-Ella es mejor madre de mis hijos que mujer conmigo.
-Él, como hombre, no me gusta gran cosa. No me hace desearlo. Cuando quiere sexo, sólo quiere usarme para su placer.
-Ella es un constante “sí, pero...”. Es capaz de sacarle falta a todo. Casi nunca acierto con ella, ni siquiera cuando acierto.
-Él me harta con sus “por si acaso...”.
-Ella no hace más que prisionarme, no, quería decir presionarme.
-A veces me parece que vivir con él es cumplir una condena.
-Al principio, me gustaba de ella su ternura.
-De él me atrajo su inteligencia, su saber de tantas cosas. Después supe que no tiene ni idea de qué queremos las mujeres.
-Hay que hacer lo que ella quiere, pero cuando le doy lo que me pide, tampoco le vale. Cree que está en posesión de la verdad, y que yo soy un inútil. Me dice que ni siquiera sé ser yo mismo.
-Él está demasiado unido a su madre amantísima, como si ninguna otra mujer pudiera ser mejor. Y consiente las críticas que me hace su madre.
-Ella no me deja ser yo.
-Él tiene la culpa: me amarga la vida.
-¡Si ella cambiara...!
-Si me amara de verdad, él cambiaría por mí. Yo podría hacer que cambie, pero es tan terco...
-En la cama, ella me para como un frontón. Y cuando no me para y hacemos el amor, se queda parada. Me lo pasaría mucho mejor con otras.
-Si al menos él supiera cómo tratarme...
-Si al menos ella se diera cuenta de cómo me trata...
-Si él me escuchara de verdad y me hablara más y me valorara...
-Si ella no fuera tan escurridiza...
-Si él no fuera un cenutrio...
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