viernes, 18 de diciembre de 2020

¿Qué es eso que falta para que haya deseo de la madre?

Lic. Lucas Vazquez Topssian

Quizá la maternidad sea una de las actividades humanas más performadas, idealizadas, sobredimensionada y subestimadas al mismo tiempo. ¿Basta con decir que la maternidad es deseada?

Se da por sentado que quien tiene un hijo es porque quiere y quien no lo tiene, es porque no quiere, como si el contexto no pusiera determinaciones de ningún tipo. La maternidad, ciertamente, puede ser una imposición: es el sistema que determina que las mujeres deseen ser madres. También la maternidad puede ser deseada, aunque podemos preguntarnos ¿Qué deseo no es socialmente construído? 

Se piensa a la maternidad en términos evolutivos, en tanto la maternidad implica la constinuación de la especie y de las próximas generaciones. La familia aquí es tomada como natural, cuando también puede pensarse como un dispositivo de control que mantiene el status quo.

La maternidad como reaseguro contra la vejez: ¿Quién te va a cuidar cuando seas viejita? Buda decía que el hombre engendra hijos y, justamente, es la causa de la vejez y la muerte. Para Buda, si el hombre se diera cuento del sufrimiento que trae al mundo, desistiría de la procreación y podría detener el desarrollo de vejez y muerte. Es decir, se convoca al mundo a una persona cuya suerte no puede ser prevista por su madre/padre, aún sabiendo que está expuesto a múltiples amenazas de terribles sufrimientos y a la muerte, habitualmente traumática.

Colmar la falta con un hijo

En psicoanálisis se ha hablado generosamente sobre del deseo de la madre, que supone una falta que el parent (quien sea) porta y que intenta colmarla con el niño. ¿Quién dedicaría ese enorme esfuerzo que implica cuidar a un hijo si no le hiciera falta? No hay sorpresa alguna en decir que que maternar, en el sistema actual, implica una franca desigualdad. Ni bien es madre, gran parte de la sociedad le suelta la mano a esa persona, creyendo que la madre es una figura omnipotente. Maternar implica una triple jornada laboral, trabajo emocional y de cuidados gratuito, la imposibilidad social de renunciar a ella, violencia obstétrica, entre otras cosas.

También se ha dicho que un hijo adquiere el valor de falo, es decir, el equivalente a un objeto que promete una satisfacción plena (que no existe) y que en varias culturas los representan con erecciones tales como obeliscos, tótems, palos de Beltane o directamente penes... Es incorrecto decir que lo que una mujer quiere es vía su hijo es un pene. El hijo, para una madre, es un objeto lleno de promesas. Tarde caerá en el engaño de que esto no es así y probablemente lo intente algunas veces más hasta convencerse de que toda satisfacción es parcial.

Ahora, es absurdo decir que el deseo de la madre sea exclusivo de las mujeres, pues cualquiera sabe que muchos hombres también tienen el deseo de tener hijos, incluso tratándose de una pareja de varones. Los psicoanalistas resolvieron la cuestión hablando de función materna y paterna, cualquiera sea quien las desempeñe. En los consultorios frecuentemente escuchamos sobre hombres que anhelan tener hijos, pero sus parejas no quieren.

Hay una cuestión de la que se suele leer bastante poco y es acerca de qué consiste exactamente esta falta que permite el deseo de la madre, digámosle deseo del parent, generalmente tratada como un mero agujero a llenar donde previamente no hay nada. En psicoanálisis, estamos acostumbradoss a los conjuntos vacíos, al das ding, a los intervalos desfallecientes, etc. Lo cierto es que nadie que no pueda tener un hijo viene al consultorio diciendo "No puedo colmar imaginariamente mi falta", por la que nos interesa situar algunas de estas cuestiones.

Con la ética negativa de Julio Cabrera, por proponer un autor, podemos  preguntar de qué se trata esa falta inicial del parentdesgastes, dolor físico, desánimo y falta de voluntad, cansancio, falta de fuerzas, sensación de falta de sentido, desmotivacióntedio y depresión. Para Cabrera, se trata de una situación estructural en la que nos encontramos desde siempre, a la que además se le agrega el destino decreciente (o “menguante”): todos comenzamos a acabar desde el mero surgimiento, siguiendo una dirección única e irreversible de desgaste y declive.

Julio Cabrera dice que el ser humano crea valores positivos para defenderse de todo lo anterior, siendo estos valores reactivos y paliativos. El ser humano se defiende de la estructura terminal de su ser. Afirma no todos consiguen soportar esa lucha precipitada, lo que lleva a consecuencias como el  suicidiosenfermedades nerviosas de mayor o menor gravedad o comportamiento agresivo. El autor dice que mediante su propio mérito, el ser humano puede tornar sus circunstancias más agradables, pero afirma que también es problemático procrear a alguien para que intente volver su vida agradable al luchar contra la resistencia de la situación difícil y opresiva que le damos al generarlo.

Para Cabrera, el propio ser de alguien es fabricado y usado, colocado en una situación dañosa de manera no-consensual y unilateral, premeditada o debido a negligencias; siempre vinculado a intereses (o desintereses) de otros humanos y no del humano creado. Además de su gestación, el proceso continúa en el proceso de educación del niño/a, donde será moldeada/o de acuerdo con las preferencias de los padres para su satisfacción. De esta manera, una persona puede ser creada para el bien de sus padres o de otras personas, pero que es imposible crear a alguien por su propio bien.

En este sentido, una de las críticas a las políticas natalistas más conocida es la de  la creación de seres humanos como meros medios o instrumentos para conseguir distintos fines, ya sean militares, económicos, políticos o étnicos.

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