Fuente: Nasio, J.D. "CINCO LECCIONES SOBRE LA TEORIA DE JACQUES LACAN" Segunda lección
- El inconsciente sólo existe en el interior del campo del análisis
- No hay inconsciente propio de cada uno de nosotros
- Lalengua
- ¿Qué es una estructura ?
- El miedo de ruborizarse
- El significante rebota de sujeto en sujeto
- No hay significante sin sujeto
- El nacimiento del sujeto
A propósito del inconsciente, quisiera conocer ante todo su reacción frente a la réplica de un amigo que no cree en el psicoanálisis y me decía hace poco: "¡Yo no tengo inconsciente!" ¿Qué piensa de ello? ¿Se puede no tener inconsciente? Si me permite la agudeza, creo que su amigo tiene razón: no tiene inconsciente. ¡Cómo puede tener razón!
El inconsciente sólo existe en el interior del campo del psicoanálisis
Tiene razón porque, en mi opinión, si bien el inconsciente existe, sólo puede existir en el interior del campo del psicoanálisis y, más precisamente, en el interior del campo de la cura. Ahora bien, su amigo parece situarse fuera de este campo y en consecuencia fuera del inconsciente. Comprendo que mi posición pueda parecerles demasiado restrictiva y que se le contraponen gran cantidad de objeciones. Por ejemplo, imagino que podrían ustedes recordarme los distintos textos de Freud, como la Psicopatología de la vida cotidiana, en los que demuestra la existencia del inconsciente en un campo tan exterior a la cura como puede serlo la vida cotidiana. Sin embargo, si retomamos el principio lacaniano del inconsciente estructurado como un lenguaje y la demostración que desarrollamos en la primera lección, llegamos a la conclusión de que, en efecto, el inconsciente sólo existiría en el seno de una cura analítica. No creía que habría de comenzar así esta lección. De este modo, su intervención me lleva a formular desde ahora la serie de proposiciones que fundamentan mi tesis de que sólo habría inconsciente en el seno del análisis. Insisto en aclarar que estas proposiciones resultan de mi lectura de la obra lacaniana, pero que jamás han sido enunciadas por Lacan. Sostendré estas proposiciones como si fueran las respuestas a la pregunta: "¿Cuándo se puede decir que el inconsciente existe?"
Ante todo el inconsciente se revela en un acto que sorprende y supera la intención del analizante que habla. El sujeto dice más de lo que quiere, y al decir revela su verdad.
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Ese acto, más que revelar un inconsciente oculto y ya allí, produce el inconsciente y lo hace existir.
Para que el inconsciente sea, es preciso aún que sea escuchado.
Ahora bien, para que efectivamente ese acto haga existir el inconsciente, es indispensable que otro sujeto escuche y reconozca el alcance del inconsciente; siendo ese sujeto el psicoanalista: "...¿implica el inconsciente que se lo escuche? En mi opinión, sí", responde Lacan.
En efecto, para que el inconsciente sea, es preciso aún que sea reconocido. Pero este reconocimiento no es un reconocimiento de pensamiento, es un reconocimiento de ser, es decir que el psicoanalista reconoce en acto, a partir de su ser y de su propio inconsciente, el inconsciente del otro. Para reconocer que el acto del analizante es una producción de inconsciente, es preciso entonces otro acto, el del analista. Sin duda, gran cantidad de diferencias distinguen el acto del analizante del acto del analista, un lapsus del analizante es diferente de la interpretación del psicoanalista, pero desde el punto de vista en que nos situamos, es decir, desde el punto de vista que considera al inconsciente como una estructura, estos dos actos son formalmente idénticos o, si se lo prefiere así, significantes.
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Si el psicoanalista está en posición de sancionar en acto la existencia del inconsciente de su analizante, es porque él mismo ha recorrido ya, en calidad de paciente, el camino de un análisis.
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Esta conjunción de dos actos que, en el campo de la cura, produce el inconsciente nos permite afirmar tres hipótesis que les presento a continuación.
• El inconsciente no es una instancia oculta, ya allí, a la espera de una interpretación que venga a revelarla, sino una instancia producida cuando la interpretación del analista, considerada como un acto de su inconsciente, reconoce el acto del inconsciente del analizante.
• El inconsciente así producido es una estructura única, común a uno y al otro de los partenaires analíticos. En consecuencia, debemos corregir la hipótesis anterior y concluir que no hay un inconsciente que pertenezca al analizante y luego otro inconsciente que pertenezca al psicoanalista, hay un solo inconsciente, el producido, único en el seno de la transferencia.
• Finalmente, la tercera hipótesis es la reafirmación de mi proposición inicial de pensar la existencia del inconsciente exclusivamente en el interior de la cura, recordando que también Lacan se ocupó del mismo problema sin tomar una decisión categórica. En respuesta a la observación de un interlocutor que afirmaba: "Yo decía que el psicoanálisis sólo puede ser válido en el campo de sus observaciones, o sea, en la situación analítica", Lacan replicó: "Eso es exactamente lo que digo. No tenemos medio de saber si el inconsciente existe fuera del psicoanálisis".
Cuando el inconsciente ha sido interpretado, ¿esto supone que se ha tenido alguna influencia sobre él?
El inconscíente es un nombre.
El inconsciente es un saber que no podríamos aprehender directamente. El inconsciente como saber es más que una hipótesis, es casi una tesis, y mejor, un principio, o incluso un axioma. Es decir que no conocemos el inconsciente, no podemos asirle, no es tangible, es tan intangible como el número imaginario i. Es inaprehensible, pero le damos un nombre. ¿Qué hace Freud? Nombra. Freud funda, nombra. Freud da un nombre al acontecimiento inesperado, al sueño que sorprende al sujeto y dice: "Aquí, existe un saber distinto que vamos a denominar inconsciente". Es la parte loca del padre. Un padre es loco cuando no tiene miedo de fundar. Cuando el padre funda se identifica al nombre, es el nombre, aliena su ser en un nombre, se hace significante del Nombre-del-Padre. Hay algo insensato en Freud cuando afirma con una certeza loca: "He aquí el inconsciente"; no en el sentido en que retoma este término que ya existía en gran cantidad de filósofos, sino en el sentido en que le otorga una consistencia inédita hasta ese momento. Ya que no se contenta con declarar: "Este es el inconsciente", agrega: "Este es el inconsciente y lo suponemos como una cadena de representaciones". Y además: "Nos formamos dos concepciones del inconsciente, y aun tres, una concepción dinámica, una tópica y una económica". Comienza por nombrar y la cosa existe.
Hay locura en el acto de fundar.
Pero por supuesto, no todo nombre es capaz por sí solo de instituir la existencia. Es preciso aún que ese nombre se repita y se inscriba en una estructura. Nombrar no es simplemente poner un nombre, nombrar es un acto que no sólo hace existir un elemento, sino que da consistencia y engendra una estructura. Freud nombra, la cosa existe, y la consistencia se despliega.
Ahora bien, muy frecuentemente, en el marco de la cura, la interpretación del psicoanalista se limita a este acto, el de nombrar. Precisamente, una interpretación justa consiste en poner el nombre justo al acontecimiento que surge. Y al hacerlo, se hace existir la estructura del inconsciente. Pero el problema es que hay que interpretar sin pensarlo demasiado. Una interpretación no es una intervención pensada ni calculada, una interpretación es un nombre que se da sin saber demasiado, y al darlo, se realiza un salto. Una interpretación es el salto de un nombre; es un paso, un cruce, un cruce por el vado mojándose. Como ven, la interpretación en tanto acto de nombrar implica el riesgo de exponerse.
Pregunta: A su criterio, ¿a partir de qué datos objetivos dedujo Lacan su principio de un inconsciente estructurado como un lenguaje?
