«Mis padres, abuelos, bisabuelos, mis hermanos y hermanas y toda mi familia, así como los parientes próximos, los familiares, yen particular todos mis amigos y amigas, mis conocidos, tanto hombres como mujeres, así como las personas menos allegadas que en el curso de estos últimos años se han relacionado conmigo, tanto los militares como los empleados, mis relaciones mundanas y financieras, muy a menudo me han mentido, engañado, insultado, despreciado, ridiculizado, burlado, escarnecido, deshonrado, maltratado, golpeado, apaleado».
Autobiografía de un paciente maníaco comunicada por Aschaffenburg, Die Ideenflucht, p. 326, citado por H. Liepmann.
¿Existen fenómenos elementales característicos de la psicosis maníaco-depresiva?
Sabemos que, estrictamente hablando, J. Lacan reelaboró esa expresión a principios de los años treinta para hablar de la paranoia; tal reelaboración correspondía, como hemos señalado en otro lugar (1) , a tres temas de interés:
1.- La posibilidad de aislar síntomas (incluso uno solo) patognomónicos de la psicosis, aunque posiblemente fuesen bastante discretos. Es sabido que aparecen en el momento del desencadenamiento, pero también antes o después.
2.- Estos síntomas mínimos resumen el conjunto de la problemática delirante ulterior.
3.- Estos síntomas mínimos también serían capaces de proporcionar datos relevantes respecto a los modos de estabilización que pueden ser tenidos en cuenta para un paciente determinado. No insistiremos sobre la importancia de esta problemática en nuestro campo, ya que es fundadora de la concepción lacaniana del tratamiento de las psicosis.
Por lo tanto, planteamos acerca de la PMD la misma pregunta que planteó Neisser en 1892 a propósito de la paranoia: «¿Existe un síntoma que permanezca siempre igual a lo largo de la enfermedad?». Creemos que se puede responder: es la forma en que la instancia de lo real se muestra insuficiente para detener la cadena significante. Un ejemplo citado por Lacan en una de sus interviews, la realizada en Lovaina, será probablemente lo bastante locuaz: se trata de una paciente que sueña que la muerte ya no existe. Parece evidente que la inquietud experimentada por Lacan respecto a ella tiene que ver con la amenaza de un acceso maníaco o melancólico.
Desde esta perspectiva, el «afecto» de tristeza o de elación no es algo esencial en sí mismo; si hay alguna razón para pensar en el afecto es como «aviso de lo real», sensación de que algo no va bien en lo real, de que ya nada puede dominar la cadena significante. Recordaríamos además que la capacidad de detener la cadena significante, de extraerse a sí mismo de ella, de bajarse de ella en marcha, etc., debe ser referida a la función paterna, como bien lo muestra el pequeño Hans cuando deseando escapar del pequeño circuito materno evoca el gran circuito en el que convoca a su padre, en tanto que padre real, precisamente para que le ayude a bajarse del tren y a llegar a algún destino, incluso aunque se trate de una estación equivocada. Esta desaparición de una suplencia capaz de limitar eficazmente la cadena significante podría quizá escucharse tras los ejemplos de recaídas maníacas que da Henri Ey en sus Estudios (2).
Creemos que la literatura acerca de estos trastornos de la temporalidad puede releerse a partir de esa imposibilidad de interrupción, de articulación de lo simbólico por lo real, lo cual ha sido en general entendido como «trastorno de la temporalidad».
Los trastornos afectivos: un malentendido duradero
En la actualidad, la presencia de fenómenos elementales en la PMD apenas se considera evidente. Varias razones pueden explicar esta situación de hecho: la insistencia casi exclusiva sobre el carácter «afectivo» de la PMD, así como ciertas características subjetivas de los pacientes afectados (3).
Centrémonos de momento sobre el primer aspecto. El carácter «afectivo» de estos trastornos, engañosamente evidente, destacado ya desde los trabajos más antiguos, tuvo la desventaja de evocar a su respecto una misteriosa organicidad, hasta hoy no elucidada (4), a partir de lo cual era difícil delimitar un «fenómeno elemental» entendido en el sentido que señalábamos más arriba. Los pacientes, según esa perspectiva, sólo podían dar testimonio de su «fondo mental», como ya decía J. P. Falret. Desde ese punto de vista, el melancólico no haría otra cosa que manifestar su aflicción, el maníaco exhibiría su agitación o su jovialidad pícnica, y, por el contrario, los sujetos que se encontrasen en intervalos libres sólo mostrarían la normalidad de su humor; resumiendo, lo afectivo gobernaría las manifestaciones delirantes, y como dicen los reduccionistas con su duro lenguaje, todos ellos «cimentarían la hipótesis» biológica, genética, etc., de una organicidad sin fisuras de la PMD, a despecho de los resultados un tanto aleatorios de los tratamientos derivados de esa conclusión.
