentos germanos jugando hasta que logró ir a un colegio alemán. Le encantaban los idiomas extranjeros y jugaba armando extranjeridades así como el vaso del pitufo organizaba el interior de su casa, ya que daba muchas vueltas para pasar lejos del pitufo. Yo me acordaba de todo el recorrido por las vías férreas que mencionaba Freud y luego retoma Lacan, de los circuitos que hacía Juanito. Juanito dice que de adulto se reconocía en 2 elementos: Munden y su hermana Ana. El pitufo era el reducto sintomático de su fobia que no cayó bajo la amnesia, saber hacer allí con el síntoma. A los 30 años que yo lo encontré, este joven trabajaba en un hotel internacional donde “¡se escuchan tantos idiomas extranjeros! Yo me las rebusco, me encantan. Si no sé lo intento, le meto el acento y voy adelante”. Miren como ese rasgo duraba hasta los 30 años. Ahí donde podía jugar, Juanito ponía un tope a su madre devoradora. En mi experiencia, el análisis de un niño no es neutro. He tenido algunas oportunidades de escuchar en adultos efectos de un primer análisis. Aunque hay caso por caso, estos adultos están advertidos del inconsciente y su eficacia. Por ejemplo, si cometen un fallido se detienen y se interrogan. Los sueños los traen con asociaciones y recuerdos. La dimensión de la angustia no les es neutra. Ese primer tiempo que hubo los marca. Ubico amnesia, recuerdo, olvido. Dimensión del síntoma, en otra vuelta, con diferencia. No sin sueños, no sin fallidos. Estas formaciones del inconsciente ya no les pasan de largo, los interrogan. Eficacia del inconsciente en su pulsar.

Yo quería ubicar que lo más logrado del síntoma en la infancia es la fobia porque implica la represión instalada, la angustia de castración como operadora fundamental en la estructura, en niños no tan graves como Ernesto y niños donde su constitución subjetiva donde en el curso del análisis empieza a aparecer una fobia.

Pregunta: ​¿Cómo situás la posición paterna respeto a las fobias?
N.M.: La fobia tiene una función de suplencia del padre real que en general brilla por su ausencia. Algo de la función del padre no está bien y por eso se recurre a la fobia. Incluso es interesante en los casos donde uno escucha este desdibujamiento o ausencia, cómo a veces lo sitúan. El objeto fobígeno requiere de desplazamiento, de la metáfora y a veces lo instituyen en ámbitos familiares como el colegio.

Pregunta​: Y el analista, ¿cómo puede ayudar?
N.M.: Alojando a la fobia. Hay una dimensión gráfica en el niño fóbico que es muy interesante alojar en el niño fóbico en la transferencia, porque a veces te dibujan el monstruo al que le tienen miedo y yo a veces les pregunto dónde podemos dejar al monstruo, si en el cajón del escritorio, y está ahí y se empieza a dar una localización del espacio en la transferencia, entonces quedó ahí y bueno, esto después va trayendo asociaciones, qué pasó, y le pregunto que si me pongo acá cerca del cajón qué podría pasarme, y me pongo ahí en el imaginario como un semejante y lo bueno que ahí da texto. No es una posición fija, depende de cada paciente, porque a veces en este devenir empiezan a ubicar a alguien que podría cuidarlo ese monstruo que está ahí encerrado, que por ahí es analista.

A veces el niño llega con la fobia constituida y otras veces vienen con hilachas, con algunos atisbos pero que más bien van por el lado del miedo y no está todavía la angustia, pero sin saber a qué. La angustia es diferente del miedo y aunque la angustia no es sin angustia, como dice Lacan, uno apuesta a que le cuenten de qué. Entonces ahí se favorece a que se constituya.

Con los padres, se puede trabajar que banquen esta formación fóbica y que no expongan sádicamente al niño al objeto fobígeno, que es algo estructural del niño que tiene que ver con su condición subjetiva.

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