Introducción
El trabajo docente en el Siglo XXI, además de enseñar y transmitir conocimientos, requiere gestionar en el aula diversos factores que exceden a lo académico. Esto en realidad no se trata de algo novedoso, sino que siempre ocurrió así. Lo diferente en esta era post-moderna cibernética, es que las tensiones a las que están expuestos los docentes tienen componentes no observados anteriormente. Dichas tensiones pueden generar en estos profesionales de la enseñanza problemáticas de salud que interfieren con su posibilidad de dar clase y requieren en muchos casos la utilización de licencias médicas, que a su vez, suelen estar cuestionadas por la sociedad.
El presente ensayo surgió en relación a una problemática de salud de índole laboral del autor y tiene como objetivo realizar una reflexión y un análisis de los factores que pueden afectar la salud de los docentes. En este sentido, se plantean unos interrogantes a desarrollar en el ensayo: ¿Qué tensiones existen entre el docente y su trabajo con los diferentes actores de la comunidad educativa? Y también, ¿Cuáles son las psicopatologías más comunes en relación con este tipo de trabajo?
Trabajo docente y carga laboral
En la actualidad, las condiciones del trabajo docente son afectadas por múltiples factores, muchos de ellos no observados anteriormente. La principal diferencia entre el trabajo docente del siglo XX y el del siglo XXI es la tecnología, y principalmente el acceso a Internet, a las redes sociales y a las comunicaciones en general, tanto por parte de los estudiantes como por parte de los profesores. Antes de la masividad del acceso a la información y a las comunicaciones, el aula era un lugar cerrado, “sagrado” y nada trascendía de ella, más allá de los comentarios entre las personas que formaban parte de la misma. Hoy en día, y creemos que cada vez en mayor magnitud, el aula dejó de ser un ámbito cerrado en el que sólo se encontraban docentes y alumnos. Los teléfonos celulares, las cámaras de fotos y video, el WhatsApp, Facebook, Instagram y otros programas (además de los que aparecerán en el futuro) abrieron definitivamente las puertas del aula transparentando absolutamente todo lo que allí dentro ocurre. Esto no necesariamente es algo negativo, sino que el cambio de paradigma afecta al trabajo docente.
De acuerdo a un estudio realizado por el Taller de Estudios Laborales del sindicato ADEMYS, se define a la carga laboral como: “las tareas que forman parte del trabajo y tiene componentes físicos, mentales y psíquicos.” Si bien estos tres componentes son de suma relevancia en relación con el trabajo docente, nos referiremos al componente psíquico de la carga laboral, haciendo hincapié en la salud mental y las patologías asociadas del personal docente. Entre las dificultades que se presentan en este sentido, las tensiones en las relaciones interpersonales suelen ser un factor que puede desencadenar situaciones de enfermedad para los profesores en ejercicio. A su vez, la falta de espacios, tiempos y recursos provoca mayor autoexigencia, la falta de reconocimiento al trabajo (más allá de lo salarial) y la exigencia de sumar puntaje por el hecho de conseguir los puntos y no movilizado por la búsqueda de capacitación, suele ser frustrante.
La desvalorización del trabajo docente, así como la autoexigencia de aquellos profesionales de la enseñanza que intentan sobreponer las dificultades para intentar brindar su mejor trabajo y que los alumnos logren aprender más, tienen consecuencias en la salud de los profesores. Frente a un sistema educativo con la cantidad de problemas que presenta, una sola persona no podrá, por más que ponga todo su empeño, combatir tales situaciones. Ese precio se paga con la salud, tanto física como psíquica.
La desvalorización puede darse cuando se menoscaba la autoridad docente, cuando hay presiones para ocultar problemas, para que los padres no se quejen, para que no haya reprobados o repitentes, cuando cualquier decisión que tome el docente es cuestionada por los padres (incluso las pedagógicas) y no existe respaldo por parte de las autoridades e incluso, como explicitamos anteriormente, debido a la formación anacrónica de los maestros, desactualizada respecto a los avances tecnológicos que manejan los estudiantes.