Su observación me lleva ante todo a recordar la distinción fundamental entre lenguaje y lengua. Sin duda, el inconsciente tiene una estructura de lenguaje, pero sus efectos se manifiestan en el terreno de la lengua, es decir, en el del lenguaje hablado. Ahora bien, los datos concretos y objetivos que permiten inferir la estructura lingüística del inconsciente son exteriorizaciones del inconsciente. Ya hemos señalado que cada una de las manifestaciones del inconsciente debía ser catalogada formalmente como significante, más exactamente, como un significante. También hemos dicho que esas exteriorizaciones pertenecían a diversas realidades: un gesto del cuerpo, una palabra inesperada o cualquier otro acontecimiento. Pero, entre todas las realidades en las que se expresa el inconsciente, la de la lengua ofrece la mejor abertura para acceder al orden estructural del inconsciente. De la misma manera en que Freud consideraba el sueño como la vía regia de acceso al inconsciente, diría que para Lacan, el camino regio a seguir es el de la lengua.
Así, Lacan respeta la diferencia establecida por Saussure entre lengua y lenguaje: la lengua es el lenguaje hablado. Primeramente, hay una lengua que sería, por ejemplo, el dialecto de Cali, que supongo que es muy distinto del de la capital, Bogotá, aun cuando en ambas regiones se hable la misma lengua, el español. Luego, y fundamentalmente, hay una lengua particular que es la lengua materna, la lengua hablada por la madre. Ahora bien, el inconsciente se manifiesta justamente en esa lengua. En verdad, la definición correcta sería: "El inconsciente está estructurado como un lenguaje y se manifiesta en la lengua hablada por la madre".
Pregunta: Pero entonces, puesto que hablamos español, ¿nuestro inconsciente está estructurado en español?
No, el español es ante todo una lengua en la cual el inconsciente se manifiesta y no un lenguaje en el cual se estructura. Vean, en una época, me había planteado una cuestión similar diciéndome que el inconsciente está estructurado en latín porque trabajando la lógica de la Edad Media, pensé en el inconsciente de esos lógicos como, por ejemplo, Shyreswood u Ockham, y me dije: "Puesto que esta gente escribía en latín y hacía lógica en latín, la estructura de su inconsciente debía estar, forzosamente, influida por el latín, aun cuando la lengua de su madre era el inglés medieval... y los psicoanalistas todavía no existían". Aclarado esto, convengamos en que el inconsciente está estructurado como un lenguaje que tiene efectos en las distintas lenguas que habla el sujeto, y muy particularmente en su lengua materna.
Ahora bien, la diferencia entre lenguaje y lengua nos sirve también para pensar la relación del niño con su madre. Ya que se podría decir que la lengua materna, esa lengua que habla la madre, es la lengua de la piel, de todo lo relativo al cuerpo, en una palabra, del goce. Lacan escribe "lalengua", para subrayar hasta qué punto se manifiesta el inconsciente en una lengua, y que es a partir de estas manifestaciones que la teoría analítica supone un inconsciente estructurado como un lenguaje.
"Lalengua donde el goce se deposita..." J.L.
¿Pero por qué crear el neologismo "lalengua"? Para hacer comprender que lo que importa no es tanto la lengua de Cali o el dialecto de tal región, sino lalengua en la que se manifiestan los efectos del inconsciente. Este neologismo lacaniano de escritura que suelda el artículo y el nombre sirve para distinguir la lengua del inconsciente de la lengua en su acepción lingüística. Es lalengua en la que me habla tal paciente, y tal otro, y también aquel otro.
No hay inconsciente propio, pero hay una lalengua propia.
En última instancia, cada paciente habla una lengua diferente. ¿Por qué? Porque de lo que se trata no es sólo del francés, se trata de su francés, familiar, materno, el de su historia singular. Y si es bilingüe y habla un mal francés, ese francés malo será para él su 'lalengua". Habría que profundizar el fenómeno del bilingüismo y observar cómo emergen más fácilmente los efectos del inconsciente si se hablan dos lenguas en vez de una; quiero decir, si se han mamado dos lenguas en vez de vina. Lalengua es algo que se mama, es la parte materna y gozosa de la lengua. Lalengua permanece íntimamente ligada al cuerpo, por lo tanto, eminentemente cargada de sentido. Lalengua es una lengua de sentido, plena de sentido.
Pregunta: Si "lalengua se mama", habría que corregir entonces el célebre dicho popular español, y en lugar de decir: "El que no llora no mama", corregir y decir: ¡El que no mama no habla"!
Es una bella inspiración y me evoca lo siguiente: en efecto, si para hablar hay que mamar, ¿qué hay que hacer para escribir? No es mamando como se escribe. Cuando se escribe hay algo del orden de la ruptura, hay un desgarramiento. Probablemente la escritura tenga más afinidad con el lenguaje como estructura que con la lengua materna. Aclarado esto, lalengua en la cual el inconsciente produce sus efectos es una lengua ligada al cuerpo.
El sentido es cuerpo
Ahora bien, ¿qué significa "ligada al cuerpo" sino cargada de sentido? Cuando se da un sentido a las cosas, el cuerpo está en el medio.
Damos un sentido de acuerdo con el cuerpo que tenemos. Toda intervención del psicoanalista reveladora de un sentido es una intervención impregnada de cuerpo. El cuerpo está allí, en el conocimiento, en la lectura de un texto, en la comprensión de lo que está escrito y en el simple hecho de exclamar: "¡Comprendo!" Es allí donde está el cuerpo. Hegel fue el primero en establecer los fundamentos corporales e imaginarios del conocimiento. Lacan, siguiendo una intuición hegeliana, inventó el concepto de conocimiento paranoico. Para Lacan, todo conocimiento es un conocimiento paranoico, es decir que en todo conocimiento se estabilizan e inmovilizan los objetos del mundo al asignarles un sentido. Y yo agregaría: a través de la imagen del cuerpo. Sí, el conocimiento es producir un sentido a través de la imagen del cuerpo. Paul Valéry decía: "Sólo se entra en el conocimiento a través del umbral del cuerpo". Nos gustaría hacer nuestra esta fórmula.
Pregunta: El inconsciente se manifiesta en lalengua, pero ¿por qué Lacan toma la referencia más general del lenguaje para concebir el sistema inconsciente? ¿Por qué haber elegido el lenguaje?
¿Qué es una estructura?
Ante todo, recordemos que el aforismo lacaniano nació en una época marcada por la influencia de la lingüística estructural, presentada entonces como modelo de una ciencia joven que debía construir su propio objeto, el lenguaje. Ahora bien, el lenguaje respondía tan bien a los criterios que regían una estructura, que se convirtió en el arquetipo de toda estructura. Precisamente, Lacan eleva el concepto de inconsciente al rango de un lenguaje, es decir, de una estructura cuya unidad es el elemento significante, desde esta perspectiva eminentemente formal de la lingüística. De este modo, el inconsciente satisface las exigencias que definen a toda estructura. ¿Cuáles son dichas exigencias?
• Una estructura es una cadena de elementos distintos en su realidad material, pero semejantes en su pertenencia a un mismo conjunto. Estos elementos se denominan significantes.
• Saber incesantemente que trabaja y produce significantes. Los significantes articulados entre sí, obedecen al doble movimiento de conexión (metonimia) y de sustitución (metáfora). La metonimia incesante- es la conexión que mantiene ligados, a la manera que de una cadena, un significante con otro, un eslabón con otro. Asegura que, en un determinado momento, la cadena pueda delegar un significante al lugar periférico del Uno. En cuanto a la metáfora, designa el mecanismo de sustitución gracias al cual se produce dicha delegación, es y produce decir, el mecanismo gracias al cual el inconsciente se exterioriza bajo la forma de un significante (significante metafórico).
• El doble movimiento de conexión y de sustitución de los significantes lleva a la estructura a actualizarse sin cesar, es decir, a situar permanentemente uno de sus elementos en la periferia. El agujero dejado vacante por el significante que fue marginalizado —significante convertido ahora en borde y límite de la estructura— es una falta inscrita en la cadena. Una falta que tiene como efecto la movilidad del conjunto.
