miércoles, 7 de septiembre de 2022

La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan

Resumen
En el presente trabajo desplegamos algunas de las perspectivas que se desprenden de las formulaciones que Jacques Lacan produce sobre la neurosis obsesiva en el último período de su enseñanza, especialmente a partir del examen de esta estructura en función de su relación con el campo de lo escópico y la conciencia en tanto sinthome que sostiene el anudamiento de los registros. A partir de allí se realiza una relectura de diversos aspectos referidos a dicha estructura neurótica señalados por Freud, los post-freudianos y por el mismo Lacan en momentos previos de su enseñanza.

1. Introducción
Las breves formulaciones que Lacan produce sobre la neurosis obsesiva en el último período de su enseñanza, si bien vuelven sobre problemas que han insistido a lo largo de la misma (su relación con el yo, lo imaginario y su fantasma escópico), presentan, sin duda, una perspectiva novedosa si son correlacionadas con las siguientes cuestiones fundamentales que caracterizan su enseñanza en los años '70: su trabajo con los nudos borromeos y la función del sinthome como reparación del lapsus del anudamiento entre los registros (años'75-'76), el cruce entre la topología de la superficie tórica y la topología de nudos, y la redefinición del inconsciente como "una-equivocación" (une-bévue) (años '76-'77). La presente investigación1 nos permitió -en una primera fase- comenzar a ubicar la incidencia de cada uno de estos puntos en la definición de la neurosis obsesiva e intentar desplegar algunas de las consecuencias clínicas que se derivan de ello; en especial aquellas que podríamos llamar los encadenamientos y desencadenamientos neuróticos.

2. Éxito y fracaso de la defensa
Freud ha destacado, desde los comienzos de su elaboración sobre la neurosis, dos momentos fundamentales de la trayectoria típica de una neurosis obsesiva. Los ubicó en función de la lógica del proceso defensivo como "éxito" y "fracaso" de la defensa. Al primero de ellos lo denominó también "salud aparente" o "carácter" y al segundo como la enfermedad propiamente dicha o neurosis (cf. Freud, 1896). El éxito de la defensa constituye un singular modo obsesivo de rechazo del inconsciente, y la "enfermedad" marca el fracaso de los "síntomas de la defensa primaria" (luego denominados "formaciones reactivas") que sostenían la defensa y la irrupción de síntomas de retorno de lo reprimido que constituyen la irrupción de los síntomas obsesivos típicos y los "afectos obsesivos" que modalizan distintas formas de la angustia.

Consideramos que esta clásica oposición freudiana puede ser leída, a partir del último período de la enseñanza de Lacan, en términos de encadenamientos y desencadenamientos o, también, en función de anudamientos y desanudamientos entre los registros. Esta perspectiva nos permitiría también, en el curso de la presente investigación, una formalización nodal de la oposición entre histeria y neurosis obsesiva. En efecto, tal como hemos desarrollado en un trabajo previo (cf. Mazzuca, R., Schejtman, F. y Godoy, C., 2008, p. 121-125) la histeria hace un singular uso del amor al padre para sostener el anudamiento entre RSI. Es un uso del inconsciente y del cuerpo sostenido en el padre como defensa frente a lo real del goce femenino que pone en cuestión su identidad y unidad. El inconsciente en la histeria, por lo tanto, se sostiene en la armadura del amor al padre y ésta opera como sinthome, es decir como cuarto, que mantiene anudados los tres registros. Esto nos permite afirmar que la histeria -que implica una elaboración de saber dirigida transferencialmente al Otro- es ya un modo de defensa frente a lo real del inconsciente o -como Lacan lo comienza a denominar a partir de su Seminario 24, l´une-bévue (la "una-equivocación"). Por su parte, la neurosis obsesiva siempre implicó -tanto para Freud como para Lacan- una suerte de redoblamiento defensivo con respecto a la histeria. Es por eso que Freud ubicaba un "núcleo de histeria" en toda neurosis obsesiva, que pensaba a ésta última como un "dialecto" de la histeria o que en sus primeras concepciones etiológicas formulaba una escena "pasiva" histérica previa a la escena "activa" que caracteriza a la obsesión. Podemos afirmar entonces que las formaciones reactivas que sostienen el "carácter" obsesivo, la ilusión de dominio consciente, su "salud aparente" y su aislamiento constituyen un cierre con respecto a la dimensión transferencial del sujeto histérico. Por eso, ya desde los años sesenta, Lacan hizo de la histeria un discurso y no así de la obsesión. No resulta extraño, por lo tanto, que Lacan en su Seminario 24 retome el concepto freudiano de "defensa" y conciba la función del analista como la de "perturbar la defensa" (cf. Lacan, 1976-77, clase del 11-1-77). Pero también reconocemos en la enseñanza de Lacan la necesaria "histerización" del obsesivo para su entrada en análisis, lo cual se demuestra solidario de lo anteriormente señalado.