En este contexto, los docentes deben gestionar el trabajo en el aula, donde además de gestionar el proceso de enseñanza-aprendizaje, tienen que lidiar con las relaciones interpersonales complejas tanto con los estudiantes, como con los directivos y con las familias. En muchas oportunidades, tales tensiones afectan la salud mental de los profesores por lo que deben pedir licencias, que a su vez son cuestionadas por la sociedad debido a la desconfianza que generan respecto de su veracidad.
Tensiones en la relación con los alumnos
No es algo novedoso que los docentes son de diferente generación que sus alumnos y que esa diferencia generacional puede ser conflictiva a la hora de intentar comunicarse. Lo que sí es nuevo es que la diferencia generacional entre la mayoría de los profesores y sus alumnos es hoy en día abismal. Los modos de comunicarse que tienen los adolescentes son radicalmente diferentes a los que manejan los adultos. La relación de dependencia hacia los teléfonos celulares y las redes sociales que presentan los estudiantes es una brecha que los separa de sus profesores, la mayoría de ellos educados en el siglo XX. A su vez, el formato escuela del siglo XIX también atenta con el trabajo docente y la relación con los alumnos. Ante la cantidad de estímulos que existen hoy, los adolescentes suelen acostarse muy tarde y en la gran mayoría de las escuelas el horario de ingreso es temprano a la mañana (en general antes de las 8 de la mañana). Es por eso que los alumnos suelen tener problemas para mantenerse despiertos y en condiciones de prestar atención en clase. Esto también genera tensiones entre docentes y alumnos.
El hecho explicado anteriormente de apertura del aula gracias a la tecnología puede promover diversas situaciones de aprendizaje altamente significativas para los alumnos, aprovechando que los teléfonos inteligentes - que muchos estudiantes poseen - sumado a las redes WiFi que la mayoría de las escuelas tiene, puede ser utilizado como una herramienta didáctica sumamente interesante para muchas asignaturas. Sin embargo, pocos docentes logran diseñar actividades acordes al uso de dichas tecnologías y en realidad suele ser un problema dentro del aula. Uno de los grandes conflictos que se viven en este sentido tiene que ver con la dificultad que tienen los alumnos para dejar su teléfono celular de lado durante el transcurso de la clase. Podríamos decir que presentan signos de adicción o al menos de dependencia y les cuesta muchísimo cerrar el teléfono hasta el siguiente recreo y no poder esperar un tiempo sin chequear el WhatsApp, Instagram, Twitter, etc.
Entonces se suele generar tensión en el aula cuando el docente debe pedir reiteradamente que guarden el teléfono, que lo apaguen o hasta se los debe quitar hasta el fin de la clase porque no logran cumplir con la consigna.
Debemos decir que, si bien el profesor suele tomarse como una falta de respeto que en su clase los alumnos miren el teléfono, los adolescentes no lo toman de esa manera. De hecho, entre ellos mismos actúan de la misma forma y mientras están juntos cada uno mira su propia pantalla.
A su vez, es importante agregar que una parte importante del trabajo docente tiene que ver con el de dar un ejemplo para sus estudiantes y en muchas oportunidades también ocurre que los profesores están constantemente pendientes de sus celulares, por lo que luego tendrán menos autoridad para exigir que sus alumnos dejen de usarlos.
Tensiones en la relación con las familias
En el pasado, el docente era considerado como la única fuente de conocimiento sin lugar a discusión por parte de los estudiantes. Los padres siempre apoyaban las decisiones que tomaba el adulto y su autoridad era incuestionable, no sólo por las familias sino por la sociedad toda. Actualmente se acepta que el profesor no es la única fuente de sabiduría elevada y que sus alumnos no son tablas rasas que deben llenarse de ese conocimiento que sólo una persona dentro del aula posee.
Si bien creemos que esto es así, sobre todo en esta época de hiper acceso al conocimiento rápida y democráticamente, el docente fue perdiendo a lo largo de las últimas décadas su autoridad. En ningún caso nos referimos al autoritarismo que existía en mayor medida en épocas anteriores, donde ante una situación de falta de disciplina o un cabello más largo que lo “aceptado” era condición suficiente para dejar sin escolaridad a un niño.