Ya Emminghaus, a finales del siglo XIX, en el ambiente científico de la «mitología cerebral», había intentado separar bajo el término de hiperalgesia (en unión, en cuanto a esto, de Krafft-Ebing, quien sin embargo prefería el vocablo hiperestesia recordando modestamente que su concepto era más que nada descriptivo) un síntoma afectivo fundamental de la melancolía: como resultado de una lesión del sistema nervioso central, el paciente se vería «más fácilmente afligido», esa aflicción sería dolorosa, y los concomitantes trastornos de las representaciones sólo serían la consecuencia de todo lo anterior. Varios autores intentaron así apoyarse sobre la idea de que una cierta continuidad de esos síntomas «afectivos» sería una característica de la entrada en la manía o en la melancolía, lo que bastaría para distinguirla, ya desde ese estadío, de la entrada en la paranoia, en la cual la falta de continuidad, el carácter «ondulante» (das Undulieren, según el término de Berze) de los síntomas afectivos, la perplejidad, etc., serían la regla, según los mis mos autores que, como Specht o como Marguliés, insistían en la presencia de este componente afectivo en todos los trastornos psicóticos. Sin embargo, resulta de interés tomar nota de que el carácter «afectivo» de los trastornos del humor era puesto en duda por autores como el wundtiano Berze, quien, en su obra sobre el síntoma primario de la paranoia (5), subrayaba que uno se podría incluso preguntar si el síntoma humor jovial (heiter) o su contrario, humor triste, debían realmente ser considerados síntomas primarios, o si por el contrario no estarían más bien detenninados por modificaciones de las asociaciones de ideas en el caso de la manía, y por su inhibición en el de la depresión.
En esta línea, toda una serie de trabajos discurrió en tomo a la cuestión del síntoma llamado «fuga de ideas», entendido como un trastorno del curso de las representaciones mentales; dicho de otro modo, de las relaciones entre el sujeto y el significante.
Resulta bastante cómodo agrupar estos trabajos mediante la noción de trastornos de la temporalidad, y pasando revista rápidamente a los más interesantes trataremos de mostrar qué partido podemos sacarles.
Fuga de ideas y ausencia de un significante ordenador (Obervorstellung)
Nuestro rápido recorrido nos llevará primero a fijamos en cierto número de aspectos sobresalientes del debate instaurado a partir de finales del siglo XIX, mayoritariamente en el ámbito germanófono, acerca de la cuestión de la fuga de ideas.
El interés por la fuga de ideas parece haber sido correlativo a la aparición de un procedimiento que pennitía al clínico estudiar fríamente el fenómeno sin dejarse aturdir por él. Uno se podía entonces preguntar qué mecanismos se ponían en juego: aceleración, falta de control, y en este último caso, cuál es la función que normalmente controla el flujo de nuestro pensamiento. Señalaremos simplemente que, desde Aschaffenburg (6), introductor del test de asociaciones de ideas en psiquiatría (siguiendo los consejos de un paciente maníaco), el estudio empírico muestra con frecuencia una rapidez del habla relativamente normal a pesar de las apariencias (7). Por el contrario, la invasiva prevalencia de asociaciones de ideas «externas» parásitas puede llegar hasta el 80% (8).
Por lo tanto, y sobre todo entre los autores de sensibilidad fenomenologista, tiende a imponerse la idea de que la manía se trataría ante todo de un trastorno de la «organización de las asociaciones» que provocaría una curiosa «nivelación» no jerarquizada de las asociaciones posibles, antes que de impulsiones verbales (Rededrang de Aschaffenburg), de un trastorno psicomotor o de una degeneración del carácter (Wernicke).
A partir de 1903 los debates se van a centrar en el papel de ciertas representaciones que tendrían un valor organizador del discurso normal, pennitiendo al sujeto no «descarrilar» (entgleisen), como dicen los autores alemanes, hacia asociaciones de ideas sin relación con la finalidad principal del discurso. Al parecer es Heilbronner (9) quien introducirá esta cuestión en el debate. Él pensaba que era necesario transportar la «teoría del nivelamiento» propuesta por Wemicke, desde el terreno del carácter al de la inteligencia. Lo que falta en el maníaco, estimaba Heilbronner, es «un cierto tipo de representación que regule el curso del pensamiento» (10).
El médico y filósofo berlinés Hugo Liepmann, en su obra clásica Über IdeenflutchIl, de 1904, cree que no se trata simplemente de un problema de asociación de las ideas entre sí; lo que se presupone en el pensamiento ordenado es la «unión de las uniones», es decir, una representación ordenatriz, una «Obervorstellung» (12). Esta unión de uniones, según él, está apoyada normalmente sobre la atención, «la preferencia ejercida por la atención sobre ciertos contenidos del pensamiento con respecto a otros» (13).
Estima que lo que prevalece en la fuga de ideas es una unión en función de la contigüidad o de la similitud, en función de las mecánicas reglas de «lo más corriente». Si se llega a fijar la atención de un maníaco, explicaba Liepmann, su fuga de ideas debe poder detenerse (14). Es, sin embargo, reacio a admitir que no puede subordinar totalmente la presencia de una «Obervorstellung» a un mecanismo atencional.
