En esta entrada, seguiremos los aportes de Mandrioni y su texto “La vocación del hombre”, específicamente del Cápítulo 2: La mediación del “otro” y el cápítulo 3 "La imagen ideal".
El encuentro necesario con el otro.
La palabra del hombre, si bien es originaria y libre, es siempre “respuesta” a una interrogación previa. Esa interrogación tiene grados diversos de profundidad. El mas hondo es el que interroga por el sentido definitivo de la vocación: el llamado que experimenta en hombre en el fondo de su interioridad y que le exige como respuesta la asunción de una tarea en la vida. ¿Qué o quién hace ese llamado?.
La vocación exige el conocimiento de lo que uno debe llegar a ser. Ese conocimiento se opera por una convergencia de índices. Esa toma de cc. de los índices señaladores del sentido de la vida, solo se logra mediante la intervención del “otro”.
El hombre es el ser que para llegar a ser un “si mismo” personal, necesita de la mediación del “otro”.
El “otro” puede ser un hecho, una cosa, una persona o la conjugación de todos ellos.
El hombre es un ser esencialmente vinculado. Incluso su libertad, solo es en el fondo, la posibilidad de atarse con los vínculos que “elige”.
Para que el espíritu pueda llegar a conocerse a si mismo, antes tiene que salir fuera de si hacia las cosas; antes debe preceder un gesto “exteriorizador” para que luego, en él y por él, pueda lograr el conocimiento interiorizador.
De este modo, el “otro” se convierte en el mediador por que el espíritu puede volver sobre si, a fin de coincidir consigo mismo en el acto de “reflexión” perfecta.
¿Cómo empieza a experimentarse la acción reveladora del “otro”?
El proceso se inicia con la vivencia de una especie de disociación interior por la que, nuestro yo empírico, superficial y cotidiano, ve aparecer ante si la figura de un yo mas profundo y distante.
Uno, va a definir el yo que “somos” ahora, y el otro, el yo que “debemos llegar” a ser.
Realizar la vocación consistirá en hacer madurar ese yo germinal hasta que absorba en sí todo el material del yo empírico.
A medida que el “otro”, con su mediación, nos revela nuestro yo ideal, la experiencia de la disociación se ahonda en la vivencia del distanciamiento del yo imperfecto y mezquino.
Seguir una vocación es siempre recorrer un largo y doloroso itinerario interior: el alma lo recorre cuando comienza a salir de su yo mezquino, cómodo y cotidiano, para ir en pos del yo ideal que lo solicita.
Cuando mas alto sea el ideal, mas profunda será ese distancia, mas “otro” se sentirá el “yo ideal”.
Aspecto esencial de la vocación: el encuentro con el otro, como medio indispensable para llegar a tomar cc. de la propia vocación.
Lavelle: “La vocación aparece en el momento en que el individuo reconoce que no puede ser para sí su propio fin, que solo puede ser el mensajero, el instrumento y el agente de una obra con la que coopera y en la que el destino del universo entero se halla interesado”.
La vocación del hombre compromete el destino del universo: el hombre esta llamado a “sostenerse” en el universo, pero también destinado a “sostenerlo”.
Uno de los efectos centrales de una vocación seguida y descubierta es la unificación del ser humano.
En la medida que la vocación es seguida, el hombre se individualiza diferenciándose ante los demás; la verdadera jerarquización entre los hombre, lo que los hace “únicos”, reside en el tema único que a cada uno se le asigna.
Cada persona es “única” por su ideal de vida, por la responsabilidad y corresponsabilidad en las tareas asignadas.
(El hombre esta ligado a la libertad, al poder de elegir. Pero para sentirse persona, tiene que salir de su interior, de su si mismo. Para esto necesita vincularse. Esta capacidad de vinculación le va a permitir ir hacia fuera, hacia las cosas, a fin de volver hacia si mismo y después poder reflexionar. Esto va a abrir una disociación entre “lo que es” y “lo que quiere ser”. Cuanto mayor es el ideal, mas profunda va a ser esta disociación. En el transito de esa distancia, surge la vocación (en relación a otro). De acuerdo con lo que encuentra afuera, es que surge la vocación.)
El “otro” como mediador y modelo
Conciente o inconcientemente, las personas que viven los valores superiores, ejercen una acción configuradora sobre el alma de sus semejantes. Es una acción directa, eficaz y orientadora.
El otro va a aparecer como modelo. El hombre aprende del otro y asume a través de la identificación el mundo. Pero esta identificación también le despierta ese amor por el otro. El amor también hace recaer en el hombre, la responsabilidad por el otro.
