martes, 6 de septiembre de 2022

La ética del bien decir

Entrada previa: Sexualidad, el carácter de la verdad y la mentira.

Freud, en El chiste y su relación con el inconsciente:

«Un pobre se granjea 25 florines de un conocido suyo de buen pasar. Ese mismo día, el benefactor lo encuentra en el restaurante ante una fuente de salmón con mayonesa.
Le reprocha «¿Cómo? ¿Usted consigue mi dinero y luego pide salmón con mayonesa? ¿Para eso ha usado mi dinero?
— No lo comprendo a usted -responde el hombre puesto en cuestión-; cuando no tengo dinero, no puedo comer salmón con mayonesa; cuando tengo dinero, no debo comer salmón con mayonesa. Y entonces, ¿cuándo diablos quiere que coma salmón con mayonesa?»

Aquí, por fin, ya no se descubre ningún doble sentido. y tampoco la repetición de «salmón con mayonesa» puede contener la técnica del chiste, pues no es «acepción múltiple» del mismo material, sino una efectiva repetición de lo idéntico, requerida por el contenido. Podemos quedarnos un tiempo desconcertados ante este análisis; acaso recurramos al subterfugio de impugnar el carácter chistoso de esta anécdota que nos hizo reír. 

¿Qué otra cosa digna de mención podemos decir sobre la respuesta del pobre? Que se le ha prestado de manera curiosísima el carácter de lo lógico. Pero sin razón, pues la respuesta misma es alógica. El hombre se defiende de haber empleado en esas exquisiteces el dinero que le dieron, y pregunta, con una apariencia de razón, cuándo comería entonces salmón. Pero esa no es la respuesta correcta; su benefactor no le reprocha que se deleite con salmón justo el día en que le pidió dinero, sino que le recuerda que en su situación no tiene ningún derecho a pensar en tales manjares. Este sentido del reproche, e! único posible, es e! que omite el bon vivant empobrecido; su respuesta se dirige a otra cosa, como si hubiera incurrido en un malentendido sobre el reproche.




La anfibología es el empleo de frases o palabras con más de una interpretación. También se la llama disemia (dos significados) o polisemia (varios significados), aunque estrictamente hablando, una polisemia no es siempre una anfibología.

Una anfibología puede dar lugar a importantes errores de interpretación si se desconoce el contexto discursivo del enunciado anfibológico. Una característica casi constante de las anfibologías es la ambigüedad.

Anfibología de lo real. Lo real es inexpresable, se puede acercar de forma imperfecta, solo a medias. Resta un sin sentido, o una ausencia de sentido (absense). 

La verdad se especifica por ser poética. Dice Lacan, en el Seminario 24 (19/4/1977)- inédito:
"La metáfora, la metonimia, no tienen alcance para la interpretación sino en tanto que son capaces de hacer función de otra cosa, para lo cual se unen estrechamente el sonido y el sentido. Es en tanto que una interpretación justa extingue un síntoma que la verdad se especifica por ser poética. No es del lado de la lógica articulada — aunque yo me deslice allí dado el caso — que hay que sentir el alcance de nuestro decir. No es que haya nada que merezca hacer dos vertientes, lo que enunciamos siempre, porque esta es la ley del discurso, como sistema de oposiciones. Es incluso eso lo que nos seria necesario superar.

La primera cosa sería extinguir la noción de bello. Nosotros no tenemos nada bello que decir. Es de otra resonancia que se trata, a fundar sobre el chiste.

Un chiste no es bello. No se sostiene sino por un equívoco o, como lo dice Freud, por una economía. Nada más ambíguo que esta noción de economía".

Ética y verdad. En Observación sobre el informe de Daniel lagache: Psicoanálisis y estructura de la personalidad, Lacan dice, con respecto a una ética: 
"Se anuncia una ética convertida en silencio por la avenida no del espanto sino del deseo. Y la cuestión es saber cómo la vía de la charla palabrera del psicoanálisis conduce hacia allá".

Podemos orientarnos en relación con estas dos vías: la vía que tiene que ver con el espanto del mandato, la vía que tiene que ver con un intento de universalización de una línea que tiene que ver con lo moral o con aquello que lo particulariza al sujeto en su propio ser que deviene en algún punto un vacío.




El analista paga con su ser. En "La dirección a la cura (...)" podemos leer que el analista paga con su ser, paga con palabras si la trasmutación que sufre por la operación analítica lo lleva a su efecto de interpretación. El analista también paga con su persona, en cuanto que "diga lo que diga la presta como soporte a los fenómenos singulares que el analista ha descubierto en la transferencia". Aparece la dimensión de la interpretación y de la transferencia. Un tercer punto con relación a por qué el analista paga con su ser es cuando dice que no debemos olvidar que "tiene que pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo para mezclarse en una acción que va al corazón del ser".

Foucault, en La hermenéutica del sujeto, introduce algo de la relación que establece Sócrates con Alcibíades, donde lo que surge es una posición de Sócrates en algo que se podría establecer como una modalidad que Lacan toma en relación a la transferencia. El propio Sócrates, cuando Alcibíades le reclama algo del orden del amor, lo remite a ocuparse de su propio ser.

Este concepto tan singular tiene que ver con lo que aparece por detrás de lo que se encubre ese "ser que debe pagar", ese "ser del analista" tiene que ver con lo que orienta, en definitiva, a la ética y que es el deseo del analista. Justamente, por un lado, la práctica de la regla fundamental reduce el dispositivo a una dimensión del decir y Lacan dirá que el analista se distingue en lo que hace de una función que es común a todos los hombres. Le va a dar a esto un uso particular, que no está al alcance de todo el mundo.

A esa ética la llamamos "ética del bien decir". Lacan intenta responder a la pregunta por la ética en un artículo que se llama "Televisión", y responde a esa pregunta con "la ética del bien decir". Esta ética parte de una concepción de un abogado llamado Quintiliano, y que la propone en el libro "Instituciones oratorias". Además, plantea una dimensión muy particular de la retórica, ya no considerada como la consideraban los sofistas, como un arte de la persuasión al otro, sino como un arte que tiene que ver con el acto mismo del decir. Una ciencia del bien decir, donde el bien no significa decir bien, sino que el bien tiene que ver con el acto mismo del decir.

Pero cuando decimos ética y no arte, ya rompemos con la dimensión de la retórica. El suponer esta dimensión del acto es lo que nos orienta en relación con la ética. Cuando habla del bien decir, Lacan va a tomar a un autor, Nicolás Boileau, que decía en El arte poético que "lo que se concibe bien se enuncia claramente".

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