Este es, entonces, sumariamente evocado, el funcionamiento estructural del inconsciente que es el de todo lenguaje. Si retomamos ahora nuestras afirmaciones de la primera lección iluminándolas con estos criterios estructurales, podemos decir en una fórmula que el inconsciente es un saber que, movido por la fuerza del goce, trabaja como una cadena metonímica para producir un fruto: el significante metafórico; y un efecto: el sujeto del inconsciente. Pueden advertir claramente hasta qué punto la palabra "lenguaje" encierra en verdad la inteligencia de un ordenamiento significante que se manifiesta sin cesar. No hacemos más que traducir aquí el hecho clínico más cotidiano, a saber, que el inconsciente es un proceso constantemente activo bajo la forma de la emisión siempre renovada de un dicho significante.
Pregunta: ¿Esta renovación correspondería al concepto de repetición en Lacan?
Repetir, es ocupar alternativamente el lugar del Uno
Efectivamente. La renovación del significante metafórico corresponde adecuadamente al proceso de repetición tal como podemos concebirlo siguiendo a Lacan bajo la denominación de automatismo de repetición. Estos términos de renovación y de repetición son visiblemente contradictorios, ya que renovar es reemplazar una cosa vieja por otra nueva, mientras que repetir es volver a lo mismo. Pero en psicoanálisis esta contradicción es sólo aparente, a condición de admitir que lo mismo de la repetición es un lugar, el del significante Uno, lugar ocupado sucesivamente por acontecimientos cuya realidad es diferente en cada ocasión. Al ocupar ese lugar, el acontecimiento se identifica al Uno y, por el hecho de haberlo ocupado, está investido de la función de significante y se sitúa de inmediato en la cadena metonímica de todos los otros significantes. En consecuencia, cuando hablamos de repetición, debemos comprender que lo que se repite es la ocupación del lugar del Uno. De este modo, el elemento en el rol del Uno pierde su singularidad y se torna idéntico al elemento que lo había precedido y al que lo sucederá.
Quisiera insistir, ya que la lógica del automatismo de repetición exige siempre un esfuerzo particular de pensamiento. Por lo tanto, en la repetición hay que considerar dos lugares, el lugar del Uno ocupado por el acontecimiento que sobreviene —el síntoma, por ejemplo— y luego un segundo lugar, virtual, el de la cadena donde viene a situarse ahora el acontecimiento que previamente había ocupado el lugar del Uno. Cuando ocupa el lugar del Uno, es singular, identificado al Uno; cuando se sitúa entre los otros en la cadena, es un significante entre otros. Toda vez que un elemento —síntoma o cualquier otra manifestación del inconsciente— toma el lugar del Uno, se abren de inmediato el pasado de las repeticiones ya advenidas y el futuro de las repeticiones por venir.
Retomemos nuestra fórmula de la primera lección: cuando un síntoma sobreviene, anuncia en acto la repetición de los síntomas futuros y recuerda que es la repetición de los síntomas ya pasados. El síntoma que sobreviene ocupa el lugar del Uno que limita, mientras que los otros síntomas pasados y futuros representan la cadena metonímica.
Si reúno la serie de los síntomas ya pasados y la serie de los síntomas por venir, y los abstraigo formando un conjunto común, me encuentro entonces con dos instancias: un único síntoma, aquel en acto, y el conjunto virtual de los síntomas pasados y por venir. Diría que el inconsciente es una cadena infinita pero limitada, infinita porque es infinitamente activa para producir una metáfora y limitada en acto por la metáfora producida.
"El desplazamiento [del significante es] es comparable al de nuestros carteles luminosos en razón de su funcionamiento alternante.” (J. L.)
La cadena no permanece estatica, sino que se desplaza en un movimiento alternante y repetitivo. Hoy aparece tal dicho, tal síntoma, pero mañana surgirá otro síntoma en el mismo lugar, el lugar del Uno. Cuando el dicho ya haya sido olvidado, aparecerá otro síntoma diferente, pero siempre en el mismo lugar del Uno.
Se podría resumir la lógica de la repetición en un esquema donde el ejemplo del acontecimiento que hace función del Uno es un dicho enunciado por el analizante sin saberlo, y la cadena de los otros significantes está representada por un conjunto de decires.
El dicho significa el acto de enunciar un decir; en cambio el decir significa lo que se va a decir, lo que tal vez un día deba decirse, o también lo que ya ha sido dicho. Son decires que, a la espera de ser dichos o ya habiendo sido dichos, permanecen en estado virtual o inconsciente.
Enuncio ahora un dicho pero ignoro cuándo y dónde va a reaparecer otro dicho; quizá me sorprenda en el sueño de esta noche o en tal acontecimiento imprevisible de mañana. En una palabra, el decir puede ser definido como un dicho aún no dicho o bien como un dicho ya dicho en el pasado y a la espera de reaparecer, mientras que el dicho, por su parte, tiene valor de acto; es el acto de decir. El dicho es siempre un acto, mientras que el decir permanece suspendido en la virtualidad de un pasado y de una espera. Deberíamos formularlo mejor y completar agregando que el dicho es, sin duda, un acto pero que condensa en sí solo, puntualmente, el conjunto de la cadena de los decires inconscientes. En consecuencia, podríamos afirmar que el dicho significante es la puesta en acto del inconsciente o también que el inconsciente existe en el acto de un dicho. Para ser exhaustivo, debería recordar que la lógica del par decires/dicho puede expresarse en la terminología freudiana por el par: representaciones reprimidas/retorno de lo reprimido. Lo que nos permitiría enunciar simplemente: el dicho es el retorno de los decires reprimidos.
El inconsciente existe en el acto de un dicho, por lo tanto se reduce a un dicho; y al mismo tiempo, está estructurado como un lenguaje, tiene la amplitud de una estructura. ¿No habría allí una contradicción?
Estas dos fórmulas no son contradictorias en absoluto. Cuando el inconsciente existe, sólo existe en el acto de un dicho, no antes, no después; mientras que como estructura, el inconsciente es supuesto y esto, después que el acto ha sido reali-ado. Cuando sostenemos, con Lacan, que el inconsciente es un saber estructurado como un lenguaje, de lo que se trata, sin duda, es de una estructura supuesta, supuesta a partir del dicho. Digámoslo mejor, el inconsciente es una estructura actualizada, puesta en acto bajo la forma de un dicho que tiene las propiedades de un significante.
Por lo tanto, el inconsciente pertenece tanto al orden del Uno — es el dicho el que lo actualiza— como al orden de la estructura —es la cadena la que lo constituye—; el inconsciente es al mismo tiempo el dicho y el conjunto.
Pregunta: Cuando enuncia que el inconsciente existe en acto, ¿qué hay que entender por la palabra "existencia"?
Primeramente, hay que comprender que el inconsciente es un conjunto bordeado por un elemento que ha sido extraído de su trama. Si admitimos el par de un conjunto y de un elemento extraído del interior del conjunto y que reaparece en su borde, podemos definir la estructura del inconsciente como un conjunto menos 1, bordeado por ese ^sí, se tratará de un conjunto agujereado en el interior, pero limitado por un borde. El elemento S1, por su parte, será siempre 1 en más, o 1 en menos. ¿Qué quiere decir en más o en menos? Quiere decir que el 1 está siempre fuera del conjunto. Ahora bien, que el 1 sea en más o en menos depende del ángulo desde el cual encaremos el conjunto. Si lo encaramos observando su trama interior, diremos que le falta un elemento: entonces el 1 es en menos. Si, por el contrario, lo encaramos como visto desde el cielo, es decir, según su extensión y sus bordes, diremos que el 1 que falta en el interior de la trama se sitúa ahora como un borde que rodea y delimita al conjunto: entonces el 1 es en más, como un límite que bordea la red o como un trazo de escritura.