Es crucial distinguir así el inconsciente como "Una-equivocación" -une-bévue, S1 fuera del sentido- tanto del inconsciente en su dimensión discursiva y transferencial -que implica una elaboración de saber, S2- como de la conciencia obsesiva, ya que éstos constituyen modalidades defensivas sinthomáticas de las neurosis, las cuales pueden ser consideradas como neurosis no desencadenadas; es decir, aquellas en donde los registros se mantienen anudados en función de un cuarto redondel de cuerda.

3. La neurosis no desencadenada: el carácter como obstáculo
Dentro de los autores postfreudianos ha sido W. Reich, en sus libros Análisis del carácter y La función del orgasmo, quien se ocupó del problema de lo que podríamos denominar la neurosis cerrada o no desencadenada bajo el nombre de "carácter". Si bien no se refería específicamente a la neurosis obsesiva, no cabe duda que prolongaba los desarrollos freudianos sobre la misma. J. A. Miller ha destacado el valor de este trabajo en tanto señala un punto de obstáculo que se le presentó a los analistas de los años veinte, un impasse que no pudieron resolver y que no dejaba de tener relación con los problemas a los que vuelve la última enseñanza de Lacan para proponer allí una salida distinta de ese mismo impasse (cf. Miller, 1998-99, p. 73 y sig.). La primera perspectiva del psicoanálisis fue situarse en función de una clínica del síntoma como retorno de lo reprimido. El síntoma como un cuerpo extraño para el sujeto, al mismo tiempo parcial y localizado. Una perturbación local que mantiene exterioridad con respecto al yo, una "tierra extranjera interior", que genera sorpresa y problematiza al sujeto. Por el contrario, a partir de los años 20 -y W. Reich es un claro exponente de ésto- surge el interés por aquellos casos en donde no hay un síntoma delimitado sino que la neurosis se expande a la vida del sujeto, produciendo una infiltración en la existencia del mismo. Esto está en la misma línea de lo que Freud llamaba "salud aparente", en tanto el sujeto no aparece afectado por las perturbaciones sintomáticas sino que se manifiesta en una serie de comportamientos, de actitudes, de modos de relacionarse con el Otro. El carácter pasa a ser entonces el estilo habitual del sujeto, su modo de comportarse con el otro en el lazo social (retomaremos luego cómo el tema del "lazo social" aparece también el Seminario 24 para definir la neurosis). Algunos autores -como O. Fenichel, por ejemplo- llegaron a plantear que esa iba a ser la "neurosis moderna", una neurosis más bien "cerrada", asintomática, en contraposición con la neurosis "abierta" sostenida en el síntoma como irrupción perturbadora.