Esta «Obervorstellung» será entendida de modo diferente por el filósofo y médico R. Honigswald (de Breslau), ligado a la tradición neokantiana y en particular a Natorp, en su célebre obra sobre la psicología del pensamiento (15). Para él, el «nivel psicológico» debe ser comprendido como intencionalidad, como sentido inalienable, y no puede ser reducido a un simple mecanismo: incluso en el no-querer, o hasta en el «no ser querido», hay Meinen (un querer-decir); incluso si esto no es querido, es mío (mein) y tiene un sentido (Meinung). Y según Honigswald, de algún modo ése es siempre el caso en la fuga de ideas.
En su obra titulada La psicología del pensamiento, Honigswald afronta el fenómeno de la «pérdida del hilo» separando el punto de vista «psicológico» del punto de vista «diagnóstico». Distingue entre el «perder el hilo» y el «arrancamiento del hilo»; este último fenómeno supone una pérdida de la conciencia, mientras que el primero aún permitiría a la conciencia paliar la pérdida y, a veces, reencontrar lo perdido. Incluso aunque perder el hilo no sea exactamente lo mismo que la fuga de ideas, ambos tienen en común la pérdida de un principio organizador. «De la misma forma --escribe Honigswald- que en la pérdida del hilo (con su conciencia de haber perdido el camino, del mal camino emprendido y de la posibilidad de encontrar el bueno), en los síntomas de quien sufre fuga de ideas lo que domina asimismo -como igualmente vemos en la fuga ordenada de ideas descrita por Wernicke- es un orden sui generis, pero que no podemos ignorar»; también allí hay, como se ve en el discurso de los pacientes, una «forma de organización»(16) particular. El intencionalismo de Honigswald tendrá una influencia decisiva sobre trabajos ulteriores, notablemente sobre los de Bingswanger (en uno de sus muy poéticos artículos de 1931 en el que describe el «estar-allí festivo del maníaco»), los de Minkowski o también los de I. Hermann.
Cuando J. Lacan retoma esta cuestión en 1963, insiste sobre el hecho de que el objeto del deseo, como limitación de la cadena significante, no parece ya desempeñar su papel. El objeto «a» es definido entonces como un más-acá de la intencionalidad, de una forma que nos parece intentar a su manera responder a la pregunta planteada por Liepmann sobre la detención de la fuga de ideas. En el estado maníaco, subraya Lacan, el sujeto «no está entonces lastrado por ningún «a», lo que le entrega a veces sin ninguna posibilidad de libertad a la metonimia infinita y lúdica pura de la cadena significante» (17). En verdad, la solución indicada por J. Lacan, en la cual la constitución del objeto «a» será condición previa a todo lo que la corriente husserliana designaba como «flujo originario» previo a toda intencionalidad, era en cierto modo lo opuesto a la que diseñó la corriente fenomenológica. Pero sin embargo, ya que se sitúa dentro de esa tradición, nos invita a estudiar, caso por caso, de qué manera pudo ser afianzada con anterioridad una cuña en la cadena significante, aunque fuese por medios que sólo analógicamente se parecen a una respuesta a la falta del Otro mediante la falta del sujeto (solución neurótica), ejemplo de obliteración de un Otro absoluto del que el sujeto se hace garante sin falla.
Pero precisamente existían en la clínica casos en los que el sujeto, incontestablemente maníaco, llegaba no obstante a limitar su fuga de ideas reduciéndola a cierta temática. Esta sintomatología, prácticamente ignorada por los autores franceses, fue objeto de un debate interesantísimo, en la medida en que permitía plantear la cuestión de qué diferenciaba con exactitud la fuga de ideas ordenada de la que no lo era, pero también permitía concebir aquello que en sujetos que no presentaban esos síntomas aseguraba una limitación de la alienación a la cadena significante.
La cuestión de la fuga ordenada de ideas.
Wernicke parece haber sido uno de los primeros en describir casos de fuga de ideas en los que la «nivelación de las representaciones no es completa (18), llegando el sujeto a mantener su fuga de ideas en el interior de un cierto horizonte semántico, constituyendo de hecho un cierto modo de estabilización. Este fenómeno clínico, lastimosamente ignorado por los especialistas franceses, fue llamado después «fuga ordenada de ideas», pennitiendo a Heilbronner criticar el carácter de todo o nada (o bien hay representaciones de la meta o bien no las hay) de las concepciones al uso.