Sin embargo existe una crisis de autoridad. Esta crisis está altamente relacionada con la desvalorización que sufre el trabajo docente desde hace un tiempo. Tal desvalorización proviene por parte del Estado, no sólo por cuestiones del índole de lo salarial, sino por otros asuntos relacionados con el trabajo docente: las condiciones de trabajo como aulas superpobladas, la poca o nula capacitación, las condiciones edilicias, la escasez de recursos para poder desarrollar su trabajo de la forma más eficiente posible.
En este marco, las familias de los alumnos cada vez menos respetan y valoran el trabajo docente, así como su autoridad pedagógica dentro del aula. Es por esto que se observa en las noticias con frecuencia que un padre lastima a un profesor porque le puso una mala nota o reprobó a su hijo, o que un docente sufre amenazas para que no desapruebe a su hijo. Aquí tampoco el Estado ayuda al docente ya que no le brinda la seguridad necesaria para que pueda desarrollar su tarea docente.
Creemos que en esta sociedad violenta en la que vivimos, el docente y su trabajo no se encuentran al margen. Los padres viven en este marco y muchos de ellos pretenden que la escuela les resuelva muchos de los problemas que no son de su competencia, y ante esta situación, descargan su ira con el profesor que hizo su trabajo.
Cada vez se le exige más a la escuela: no sólo debe educar a los alumnos, como complemento a la educación que cada familia debe dar - y no siempre ocurre - sino también debe alimentarlos, debe contenerlos, debe generar actividades extracurriculares para que los adolescentes no estén en las calles, etc. No consideramos que esto esté mal, todo lo contrario. Lo que no está bien es que la escuela sea la única que se ocupa de todo, y que la familia (como institución) no lo haga, o lo haga mal.
En resumen, apoyamos que los docentes posean autoridad, que sea clara y justificada. Una autoridad sostenida en los conocimientos de su área y en lo didáctico-pedagógico, además de una autoridad con empatía hacia el otro y en relación al cuidado. Justificada en el sentido de que las decisiones que el docente tome deben tener un sustento pedagógico y que deberían ser apoyadas por el equipo directivo y los padres. Todo esto no tiene relación con el autoritarismo que aún hoy se observa por parte de algunos docentes que maltratan a los alumnos, que toman decisiones “porque sí” o que quieren tener la razón siempre porque ellos son los docentes y son los que saben. Todo esto está fuera de tiempo y debería ser pasible de sanción por parte de las autoridades.
Tensiones en la relación con los directivos
Otro de los factores de tensión que existen en el marco del trabajo docente se refiere a la relación con los directivos. Los directores de las escuelas (o coordinadores de departamento) suelen colaborar en la desvalorización del trabajo docente. En muchos casos, cuando una autoridad escolar le solicita a un profesor que un determinado alumno debe aprobar porque tiene tal problema familiar, o porque no desean tener conflictos con la familia. Esto suele ocurrir más en la gestión privada que en la gestión estatal, no sólo para no “perder un cliente” sino para no tener conflictos. En interesante el discurso institucional en el que una autoridad le indica al docente: “hay que ayudar al alumno x”, cuando su orden implícita es: “el alumno x tiene que aprobar”. Cabe preguntarse si eso es ayudarlo.
En este sentido creemos que cuando a un estudiante se lo “debe aprobar”, sea por el motivo que sea, eso claramente no lo ayuda. Al bajar el nivel de exigencia y de enseñanza, los alumnos bajan su nivel también, por lo que no es cierto que si se baja el nivel, más alumnos aprobarán. Aunque sí, los que aprueben, pasarán de año sabiendo menos. Al aprobar a un adolescente sin que sepa la materia se le está enseñando que no hace falta esforzarse para sortear dificultades. Que total, con una llamada telefónica una nota puede cambiar. Sin embargo la vida no es así. Para sortear cualquier dificultad que a uno se le presente, esa persona deberá realizar esfuerzos. Consideramos que esto es, precisamente, lo que debería enseñar la escuela además de matemática, lengua e historia.