"Esta exterioridad de lo simbólico respecto del hombre es la noción misma del inconsciente”
Precisamente, el concepto de existencia traduce ante todo el hecho de que el elemento Sx es el límite exterior de la estructura. La ex-sistencia pertenece siempre al orden del Uno y al orden de la exterioridad. El Uno "ex-siste" y así hace existir al conjunto, es decir que da al conjunto la contención necesaria para que sea una cadena coherente y estructurada. El Uno ex-siste para que el conjunto consista. Esta manera de escribir "ex-siste" remite a Heidegger, pero Lacan la del retoma para dar un estatuto particular a la noción existencia. La palabra "ex-sistencia", entonces, significa en primer lugar que se trata de un elemento único y exterior, en segundo lugar que este elemento es el lugar-teniente del conjunto, y en tercer lugar que el conjunto se organiza como una trama unida, a la que le falta un hilo (agujero), aquel que se convirtió ahora en el borde. El psicoanalista debe ejercitarse en esta lógica. Es preciso que algo esté afuera para que el resto se sostenga.
Este esquema lógico puede ser aplicado a diversas configuraciones, como por ejemplo al mito del Padre de la horda primitiva, expuesto por Freud en su libro Tótem, y tabú. Los hijos de la horda deben matar al padre primitivo y devorarlo solemnemente para "consistir" como clan. Es preciso poner al Uno afuera para seguir juntos bajo su égida. Ahora bien, aquel que se excluye, es precisamente el padre. La figura del padre es uno de los prototipos más notorios de la exclusión. Justamente, es por esta razón que la función paterna, el lugar paterno de la exclusión, es tan difícil de asumir generalmente por un padre.
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Por lo tanto, en la lógica del inconsciente tenemos dos términos, la ex-sistencia del Uno y la consistencia de los otros. Ahora bien, a este par elemental se le debe agregar un complemento, a saber, el agujero. Por lo tanto, la configuración estructural del inconsciente remite a una tríada, la del agujero, de la existencia y de la consistencia.
El agujero puede ser definido como el puesto que el Uno —convertido ahora en borde exterior— ya no ocupa. El agujero es la falta dejada por el Uno que "fue" a situarse en el límite de la red.
En este punto, recordemos que el agujero permite el movimiento y el desplazamiento de las unidades de la red. Así como el Uno asegura la consistencia del conjunto, del mismo modo el agujero asegura su dinámica. Para completar realmente este esquema lógico, debería agregar aún un cuarto término —tal vez el más importante de todos—, a saber, el sujeto del inconsciente,* que es, en términos generales, el efecto que se produce cuando toda la estructura está en movimiento.
* Problema tratado en profundidad en la conferencia "El concepto de sujeto del inconsciente", op. cit.
Síntesis de concepciones sobre el inconsciente
Pueden ver ahora la diversidad de los marcos conceptuales que hemos utilizado para tratar de circunscribir una misma dificultad, la de pensar al inconsciente a un tiempo como el Uno y el conjunto de los significantes menos ese Uno, el conjunto agujereado por la falta del Uno. Hemos utilizado sucesivamente distintos pares conceptuales: la metáfora y la metonimia, el Uno y la cadena, el límite y la cadena infinita, el dicho y los decires, el retorno de lo reprimido y las representaciones reprimidas, el par significante S1 S2 y finalmente el acto y el inconsciente. Subrayemos que el segundo partenaire de cada uno de estos pares —la metonimia, la cadena, la cadena infinita, los decires, las representaciones reprimidas, el S2 y el inconsciente como estructura— debe ser imaginado como una red que comporta un agujero. Siendo ese agujero el lugar dejado vacante por el significante que ha ido a ocupar provisionalmente el lugar del Uno.
¿Dónde están mis sueños pasados y por venir?
Ahora bien, todas estas aproximaciones conceptuales podrían ser reducidas a la pregunta más inocente. Si el dicho anuncia decires por venir y repite decires pasados, cabe preguntarse: "¿Pero dónde están mis sueños de antaño? ¿Y dónde están aquellos por venir? ¿Dónde se aloja mi pasado?" Esta no es sólo nuestra pregunta sino también la de filósofos tales como por ejemplo Heidegger. Para nosotros, interrogarse acerca del pasado es nuestro modo de interrogar al inconsciente: ¿Dónde está el inconsciente? Pero Lacan no se pregunta en absoluto dónde está el inconsciente sino más bien cómo está organizado. En un primer período propuso: "El inconsciente está estructurado como un lenguaje", pero esto no basta.
Continuó diciéndose: El inconsciente debe obedecer necesariamente a una lógica. Y si se le hubiera preguntado entonces: ¿Pero a qué lógica?, hubiera respondido: Una lógica de los significantes. Y obstinados, hubiéramos podido insistir aún: ¿Pero dónde están esos significantes? ¡Importa poco!, hubiera replicado. También los científicos trabajan de este modo: sin exigir un sentido exacto de las cosas, avanzan. Cuando surge un problema insoluble, lo desplazan y lo nombran mientras prosiguen su investigación. Creo que el procedimiento lacaniano sigue idéntica orientación. Lacan no se pregunta, a la manera del metafísico, acerca de la naturaleza del pasado, del futuro o del tiempo en general; procede como se procede frecuentemente en la ciencia. Sustituye la pregunta del "dónde" por la del "cómo", y al preguntarse cómo, nombra y formaliza. Aparece un problema que se revela insoluble, entonces se lo bautiza con una letra y se le da un nombre. Y con ese nombre, continúa el trabajo hasta que, progresivamente, la opacidad se esfuma. Henri Poincaré recordaba siempre que el paso más difícil en el camino de la investigación consiste en bautizar las impasses con un nombre apropiado, en el momento oportuno.
Lacan, justamente, prefiere nombrar y sobre todo escribir más bien que retomar los términos freudianos de reprimido y de retorno de lo reprimido. Formaliza, pone letras, cifras y nombres. Un nombre implica siempre una escritura. ¿Pero qué escribe? El dicho, lo escribe Sx porque es 1 y siempre 1; y S porque es un significante. Mientras que el conjunto de los decires, de los elementos encadenados y reprimidos, los escribe S2. Escribir y formalizar así nuestros conceptos equivale a afirmar: "Y bien, recomencemos, olvidando ahora el sentido de las palabras". Con las dos notaciones, S1 y S2, operamos en el seno de una lógica. Olvidamos la significación de cada término, pero no olvidamos que S2 pertenece a la dimensión del Uno y que S2 pertenece a la dimensión del conjunto. De este modo, representamos una lógica rigurosa de la relación entre el Uno y el conjunto. El Uno está en relación de exclusión respecto del conjunto.
"El asombro que piensa, habla en preguntas" M. Heidegger
Al comienzo somos inocentes, asombrados y nos planteamos las preguntas mas sencillas —la del lugar del inconsciente, la del "dónde"—, luego operamos con los nombres formales como S1 y S2, hasta que volvemos para preguntarnos otra vez: ¿pero cuál es la relación de todos estos nombres conceptuales con las preguntas sencillas que me planteaba? Ese es el trabajo mental del analista: pasar de las preguntas más sencillas a los conceptos más formales —significantes, sujeto, objeto a, etcétera— para luego volver a ellas.
Pregunta: ¿Cuál es la influencia de la lógica que posibilitó formalizar el campo del inconsciente?
Aclaré que no somos ni lógicos ni lingüistas, pero que no obstante hay que estudiar los textos fundamentales de los lógicos, extraer de ellos todas las proposiciones que puedan iluminar nuestro campo, sin renunciar jamás a la enseñanza de la clínica, que es indiscutiblemente prioritaria.