Liepmann permaneció firme en sus posiciones respecto a la presencia de «fuga ordenada de ideas» en algunos maníacos: el verdadero criterio de la «representación jerárquicamente superior normal» no puede ser otro que la atención; en los demás casos, la fuga maníaca de ideas sólo está camuflada; según él, la cultura adquirida previamente no es uil factor que facilite este equilibrio inestable; si algunos maníacos producen series asociativas ordenadas, o bien se trata de series que fueron memorizadas con anterioridad, o bien de asociaciones habituales que crecen a semejanza de las pseudomorfosis cristalográficas minerales; o también puede ocurrir que el paciente produzca «series» (19). En efecto, en esta clase de casos, cuyo prototipo lo constituyen los ejemplos proporcionados por Aschaffenburg, uno de los cuales pusimos como exordio de nuestro trabajo, sólo hay una ligera fuga de ideas, el paciente retoma el hilo; de forma casi milagrosa, se mantiene una cierta «Obervorstellung» en cuanto al «género de las especies» descritas. Pero mientras que el sujeto normal integra sus representaciones bajo el dominio de una «representación ordenatriz» sometida a su vez a otras sobrerrepresentaciones en función de una tarea determinada por los mecanismos de la atención, en el sujeto que presenta fuga de ideas, por el contrario, la «representación ordenatriz» no surge de ningún lugar detenninado, ni está sometida a otra representación ordenatriz, ni tiene ninguna relación con la situación. Aunque Liepmann admite que puede haber grados entre la fuga de ideas pura y el estado normal, la liberación de las sujeciones de la atención es la diferencia detenninante para él. En los hipomaníacos que han mantenido en un cierto grado el dominio de las representaciones ordenatrices, se ve surgir, como entre paréntesis, un conjunto de asociaciones liberadas de ese control; la atención se libera entonces del objeto principal, pero llega a retomar a él.
La posición de Honigswald es diametralmente opuesta. Resumiendo, para él la fuga ordenada de ideas no sería excepcional en la manía, sino que ese sería más bien el caso general. Lo que le falta al paciente que tiene fuga de ideas -estima Honigswald- no es la conciencia del orden en tanto que tal, sino la articulación de la conciencia de organización correspondiente a la relación entre las tareas principales y las subsidiarias, «el lazo entre las ideas y el distinguir entre las ideas». La atención no es simplemente «el haz de luz de un proyector», como quería Liepmann, sino una «conciencia de relación, la de un orden de rango y una articulación (Gliederung) de tareas». En la fuga de ideas, según Honigswald, no falta la organización, simplemente se nivela por igual, se hace uniforme, lo que equivale a decir que «su articulación desaparece». Concepción que parece autorizar a poner de nuevo en primer plano la cuestión de las suplencias en la psicosis maníaco-depresiva, aunque Honigswald personalmente no irá en ese sentido.
Hermann y su utilización de la lectura honigswaldiana de lafuga ordenada de ideas en el caso Cantor
Cuando el psicoanalista húngaro lIme Hennann (20), a finales de los años cuarenta, se interesa por el matemático psicótico Georg Cantor, intenta comprender su pensamiento a partir de los principios de la psicología del pensamiento definida por Honigswald, que sobre todo consiste, como hemos visto, en percibir un principio de ordenación latente allí donde la clínica organicista no quiere ver más que déficit.
Así definió Hennann su propia utilización del pensamiento de Honigswald (21):
«Nuestro trabajo psicopatológico -explica- tiene el objetivo de encontrar modelos, psíquicos y comprensibles, de las fonnas originarias que se pueda encontrar en otras configuraciones, que sean apropiados para las estructuras del pensamiento (Gedenkbilden), y que permitan interpretarlas; a partir de ahí, los propios modelos llegan a ser susceptibles de una interpretación psicológica más elaborada. Los modelos no abarcan la totalidad de las estructuras de pensamiento sino solamente uno de sus contenidos parciales.
»A partir del propio pensamiento de Cantor, creemos poder llevar a cabo una investigación sobre los modelos inconscientes, no derivables de modo lógico, enraizados en el mundo afectivo y que tienen su base en el terreno psicológico. En efecto, en una carta escribe Cantor que el estilo y la economía de sus estudios son algo suyo, pero que el contenido no debería ser atribuido a sus méritos, pues no era más que su escribano y reportero (Schonfliess, 'La crise de la création mathématique cantorienne', Acta Mathematica, 50, 1928, carta del 31-1-84). Además, es preciso indicar también que Cantor encuentra los primeros peldaños para la elaboración de cualquier clase de concepto en la determinación de un nombre o de un signo, al cual se asocian diversos predicados, a veces en número infinito, con la condición de que no sean contradictorios entre sí (Cantor, Grundlagen der Mengentheorie, p. 15): en ese sentido, la creación de conceptos es una auténtica creación de conjuntos. Cantor menciona también el hecho de que a causa del esfuerzo necesario para la elaboración de esas nociones, puestas en peligro por la ambición y la atracción de lo sin límite, necesitaba criterios inhibidores para elaborar conceptos nuevos».
La fuga ordenada de ideas, explica Hermann, proporciona un modelo incontestable del concepto cantoriano de «conjunto»: la unión de elementos en un todo (22). «El paciente que tiene una fuga ordenada de ideas -siempre bajo la presión de la amenazante descoordinación de su pensamiento, y con miedo a perder el hilo (¡cfr. Honigswald!), como ocurre en la fuga desordenada de ideas- pone en marcha todo lo que puede para mantener unidos los elementos de su pensamiento con la ayuda de representaciones de orden superior, o, como también podría decirse, con la ayuda de leyes de parentesco». De hecho, Hermann desborda el molde conceptual proporcionado por Honigswald; éste no había dicho, como antes vimos, que en el caso de la fuga ordenada de ideas los pacientes tengan conciencia de lo que es una organización de orden superior, pudiendo llevar a cabo una aplicación inmediata de la misma; ni que tengan la sensación de «perder el hilo» y que, a falta de controlar cada una de sus proliferaciones, hagan esfuerzos desesperados por mantener sus asociaciones en el interior de un cierto ámbito.
