Propongo distinguir dos cuestiones. Una es que si bien el analista es dos, al decir de J. Lacan, por un lado el que escucha en la sesión de análisis, y por el otro, el que elabora la experiencia, aquello que pasa del psicoanálisis no se lo transmite como analista. Es por haber estado en la posición del analista en un análisis que alguien puede transmitir el psicoanálisis como analizante.
Esto quiere decir que lo que queda de lo que hace cada analista es lo que ha hecho como analizante, teniendo en cuenta que aun al escribir, o al dar una conferencia, un seminario o lo que fuera, eso siempre es hecho desde una posición analizante.
Se trata de una relación al discurso del psicoanálisis en tanto analizante. Y es por esa misma posición analizante que se puede llegar a estar en una disposición tal que le permita ocupar el lugar del analista en un análisis. Pero no con toda posición analizante se pasa al lugar del analista, lo cual quiere decir que lo que hace pasar es una determinada posición analizante y no cualquiera. Pero lo que hace un analista fuera de los análisis que conduce lo hace siempre como analizante.
No incluimos aquí la cuestión que tiene que ver con la representación social del lugar social del analista.
Por ejemplo, la relación analítica entre Freud y Fliess es muy clara, no porque fuera el “origen del psicoanálisis”, sino porque lo que pasa de Freud es como analizante.
¿Por qué se hace tanto hincapié a través de Octave Mannoni, Lacan, y otros, en qué es, cuál fue el análisis de Freud? ¿Por qué era necesario que Freud se analizara? Si bien lo que pasa Freud del psicoanálisis lo hace como analizante, también es posible considerar que, siendo el primero, lo que pasaba en su transmisión también lo hacía como analista. Es por eso que la posición de Freud es diferente a cualquier otro que viniera después.
De esto se deducen dos restricciones lógicas.
Una es que alguien está en posición de analista sólo en el análisis y durante una sesión. Hay matices al respecto, pero sólo es en una sesión. La otra es que la única posición que permite la estructura del discurso para estar en el lugar del que transmite es la del analizante, en relación al psicoanálisis. Y es condición previa para poder estar en ese lugar, no coincidir con ese lugar imposible de representación que es el del analista, para como analizante sí poder transmitir algo del psicoanálisis.
Cuando digo “transmitir” me refiero a lo que se hace con lo que queda de lo que alguien hizo. Nadie es recordado por los análisis que condujo sino por lo que hizo con los análisis que condujo, lo que dijo o escribió. Y con “recordado” quiero decir que lo que pueda transmitir va más allá de la situación transferencial de los análisis que condujo. Lo que se transmite se produce cuando ese analista va a otro lugar en el discurso, a otra posición –por eso dice Lacan que “es al menos dos”–, y esa otra posición es la de analizante.
Los “fracasos del analista” tienen que ver con la situación particular de cada análisis, y es a considerar si tienen estrictamente una relación exclusiva con lo terapéutico.
Esa posición analizante, luego de haber sido analizante en un análisis, permite que alguien pueda ubicarse en ese lugar de transmisión, no ser, sino estar en ese lugar.
Hay posiciones analizantes, tanto durante como después de un análisis, que puede que no permitan, no en el sentido de autorizar sino el de dar lugar a que ocurra, que alguien pueda o quiera, en relación a su deseo y su castración, estar en ese lugar de analista luego de concluido un análisis. Y esto no por una cuestión de autoridad sino por lo que autoriza el deseo singular de cada uno, algo tan simple como rotundo.
Desde el punto de vista terapéutico: ¿quién se entera de los fracasos? Es evidente que puede haberlos, que hay fracasos, si de lo que se trata es que alguien pueda sentirse mejor, ya que el análisis puede no tener efecto en ese sentido, puede no lograr que alguien se “cure”. Pero en relación al análisis, no se puede decir que esta dimensión del fracaso del analista solamente tenga que ver con lo terapéutico, porque para que se produzca esta situación de fracaso terapéutico tiene que haber algo que fracasa antes, en la posición del analista. No es válida la inversa. Es decir, esto no significa que, porque alguien esté ubicado “bien” como analista en determinado análisis y sus resistencias sean las mínimas posibles y las pueda manejar bien, esto vaya a garantizar un éxito terapéutico, pero no habrá efecto terapéutico sin esta disposición respecto de aceptar y hacer con las resistencias.
En un trabajo que presenté en el Congreso de Porto Alegre de Convergencia de este año, situaba la principal resistencia actual, en general y en el capitalismo en particular, en la exigencia de que el sujeto sea Uno, es decir, que no esté dividido, que sea indiviso.