(El que asume una carrera desde lo vocacional, siente como una responsabilidad social -“Yo voy a enseñar”-)
Valor. Ideal e imagen
El ideal:
Representa el valor en una etapa evolutiva posterior en su proceso de encarnación; representa el momento de apropiación personal.
Es el valor en su trayectoria de interiorización y personalización.
Es en sí mismo, una traducción subjetiva y personal del valor.
Un valor o una determinada constelación de valores, poco a poco o de un modo fulminante, cobra relieve en el fondo del aprecio de un hombre, se destaca del grupo de valores afines y lo siente como más entrañable, intimo, propio y único.
A medida que esos valores se configuran de modo tal que el resto se convierte en simple telón de fondo, a medida que más se acercan a nosotros, experimentamos una sensación interior de pertenencia radical, de destinación esencial y de secreta complicidad con ellos.
Es como si nos apercibiéramos de pronto que nuestro ser esencial estuviese hecho para la realización de esos determinados valores. Como si ellos fuesen algo que madura “en” nosotros y “con” nosotros y que ahora se nos muestra como aquello que deberá definirnos y diferenciarnos.
Es en esta vivencia donde se experimenta el aspecto objetivo y subjetivo del valor.
Por una parte, es sentido como algo que viene a nosotros, como algo recibido, como algo que atrae y exige.
Pero, por otra parte, es experimentado como algo que para llegar a ser, depende de nuestro empeño y compromiso.
Gracias al hombre, el valor alcanza su plenitud terrestre.
Ideal: es la traducción personal y subjetiva del valor, objetivo y universalmente valido.
Imagen: designa la etapa ultima del proceso apropiador del valor. Es la apropiación más honda del valor.
El valor se ha vuelto ya, no algo de nosotros mismo, sino en “nosotros mismos”.
El ideal, por una parte, representa el “bien en si”; por lo tanto es objetivo, persistente y universalmente valioso. Pero por otra parte, en cuanto es un “bien para mi”, debido a los rasgos específicamente personales que aporto, solo me convoca a mi.
La diversidad de vocaciones surge así, de la diversidad de matices con los que un mismo valor puede ser actualizado en distintas personas.
El ideal como imagen, es vivido desde dentro de nuestra vida personal.
Cuando nuestra persona comienza a salirse del esquema existencial, de la imagen central, todo nuestro organismo psicológico y moral sufre y se resiste. Es en este momento cuando aquella imagen ideal, pasa al primer plano de nuestra vivencia, alertándonos acerca de la desviación de nuestra vida.
(Aquel valor que destaco del resto, lo convierto en ideal .Cuando uno se organiza alrededor del ideal y este dirige la personalidad, la unifica, normatiza y estabiliza, pasa al nivel de imagen. Ya no forma parte de el; es el).
Ideal. Ídolo e ilusión.
De la visión moral de las posibles metas que el hombre se puede proponer, solo aquellas que se dan dentro de un ordenamiento moral podrán recibir el titulo de ideales de vida.
El ideal encierra el valor mas alto al que puede aspirar un determinado individuo en función de sus posibilidades y de su determinada circunstancia histórico-social.
Pero el valor encerrado en un ideal, debe respetar la jerarquía de los valores y poseer la riqueza que la aspiración humana pone en él. De lo contrario se vuelve ídolo o ilusión.
Cuando en la preferencia interior se pospone un valor que debe ser preferido y se prefiere al que debe ser pospuesto, ese valor, al ser sacado del lugar que ocupa en el conjunto, pierde su razón de ser. El valor se vuelve ídolo. La vida del hombre entregada al ídolo, se destruye.
Este falseamiento del valor, surge por un desorden que implica el derrocamiento de los valores superiores en beneficio de un valor subordinado.
Cuando la persona coloca como valor mas alto algo que excede sus posibilidades reales, entonces no se trata de un ideal, ni tampoco de un ídolo, sino simplemente de una ilusión.
Las sociedades actuales son proclives a suscitar en las personas toda una serie de autoengaños.
Se trata de un desequilibrio entre los “talentos” y los “deseos”. Todos esos deseos fantásticos sin los talentos reales terminan con la conciencia del fracaso o la frustración.
Las ilusiones se presentan en forma de “hechizos” que encantan o embelesan, pero que no llena, sino por el contrario, empobrecen.
Metas de vida que se han vuelto mitos.
El buen pasar, la fuerza, el éxito en la empresa, son valores que cuando se los absolutiza se los vuelve mitos e ídolos.
Apetito de verdad y apetito de realidad constituyen el antídoto contra el falso ideal: mito o ilusión. El verdadero ideal esta hecho de verdad y de realidad.
(La diferencia entre meta y mito es la realidad.)
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