El caso es que a Hermann la creación cantoriana le parece con claridad el resultado de ese esfuerzo: proponer varios tipos de infinitos de modo que se llegue a crear una realidad de orden superior capaz de controlar la fuga de ideas.
Encontraremos ecos de tal lectura de Cantor en la propuesta de J. Lacan de 1967 (23) , cuando evoca lo que el deseo del analista debe recuperar de la epopeya cantoriana: saber hacer de su no-saber un marco comparable a lo que fueron los transfinitos para Cantor. Lo cual, ciertamente, da un especial colorido a lo que Lacan, en diversas ocasiones posteriores, dirá acerca del carácter «maníaco-depresivo» del final de la cura: la semejanza reside visiblemente en el establecimiento de un límite de la cadena significante, incluso aunque la construcción de lo que permite la travesía del fantasma del neurótico no pueda uniformemente ser identificada con las características de la forclusión maníaca.
Los dos tipos de temporalidad según Honigswald.
Otro aspecto de las ideas de Honigswald tenido muy en cuenta por sus contemporáneos fue su distinción entre dos tipos de temporalidad: lo vivido inmanente y lo vivido transitivo (erlebnissimmanente und erlebnistranseunte) (24). Según explica el autor, la vivencia transitiva del tiempo designa «la localización de lo vivido y de sus signos en extensión, aquello que es mensurable en el tiempo. Determina el lugar de lo vivido como un acontecimiento entre otros»; es lo temporal en tanto que viene a determinar «la localización temporal de lo vivido», es lo «objetivo-mensurable». Por el contrario, lo vivido inmanente designa una relación con el tiempo distinta, «lo temporal en lo vivido» (noción muy próxima a lo que describirá Minkowski en términos bergsonianos); es, en resumen, la sensación subjetiva, inmanente, de la duración. Pues, subraya Honigswald, la psicología del pensamiento consiste precisamente en reflexionar acerca del tiempo psicológico, a través del «tiempo de presencia», con todas sus metamorfosis; hay entonces que poner en relación tiempo inmanente y tiempo transitivo en una unidad vivencia!.
Esto se realiza paradójicamente en la atemporalidad del acto intencional dirigido sobre un objeto. En tanto que todo querer decir (Meinen) es un querer decir algo, la relación con un objeto siempre se da en el acto del querer decir. Pero esta relación es necesariamente intemporal: es un «haber-querido-decir». Sin embargo, esta unidad de la vivencia del querer-decir no puede eludir desarrollarse y recibir un lugar caracterizable de forma temporal en el tiempo transitivo, incluso aunque el tiempo inmanente tenga sus propias fluctuaciones.
Una dialéctica entre estos tres datos es por lo tanto inevitable si queremos dar cuenta de la experiencia de lo vivido, lo cual viene a complicar singularmente, por ejemplo, los trabajos experimentales. El aspecto más destacado, precisa Honigswald, es la «proyección del tiempo de la presencia», la «continuidad del yo», esa unidad que todo sujeto exige a sus vivencias psíquicas, incluidas las del pasado y el futuro.
Así pues, estas distinciones fueron luego radicalizadas por autores como E. Straus o Gebsattel, para describir la vivencia del tiempo en las psicosis maníaco-depresivas, en particular durante los accesos melancólicos.
La distinción «muerte inmanente a la vida» versus «muerte trascendente a la vida» en E. von Gebsattel Erwin Straus, en su célebre artículo sobre la vivencia del tiempo en las depresiones endógenas (25) , insiste en la idea de que en ellas el desacuerdo entre esos dos tipos de temporalidad está especialmente acentuado. El tiempo enlentece su marcha, incluso se detiene (según él, la sensación del melancólico de castigo sin fin, de condenación eterna, llega a ser «una determinación ineluctable de los actos del pasado»). Considera que ése sería un resultado directo del trastorno biológico, consistente en una inhibición, y propone reunir bajo la consiguiente -y confusa- noción de «enlentecimiento» los síntomas de la melancolía, destacando que en ciertos sujetos algunos síntomas obsesivos pueden ser una manera de forzar el que transcurra el tiempo.
