El pensamiento Freudiano considera al delirio como una defensa frente a la emergencia pulsional homosexual. En oposición al paradigma presentado a través del Presidente Schreber, la normalidad sería también una defensa pero de otra índole, donde el resorte de lo pulsional-homo coartado en su fin, opera a favor del sujeto. La falla de esa posición normal determina para S. Freud el delirio como una defensa patológica. El fundamento de esta idea se encuentra apoyado en los pasos normales necesarios para la constitución narcisista, donde desde el autoerotismo se arriba al propio cuerpo como objeto amado, determinando un momento que tiene como característica la elección para el niño de genitales idénticos, para transitar después a la elección del objeto heterosexual con la consiguiente desviación del fin de las tendencias homosexuales hacia las pulsiones del yo.
Esas pulsiones del yo que configuran la normalidad del aparato psíquico para S. Freud están representadas por la amistad, la camaradería y el amor a la humanidad. El paranoico según esta teoría en juego, no podría fijar su pulsión en lo homosexual narcicista que proviene de lo autoerótico y se defendería con un delirio que sexualiza lo social y el amor al hombre. Es vivido como rechazo aquello que respecta a lo idéntico en lo social, por remitir al paso no realizado en su psiquismo, donde genitales idénticos implicarían la recaída en un narcicismo que no pudo formalizarse. Este razonamiento sostiene tanto el mecanismo persecutorio en la paranoia como la certeza en la erotomanía.
Paranoia y erotomanía comparten, como es sabido, un mecanismo similar en los pasos no realizados que resumen aquellos momentos de la constitución narcicista y que fueron descriptos por S. Freud en su escrito sobre el Presidente Schreber. En tal sentido, la frase de partida en la paranoia "yo le amo", ya ofrece un problema porque no habría amor que no reconozca en su tensión hacia la unidad ese primer momento de elección autoerótica narcicista donde el propio cuerpo es el objeto amado.
Esa falla en la fijación de la tendencia homosexual hace fracasar el intento de salida de aquella primera elección; manifestada en una primera desembocadura, que tiene en Ia frase "yo le odio" su primera evidencia. En efecto, sería un paso normal la recaída en un sentimiento de odio que tiempo después podría ser sublimado en forma directa desde la pulsión hacia aquello que deviene en el yo como amor al hombre, camaradería o comportamiento social. Ni en la paranoia, ni en la erotomanía, se cumple este proceso sublimatorio descripto por S. Freud y aquello que transcurre del amor al odio ofrece una fractura.
Es decir: la imposibilidad de sostener un encuentro erótico con lo idéntico genital devenido horno, subyace a la imposibilidad de todo encuentro en el amor. Si el amor desemboca necesariamente en el odio, esa imposibilidad lleva a que el paso siguiente del amor, vale decir el odio que estaría marcando la instancia normal de pasaje hacia el objeto heterosexual, no se encuentra debidamente establecido.
S. Freud recurre incluso a decir que la derivación en la frase "yo le odio" no es "consciente" en el paranoico. Si aquí hiciera un pequeño giro y me valiera de la lógica lacaniana, podría decir que la frase final "él me odia", que es la que comúnmente relata el paranoico, es la que marca en esta serie lo que podría implicar el retorno desde lo real.
Tomar la cuestión de la erotomanía, presenta una característica similar para el pensamiento freudiano. Son también tres los tiempos: 1) no le amo a ella, 2) amo a él, 3) porque él me ama. Si bien S. Freud no se detiene a fundamentar estos pasos de acuerdo a lo fallido de la constitución narcisista que pudiera suscitarse, me voy a permitir suponerlos. Se parte, en la erotomanía, de la negación del amor, con lo cual, no habría sustancial diferencia con el primer tiempo fallido en la constitución paranoica que también parte del amor. Es evidente que no se trata de una negación simbólica sino, por el contrario, de la imposibilidad en la instalación de esa behajung, que deriva en un nuevo intento: entonces "lo amo a él"; por supuesto con-una nueva consecuencia fallida. Finalmente apelando a la lógica lacaniana aquella behajung que no pudo establecerse retorna desde lo real en la certeza que marca la frase "él me ama".
Si bien S. Freud agrega en el mecanismo de constitución paranoica el ejemplo de los celos, postergo su explicación para un capítulo posterior.
