Porque vivimos en un mundo regido por lógicas punitivas considero que es muy difícil si no imposible escaparlas completamente. También, digo que como sujetos sociales habitamos la incomodidad de forma permanente. No es posible transitar la vida sin que se presenten incomodidades en el plano práctico y mental. Lo punitivo tiene que ver con lo punible, aquello que se configura como castigable para una sociedad determinada. Sin embargo, cuando hablamos de esta perspectiva no nos referimos pura y exclusivamente a cuestiones vinculadas a lo judicial, por ejemplo, a la concreción de un delito, sino a prácticas sumamente internalizadas y del tipo vincular. Acá nos interesa hablar de perspectivas punitivas y perspectivas no punitivas. Cuando decimos que una sociedad actúa de forma punitiva nos referimos a una concepción de mundo específica que criminaliza y estigmatiza a ciertos sectores de la sociedad. Es un enfoque que interpreta al castigo como la forma aleccionadora y de aprendizaje por excelencia. Lo punitivo, entonces, se encuentra establecido por una construcción social, colectiva y cultural. Por ejemplo, creer que un pibe podría robarte por usar visera o por ser una persona racializada.
Además, la perspectiva punitiva debe ser necesariamente interseccional y preguntarse por las formas en las que viven las diferentes personas, qué factores afectan de una u otra forma su existencia en este mundo.
Hace unos días en una charla muy bonita que tuvimos con @nazaroviello llegamos a la ¿conclusión? de que el anti punitivismo emerge de las entrañas, de la necesidad de disputar sentidos preestablecidos. En este sentido, el anti punitivismo no es total. Decirse anti punitivista no implica negar que el punitivismo nos atraviesa de forma transversal y total sino comprender que esas prácticas son justamente producto de una sociedad determinada y no sólo de nuestras voluntades personales. Es importante, para poder ejercerlo en nuestros discursos y hábitos, comprendernos a nosotros mismos como sujetes sociales y políticos. Comprender que las prácticas de nuestra cotidianidad no nos pertenecen totalmente sino que se encuentran inscriptas en un contexto histórico, político y económico determinado. Entendernos como no punitivistas implica preguntarnos por qué cruzamos de vereda, por qué nos da miedo la cárcel, por qué justificamos el gatillo fácil, por qué castigamos a las personas que tenemos alrededor por tener conductas específicas. El no punitivismo implica, entonces, una incógnita. Implica poner patas para arriba un sistema de creencias (pre)establecido y legitimado que -no de pronto y no gratis- encontramos disconforme.
Comprendernos como sujetos incómodos y sujetos de incomodidad es el primer paso para autopercibirnos como no punitivistas. Además, el no punitivismo no es un discurso (solamente) sino sobre todo una práctica. Podemos tener conductas más o menos punitivas que pueden estar o no relacionadas con nuestro discurso. Si tenemos discursos bonitos pero en la práctica nos comportamos de forma criminalizante para con otros, condenatoria y apelamos al castigo (mental) como forma de enseñanza, entonces estará muy alejado de nuestros hábitos concretos. Estaremos sin ninguna duda ante una contradicción. Algo que efectivamente se presenta inalterable. Para pensarnos integralmente como no punitivistas es menester implicar nuestras prácticas, ponerlas en crisis, revolucionarlas. A diferencia de lo que sucede con la contradicción, la incomodidad nos permite habitar ese lugar de no respuesta, de incógnita de forma relativamente amena. La contradicción en cambio, resulta paralizante. “No puedo hacer esto si digo esto” a cambio de “tengo esta práctica, no me siento cómoda con ella, sin embargo la hago”. Una de los enunciados se presenta inherentemente paralizante, mientras que el segundo ofrece una salida: no me siento cómode, pongo en crisis mi práctica e indefectiblemente mi discurso.
El antipunitivismo es, por sobre todas las cosas, un ejercicio de todos los días. Muchas veces es doloroso. ¿A quién no le duele poner en crisis todo lo que creía? Pero la salida es constructiva y colectiva. Para modificar las estructuras institucionales es menester empezar por nuestro discurso. Por lo que legitimamos a través de la palabra. La represión es posible sólo en un mundo en el cual se la interpreta positivamente o en su defecto como la única salida posible. Modificar esos discursos, amigarnos con nuestra incomodidad, es un primer pequeño gran paso para transformar ese sistema de crueldad.
Fuente: Julia Pascolini "¿Puedo ser anti punitivista? ¿Qué implicaría serlo?"
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