De esta última observación es desde donde parte Gebsattel, recordando además que numerosos autores (Bonhoffer, Heilbronner, Kraepelin, Reiss, Freud, etc.) ya habían mencionado ese aspecto. Introduce su propia aportación mediante el comentario del caso de una joven que sufrió una melancolía endógena, la cual evolucionó a continuación a un status mixto y curó tras catorce meses de hospitalización. Presentaba una sensación de angustia referida al tiempo, se sentía obligada a decirse sin cesar que el tiempo pasaba o a tener presente in mente la palabra «pasado». Cada uno de sus actos tenía que recibir una connotación de duración, y tenía la sensación de verse siempre apremiada a ello. Cualquier noción de proyecto no determinada en el tiempo debía inmediatamente seguirse de una indicación de duración. «Cuando hablan los demás no puedo comprenderles, o, mejor dicho, les comprendo con la razón, pero, a decir verdad, no llego a comprender cómo pueden hablar con tanta tranquilidad, sin decirse continuamente a sí mismos: ahora estoy hablando, esto va a durar tanto o cuanto tiempo, después haré talo cual cosa, yeso durará sesenta años, a continuación moriré y otros vendrán despuás, más tarde otros más aún, y vivirán tanto tiempo como yo, más o menos, comerán y dormirán como yo hacía, y así continuará todo eso, sin ningún sentido, durante miles y miles de años.» (26) Se quejaba de que esta compulsión a pensar en el tiempo se extendía a intervalos temporales cada vez más sutiles. El conjunto sintomático originaba ideas de suicidio.
Por otra parte, esta paciente sentía una especial aprensión ante el morir, diciéndose a sí misma, aterrorizada, que cada movimiento que hacía disminuía la distancia entre ella y la muerte.
Dice Gebsattel que para comprender éste y otros casos parecidos según el método «constructivo-genético» que recomienda, hay que entender por qué para esta paciente la muerte se convierte en el concepto mismo del transcurrir del tiempo.
Para eso, hay que distinguir dos tipos de muerte: una muerte inmanente a la vida y una muerte trascendente a la vida.
Según explica Gebsattel, hay «una relación constante con la muerte incluso en las personas que gozan de buena salud, de la misma manera que tenemos una relación constante con el tiempo» (27). Pero tal relación no es una relación consciente. En tanto que vivimos una vida activa y productiva no pensamos especialmente en la muerte.
Pero aun así la vivimos. La muerte es inmanente a toda nuestra vida. Nuestra vida entera obedece al lema «muere y deviene». Devenir, evolucionar, también es siempre en esencia una muerte parcial. «Siempre renunciamos a un «lugar-de-vida» (Lebenstelle) para progresar. Terminar algo, acabar una obra, es siempre también una parte de la vida que llega a su conclusión. En un amor realizado enterramos siempre un trozo de vida que no vuelve jamás», escribe Gebsattel citando la obra de Feuerbach
Muerte e inmortalidad.
Sin embargo, la particularidad de esta muerte inmanente es que no sale nunca al encuentro de la vida sino que la substiende. «La vida se teje sobre un armazón que es la muerte, una muerte que es inmanente a tal envoltura; cuando la primera llega a su término, la muerte, a su vez, la absorbe». Por el contrario, la muerte trascendente sale al encuentro de la vida como una fuerza exterior, viene del exterior para destruirla. Es una muerte consciente, caricatura de la muerte inmanente, es un «producto artificial», igual que lo es el tiempo objetivo pensado. La cuestión de la representación de esta muerte es un problema en sí, apunta Gebsattel; antiguamente representada como resultado del Pecado Original, ha hecho salir a la muerte de su inmanencia, es de hecho una fuerza objetiva que destruye la vida, de la cual ya no es garantía de realización sino «negación, destrucción y aniquilamiento». Supone Gebsattel probable que, originalmente, esta figura de la muerte haya surgido como una inhibición de la esfera vital; sea lo que sea, ningún ser humano se libra de ella.
En la melancolía endógena, Gebsattel opina que una inhibición de naturaleza biológica es lo que viene a provocar esa angustia ante la muerte. En el caso de su paciente, estima, el carácter fluyente del tiempo y su transcurrir incontrolable está relacionado con «la interiorización constante de esa muerte exógena a la vida» (28). La insoportable fuga del tiempo está implícitamente en relación con la reaparición incontrolable de la muerte. Todo suceso exterior adquiere para la enferma ese sentido temporal de reaparición de la muerte. «Es, en definitiva, la impotencia -experimentada como inhibición vital- para realizar la muerte inmanente lo que explica la omnipotencia y la ubicuidad de la muerte exterior en su percepción de la vida» (29), lo cual podría calificarse como un auténtico «retomo en lo real», como dirá Lacan más tarde. Los impulsos suicidas son tentativas de poner fin a lo que es insoportable en su situación, son tentativas de «apaciguarla». La paciente se imagina que «no estará verdaderamente muerta hasta que muera», pero que eso podría curarla.
«Cómo comprender esta afirmación?, pregunta Gebsattel. En tanto que melancólica, la paciente «está acabada» (schon am Ende). Aunque fisiológicamente viva, está muerta en el sentido de su «tendencia al futuro» (Werdedrang) y de la realización de sí misma. El sentido del deseo suicida, estima Gebsattel, es el de la restitución de la muerte inmanente de la que ha sido desposeída; es pues, de hecho, un deseo de vivir.