Para los que hemos dado particular transcendencia en la clínica a la teoría lacaniana de los nudos, hay, creo, una frase inicial para introducirnos en su consideración: es una geometría interdicta a lo imaginario. Diría que inaugura un nuevo concepto: el de consistencia.
La consistencia del Otro existe a través de los teoremas de Gödel, en tanto se establece un campo para ese Otro marcado por la incompletud. Lo denominado consistencia en ese momento, no puede demostrarse en el interior de sí mismo, hecho que marcando la incompletud simbólica, lleva a J. Lacan, más tarde, al establecimiento de los discursos (Seminario De un Otro al otro). En los últimos seminarios (R.S.I en adelante) J. Lacan elabora aquello que no podría nunca descubrirse en el campo de Otro, en tanto queda velado por su incompletud: la consistencia como algo fundamentalmente imaginario.
Creo que a J. Lacan le lleva buena parte de su vida llegar a este trabajoso concepto. La consistencia es el encuentro que estando interdicto a la imagen virtual o real, se acerca al concepto de superficie.
Si el nudo borromeo tiene como característica la posibilidad de que cada uno de los registros, real simbólico e imaginario, pueda participar en los otros, esto tiene su germen en lo imaginario como consistencia cuya función es, en tanto superficie, ser pegajosa para no denotar aquella otra verdad que J. Lacan nos ofrece en R.S.I.: el lenguaje desde la función de agujero de lo simbólico opera su toma desde lo real.
Que el agujero dependa de lo simbólico podría tener muchas demostraciones. Me voy a valer de sólo una que marca el retorno a S. Freud: el recorrido libidinal lleva de un agujero somático a otro. Tal vez esto sea mas claro en lo oral, anal o la voz. Pero en la función de lo fálico también lo encontramos por la ausencia del pene en la diferencia sexual anatómica, y en lo escópico, por el punto ciego al que tantas veces S. Freud aludió como encuentro con la resistencia, a fin de cuenta, del analista. En este sentido lo que se simboliza es el agujero catalizado por la Serie de privación-frustración. Decir castración es ya decir operación cumplida o lo que es lo mismo función simbólica anudada. El agujero clásico expuesto en el sueño de la inyección de Irma por parte de S. Freud, ubica en la súbita expresión de la trimetilamina y otras palabras, la verdad revelada en cuanto al funcionamiento de lo simbólico. Todo esta secuencia no será propia ni de la paranoia, ni de la erotomanía.
Finalmente lo real ex-siste a todo lo que podamos otorgar como sentido y marca más que nada una procedencia. signada como una exterioridad de acuerdo a la raíz latina. Hay un mas allá del muro desde donde es posible encontrarnos con una procedencia, pero sin ese muro no tendría lugar la partícula ex para la vida, anotada en La Tercera como propio de lo real (figura 1).
Nuevamente, ni en la paranoia ni en la erotomanía, nos encontramos con muro alguno que diferencie ese más allá como otra escena, ni tampoco los tres registros estarán anudados para garantizar una consistencia pegajosa que haga posible el sostén del agujero de lo simbólico, que a su vez posibilite un recorrido libidinal.
En el nudo borromeo la consistencia está afectada por lo imaginario, el agujero depende de lo simbólico y la existencia pertenece a lo real. Pero lo que sentimos como mental es reductible a lo imaginario y, en particular, la consistencia que implica al nudo borromeo apunta a lo imposible de la ruptura.
Pero que toda esta introducción del nudo borromeo que evidencia una imaginación como obstáculo a la verdad y al saber, lleve al concepto de consistencia como imposible del ruptura o fragmentación, no implica la posibilidad de algún otro tipo de consistencia que sí pueda romperse o fragmentarse. El nudo de trébol no es el nudo borromeo. Si bien J. Lacan lo puede extraer como geometría en la versión achatada en el plano del nudo borromeo, la característica que le otorga al dibujarlo en R.S.I. implica continuidad entre los tres registros. Si los tres entonces son una misma y sola consistencia, tal cual la referencia que J. Lacan hace en El Sinthome, podría suponerse por sus características al nudo de trébol como representación de la mentalidad paranoica (figura 2 y figura 3).
