En la cotidianeidad de nuestra clínica, el afecto que con más frecuencia presentan nuestros pacientes es: la angustia. Definida por J. Lacan: “como el afecto que no engaña”. Esta nos dice que, el sujeto, está atrapado en una encerrona incestuosa.
¿Cómo reconocer a la angustia en la clínica?
Una característica fundamental, para orientarnos en la clínica, es que la angustia -a diferencia de la tristeza o la nostalgia- impacta en el cuerpo y en muchas oportunidades, el sujeto no la reconoce como tal.
Sólo le llega a su conciencia las consecuencias corporales, que van desde:
. Somatizaciones de distinto orden
. Insomnio
. Contracturas musculares
. Dolor en el pecho, de mayor o menor envergadura
. Taquicardia
. Inhibiciones psíquicas variadas
A nivel psíquico -en el tiempo en que se está cursando la angustia-, ella es señal de una posición subjetiva: estar a merced, como objeto, del Gran Otro, encarnado en cualquier figura (un familiar, una pareja amorosa, un jefe, un amigo).
A pesar de generarle al sujeto un nivel de sufrimiento intenso padecimiento -que debemos alojar-, en donde el cuerpo está siempre implicado, la angustia es una “gran oportunidad”.
¿Por qué la angustia es una gran oportunidad?
La terapia analítica apuntará -vía la transferencia e intervenciones del analista- a producir un corte (una separación) entre el sujeto, posicionado como objeto, y el Otro.
Rescatar al sujeto y su deseo, único y singular, será el fundamento del trabajo analítico.
¿En qué consiste el trabajo del análisis?
Se trata, por parte del analista -vía sus intervenciones- de ayudar al sujeto a:
- Hacer el pasaje de la legítima queja por las limitaciones y el sufrimiento que la angustia le ocasiona a identificar cuál es la posición subjetiva que la origina.
- Propiciar la renuncia a lo que Freud denomina “una satisfacción que no es sentida como tal”.
Y ¿cuál es la satisfacción, que no es sentida como tal y ocasiona el sufrimiento del sujeto? Es la “satisfacción” que le proporciona -a nivel psíquico- la fantasmática de hacer existir un Otro sin falta. A condición de ser él quien tapone dicha falta, con el costo de desorientarse de su propio deseo.
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