Sin duda, el discurso analítico es diferente del discurso científico, pero el psicoanálisis debe permanecer siempre alerta a lo que otras disciplinas le enseñan para pensar la experiencia con los pacientes. Por ejemplo, es frecuente comprobar el siguiente hecho clínico: el sujeto que está hablando pronuncia una palabra sorprendente y enseguida se detiene y exclama: "¡Jamás había pensado en ello!" Este asombro que, tal como hemos visto, marca la cualidad significante de una palabra, conlleva de inmediato una interrogación en el paciente respecto de la manera como pudo surgir en él esa palabra: "¿Cómo es que esta palabra adviene en mí y me interroga?" A partir de este hecho clínico fundamental de un sujeto que dice más de lo que sabe y quiere, el psicoanálisis establece la teoría del par significante S1/S2 que, tal como lo hemos desarrollado, muestra cómo un significante pone en acto al inconsciente.
Ahora bien, usted me preguntaba justamente qué nos puede enseñar la lógica sobre la relación dinámica entre un significante y la cadena de los significantes inconscientes. Una respuesta posible a su pregunta sería recordar brevemente tres influencias que la teoría lacaniana recibió del campo de la lógica. Pienso en la axiomática de Peano, en la lógica de Frege y en la teoría de los conjuntos, en especial en las proposiciones de Cantor. Estas son tres concepciones lógicas que nos permiten abordar de modo diferente el problema del significante y de las cuales me he ocupado en otros libros. La axiomática de Peano considera en el marco de la serie de los números el problema del lugar del cero y del sucesor.
Cantor, por su parte, nos ilumina acerca del carácter a un tiempo infinito y limitado del conjunto según los dos principios que propone: el principio de engendramiento y el de pasaje al límite. Y finalmente Frege (En relación al aporte de Frege, remito al lector a la conferencia: "El concepto de sujeto del inconsciente") sobre todo, al establecer la distinción entre el concepto y el objeto, posibilitó a Lacan formalizar mejor los estatutos del sujeto y del significante. No afirmo que aplicamos escrupulosamente estos principios al campo del psicoanálisis. Diría más bien que nos servimos de ellos. Y justamente, es una objeción que se le ha hecho muchas veces a Lacan, que se sirviera de conceptos tomados de disciplinas conexas modificándolos según las exigencias propias del campo psicoanalítico. Para hacer producir un concepto importado en el campo analítico era inevitable tener que reformularlo, al precio de privarlo de su especificidad original. Pienso por ejemplo en el uso absolutamente personal que hizo Lacan de los cuantores lógicos para dar cuenta de la relación específica del hombre y de la mujer respecto de la función fálica (fórmulas de la sexuación). Fundamentalmente, hay dos cuantores lógicos: uno se denomina "existencia" y el otro "universal". Uno se escribe bajo la forma de una E invertida (∃), el otro bajo la forma de una A invertida (∀). Además, no hay en lógica un símbolo para negar el cuantor. Y no obstante, Lacan inventó una barra sobre cada uno de estos signos para indicar la negación de los cuantores (∄), (∀/). Como ven, se trata de una manera de concebir la circulación de los conceptos de una a otra disciplina. Tomemos también el caso de la elaboración lacaniana destinada a mostrar —por medio del nudo borromeo— la estrecha articulación entre lo real, lo simbólico y lo imaginario. En este caso, parecería que Lacan no sólo importó y reelaboró un concepto que provenía de un dominio ajeno al psicoanálisis, como puede ser la teoría de los nudos, sino que a cambio enriqueció ese capítulo relativamente reciente de la topología.
Lacan lector de Saussure.
Entre la gran cantidad de ejemplos de conceptos importados, el más conocido es el de significante, tomado de Saussure, pero cuya acepción psicoanalítica es radicalmente diferente de la acepción lingüística. Hace muchos años, un lingüista le reprochó a Lacan que se sirviera indebidamente del término "significante" y que, sin duda, hubiera leído superficialmente, en diagonal, la obra de Saussure. Podría imaginar fácilmente una respuesta ficticia de Lacan: ¿En diagonal? —habría replicado—. Habría que ponerse de acuerdo acerca de lo que significa para usted leer en diagonal. Si leer en diagonal significa leer superficialmente, simplemente recuso su objeción. Si significa, en cambio, que aplico el sistema de la diagonal para establecer la relación entre el conjunto y el orden, es decir, el mismo sistema que justamente permitió a Cantor descubrir el número transfinito, entonces sí debo haber leído a Saussure en diagonal, para poder fundar el concepto psicoanalítico de significante.
Y esta réplica hubiera sido justa, ya que, precisamente, Cantor utilizó el método llamado del recuento en diagonal para mostrar que la unión de varios conjuntos enumerables era, también ella, enumerable. Introdujo la escritura Ko, aleph cero (aleph, la primera letra del alfabeto hebreo, seguida del índice cero) como notación del cardinal de los conjuntos enumerables o también como el menor cardinal transfinito. Es así como esta "lectura en diagonal" condujo a Georg Cantor a producir un nuevo elemento. Y conociendo a Cantor, Lacan habría agregado —siempre en mi ficción—: Si su observación significa que mi lectura en diagonal de Saussure siguiendo el método de recuento en diagonal de Cantor me condujo a encontrar un elemento nuevo, entonces su observación es correcta, ya que el concepto de significante que he forjado no está en Saussure, constituye una producción enteramente nueva.
Habrán comprendido que, desde el punto de vista epistemológico, existe un inmenso campo por estudiar, el de la relación entre la circulación de los conceptos de una a otra disciplina y la asombrosa fecundidad de las nuevas producciones que de ello resultan.
El sujeto sigue el itinerario de lo simbólico...: no sólo el sujeto, sino los sujetos, tomados en su intersubjetividad, se encolumnan (...) El desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos, en su destino, en sus rechazos, en sus cegueras, en sus éxitos y en su suerte, a pesar de sus dones innatos y su bagaje social, sin contemplar el carácter o el sexo, y que de buena o mala gana seguirá el tren del significante...
J. Lacan
El significante no se dirige a persona alguna.
Llegados a este punto, quisiera volver sobre la lógica del par significante y deducir de la misma una primera consecuencia muy importante para el trabajo con nuestros analizantes. Si aceptamos el postulado de que un significante está siempre articulado a una cadena de significantes, ¿qué incidencia tendría esto en nuestra práctica? Pues bien, esto implica que un significante jamás está destinado a una persona sino que está "destinado" a otros significantes con los cuales se asocia y lleva su vida propia de significante. En efecto, el significante se articula con un segundo significante mucho más allá del hecho de que yo lo emita o reciba su impacto.
El significante rebota de sujeto en sujeto.
Quisiera ilustrar con un ejemplo la fórmula lacaniana de que un significante sólo es significante para otro significante. Tomemos nuevamente el caso de un síntoma; considerémoslo bajo su cara significante diferenciándolo de su cara signo. Pienso en ese paciente que viene a consultarme porque no puede dejar de ruborizarse al ver a una mujer joven y agradable. En ese momento siente que le sube el calor a la cara, se ruboriza y entonces se ve obligado a huir y ocultarse. Esto es lo que se llama una eritrofobia. Nuestro paciente cuenta que se sienta en un café, y cuando de pronto nota la presencia de una mujer bonita tres mesas más lejos, se siente enrojecer y se angustia ante la idea de quedar expuesto a la mirada de todos. Desde un punto de vista psicopatológico, la eritrofobia es, por supuesto, el síntoma de una estructura fóbica. Pero desde nuestro punto de vista psicoanalítico, ¿por qué es un síntoma la eritrofobia? ¿Qué interesa aquí al analista? En primer lugar, la manera en que el paciente relata lo que le sucede, las palabras que emplea o las metáforas que inventa. Luego, los eventuales lapsus, errores o confusiones que surjan en el relato de su trastorno. Y finalmente, en cuanto nos concierne como clínicos —recuerden una de las características que habíamos enunciado al definir el síntoma: el hecho de que el analista forma parte del mismo—, nos importa de modo muy particular reconocer en nosotros mismos los efectos de ese síntoma. Al hablarles del caso de este paciente, acabo de esbozar espontáneamente, sin darme cuenta, el gesto de tocar mis mejillas con las manos. Puede ser que este gesto sea simplemente demostrativo de mi explicación pero también podría ser que esté directamente ligado al síntoma de eritrofobia del cual se queja el paciente. Inclusive un gesto como este, espontáneo, realizado aquí ante ustedes, puede adquirir el valor de un significante ligado a los significantes del inconsciente de mi paciente.
