La pregunta que abordaremos se refiere a nuestro modo de intervenir cuando un paciente está loco, se vuelve loco, o se hace el loco, que obviamente no es lo mismo, pero que aun así en cada caso nos coloca ante un desafío particular, en especial cuando esta locura· entra en transferencia.
Sabemos que con respecto a la psicosis, Lacan insistió en que hay que buscar la coyuntura dramática que ha dado lugar al desencadenamiento. De igual modo, se podrían ubicar las condidiciones que favorecerían el enloquecimiento en una estructura no psicótica, tanto en lo cotidiano de su convivencia como en la escena del análisis.
Intentaremos diferenciar las intervenciones del analista que alientan el despliegue de la locura, de aquellas otras que tendrían la capacidad de acotarla, ya sea desde el inicio de un análisis o en o algún momento puntual del mismo. El acotamiento de la locura sería condición de posibilidad para que un análisis tenga lugar, porque en estado de locura no hay análisis posible. Es decir que la locura difícilmente pueda ser considerada como un hecho objetivable en sí mismo, sino que debería ser pensada, como cualquier otro fenómeno, en transferencia. No se trata de decir que la locura no exista, pero sí que el modo en que se despliega, agrava o acota, guarda relación con el tipo de aproximación que con ella se establece.
Vappereau dice, no sin razón, que no hay nada que hacer frente a la locura, más que apartarla si se puede, o combatIrla por medio violentos si se quiere imponer. Se puede, sin embargo, decirle al loco que no tiene más que detenerse cuando quiera. Así, uno apela a su responsabilidad, lo que lo vuelve menos loco. Se puede sobre todo negarle la menor ocasión de creer que se puede hacer cualquier cosa por él, por ejemplo pensar por él.
Así planteada, esta indicación tal vez parezca estar apelando al yo y a las buenas intenciones del analizante, pero nos parece de una pertinencia mayúscula, al transmitir la confianza del analista en que un sujeto pueda dejar de estar loco.
Para dar cuenta de lo que intentamos transmitir, haremos un contrapunto entre dos historiales clínicos de pacientes cuya locura, como se verá es difícilmente cuestionable. El primero de ellos es un texto de Raymond Kaspi sobre el tratamiento psicoanalítico de la señora Oggi.
Para comenzar digamos que Kaspi es convocado al domicilio de la señora Oggi después de estar ésta durante ocho días en cama, sin comer, sin beber y sin hablar, aparentemente a partir de la muerte de su abuela de 90 años, quien la ha criado después del abandono de su madre, sucedido a los 2 o 3 años de la paciente. Su mutismo se interrumpe cuando Kaspi le pone una mano sobre la pierna, después de haber visto que ella movía un pie. Intercambian entonces algunas frases y convienen en que será medicada y en iniciar luego un tratamiento en el consultorio, no sin antes confesar la señora Oggi que su comportamiento extravagante le permite dominar o manipular a quienes la rodean, aun cuando se trata de algo que ella no puede reprimir.
Como no podía ser de otra manera, esta manipulación se desplegará en transferencia. Al decir de Kaspi, rápidamente la relación se erotiza, las demandas van en aumento, e! analista no consigue dar por finalizadas las sesiones, se suceden llamadas telefónicas a cualquier hora, hasta que después de un tiempo, la paciente solicita al analista que la toque, y él accede. Un día, sin mediar palabra, se desviste y anuncia que lo quiere violar. Él interpreta que el striptease terapéutico es una manera de encontrarse lo más cerca posible del seno de la madre buena.
A partir de determinado momento, en cada sesión la paciente se acuesta y se desviste, a menudo está totalmente desnuda pero como es invierno y hace frío, a veces le pide al analista que le acerque el abrigo para taparse. Kaspi, obviamente confundido, acude a su supervisor, Didier Anzieu, quien, lejos de ayudarle a reordenar este caos, lo alienta con teorizaciones que intentan dar un marco de razonabilidad a esta locura que se ha instalado en transferencia.
