Tanto Freud como Lacan han dotado al psicoanálisis de elementos suficientes para calificar las acciones altruistas desde el narcisismo.
Sobre la base de considerar que el otro, cualquiera sea este, pueda ser reducido a constituir nuestro yo, la acción altruista, es decir, hacer caridad en beneficio de otro, se asienta en una relación tramposa y engañosa.
En el momento en que reducimos al otro a nuestro yo, aquel se esfuma, es decir, su existencia consistirá en ser un espejismo de nuestro yo y, por lo tanto, ilusorio, tal como es el otro en la relación especular.
Por lo tanto, podemos aplicar al altruismo las mismas consideraciones que usamos para la relación entre el yo y su imagen especular; entre ellas, la del dominio yoico. En razón de ello, la imagen de benevolencia que da el altruismo se ve limitada cuando consideramos la posición de dominio en la que se coloca el benefactor.
El psicoanálisis ha introducido, como en tantos otros tópicos, un nivel de intengibilidad respecto a lo que tiene una apariencia de desprendimiento beneficioso para el otro, cuando en realidad, lo que trata de establecer el supuesto benefactor es una relación en la cual el otro necesite de él. Esto es comprobable en toda relación altruista, la cual se establece en la medida en que su posición de dar le brinde acceso a cierto poder sobre el otro.
La política es un lugar en la cual se puede observar este tipo de encubrimiento. Podemos encontrar cierto paralelismo entre el sujeto y lo que sucede en la política. Cuando un país poderoso trata de beneficiar a otro, generalmente pobre, si afinamos el análisis, detrás de esa apariencia bondadosa nos encontramos con motivos absolutamente egoístas y de dominio por parte del país poderoso con respecto al pobre.
Pero en el altruismo, no solo se hereda esta cuestión imaginaria, que es cuestión de dominio sobre el otro, sino que se avanza fácilmente hacia la lucha a muerte por el reconocimiento, tal como lo plantea Kójeve en su lectura de Hegel.
Para continuar con nuestro ejemplo, el pueblo pobre que será ayudado por el rico no tiene opción de rechazar la ayuda. Como el ofrecimiento del rico encubre un interés, si llegara a suceder que el pueblo pobre rechazara el ofrecimiento, el país benefactor se sacaría la máscara altruista para imponer ayuda por medio de la fuerza, ya que, en el fondo, su objetivo es la obtención de un beneficio.
En otras palabras, en el registro imaginario se lo reconoce al otro como igual, mientras que el otro no delate la diferencia con aquella imagen que le proponemos, e incluso, le imponemos.
Y para que esta relación se pueda establecer y mantener, el otro imaginario no tiene que decir lo que quiere: esa es la condición escencial.
De este modo, filantropía, solidaridad y altruismo se basan en una similitud ilusoria que establecemos con nuestros semejantes.
Pero lo importante de esta caracterización que estamos desarrollando reside en que este no es más que el aspecto imaginario de la relación con el otro.
Ahora bien, que sea parte del registro imaginario no significa que debamos menospreciarlo, pues, si bien es el ebvase o el señuelo, que muchas veces nos engaña o seduce frente al otro, no obstante tiene valor, porque es uno de los lugares de acceso en la relación con el otro.
El problema se presenta cuando no se ubica correctamente este imaginario, pues en ciertas situaciones no es de fácil discernimiento.
Fuente: Héctor Rúpolo, "Clínica psicoanalítica de las perversiones. Semiescrito I", p. 148 - 149.
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