¿Qué quiere decir que este gesto tendría un valor significante? Quiere decir que por fuera de mí, más allá de mí y más allá del paciente mismo, el gesto de mis manos y el rubor angustioso de su rostro están asociados en un lazo por fuera de nuestras personas. En otras palabras, ignoro, y mi paciente también ignora, cómo su deseo inconsciente se repite a través del mío.
Esta posición de analista que adopto ante ustedes, no sólo implicándome en el síntoma de mi paciente sino sobre todo reconociendo el valor significante de ese síntoma, pues bien, esta posición es totalmente opuesta a la figura del clínico que, tomando el rubor como signo, se dijera: "¡Pero claro, se vuelve rojo como un pene!" O que, viendo el dibujo de un niño que representa el mástil de un barco, se dijera: "Se trata del falo". Imaginemos ahora una interpretación más sutil de la eritrofobia. "Este síntoma —pensaría otro clínico— representa en realidad la posición femenina del paciente en relación con su padre." Este analista sabría y podría explicar cómo llegó a esta conclusión, que ya es mucho más rigurosa y correcta que la anterior interpretación caricaturesca. Pero aun así, con una interpretación tan elaborada, el analista ha tomado sin embargo al síntoma como signo y no como significante. ¿Por qué? Porque interpretó el síntoma dándole un sentido. Pero entonces, me dirán, ¿qué actitud debemos adoptar cuando estamos ante el síntoma en tanto significante? La única reacción que daría cuenta del impacto significante del síntoma sería la sorpresa. El psicoanalista tocado por el significante permanece sin decir palabra, incluso sin pensar, silencioso y desconcertado. Si quieren saber cuándo han tomado el síntoma como significante, más bien que como signo, hay un solo índice: el asombro que se les impone.
Insisto, un significante es lo que resiste a todo sentido; el significante no está en modo alguno destinado a recibir un sentido, ni siquiera aquel producido por la más correcta de las interpretaciones. El significante pasa a través del sujeto y va más allá del sentido que el analista o el analizante puedan conferirle.
Pero ya los escucho preguntarme: "Si el síntoma-significante resiste a todo sentido, incluso al de la más correcta de las interpretaciones y perdura así fuera de todo alcance, ¿cómo se podría esperar algún alivio en nuestro paciente? Respondería diciéndoles que la manera de tratar un síntoma-significante es reemplazarlo por otro significante, y que la mejor interpretación que un analista pueda pronunciar no opera en modo alguno por el sentido que revela sino por el lugar de significante que ocupa. Así como la sorpresa en el analista es el índice indiscutible del impacto en él del alcance significante de un síntoma, la sorpresa en el paciente es del mismo modo el índice indiscutible del impacto significante de una interpretación.
La interpretacion es un significante que se inserta en la cadena inconsciente.
El carácter inaprehensible del significante plantea también el problema de la escucha del psicoanalista. La siguiente sería la objeción caricaturesca de alguien que tomara demasiado al pie de la letra el poder del significante: "De acuerdo, me diría, si el significante se repite solo, si está ligado a la cadena, si resiste a todo sentido revelado, si va inserta en la cadena que el conocimiento o que el pensamiento inconsciente el analista sólo tendría que dormir en su sillón, puesto que de todos modos el significante se abre camino solo". En efecto, de acuerdo con nuestra concepción del significante, ésta podría ser una objeción posible sobre la función del analista.
El desplazamiento del significante determina los sujetos..." J.L.
Responderé que, desde un estricto punto de vista, la función analítica consiste en sostener y asegurar la movilidad de la repetición. Finalmente, un analista tiene por función favorecer la renovación del significante instalado en el lugar del Uno. Ya que aun cuando el inconsciente sea automáticamente activo, aun cuando el automatismo de repetición sea inexorable, puede toparse con el obstáculo de que un determinado significante se coagule en el lugar del Uno —es el caso de un síntoma tenaz— o si no también de que el goce invada el lugar del Uno y produzca el estancamiento del sistema significante —es el caso de una enfermedad psicosomática. Dicho de otra manera, el analista mantiene viva la fluidez de la repetición significante, vivo el deseo. Y justamente, de lo que se trata es de saber cuáles son los gestos, las intervenciones, las réplicas y las respuestas que el analista debe realizar en cada circunstancia para asumir su función de acompañar, preservar y mantener el deseo en la cura.
Estas son las consecuencias clínicas que quería sacar de la teoría laeaniana del significante. Podemos recordar la definición abstracta del significante: "Un significante es lo que representa al sujeto para otros significantes"; también podemos profundizarla y reelaborarla, pero no debemos perder de vista jamás su incidencia clínica. Desde el momento en que interpretan un significante, es decir, a partir de que le dan un sentido, de inmediato deja de ser significante para volverse signo. Pero, con todo rigor, debo corregir esta última fórmula. No quiero decir que el significante cese de ser intrínsecamente un significante por ser interpretado. No. El significante sigue siendo ineluctablemente significante, pero a partir del momento en que lo interpretan, lo transforman en signo para ustedes. Ya que desde el momento en que un significante es significante para alguien, ya no es significante, es signo.
Pregunta: ¿Pero intrínsecamente sigue siendo un significante?
Absolutamente. Por esta razón, justamente, podemos afirmar que el síntoma tiene dos caras: tanto una cara significante fuera de nosotros como una cara signo con nosotros. Pero no nos confundamos. Estas dos caras, si bien son radicalmente heterogéneas, no existen la una sin la otra, quiero decir sobre todo que el significante sólo surge sobre un fondo de sentido.
El significante no actúa...
El significante sólo puede llevar su vida propia fuera de nosotros si y sólo si lo consideramos como un signo que nos habla. Sin duda, privilegio el valor significante del síntoma en el analizante y de la interpretación en el analista, pero este valor sólo se revela si favorecemos activamente, en el análisis, la producción del sentido. El síntoma siempre es interpretable. Siempre se le puede dar un sentido, y el primero en darle un sentido es el propio paciente cuando sufre. Y si nos encontramos con que el paciente no produce sentido, no busca la causa de su sufrimiento, entonces es oportuno —habíamos insistido en este punto en la primera lección— interrogarlo y preguntarle: "¿Qué idea se hace de lo que le pasa?" "¿En su opinión, cuál sería la causa de sus males?" Hago estas preguntas no sólo en el marco de las entrevistas preliminares sino sobre todo en esos momentos de la cura en los que el paciente parece estar instalado en la monotonía del ritual, como si no hubiera más deseo en relación con el análisis.
...mas que inmerso en un baño de sentido.
El paciente viene y habla, pero está ausente de su palabra; y el analista, conjuntamente, está ausente de su escucha. Cuando afirmo la necesidad de incitar al analizante a tomar su síntoma como un signo, producir un sentido y construir la teoría del porqué de su sufrimiento, pienso en este tipo de situaciones. Cabe observar también que es en la medida en que habla y se explica como se instala y se desarrolla el amor de transferencia. El amor en el análisis es una de las figuras mayores del sentido que se alimenta de signos. Cuanto más se habla buscando sentido, más se ama a aquel a quien se habla. En suma, para que un síntoma tenga el peso incisivo de un significante, es conveniente que el clínico mantenga y favorezca el sentido suscitado por ese mismo síntoma considerado en tanto signo. El significante sólo actúa inmerso en un baño de sentido.