Esa mentalidad implicaría, no la participación de un registro en otro, sino por continuidad, la existencia de una sola entidad. Pero si la misma cosa es la consistencia, lo simbólico y la existencia, cada uno de los registros no estará afectado de manera particular. Ni la consistencia será irrompible, ni lo simbólico estará marcado por su función de agujero y entonces lo simbólico implicará un lenguaje, no como existencia, sino proveniente del exterior como alucinado. Si nos detenemos en lo que podríamos designar como mentalidad paranoica y signáramos al nudo de trébol como su paradigma, tendríamos que suponer una mentalidad que sea factible de ruptura. El siguiente punto intentará señalar algunos momentos posibles en los que esa mentalidad podría fragmentarse.
En principio el punto de observación que inicia esta reflexión es simple: ubica cada uno de los tiempos descriptivos para la paranoia y la erotomanía, tres en total en cada uno de los cruces que podemos observar en el nudo de trébol, también tres (figura 4).
La hipótesis de trabajo clínico sobre la mentalidad paranoica o erotómana, tendería a establecer cuáles han sido las circunstancias desencadenantes en cuanto a cada una de las frases princeps ya descriptas. La intención de estabilizar la psicosis tomando en cuenta el concepto de mentalidad se apoya en el hecho de la reconstrucción de una superficie que haga de obstáculo al retorno de lo real, partiendo de la base que para toda crisis psicótica esa mentalidad se ha fragmentado.
Tomando en cuenta cada una de las frases "yo le amo" o "yo le odio" - "él me odia" o "no le amo a ella" - "amo a él" - "porque él me ama", es posible reconstruir escenas que se han fragmentado por obra y gracia de la castración rechazada.
Es de observar, por otra parte, que no hay más que una manera de estabilizar la psicosis en cuestión si tomamos como central el tema de la consistencia. Esa forma devendría en encontrar los puntos de equilibrio que permitan soportar la superficie denominada mentalidad, fragmentada debido a la imposibilidad de decir aquello que la forclusión impide. No se trata en absoluto de la pretensión de encontrar una simbolización por parte del que sufre los efectos del retorne de lo real sino de encontrar, a modo de pantalla, esa serie de escenas fragmentadas, para que el sujeto en cuestión no quede atrapado en un punto de la serie.
Vale decir: tanto paranoicos como erotómanos, si se acercan a consulta del psicoanalista, lo hacen generalmente ya invadidos por la certeza de "él me odia", vehiculizada por un determinado partenaire, o la policía, o invadidos por la certeza de ser amados por determinado ser que ha enviado innumerables pruebas al respecto.
Si vienen a consulta atrapados en uno de los puntos de la serie, podría suponerse que algo ha ocurrido con los otros dos puntos que lo anticipan. Es de observar que en el nudo de trébol, si los cruces de la cuerda no se hacen de la manera exacta, es decir no importa empezando de dónde en forma alterna arriba-abajo-arriba o abajo-arriba-abajo, la figura topológica se deforma transformándose en un círculo. Y allí los tenemos con una circulación única sostenida si se han desencadenado: o él me odia o él me ama (figura 5).
La existencia de un círculo ya no implica al nudo en tanto carente de cruces, si en ellos concebimos por homologación o por continuidad la dimensión del sentido otorgado a la presencia del semejante como partenaire. En efecto, no hay amor ni odio sin entrecruzamiento con el otro, incluso si ese otro fuese Dios.
En el terreno de las frases que anteceden a la que circula, entonces la mentalidad no podría sostenerse debido a errores de nudo. Vale decir: si algo ha quedado bajo efecto de la forclusión del decir en el terreno del "yo le amo" o "yo le odio" por ejemplo, sin ser lo suficientemente explicitado, lo efectos de esa forclusión se hacen sentir. No quiere decir esto encontrar un insight para el que padece la psicosis. Por el contrario es sólo el intento de encontrar aquellos dos puntos faltantes que han hecho explosión, originando errores en los cruces del nudo de trébol sin que se haya podido formular decir sobre ellos, lugar donde subyace el sujeto delirante preso del goce del Otro de algún partenaire y cuya consecuencia es el retorno desde lo real.
Esos puntos a encontrar de acuerdo a esta hipótesis no tienen por qué pertenecer a la misma situación sino, por lo general, son escenas distintas y a veces remitidas a través del circuito delirante ya denominado circular en esta hipótesis.