Muchos directivos (que no trabajan en el aula sino en una oficina) consideran que si un alumno desaprueba, se le debe tomar un examen recuperatorio así logra aprobar el contenido evaluado. Sería de utilidad que esto pueda ser discutido con el docente para buscar el mejor momento para volver a evaluar al alumno, porque podría ser que necesite más tiempo y eso también es parte del proceso de aprendizaje. No necesariamente todos los niños aprenden al mismo ritmo y es adecuado dar a cada alumno su tiempo para adquirir los conocimientos, por más que a fin de trimestre la nota le quede desaprobada. Es importante realizar una clara devolución al estudiante en la que se haga hincapié en que más allá de una nota baja en el boletín, lo importante es poder, a lo largo del año, seguir esforzándose y estudiando más para conseguir aprender aquello que no logró. En cambio si se lo aprueba sin saber los contenidos, el adolescente no va a encontrar el incentivo del esfuerzo.
Existen períodos muy tensionantes para los docentes en este sentido: los cierres de trimestre, diciembre y febrero porque los directivos están encima de ellos muchas veces para controlar si los alumnos aprueban o no.
Otra situación de tensión, bastante novedosa, son los grupos de WhatsApp de docentes y directivos, en los que permanentemente hay actividad, no importa el día ni el horario. Esto da por tierra con la posibilidad de no estar disponible. Gracias a estos grupos, que en muchos casos los docentes deben permanecer por compromiso, en cualquier momento que a alguno se le ocurra, puede mandar un mensaje ya sea laboral, que no corresponde, como un chiste, una cadena de oración o una noticia. Así, más allá del trabajo del docente fuera de la escuela como lo es la planificación las elaboración y corrección de pruebas, que son actividades propias de la tarea docente, tienen que estar leyendo y contestando mensajes fuera del horario y se confunde cuál es el horario laboral y cuál no. Es posible que una situación de emergencia requiera que todos se enteren de algo en particular, pero eso debería ser la excepción y no la regla. Es tensionante que un directivo le escriba un mensaje instantáneo a un profesor un domingo recordándole algo para el lunes, porque es su derecho como trabajador el de disfrutar de su día franco como cualquier otro.
En lo que se refiere a la aprobación o desaprobación de los alumnos, es cierto que muchos profesores sienten que cuantos menos aprueben su materia, mejores docentes son y evalúan con ese objetivo. Esto tampoco está bien, y es allí donde un coordinador o directivo debería revisar los exámenes que toma, observar las clases que ese docente da. No con el objetivo de controlar o sancionar sino con una meta pedagógica y de ayuda hacia el docente para mejorar su acción.
En el caso de los grupos de mensajería instantánea, son muchos los docentes que también escriben fuera de horario mensajes para todo el grupo compartiendo algo que quizás debiera hacerlo con sus amistades y no con sus compañeros de trabajo.
Tensiones y salud mental
Todas estas tensiones a las que están expuestos los docentes pueden hacer mella en su salud mental. No necesariamente en el corto plazo sino a lo largo de los años de trabajo docente. Entre las diferentes psicopatologías que pueden darse, el estrés es una de ellas, con la salvedad de que en este caso puede verse afectada la salud física como consecuencia del estrés crónico. “Podemos denominar estrés a aquella excesiva activación psicológica y física que padecen los docentes como consecuencia de la interacción de los estímulos ambientales (clima del aula, relación con las familias del alumnado, relaciones con los compañeros del equipo educativo) y la respuesta idiosincrásica del individuo (teniendo en cuenta sus expectativas, locus de control, autoconcepto, forma de afrontar conflictos, etc.,) que puede desencadenar en problemas de salud y laborales (manifestaciones conductuales, actitudinales, psicológicas y fisiológicas).”
Entre las causas de estrés de los docentes se encuentran muchas de las tratadas anteriormente: escasez de recursos materiales y humanos, deben atender a las necesidades específicas de apoyo educativo del alumnado, la falta de motivación e interés por parte del alumnado, problemas de disciplina, falta de reconocimiento social, falta de colaboración de las familias, innovaciones educativas sin formación previa y una inadecuada relación con el resto del profesorado.