Dicho mediante una fórmula: «Es una tendencia a la realización exógena de la muerte inmanente a la vida» (30). Así que hay una contradicción entre esos objetivos, ya que la muerte inmanente sólo puede ser vivida y no realizada, pues no hace otra cosa sino sostener la vida. Por esta razón la paciente se inhibe de cometer tal acto, movimiento psíquico que se repite sin cesar en las compulsiones que constituyen su status.
Primera y segunda muerte (y vuelta a la cuestión de la separación)
Si en cierta forma parece que Lacan, en diversas acotaciones, desecha la cuestión de la «subducción del tiempo» (Minkowski) iniciada en el cambio de siglo con la controversia que opuso de un lado a Wemicke y del otro a Aschaffenburg y Liepmann, puede pensarse que no fue insensible a la dicotomía honigswaldiana de los dos modos de temporalidad, inmanente y transitiva, y a sus desarrollos por Straus y Gebsattel.
En efecto, los trabajos que Lacan dedicó a la primera y segunda muerte pueden evidentemente ser enfocados como tentativas de elaboración de tal distinción fenomenológica. Pero son mucho más radicales y encuentran una aplicación más general, y no sólo a la problemática melancólica.
Así como Antígona, tras la decisión de Creonte, queda encamizadamente ligada al cadáver sin sepultura de su hermano (de un modo que Lacan, en el seminario sobre la Ética, une a la preposición griega «meta», utilizada repetitivamente por Antígona para resaltar que jamás podrá separarse del cadáver de su hermano), o igual que Hamlet tras el suicidio de Ofelia perseguirá encamizadamente su destino detenido durante un tiempo, así el Marqués de Sade se lanza encamizadamente a representar a sus héroes como meros objetos, agentes de un ser supremo en malignidad, y ordena que a su muerte su tumba reste anónima e incluso inhallable, preparándose una segunda muerte más allá de la muerte prescrita por el significante. Como Antígona, que se sitúa «ektos atas», condenada de antemano a la catástrofe desde el principio de la obra, el héroe sadiano trata de inflingir una segunda muerte a la naturaleza, rasgo en el que coincide con el delirio melancólico, en el que un sujeto que dice estar muerto -y por lo tanto ya en el infierno- tienda a suicidarse en la esperanza de encontrar una segunda muerte definitiva.
En cierto modo, el efecto del significante sobre el ser viviente se corresponde bastante bien con la «muerte inmanente» de Gebsattel, sobre todo si se añade (¿estaría Gebsattel de acuerdo?) que esta incidencia del significante no ocurre sin una renuncia al goce.
Pero la segunda muerte toma un aspecto más dramatizado en tanto que conlleva una destrucción total de la vida, lo que la muerte trascendente de Gebsattel no implica necesariamente. Dicho esto, para nosotros el aspecto trágico, en verdad, no debe ser lo esencial del asunto, en la medida en que, en suma, Antígona indica bien la naturaleza del desafío (31) de la estabilización en la psicosis maníaco-depresiva: las modalidades posibles de la separación respecto del significante (y estamos obligados a enlazar aquí con la famosa cuestión de la fuga ordenada de ideas de Wemicke). Una reinscripción paradójica en un significante ideal en el caso de los maníaco-depresivos -estamos pensando en las diferentes formas de infinito de Cantor- no es una de sus representaciones menos sorprendentes.
(Traducción de Ramón Esteban Arnáiz)
Notas:
Notas:
(1) Ver nuestra revisión sobre este tema: «De quoi les phénomenes élementaires sont-ils 1'indice», en Psychose unique, obra colectiva, Masson, 1991.
(2) Ey, H. (1954), Études psychiatriques, vol. 111, p.52.
(3) Sobre este último aspecto, ver nuestro «C. F. Meyer ou le dévoilement mélancolique», postfacio a Les souffrances d'un enfant, de C. F. Meyer, Anthropos, 1996.
(4) Ver al respecto nuestro informe para la Directiva de la ECF: «Impact actuel des neurosciences sur la psychanalyse», septiembre, 1996.
(5) Berze, Joseph (1903), Über das Primiirsymptom der Paranoia, Halle, Carl Marhold.
(6) Aschaffenburg, «Die Ideenflutch», Psychologische Arbeiten, 1902, IV, 2.
(7) Este dato ha sido constantemente confirmado desde entonces, lo que no impide a ciertos autores recientes hablar aún, un poco mecánicamente, de «aceleración maníaca».
(8) Según Isserlin (en «Psychologische Unersuchungen über Manisch-depressive Psychosen», Monatschrift jür Psychiatrie und Neurologie, 1907, XXII), quien registra una proporción inversa de asociaciones externas e internas entre manía y melancolía.
(9) Heilbronner, «Über epileptische Manie nebst Bemerkungen zur Ideenflustch», Monatschrift für Psychiatrie und Neurologie, 1903,4.
(10) Heilbronner definió la fuga de ideas de la manera siguiente: «una serie de representaciones en la cual los elementos correlativos están ligados mediante afinidades internas, mientras que desaparece la posibilidad de evocar una afinidad asociativa directa entre elementos alejados en la cadena asociativa».