Ahora, me gustaría volver al significante no ya en relación con el sentido, sino en su conexión con otros significantes. Cuando afirmamos que el significante lleva su vida de modo autónomo, que nos atraviesa a pesar de nosotros, o también que se articula con otros significantes, queremos hacer entender el hecho de la repetición. Así, en la flecha que indica que Sx es significante para otros significantes S2, (S1 —> S2), tenemos la representación gráfica del fenómeno de la repetición. Creo que con el ejemplo de mi "lapsus" gestual sobrevenido al hablarles del paciente eritrófobo, han comprendido que el proceso de la repetición no se circunscribe a una sola persona sino que se despliega en el espacio del lazo de tina persona con otra, como si el significante rebotara de sujeto en sujeto. En la medida en que mi paciente fóbico mantiene un lazo transferencial con el analista que soy, es posible que la repetición de su síntoma se inscriba en mí mismo y se manifieste bajo la forma de un gesto espontáneo como el de recién. La cadena metonímica de significantes inconscientes nos es común, mientras que el lugar del Uno del significante metafórico cambió de soporte, antes era él, recién fui yo.
El inconsciente está fuera del tiempo, del espacio y de la persona
Si comprendemos cómo funciona el inconsciente, admitiremos que la repetición no es una repetición circunscrita a la unidad imaginaria llamada individuo. Gracias a esta concepción lógica de un inconsciente que se extiende entre dos sujetos hemos roto con tres prejuicios intuitivos: el del tiempo cronológico, el del espacio euclidiano y el de la unidad individuo. Si trabajamos la noción de inconsciente, si la pensamos y la retomamos sin cesar y si, con ella, iluminamos nuestra práctica, veremos esfumarse en nosotros progresivamente los prejuicios constituidos por el tiempo cronológico, el espacio euclidiano y la unidad yoica de la persona. Ya no hablaremos en términos de persona ni en términos de tiempo pasado, futuro y presente, ni tampoco en términos de espacio-reservorio para designar el lugar del inconsciente. Debemos ejercitarnos en pensar de otra manera. A medida que maduramos como clínicos y que afinamos nuestra escucha, nos vemos confrontados con el esfuerzo de pensar el inconsciente fuera del tiempo, del espacio y de la persona.
Lacan no es el único autor que se esforzó por romper estos prejuicios en el psicoanalista. Pienso en Bion quien, de distinto modo que Lacan, planteó el problema del tiempo y del espacio en psicoanálisis. Dos interrogaciones atraviesan la obra de este analista anglosajón: cuál es el tiempo de surgimiento de una interpretación en el clínico, y en qué tiempo, en qué espacio un decir interpretativo produce efectos en el analizante. Bion se pregunta inclusive si no habría que imaginar el espacio del análisis como un "espacio galáctico".
Me hubiera gustado que profundizara estas preguntas, pero pienso que el simple hecho de haberlas formulado tiene ya pleno valor. Como ven, estas interrogaciones que trastocan las nociones intuitivas de espacio y de tiempo en el análisis no se desprenden exclusivamente del recorrido lacaniano. Creo que son inherentes al compromiso de un analista con su trabajo. Quisiera hacerles sentir cuán poco arbitrarias, especulativas o abstractas son estas problemáticas. Surgen, por ejemplo, cuando uno interroga la relación entre el trabajo clínico con los pacientes y la enseñanza.
En efecto ¿cuál es el nexo entre el hecho de estar con ustedes enseñando y ese paciente que me habló de eritrofobia? ¿Qué relación establecer entre el hecho de que les relate justamente hoy ese caso clínico y la experiencia transferencial con ese analizante? En el espacio geográfico, hay en este momento un océano que nos separa, él en Francia, yo aquí, en Colombia, y sin embargo desde el punto de vista psíquico estamos en acto íntimamente unidos. En el tiempo cronológico, existe también una distancia de algunos años —puesto que hace dos años ya que ese paciente me habló de su síntoma— y no obstante, evocar hoy su caso y mimar su gesto de las manos sobre el rostro, tal como pude hacerlo, sobreviene con tal fuerza de presencia que supera y trastoca el tiempo del reloj.
¿Dónde está el adentro, dónde está el afuera de una cura? ¿Dónde está el presente, dónde está el pasado en un análisis?
Pregunta: ¿Cuáles son los signos que indican que un síntoma como la eritrofobia se repite en el analista?
Creo haberles respondido: es al hablar de un paciente o, por ejemplo, al identificarme con él como acabo de hacerlo, como uno de sus síntomas se repite en mí. Cuando uno trabaja como analista desde hace muchos años, termina por darse cuenta de lo siguiente: alguien está ahí, ante uno, acostado, habla y se queja. Bien o mal lo escuchamos y tratamos de dirigir una luz sobre el camino que toma. Pero en momentos más intensos de la cura, el analista descubre asombrado que significantes de la vida del paciente se repiten en él mismo. La vida del analista está acribillada por los retornos de los síntomas de sus pacientes. Puede verse cuán pertinente es su pregunta. Existen diferentes modalidades de la repetición de los síntomas en el analista, como por ejemplo este gesto aquí, ante ustedes, que tal vez Freud hubiera asimilado a una identificación con el paciente. Como hemos dicho, el síntoma es un acto cuyo alcance ignoramos; pero una vez situado, ¿podemos prever el próximo lugar de su reaparición? ¿Podemos seguir el hilo de ese significante que aparece en uno, desaparece y reaparece en el otro? Jamás. Jamás se podrá seguir verdaderamente el hilo de un significante. Si se lo siguiera, el significante seguiría siendo sin duda autónomo en su propio movimiento, pero a nuestros ojos se convertiría de inmediato en signo. Y esto no es una pirueta verbal. Es como si les dijera: "Interpretemos, pensemos, demos un sentido a las cosas, pero sepamos que por encima y por fuera del sentido que les damos, las cosas continúan solas". Creo que es éste el motivo por el cual la repetición en el analista de un síntoma del paciente puede actualizarse en el hecho de enseñar, de dar un seminario como este, o incluso de esbozar un gesto con la mano, o también, en el marco de la cura, en el hecho de formular una interpretación oportuna.
Si pienso que el trabajo con mis pacientes está en el origen de mi actividad de enseñanza, por ejemplo, de inmediato surge una pregunta: ¿en el hecho de enseñar, se está en el campo interno o externo del análisis? ¿Cuál es la frontera que separa el exterior del interior? ¿Cuándo se puede decir que ya no hay frontera? El psicoanalista no debe creer que el universo de sus analizantes se encierra en los límites de las paredes de su consultorio, ni que cuando deja su consultorio, deja tras de sí el lugar de los síntomas. De ninguna manera.
Pero entonces, ¿hay que concluir que sin tener ya barreras el analista sólo vive en el mundo único del psicoanálisis? Es verdad que en el universo de los significantes no hay fronteras, y que el analista, al igual que todo sujeto, está atravesado por ellos. Sin embargo, existe una especie de tamiz muy particular que regula las incidencias del significante. Pienso en elpartenaire en la vida del clínico. En efecto, el cónyuge es un personaje decisivo que oficia de muros psíquicos, de paredes permeables y reguladoras que sirven de dique frente a la repetición en el clínico de los síntomas del paciente. Así, el partenaire del analista actúa a la manera de una represa que permite atenuar los excesos de tensiones debidos a la escucha.
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Queda claro que si aceptamos la idea del inconsciente como repetición significante, concebiremos entonces la función del psicoanalista y sus metalenguaje incidencias en su vida de una manera totalmente nueva Esta es la razón por la cual se puede hablado" sostener, con Lacan, la tesis de que no hay metalenguaje. ¿Qué quiere decir esta fórmula?
Que no hay metalenguaje significa que no hay un lenguaje-meta y un lenguaje-objeto. En efecto, a partir del momento en que el lenguaje quiere exteriorizarse y hablar de un lenguaje-objeto, falla. Jamás llega a cerrarse por completo. El metalenguaje no podría escapar a la fractura que abre todo lenguaje al exterior, y es por esto que no logra envolver y contener un supuesto lenguaje-objeto.