Es así que Kaspi sigue accediendo a las demandas, aunque notoriamente angustiado por la atracción que la paciente ejerce sobre él; aclara con incomodidad, que sólo le toca las manos y la frente, y que le hace caricias "como si" en el resto del cuerpo, sin detenerse en las regiones sexuales. Se trataría de construirle así una piel, contornear un cuerpo dañado por el brutal destete de su madre.
Lejos de tranquilizarse, las demandas de la paciente siguen en aumento, se convierten en exigencias y tormentos, se suceden los intentos de seducción y también de suicidio; la señora Oggi tampoco se priva de colocar su mano sobre el sexo de su analista en más de una ocasión. Las argumentaciones de Kaspi avanzan en la línea de explicar la necesaria regresión a una ansiada simbiosis con una madre que la ha abandonado, con la esperanza de que este "análisis transicional" dará paso, en algún momento, a un análisis de encuadre clásico.
Es de hacer notar que la paciente, de tanto en tanto, le pide que la eche, que le ponga límites, celebra cuando la rechaza, confiesa su hábito de manipular a su entorno con exigencias, como así también su costumbre de "hacerse la loca" ante el padre y de amenazar al marido con suicidarse.
Aun así, Kaspi sigue satisfaciendo sus exigentes demandas, en la suposición de que podrá darle lo que le ha sido negado en su infancia por una madre ausente. Según él, es así como ella paulatinamente va recobrando su yo, se anota en la universidad y empieza a concurrir a sus sesiones más regularmente y a irse en el horario convenido, sin desvestirse ya. Sin embargo, en la última de las sesiones relatadas se produce una escena muy parecida a las acostumbradas, en la que la paciente se pone a gritar y aullar en la puerta a la hora de partir, diciendo que siente el sexo del analista como un tubo dentro de ella.
De todas maneras, cabe la pregunta acerca de qué fue lo que hizo que la joven dejara de desvestirse. Un día en que concurre ebria, se desnuda como de costumbre, vomita en el consultorio, y al no poder irse en ese estado, Kaspi la recuesta en la habitación contigua y la visita entre paciente y paciente. Sabiendo que está por llegar una terapeuta con quien comparte el consultorio, la ayuda a vestirse para evitarle la incomodidad de ser vista en ese estado. Es allí que se produce el encuentro entre ambas, gracias al cual la paciente recupera un poco la cordura; esta terapeuta le presta un abrigo, con lo cual estará en condiciones de marcharse. Creemos que es este encuentro el que introduce al fin un límite que permite que la relación transferencial se apacigüe.
No es nuestra intención un comentario moralizante sobre este tipo de intervenciones poco ortodoxas, sino considerar que no se puede pensar la locura al margen de la relación transferencial. No encontrar del lado del analista un acotamiento de la locura es lo que, a nuestro modo de ver, lleva a la paciente a buscarlo de un modo cada vez más loco. Kaspi reconoce que se limitó a acompañarla.
En contrapunto con este historial comentaremos ahora otro texto, como se verá tampoco muy ortodoxo, esta vez de Masud Khan, quien en su libro Locura y Soledad nos relata el caso de una joven que le es derivada por la anterior analista, después de haberle destrozado el consultorio. Esta joven había estado 3 años en ese tratamiento, sin que su desorganización cediera, también en un encuadre cuasi-incondicional, tanto por las exigencias desmedidas a cualquier hora del día y de la noche, como por el maltrato al que sometía a la analista. Asimismo, había estado un año internada, bastante tranquila, a no ser por los estragos que cometía cuando la analista concurría a visitarla.
En la primera entrevista con Masud Khan permanece de pie y anuncia que no piensa decirle nada. Él responde tranquilamente que no siente ninguna curiosidad. Ella queda perpleja, y agrega poco después: ‘Voy a destrozar esta habitación también, tiene demasiados libros y cosas' Masud Khan siente que habla en serio, de modo que le dice: "Antes de probar cualquiera de sus travesuras, por favor, acérquese y démonos la mano".
Ella vacila pero le tiende la mano. Masud Khan se la toma con firmeza, y le pide que apriete la suya. Desafiante, ella se niega. Él comienza a apretarle su mano cada vez más fuerte. Al minuto estaba ella encogida en el piso gritando: "¡Suélteme, me lastima!" "Eso es lo que quiero", responde el analista. "Ya ve, no puede destruir mi consultorio; no sólo soy físicamente más fuerte y más ágil que usted, sino que además tengo gente que puede protegerme. No necesito hospitales".