(11) Liepmann, H. (1904), Über Ideenflutch. BegrifJbestimmung und psychologische Analyse, Halle, Carl Marhold. Según Mauz (en K. Kolle, Grosse Nerveniirtze, vol. 11, Thieme, 1959), Liepmann fue discípulo de Wernicke; puede ser adscrito a la Escuela de Breslau, cuya característica, como hemos recordado en varias ocasiones, era la minuciosidad de sus descripciones clínicas.
(12) Liepmann, op. cit., p. 81.
(13) Liepmann, ibidem.
(14) Asimismo, Minkowski refería que uno de sus colegas le había manifestado que si se llegaba a fijar la atención de un paciente sobre un acontecimiento pasa do, sería posible detener la deriva maníaca (Minkowski, Le temps vécu, París, L'Évolution Psychiatrique, 1933, p. 277.
(15) R. Honigswald, Denkpsychologie, 1.8 ed., Leipzig, Teubner, 1920.
(16) Op. cit., p. 67.
(17) Lacan, J.: L'angoisse. seminario 1963-64, no publicado.
(18) Wemicke, Grundriss der Psychiatrie. p. 347. Según él, lo que diferencia el primer estado morboso de la «facilitación de la actividad asociativa» es el hecho de que el sujeto no se contenta con ir de A a Z por el camino más corto, sino que «cada elemento de la cadena asociativa entre A y Z será a su vez punto de partida de excursos asociativos que en estado normal corresponden a asociaciones subsidiarias reprimidas». Sin embargo, existen casos en que un cierto «dominio de sí mismo» o un cierto «toque de asamblea» siguen vigentes; en estos casos está asimismo conservado un lazo con la asociación principal (Hauptassoziation), y este es, señala Wemicke, el caso particular de las mentes que han recibido una sólida educación (streng geschulten).
(19) Liepmann, op. cit., p. 74.
(20) Hermann, 1. (1948): «Denkpsychologische Betrachtungen im Gebiete der mathematischen Mengenlehre», Schweizerische Zeitschrift für Psychologie, 7-8, 1948-1949.
(21) Op. cit., p. 190.
(22) Según Hermann, no es sólo que Cantor fuese especialmente «entusiasta», sino que además los diagnósticos emitidos en la clínica de Halle en 1904, 1907-8, 1911-12 Y 1917-18, ratifican los de psicosis maníaco-depresiva y fases agudas de manía, que él propone. Hermann considera que los conceptos cantorianos de «continuo», «orden» y «tipo de orden» son similares a la problemática típica de la fuga ordenada de ideas (nivelamiento uniforme de las ordenaciones, aparición de nuevos criterios de orden, pérdida del hilo, es decir, de la continuidad del pensamiento). No evocaremos aquí las facetas «paranoicas» de Cantor, en absoluto incompatibles con la construcción de la teoría de conjuntos.)
(23) Lacan, J. (1967): «Proposition sur le psychanalyste de l'école», Scilicet, n.O 1, 1968.
(24) Hónigswald, op. cit., p. 84 Y ss. Este autor no cita casi a E. Husserl, cuyo «Curso» de 1904-1905 se refería en particular a esta distinción, fundadora en muchos aspectos de la noción de intencionalidad que estaba a punto de formular refutando a Brentano. El curso no fue publicado, en edición de Heidegger, hasta 1928, pero ya antes había tenido una gran difusión.
(25) E. Straus: «Das Zeiterleibnis in der endogen Depression und in der psychopatischer Vertstimmung», Monatschrift für Psychiatrie und Neurologie,
(26) Von Gebsattel: «Zeitbezogenes Zwangsdenken in der Melancholie. Versuch einer konstruktiven genetischen Betrachtung der Melancholiesymptome», Der Nervenartz, 1928, vol. 1, pp. 275-287. Citamos aquí según la traducción propuesta por E. Minkowski en Le temps vécu, op. cit., p. 281.
(27) Von Gebsattel, op. cit., p. 284. La traducción es nuestra. Desde luego, se podría ver aquí una cierta analogía con el modo cómo E. Husserl, en su curso de 1904-1905, describía la retención del recuerdo primario como «la cola de un cometa». Husserl, E., Lec;ons pour une phénomenologie de la conscience intime du temps, París, P. U. F., 1983, p. 51.
(28) Ibid., p. 285.
(29) Ibid.
(30) Ibid.
(31) [N. del T.: challenge, en cursivas en el original, anglicismo que también en francés significa literalmente desafío, trofeo, pero es además usado en este idioma, en sentido figurado, como sinónimo de marca, huella, símbolo, cicatriz y herida, entre otros. Los autores sacan partido a las resonancias lacanianas de esta gama de significados.]
Fuente: F. Y R. Sauvagnat (1998), "Fenómenos elementales y estabilizaciones en las psicosis maníaco-depresivas" Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., vol. XVIII, n.o 67, pp. 459-470.
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