Se trata de un acto por el cual un sujeto sustituye, a su pesar, un proyecto o una intención, que él se ha propuesto con deliberación, por una acción o una conducta totalmente imprevistas.
Mientras que la psicología tradicional nunca prestó una atención particular a los actos fallidos, S. Freud los integra de pleno derecho al funcionamiento de la vida psíquica. Reúne todos esos fenómenos en apariencia dispares y sin lazos en un mismo cuerpo de formaciones psíquicas, de los que da cuenta desde el punto de vista teórico por medio de dos principios fundamentales. En primer lugar, los actos fallidos tienen un sentido; en segundo lugar, son <<actos psíquicos>>. Postular que los actos fallidos son fenómenos psíquicos significativos conduce a suponer que resultan de una intención. Por eso deben ser considerados como actos psíquicos en sentido estricto.
La intuición nueva de Freud será no sólo identificar el origen del acto fallido, sino además tratar de explicitar su sentido en el nivel del inconciente del sujeto. Si el acto fallido le aparece al sujeto como un fenómeno que atribuye de buen grado a un efecto del azar o de la falta de atención, es porque el deseo que en él se manifiesta es inconciente y precisamente le significa al sujeto aquello de lo que no quiere saber nada. En tanto el acto fallido realiza ese deseo es un auténtico acto psíquico: acto que el sujeto ejecuta, sin embargo, sin saberlo. Si hay que ver en el acto fallido la expresión de un deseo inconciente del sujeto que se realiza a pesar de él, la hipótesis freudiana presupone entonces necesariamente la intervención previa de la represión. Es el retorno del deseo reprimido lo que irrumpe en el acto fallido bajo la forma de una tendencia perturbadora que va en contra de la intención conciente del sujeto. La represión de un deseo constituye por consiguiente la condición indispensable para la producción de un acto fallido, como lo precisa Freud: «Una de las intenciones debe haber sufrido, pues, cierta represión para poder manifestarse por medio de la perturbación de la otra. Debe estar turbada ella misma antes de llegar a ser perturbadora» (Conferencias de introducción al psicoanálisis, 1916). El acto fallido resulta entonces de la interferencia de dos intenciones diferentes. El deseo inconciente (reprimido) del sujeto intentará expresarse a pesar de su intención conciente, induciendo una perturbación cuya naturaleza no parece depender, de hecho, más que del grado de represión: según, por ejemplo, que el deseo inconciente sólo llegue a modificar la intención confesa, o según que se confunda simplemente con ella, o según, por último, que tome directamente su lugar. Estas tres formas de mecanismos perturbadores se encuentran partlcularmente bien ilustradas por los lapsus, de los que Freud da numerosos ejemplos en 1901 en Psicopatología de la vida cotidiana. Se puede, pues, asimilar los actos fallidos a las formaciones de síntomas, en tanto los síntomas resultan en sí mismos de un conflicto: el acto fallido aparece, en efecto, como una formación de compromiso entre la intención conciente del sujeto y su deseo inconciente. Ese compromiso se expresa a través de perturbaciones que adoptan la forma de <<accidentes» o de <<fallos» de la vida cotidiana.
Con la teoría psicoanalítica del acto fallido quedan descartadas de raíz las tentativas de explicación puramente orgánicas o psicofisiológicas, que con frecuencia se esgrimen a cuento de tales <<accidentes» de la vida psíquica. El método de la asociación libre, aplicado con juicio al análisis de tales <<accidentes», no deja de confirmar la asimilación hecha del acto fallido a un verdadero síntoma tanto en lo que concierne a su estructura de compromiso como en lo que concierne a su función de cumplimiento de deseo. Por otro lado, teniendo en cuenta la naturaleza de los mecanismos inconcientes que gobiernan la producción de tales <<accidentes», la teoría psicoanalítica de los actos fallidos constituye una introducción fundamental al estudio y la comprensión del funcionamiento del inconciente.
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