Claro que el psicoanálisis permite que esta resistencia pueda ser rápidamente detectada y cernida por el goce que implica. La cuestión es que se trata de un sujeto dividido, y que es de ese modo que el sujeto se presenta en relación al inconsciente, y es de ese modo que entra en el orden y la dit-mensión del deseo. La cuestión no es la dimensión narcisística de ese pretendido Uno indiviso, sino que es a partir de esa existencia del sujeto como dividido que tiene lugar la existencia del resto.
Es Jacques Lacan quien estableció la división del sujeto y la función del resto, como aquello por lo cual a partir de su existencia tiene lugar la dit-mensión del sujeto dividido y el surgimiento del psicoanálisis. Y es también aquello por lo cual un análisis tiene lugar.
Retomando, esta resistencia quiere decir dos cosas: una es que cada sujeto es uno, y que este uno es indiviso, no es un sujeto dividido, sujeto y uno se equivalen. Y dos, como corolario que se impone, que el diagnóstico en el análisis puede, a veces, funcionar como un prejuicio que haga obstáculo a la posibilidad de estar en la posición del analista. Es decir, sólo en la medida en que se crea que existe este Uno como sujeto indiviso, se puede clasificar. Un ejemplo mayor lo constituyen en la actualidad los “manuales de conducta” llamados DSM que afectan no sólo a la psiquiatría sino a una dimensión necesaria de la subjetividad dado que, en tanto especie, hablamos.
Con el diagnóstico se cree que se puede saber antes, y esto sólo es concebible si se cree en la unidad del sujeto. El psicoanálisis puede detectar esta resistencia, analizarla y disminuir su poder, el poder que implica creerse un Uno indivisible e indestructible. Esta creencia es necesaria como ilusión para poder orientar tanto la reproducción como la producción de los cuerpos de los seres hablantes desde la política del capitalismo.
El fracaso del analista tendría que ver con esta resistencia, fundamentalmente cuando “fracasa” en relación con este sujeto indiviso que resiste. Pero también es desde y con el psicoanálisis que se resiste a esta exigencia de ser un Uno Indiviso en tanto sujeto.
Hay frases tales como “uno aprende de sus fracasos”, o que “el fracaso es una cuestión de éxito”, frases lindas que sirven para sostenerse, ¿pero qué quiere decir el fracaso del analista en relación con que sólo como analizante transmite el psicoanálisis?
Lacan, en la “Introducción” de la edición alemana de los Escritos, escribe: “A fin de cuenta no hay nada más que eso, el lazo social, yo lo designo con el término discurso porque no hay otro medio de designarlo desde que se ha percibido que el lazo social nos instaura nada más que de anclar en el modo en el cual el lenguaje se sitúa y se imprime, sobre eso que pulula en el ser hablante.”
Aquí Lacan transmite que no hay otra cosa que el lazo social, cuya lógica no se entiende sino en un discurso, y no hay otro medio de designar esto que ocurre cuando se percibió que es por la acción del significante que se ancla en lo que pulula en cada ser hablante que es el significante, y se hará la posibilidad del lazo social. En ese sentido es siempre por la acción del significante, y en el interior de un discurso, donde se da el fracaso del analista, no es un fracaso abierto a cualquier sentido, sino justamente, encuentra su sentido situándolo en relación al discurso en que se produce. Es la diferencia a tener en cuenta, que es porque se produce en determinado discurso que podemos hablar de un fracaso del analista.
Considerando que si se va por el lado de lo terapéutico enseguida hay una equivocación. En la vía de lo terapéutico puede haber un éxito que implique el fracaso del analista, lo cual no es ni contradictorio ni fuera de lugar, porque la función del analista se inscribe como tal en relación a que hay algo que fracasa necesariamente. Ya lo desarrollaremos más adelante.
El fracaso del analista está en que no sólo por tener éxito terapéutico va a poder hacer algo como analizante en la transmisión, ya que es como analizante que pasa a psicoanalista, y para pasar a psicoanalista, cada vez que pasa, es necesario que el analizante tenga una cierta “sed”, un cierto deseo en relación al discurso del psicoanálisis y su transmisión.
Cuando Lacan dice que “la cura es por añadidura”, no lo dice con menosprecio. Si se concibe que sólo el fracaso consiste en el éxito terapéutico, no es lo único, porque el fracaso como analista puede ser que no sea analizante. Es decir, que no pueda pasar de analista a la posición analizante para transmitir el psicoanálisis.