Después de hablar con la analista anterior y con la madre de la paciente y enterarse de lo que estaba sucediendo, le dice: "No espere de mí ni la calidad ni la cantidad de disponibilidad, compasión y paciencia a las que estaba acostumbrada con su analista."
Para atenderla impone 3 condiciones: la primera es que deberá concurrir a sesión cinco veces por semana puntualmente a la hora convenida. Si no soporta quedarse, podrá irse; pero sin escándalos; ninguno de los dos estará obligado a sufrir una rutina de 50 minutos completos. La segunda condición es que tomará clases particulares de una hora por día, los siete días de la semana, con un profesor que él indicará, ya que quiere que su día tenga una estructura mínima, aparte de concurrir a las sesiones. Y la tercera es que por lo menos tres veces por semana cenará con su madre, sin otros invitados, ya que está advertido del caos de visitantes que reina en esa casa.
Estipula un horario a partir de la siguiente semana, aclarando que si por su deseo, miedo u obstinación decide no acudir, simplemente deberá hacérselo saber a su secretaria. De lo contrario, la esperará tal día a tal hora. La paciente concurre puntualmente a la primera sesión, y cuando él le indica que se puede quitar el abrigo porque hace mucho calor, ella se niega, porque debajo sólo lleva su camisón, ya que no tuvo tiempo de vestirse.
Masud Khan le dice de un modo firme pero amable, que si ella no puede distinguir la diferencia entre su dormitorio y el espacio analítico, no van a poder trabajar, de modo que interrumpe la sesión y le indica que la espera al día siguiente vestida como es debido. Estarán así dadas las condiciones para que comience un análisis que, por cierto, no tendrá nada de sencillo, pero análisis al fin.
¿Qué decir de estos testimonios? Reconozcamos en primer lugar que ante semejantes despliegues de locura, cualquiera de nosotros puede vacilar, ya sea perdiéndose en laberintos de buenas intenciones o temblándole el pulso a la hora de efectuar un corte.
Es cierto que el acto del analista es acorde a la teoría que lo habita, pero ¿no es también cierto que cada uno toma de la teoría lo que su propio fantasma le permite? Curiosamente, tanto Kaspi como Masud Khan, al igual que Didier Anzieu, de algún modo se reconocen deudores de la enseñanza de Winnicott.
Por otro lado, es llamativo que Masud Khan insista en que sus intervenciones son firmes pero amables. Con la amabilidad no alcanza, pero tampoco es sin ella. La firmeza, si no inspira confianza, puede especularizar la crueldad de la paciente y ser sinónimo de expulsión. Masud Khan, lejos de soltarle la mano, la toma firmemente, le da un lugar. Impone sus condiciones, pero le deja a ella la decisión de iniciar o no el tratamiento. No decide en complicidad con su ex-analista ni con su madre como si ella estuviera insana, sino que la responsabiliza de sus actos. La subjetiva, le da la palabra, que es un modo de apostar a que ella puede dejar de estar loca.
Ahora bien, ¿cómo pensar la locura de estas pacientes? ¿Están locas o se hacen las locas? ¿Acaso hay diferencia? Hacerse la loca es estar loca, en la medida en que sola ya no puede parar, si no hay alguien que le ayude.
En los dos casos relatados, los analistas recortan una historia infantil desdichada, pero sólo en el primero se la considera un justificativo para tolerar los excesos actuales, como si se tratara de suplir aquí y ahora el abandono materno.
Cuando el analista cede compasivamente a exigencias irreprimibles e ilimitadas, no hace más que confirmar al paciente en el lugar de desecho, de víctima de una injusticia atroz y humillante que lo llevará a eternizar sus reclamos reivindicatorios en una escalada sin fin y a perpetuarse en el lugar de alma bella que hará imposible el análisis.