El problema que se le presentó a estos analistas era cómo maniobrar en el análisis para hacer un tratamiento de esa "neurosis caracterial", cerrada en sí misma, que tendría un cierto equilibrio y estabilidad, en donde el carácter mismo constituye el éxito de la defensa que la mantiene anudada. La idea de W. Reich fue entonces que el caracter constituye una "coraza" que permitiría tanto una defensa frente al orden pulsional como respecto a las contingencias del mundo externo. Incluso llega a plantear cómo, en ciertos casos, un paciente puede demandar un análisis porque sufre de un síntoma -es decir comenzar con una neurosis desencadenada- pero que rápidamente, en transferencia, podría producirse su "cierre" caractérico en el curso del análisis constituyendo un obstáculo al mismo. Es un modo de señalar que, en un tratamiento analítico, puede haber momentos de cierre y apertura de la neurosis, de encadenamientos y desencadenamientos, y que el analista mismo, por lo tanto, puede ser un factor que opere en un sentido o en el otro con sus intervenciones y con su posición en el lazo transferencial.

A partir de allí su propuesta es que habría que empezar el tratamiento de estos casos introduciendo algún tipo de ruptura en dicha "coraza". Se pregunta entonces cómo salir de ese punto de cierre caractérico que tiende a fijarse. Es así que plantea que lo esencial de la acción analítica es tratar de "perturbar el equilibrio neurótico" (Reich, 1955, p. 121); es decir, realizar una perturbación de la coraza caractérica. El analista aparece así como un agente "perturbador" del equilibrio neurótico.

Para Reich el analista produce la perturbación de la defensa a través de una serie de recortes en donde los rasgos caractéricos podrían, eventualmente, sintomatizarse. Se trataría así de pasar del rasgo, recortado de la coraza, al síntoma. También sigue una cierta vía freudiana que es concebir esa coraza del carácter como una defensa frente al goce, como un tratamiento neurótico del goce que lleva a un empobrecimiento subjetivo por la inhibición, la rigidez y la fijeza que presenta. Si bien hasta aquí las formulaciones de este autor resultan sumamente atinadas, el problema esencial es que Reich trata de perturbar la defensa de un modo inadecuado al introducir la idea de un forzamiento que se paga, en la dirección de la cura, con la "transferencia negativa". Se verifica así el callejón sin salida en el que cae Reich: perturbar la defensa del neurótico a través de un forzamiento de los rasgos de carácter conlleva, en su caso, una desconfianza en la función de la palabra. El analista se extravía así al dirigir su atención a los modos de expresión del comportamiento y se produce un estancamiento en el plano transferencial imaginario que se manifiesta como transferencia negativa. Por el contrario, para Lacan no se tratará de un forzamiento en lo imaginario sino de un "corte" -punto que abordaremos en detalle en un próximo trabajo- pero para el que se debe tener en cuenta, fundamentalmente, cuál es el redondel de cuerda que sostiene sinthomáticamente el anudamiento neurótico. Intentaremos precisar ahora, como lo hemos hecho anteriormente para la histeria (cf. Mazzuca, R., Schejtman, F. y Godoy, C., 2008, 121-125), lo que brinda consistencia al anudamiento obsesivo.

4. La mirada, la rana y el buey
En el Seminario 23 Lacan destaca la estrecha relación que la neurosis obsesiva tiene con el campo de lo escópico. Para hacerlo parte de la definición de la pulsión como "el eco en el cuerpo del hecho que hay un decir" (Lacan, 1975-76, p.18) y agrega 
"Para que resuene este decir, para que consuene...es preciso que el cuerpo sea sensible a ello. De hecho lo es. Es que el cuerpo tiene algunos orificios, entre los cuales el más importante es la oreja, porque no puede taponarse, clausurarse, cerrarse. Por esta vía responde en el cuerpo lo que he llamado la voz" (ibid.). 