Hay personas que tienen muchos “pacientes” y jamás hablan una palabra con otros analizantes que estén también en la transmisión del psicoanálisis, entonces, ¿cómo puede saber uno del fracaso del analista? De ese modo no habría testimonio del fracaso del analista, porque es en lo que se puede hacer luego de cada análisis con lo que se ha hecho que va a estar el fracaso o no. Es en ese sentido que no es sólo terapéutico el fracaso del analista.
Hay un fracaso estructural que está de entrada: nadie puede estar en ese lugar del analista coincidiendo con ese lugar, por cómo está hecho ese lugar. Es un lugar que fracasa por no poder significarse a sí mismo. Como analista no se está en una función de representación, y esto lleva a que el fracaso se anule en su cara productiva. Si el psicoanalista fuera o representara, o se autorizara como médico, filósofo, psicólogo, escritor o cualquier título universitario, estaría “hecho” de algo donde la representación tuviera éxito, y entonces, no habría cada vez este fracaso del analista de poder pasar de analista a analizante para transmitir el psicoanálisis.
El fracaso del analista está en que por su posición, en tanto no es una representación, es decir, no representa un saber, tiene una función de representante que no tiene un contenido de saber ni tampoco representa al no-saber. No representa, es un representante que no representa, ¿a qué? Se puede decir que al objeto pulsional, al objeto causa del deseo, al objeto a, a su semblant.
Más allá de eso, que es muy formal, es un representante de aquello que está en relación con lo que al otro le falta (una vez que el Otro ha sido barrado y demostrada su in-existencia).1
El analista es un representante que jamás podría representar, porque si así fuere tendría representación, el fracaso del analista sería un éxito de la representación. El no representar implica la no relación en tanto real y, entonces, no hay lugar para ningún resto que se encuentre, como se dice, como puntas de lo real, aunque prefiero decir “hilachas de lo real”, en tanto el imaginario donde esto se da se sostiene en un tejido que es simbólico.2
¿Por qué el sujeto en cuestión, dividido, sería preferible como indiviso? Que esté dividido quiere decir que siempre hay algo que se pierde, que resta. Y esta es la posición de objeto en la cual queda aquel que estuvo en la posición del analista durante el suceder de un análisis determinado y también terminado.
¿Cómo salir de “siempre hay algo que se pierde”, que el fracaso del analista es un éxito, cómo salir de esta terminología que, a veces, da lugar a la suposición equivocada de la existencia de cierto fatalismo?
Lo que me interesa es dar una idea de la dit-mensión que puede tener el fracaso del analista, sin que implique algún fatalismo o escepticismo. Lacan dice que el analista tiene el peligro de ser fetichista o fatalista.
Con fetichismo quiere decir que su objetivo (también en tanto objeto) se vuelva fijo e inmutable. Y con fatalista alude a que como existe ese fracaso estructural de la función del analista, en el discurso se hace un Ideal del sin sentido, y no una consecuencia lógica y, por lo tanto, real. Tanto el fetichismo como el fatalismo tienen que ver con esta posición sin salida del analista en tanto sólo representante. Ambas posiciones, el escepticismo y el fatalismo, son una salida sintomática de ello.
Hacer un sínthoma es otra cosa. Es poder crear, inventar, en su real dit-mensión, descubrir una alternativa a ese “encierro” entre escepticismo y fatalismo. Una posición analizante en la transmisión construye la posibilidad de ese sinthoma singular para cada uno. En su hacer (también hay que escribirlo (h)a-ser) como analista con “su” sínthoma. Esto quiere decir que cualquier ser hablante es posible que construya su sínthoma para hacer lo que haga en su vida. Que se analice o no hace una diferencia importante.
El sínthoma no es un atributo ni una propiedad de quienes están en relación con el discurso del psicoanálisis. No es una cuestión de secta. Lo que ocurre es que, si se está en relación al discurso del psicoanálisis, se tiene un acceso diferente a esa posibilidad. Digamos que se puede acceder de otro modo a la estofa con la cual ese sínthoma se hace, lo cual da lugar a ciertas diferencias que pueden ser productivas para amortiguar el sufrimiento y el malestar que nos toca como especie hablante, y así hacer la vida un poco mejor y más vivible.
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1. Es en relación al otro como semejante que la falta toma su lugar en lo real y no sólo al Otro barrado. Como ejemplo, de esa posibilidad lógica y real, el enunciado del título del Seminario de J. Lacan “De un Otro al otro”
2. Este punto está desarrollado en un trabajo que escribí y que se llama: “Dónde transcurre el análisis“, de próxima publicación.
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