Veamos un primer ejemplo. H. padece una erotomanía hacia X, desde hace muchos años y en forma irreversible. Ese X, no es su analista, cosa que haría muy difícil la aproximación a cualquier decir. Un día relata que ha pasado gran parte de su tiempo llorando sin poder tranquilizarse. Dice que así era de niña cuando su madre la dejaba en manos de una mucama que no sabía demasiado bien qué hacer con semejante llanto. Que su madre la abandonara y no la protegió era evidenciado por ella en la protección y piedad que la mucama le profesara.
El primer punto estaba claro "no le amo a ella" bien podría ubicarse en su madre, a quien tildaba de cruel por haberla entregado a un hombre en matrimonio por el dinero que iba a garantizar tanto la vida de una como de otra. Un detalle me advierte sobre el segundo cruce o segunda frase: el llanto que H. realiza a diario a veces va dirigido a su hijo. Ese hijo no era cualquiera, ya que lo había tenido sin sentir en principio demasiado cariño, hasta que habiendo conocido a X., comprendió súbitamente lo que hubiera sido otro encuentro con un hombre que no hubiese sido determinado por su madre. Es así: el invento del amor hacia su hijo que viene a ocupar el segundo lugar en la serie, vale decir "amo a él", ofrece en el momento máxima dificultad. Si el amor hacia su hijo se había gestado como invención durante el tiempo en el que había quedado en transferencia de saber con X., ahora toda esa maravilla de creación había sucumbido porque su hijo claramente apoyaba al padre en la pelea matrimonial que se extendía por años (figura 6).
Que el hijo le recriminara había desplegado por parte de H. una respuesta agresiya. Que él la acusara de ser la responsable del conflicto matrimonial, finalmente era devastador para ella. ¡Si había ella inventado el amor con él! -"¿,...Ud. Sabe..., puede llegarse a imaginar lo que lo amo?"- solía repetirme refiriéndose al hijo.
Que la intervención apuntara al reconocimiento del intento del amor de ella hacia su hijo y además le hiciera replantear por qué pelear con aquel que tanto amaba, distendió por un buen tiempo la insistencia sobre la certeza del amor de X. hacia ella.
Podría postular que lo imposible de decir en relación a la escena múltiple en la que se desarrolla el amor al hijo estaba totalmente fuera del decir. Lograr que al menos aceptara referir algo al respecto, la termina reconociendo en algo que es indudable: ella inventó el amor porque su madre a ella no le transmitió nada.
Finalmente el trabajo sobre los dos puntos de la serie estabiliza momentáneamente la psicosis, tanto en la razón de por qué no amaba a su madre, como en la invención amorosa no soportada sino a cuenta de la certeza erotómana.
Si por último, en una segunda pincelada clínica, nos detuviéramos en el caso Aimée de J. Lacan, podríamos apreciar una serie similar (figura 7).
Que no ama a la hermana aquí parece complicarse en cuanto hay un desplazamiento a C. de la N., aquella misteriosa mujer que fue su compañera de trabajo y que la llama en el preciso momento en que Aimée padece el nacimiento de un primer bebé que fallece. De todas formas era evidente la intrusión de la hermana en su vida en forma paralela a este circunstancia.
Aquí el amor al hijo como invención, es desplazado frente a la intrusión de su hermana y crece en la misma intensidad que el amor que ella tiene la certeza de recibir por parte del Príncipe de Gales. La intervención de J. Lacan que le permite ver a su hijo, a pesar de las opiniones en contra, es claramente una enseñanza clínica, ya que para ella como para H. no existe la menor captura en cuanto a la dimensión significante de este amor. Así como Aimée pensaba viajar a Nueva York y abandonar su hijo sin tener ella la dimensión precisa de la desestabilización grave que allí hubiera ocurrido si efectivamente hubiese viajado, así H. carece de la dimensión del infortunio provocado en su mentalidad con el aumento del enfrentamiento con su hijo y cuya demanda en transferencia apuntaba aún más a ser empujada en esa dirección.
Fuente: PAOLA DANIEL, “EROTOMANIA, PARANOIA Y CELOS” - CAPITULO 3: NUDO DE TREBOL Y ESTABILIZACION.
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