Podríamos afirmar entonces que la clínica de la histeria, con sus síntomas, revela ejemplarmente la resonancia en el cuerpo del decir. Sin embargo -y en esto la neurosis obsesiva será paradigmática- "Lo molesto, por cierto, es que no está solo la oreja, y que la mirada compite notablemente con ella" (ibid.). Y agrega: 
"More geométrico, a causa de la forma, cara a Platón, el individuo se presenta como puede, como un cuerpo. Y este cuerpo tiene un poder tan cautivante que hasta cierto punto habría que envidiar a los ciegos. ..Lo sorprendente es que la forma no revela más que la bolsa, o si ustedes quieren, la burbuja, ya que es algo que se infla. El obsesivo es el que más lo sufre, porque... él es como la rana que quiere volverse tan grande como el buey. Conocemos los efectos de esto por una fábula. Resulta particularmente difícil, como se sabe, alejar al obsesivo del dominio de la mirada" (ibid.).

El obsesivo privilegia entonces la dimensión escópica, produciendo así una singular nominación imaginaria que opera como cuarto redondel de cuerda, su sinthome, que mantiene unidos a los tres registros al costo del aislamiento, la petrificación y la mortificación que lo caracterizan en su rigidez.

La neurosis obsesiva aparece, por lo tanto, definida -hacia el final del Seminario 24- como "el principio de la conciencia" (Lacan, 1976-77, clase del 17-5-77). En dicha clase Lacan comienza ubicando que "la neurosis se sostiene en las relaciones sociales" (ibid.) es decir, como propone leerlo J. A. Miller: la inmersión del Uno del inconsciente en la esfera del Otro (cf. Miller, 2006-7). Esta perspectiva "social" de la neurosis estaba anticipada en lo que Lacan llamaba, en los años cincuenta, "la pantomima neurótica" (Lacan, 1957, p. 432). Lo que se agrega ahora es que ese modo de incluir al Otro es una defensa frente a lo traumático del Uno. Luego afirma que "a la neurosis se la sacude un poco y no es para nada seguro que se la cure por eso" (Lacan, 1976-77, clase del 17-5-77) y es en ese momento que pone como ejemplo a la neurosis obsesiva como principio de la conciencia. Podemos sostener entonces que la neurosis obsesiva es, dentro de las neurosis, aquella que logra la consistencia defensiva más rígida. Si seguimos en perspectiva toda la elaboración sobre la neurosis obsesiva en Lacan, podemos encontrar que ha tomado distintos aspectos de la misma, incluyendo toda la problemática que se derivaba de los estudios clásicos tanto de Freud como de los post-freudianos, referidos al erotismo anal, remitiéndolo a la relación del sujeto con la demanda del Otro. Sin embargo, uno de los puntos más originales es el modo en que ha formulado la relación del obsesivo con el campo de lo escópico. Se destaca siempre la importancia de la conciencia escópica en el equilibrio obsesivo, lo que podríamos llamar "la armadura obsesiva". Como antecedentes de este tema podemos citar la identificación del obsesivo con el amo -"que no puede verse"- que lo observa desde el palco (Lacan, 1956, p.292), a quien le dirige sus hazañas. Esto es congruente tanto con lo que denominaba el "goce de un espectáculo" (Lacan, 1957, p.434), así como con la caracterización del yo del obsesivo como un "yo fuerte" a partir de la comparaciones con la fortificaciones estilo Vauban (Lacan, 1949, p.101) o las estructuras de "fábrica fortificada" que utilizaba en sus primeros trabajos dedicados al estadío del espejo (Lacan, 1948, p.101). Finalmente, en el Seminario 10, destacará cómo se articulan el nivel anal del don con la el plano escópico de la imagen cuando señala que:
 "aquello que él considera que aman es una determinada imagen suya. Esta imagen, se la da al otro. Se la da hasta tan punto que se imagina que el otro ya no sabría de qué agarrarse si esta imagen llegara a faltarle... El mantenimiento de esta imagen de él es lo que hace que el obsesivo persista en mantener toda una distancia respecto de sí mismo, que es, precisamente, lo más difícil de reducir en el análisis" (Lacan, 1962-63, p. 348).