Pregunta: ¿Por qué este comentario sobre el metalenguaje?
Justamente para dar cuenta de lo siguiente: no se puede hablar del inconsciente sin reconocerse afectado por el inconsciente mismo. ¿Qué queremos decir? Que no podríamos hablar del inconsciente como si estuviéramos fuera de su alcance. Que si aceptamos el carácter activo del inconsciente, su capacidad para producir constantemente efectos, admitiremos también que tiene el poder de afectar toda palabra, y en primer lugar, la nuestra que habla del inconsciente. Concretamente, si un analista pretendiera hablar del inconsciente de modo trivial, sin implicación personal alguna, no hablaría del inconsciente, de eso podemos estar seguros.
"No hay metalenguaje" significa que no hay lenguaje pretendidamente exterior y cerrado que se refiera al inconsciente sin que el inconsciente lo fracture. Todo lenguaje es un lenguaje expuesto a la emergencia de los efectos del inconsciente. No hay palabra que no esté afectada por el inconsciente. Me refiero a la palabra plena, a la palabra que pesa. "No hay metalenguaje" significa: no hay medio de hablar del inconsciente con palabras que tengan peso, sin que esas mismas palabras estén afectadas por el inconsciente.
Subrayemos que la tesis de metalenguaje es una formulación de la lógica; en efecto, son los lógicos quienes inventaron la diferencia entre un lenguaje-objeto y un metalenguaje. Pero en tanto el lógico se consagra a la construcción formal de la proposición, el psicoanalista se pregunta: ¿en qué punto está afectada la misma proposición por el inconsciente? Allí donde el lógico haría un trabajo de formalización lógica entre proposiciones, el analista, por su parte, se pregunta: ¿cuál es el sujeto que habla detrás de estas proposiciones?
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La diferencia entre el psicoanálisis y la ciencia radica en que el psicoanálisis considera al sujeto como materia de su trabajo, mientras que la ciencia, por principio, excluye al sujeto, lo forcluye. El discurso de la ciencia excluye al sujeto, es decir que no se cuestiona acerca del deseo del científico e ignora los efectos provocados en el investigador por el objeto de su investigación. Más allá del hecho de que una fórmula sea elaborada por investigadores, el interés de la ciencia es ante todo seguir rigurosamente la manera en que la fórmula prosigue su desarrollo y se torna fecunda. Este es el carácter significante de una fórmula que se desarrolla independientemente de aquellos que la crearon. Desde un punto de vista estrictamente formal, importa poco quién hizo progresar el cálculo. Como ven, el cálculo sería un muy buen ejemplo de significante, pero cuidado, de significante sin sujeto. ¿Por qué sin sujeto? Porque el cálculo no es un significante en el sentido analítico del término, es decir que no es un acto incomprendido por aquel que lo formula. Lo que nos interesa en un cálculo es que progrese, permitiendo la producción y la inclusión de elementos nuevos. La diferencia entre el significante como cálculo y el significante del cual hablamos, es que detrás del significante como fórmula científica no hay significante sujeto. En cambio, detrás de todos los significantes con los cuales nos vemos confrontados en la cura, y a pesar de su carácter de sinsentido, el psicoanálisis encuentra un sujeto. Para nosotros, no hay significante sin sujeto; para la ciencia, en cambio, el significante excluye al sujeto.
Pregunta: Cuando habla de sujeto, ¿de qué sujeto se trata? ¿Se trata del sujeto del inconsciente según Lacan?
Sí. Exactamente. Los psicoanalistas, desde su punto de vista, consideran al discurso científico como un discurso que excluye y forcluye al sujeto. Se puede decir, entonces, que el "sujeto forcluido" es el sujeto ausente del discurso de la ciencia.
Ahora bien, me pregunta usted de qué sujeto se trata. ¿Se trata del individuo? No. Ya les he mostrado que la unidad yoica del individuo ha sido subvertida por el concepto de inconsciente. Entonces, hay que pensar otro estatuto de "individuo" diferente del individuo tal como lo concebimos habitualmente, como una persona que tiene un nombre y un cuerpo determinados. ¿Cuál es este otro estatuto de "individuo" que no es ni la persona ni el yo, y del cual afirmo que está en el centro de nuestro trabajo de analistas y ausente del discurso de la ciencia? Es el "sujeto del inconsciente" introducido por Lacan.
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Llegados a este punto, me gustaría concluir esta segunda lección con una especie de ficción lógica de inspiración lacaniana que muestra qué es el sujeto del inconsciente bajo un ángulo muy particular, el de su nacimiento formal. Freud ya había imaginado el nacimiento del sujeto bajo la forma del mito de la incorporación del padre primitivo por sus hijos ("identificación primaria").
Lacan formula una concepción lógica de este nacimiento, más bien que una concepción mítica. Lacan tratará de dar cuenta del proceso de engendramiento del sujeto así llamado del inconsciente mediante la articulación lógica entre los conceptos de real, de agujero y de significante.
Allí donde Freud se pregunta cómo puede nacer el yo de la incorporación del cuerpo del padre por nacimiento sus hijos, Lacan, por su parte, se pregunta cómo del sujeto puede nacer el sujeto de un proceso lógico muy particular. Es así como podemos preguntarnos: ¿cómo se engendra el sujeto del inconsciente? Es un problema difícil cuya respuesta exige que nos hagamos otra pregunta: ¿cómo puede nacer un sujeto de la nada? ¿Cómo hacer para que en un planeta absolutamente vacío de todo ser, algo advenga? Para responder debemos utilizar la palabra "privación". Recordemos que este término ha sido utilizado por primera vez en psicoanálisis por Ernest Jones a propósito de la sexualidad femenina, en relación con los conceptos de frustración y de castración. Resulta interesante observar que Lacan utiliza este mismo término de privación en un sentido radicalmente nuevo. Opera un salto consistente en servirse del concepto de privación para explicar de manera lógica el nacimiento de un sujeto. Por lo tanto, ¿cómo en un planeta vacío de toda cosa, germina un ser? ¿Cómo puede surgir un ser de la nada, de lo real? Pues bien, para que un ser surja de lo real, es preciso que en lo real se abra un agujero, que en lo real haya algo en menos o, si prefieren, que lo real sea privado de algo. Toda la fuerza del pensamiento lacaniano está allí: para concebir el surgimiento positivo de un sujeto en lo real, hay que pensar primero lo real como un todo del cual se extrae un elemento.
Seamos más claros y avancemos en dos tiempos: Imaginen que lo real no es un planeta desierto sino, por el contrario, demasiado pleno, infinitamente pleno, tan pleno de cosas y de seres que es homogéneo a un vacío. Lo real no es el vacío en el sentido del abismo hueco sino en el sentido de lo infinitamente pleno, del lugar donde Todo es posible.
Si en ese lugar donde Todo es posible, se comprueba una —y sólo una— imposibilidad, un solo obstáculo, un sólo menos, entonces habrá allí nacimiento de un ser positivo. El ser positivo, es decir nuestro sujeto del inconsciente, sólo aparece como el correlato de un agujero abierto en lo infinitamente pleno.
En suma, para Lacan, el nacimiento del sujeto del inconsciente sólo puede ser comprendido a partir de un agujero abierto en lo real por el vaciamiento de un elemento y sólo uno. En otras palabras, el sujeto sólo sobreviene como Uno allí donde lo real —en el sentido de lo infinitamente pleno— está afectado por una falta. Cambiemos los términos una vez más y digamos: si lo real es el lugar donde Todo es posible, el sujeto del inconsciente nacerá precisamente allí donde se alce el obstáculo de un imposible.
Por el momento quedémonos aquí y les propongo retomar en la próxima lección uno de los conceptos más importantes de la teoría de Lacan, el del objeto a.
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