No es raro encontrar pacientes que tienen la certeza de que se les ha inflingido un daño y de que el mundo está en deuda con ellos, y que tienen derecho a exigir que el otro -el analista en este caso- pague esa deuda. Se convierten fácilmente en pacientes "especiales", con los cuales el analista está obligado a tener deferencias y consideraciones. Es este lugar de excepción el que Masud Khan no está dispuesto a avalar, sabiendo que eso implicaría renunciar irremediablemente a que un análisis pueda tener lugar.
Las "excepciones"
En un breve texto titulado "Las Excepciones", Freud plantea que hay personas que dicen que ya han sufrido bastante, que tienen derecho a que no se les impongan más restricciones y que no están dispuestas a someterse a ningún nuevo displacer, porque son excepciones y se proponen seguir siéndolo. Lo que alegan es que han sido víctimas durante su infancia de padecimientos injustificados, lo que los autoriza a no volver a someterse a privaciones; ni siquiera las derivadas de un análisis. El mundo está en deuda con ellos, y esto les daría algunas prerrogativas.
Freud se apoya en la tragedia de Shakespeare, Ricardo IIl, quien dice en su monólogo inicial: " ...yo, a quien la caprichosa Naturaleza ha negado las bellas proporciones y los nobles rasgos, y a quien ha enviado antes de tiempo al mundo de los vivos deforme, incompleto, bosquejado apenas y hasta tal punto contrahecho y desgraciado, que los perros me ladran cuando me encuentran a su paso ( ... ) si no puedo ser amante ni tomar parte en los placeres de estos bellos días de felicidad, he de determinarme a ser un malvado y a odiar con toda mi alma esos goces frívolos."
Según Freud, este personaje considera que la vida le debe una compensación que él mismo se procurará. Lo que agrega es que, si esta tragedia ha perdurado a través del tiempo, es porque todos somos un poco Ricardo IlI, ya que todos creemos tener motivos para estar descontentos con la naturaleza por defectos infantiles o congénitos; y todos exigimos compensación de tempranas ofensas inflingidas a nuestro narcisismo, a nuestro amor propio.
Lo que Freud nos lleva a considerar es hasta qué punto ese lugar de víctima puede convertirse en un baluarte narcisista dificil de resignar, que paradójicamente coloca al sujeto en una posición de infatuación, volviéndolo refractario al análisis. Por momentos estas reivindicaciones tienen un tan claro tinte paranoide que hacen dudar del diagnóstico, pero si todos somos un poco Ricardo III, eso "implica que no hay análisis que no tropiece con esta resistencia yoica. Habrá quienes de este ser de excepción harán, como Ricardo IIl, una caracteropatía egosintónica desde la cual es impensable pregunta alguna que propicie una demanda de análisis.
Sin embargo, hay sujetos que viven atormentados, hambrientos de reconocimiento, acosados por impulsiones incontrolables, con un narcisismo desfalleciente, quienes también revelan esta infatuación loca: simultánea y paradójicamente creen tener derecho a someter al otro a las más variadas exigencias, tal como vimos en los dos historiales comentados, porque los padecimientos sufridos los pondrían en posición de merecer que el mundo los releve de toda privación. "Yo me merezco... " es una frase que escuchamos a menudo. Así, sistemáticamente, el límite llegará desde el otro quien, con razón, se inclinará a pensar que esa persona "está loca': Como decía Ulloa, el que no sabe a qué atenerse, tiene que atenerse a las consecuencias. Es difícil dilucidar si el sujeto no sabe, no quiere o no puede respetar ciertos límites y/o atenerse a determinadas convenciones, y nos recuerda escenas locas que protagonizan algunos pacientes en su relación con los otros.
Al mismo tiempo, nos lleva a articular impulsividad e infatuación. El relato de Masud Khan nos autorizaría a pensar que poner un límite a la infatuación en transferencia tiene efectos insospechados sobre la impulsividad.
A nuestro modo de ver, la expectativa de ser convalidado en un lugar de excepción -tan certeramente situada por Freud en relación al narcisismo-, puede ser también abordada desde la conceptualización que Lacan hace de la locura en su escrito ''Acerca de la Causalidad Psíquica". Basándose en coordenadas hegelianas, como veremos a continuación, Lacan llegará a la conclusión de que creerse, creérsela, es estar loco.
Fuente: Haydée Heinrich, "LOCURA Y MELANCOLÍA". Cap. 3.
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