5. La distinción histeria-neurosis obsesiva y la oposición inconsciente-conciente
Siguiendo esta línea J. C. Indart ha propuesto -de un modo que consideramos muy pertinente- pensar la conciencia obsesiva como una "conciencia de sí" que sostiene un ideal de omnivisión. La conciencia puede concebirse así, tal como la describe Freud, como una conciencia agujereada en donde el sujeto, al modo de la conciencia fenomenológica, está en situación, percibe lo que ocurre, lo que lo rodea, pero no está a salvo de recibir sorpresas: ya sea por un lapsus de sus palabras, ya sea por las contingencias de la existencia. Dicha conciencia deja lugar a lo no calculado; podríamos decir, es una conciencia que no puede verlo todo (cf. Indart, 2001). Está dentro de la escena, por eso queda agujereada y el sujeto es pasible de ser sorprendido, tomado por la una-equivocación.

En cambio, en el obsesivo la "conciencia de sí" es una especie de visión trascendental, de panóptico en el que el sujeto -como decía Lacan el El psicoanálisis y su enseñanza- deja en la escena sólo "una sombra de sí mismo" (Lacan, 1957, p.434). La defensa del obsesivo es esa "conciencia de sí" que, como observatorio trascendental, está por fuera de la escena. En el Seminario 8 la conciencia es equivalente a la escritura del fantasma obsesivo que Lacan propone allí. Es así que afirma: "Consciente, consius designa originalmente la posibilidad de complicidad del sujeto consigo mismo, en consecuencia también una complicidad con el Otro que le observa" (cf. Lacan, 1960-61, p. 290). A través de éste el obsesivo colma la falta en el Otro, la satura con su imagen fálica -con su imagen narcisista o con la serie de objetos que operan como equivalentes fálicos- para colmar la castración en el Otro. Ya en dicho seminario Lacan lo vincula con la función de la conciencia; a diferencia del fantasma histérico, en donde el falo está por debajo de la barra y es referido al inconsciente vía la represión. Propone así una distinción precisa entre el funcionamiento inconsciente en el fantasma histérico, y la conciencia del fantasma "oblativo" del obsesivo (la imagen que ofrece al otro para colmarlo) que se constituye como control fálico de los objetos. Es este modo obsesivo de suturar la división subjetiva, sostenida en un yo fuerte y el fantasma panóptico, aquello que le permite mantener la ilusión de que todo sería calculable y que podrían evitarse las desagradables sorpresas, aquellas que caerían fuera de dicho cálculo. Ilusión que sería equivalente a lo que Lacan llamaba en los años 50 "engañar a la muerte" (Lacan, 1957, p. 434) a través de mil astucias.

Esta oposición histeria-inconsciente y neurosis obsesiva-conciencia, estaba presente ya en Freud cuando marca que la represión no opera de la misma manera en ambos casos; puesto que en la histeria opera por amnesia y en la neurosis obsesiva se han cortado los vínculos asociativos, se han desconectados la representaciones a través del aislamiento (Freud, 1926).

El "aislamiento" presenta así una estrecha relación con la conciencia de sí y comporta en el obsesivo su modo fundamental de "saber hacer con la imagen", con la imagen yoica que observa desde su posición fantasmática trascendental. Es en esa constante auto-observación controlada en la que radica su modo defensivo propio. Aquel que constituye lo que podríamos denominar la "armadura obsesiva", es decir, su sinthome específico. Esto constituye una primera parte en nuestra investigación que proseguirá, en próximos trabajos, avanzando sobre la escritura nodal y las reversiones tóricas que permitirían formalizar el sinthome obsesivo, así como sus relaciones con el sinthome histérico y sus modos específicos de desanudamientos cuando lo real de la angustia o del síntoma produce la ruptura del anudamiento sintomática. Esto nos llevará a situar la intervención analítica como "corte" -radicalmente distinto a cualquier forzamiento imaginario- en las superficies que constituyen las armaduras de las neurosis.

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Fuente: Godoy, Claudio; Schejtman, Fabián (2009) La neurosis obsesiva en el último período de la enseñanza de J. Lacan

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