A su vez, y en el mismo sentido, también pueden ocurrir crisis de angustia, de ansiedad, ataques de pánico, depresión y el síndrome de “burn out” o síndrome del quemado por exceso de trabajo y de presiones. El Síndrome de Burnout repercute negativamente sobre la salud de los trabajadores (en este caso los docentes), generando insomnio, aumentando la vulnerabilidad a las enfermedades, provocando dolores articulares, taquicardia, etc.; y sobre su capacidad de relacionarse adecuadamente con otros, aumentando la probabilidad de conflictos familiares, laborales y sociales. Al mismo tiempo también perjudica significativamente el funcionamiento de la organización donde el trabajador se desempeña, debido a que eleva su probabilidad de abandono o ausentismos regulares y disminuye la calidad de su servicio (Menghi y Oros, 2014). Esto es una contradicción en sí misma ya que la propia institución, que por su modo de exigencia hacia el docente lo enferma, después sufre las consecuencias del ausentismo por parte de dicho docente. Lo más grave de la situación es que las instituciones en donde ocurre este tipo de patologías culpan al docente por su enfermedad y no se plantean como escuela o como empresa que hay un modo de relación con el trabajador que está fallando y que deberían modificar para que esto no le ocurra a otros en el futuro.
La enfermedad de los docentes es una causa importante de ausentismo y de pedido de licencias médicas. Sobre todo, las licencias de tipo psiquiátricas suelen ser largas y generan tanto dentro de la institución escuela como en la sociedad, dudas acerca de si son reales o no. Esta situación es un círculo vicioso ya que una de las causas por las que los docentes enferman tiene que ver con la falta de reconocimiento social, y a su vez, la enfermedad de los docentes y el ausentismo promueve el desprestigio de la profesión.
Conclusiones
Como cierre de esta reflexión pensamos que es cierto que el trabajo docente tiene poco reconocimiento por parte de los alumnos, de las familias, de los directivos de las escuelas y de la sociedad en su mayoría. Esto puede ser por varios factores, pero es importante entender que la tarea docente, que es una tarea asistencial al igual que la de un médico o un enfermero, es difícil. El docente está en contacto con muchas personas: alumnos, familias, colegas, directores y debe responder ante cada una de estas partes de la mejor manera posible. El docente se encuentra en una situación de mucha exposición. Y ante una noticia que se publica sobre algún profesor que realiza algo mal de su trabajo, la sociedad suele condenar a todos los docentes por ese hecho puntual.
Asimismo, si bien el trabajo docente suele tener poco reconocimiento social, creemos que es cada uno de los profesores, desde su pequeño lugar quien debe promover que su trabajo sea adecuadamente reconocido y esto se logrará si éste cumple adecuadamente su tarea, si da lo más de sí para lograr su cometido principal que es que lo niños aprendan. Así, aunque existan diversos factores negativos en relación con el trabajo docente, que éstos no les afecten su salud ni su vida.
En el caso de que se enferme, deberá atenderse con los profesionales que requiera su dolencia, ya sea física o psíquica, cumplir el tratamiento que le indiquen así se mejora su estado. Y si debe tomarse licencia médica porque lo necesita, que pueda hacerlo sin miedo a lo que opinen los alumnos, las familias, los directivos y la entidad propietaria de la escuela en caso de ser privada.
Entendemos que algo que puede ayudar a disminuir las tensiones y las ansiedades es no pertenecer a grupos de mensajería instantánea para poder ejercer su derecho a no estar cuando no está en la escuela, aunque esto implique que se pierda cierta información que circula por ese medio. Pero si muchos docentes hicieran eso mismo, ese canal de información a toda hora ya no sería efectivo. Es cierto que a las autoridades puede no gustarles que un docente se borre del grupo, pero entendemos que es peor que en el largo plazo, y por no poder desconectar nunca, se termine enfermando.
Porque un docente nunca debe olvidar para quién trabaja realmente. Trabaja para sus alumnos y para que ellos aprendan y logren en el futuro tener mejores posibilidades en su vida.
Fuente: Lautaro Kremenchuzky (2018) "El trabajo docente y los problemas de salud mental relacionados a la gestión educativa: tensiones dentro y fuera del aula".
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