Por Sergio Zabalza
Cada vez resulta más común escuchar que se llevan a cabo consultas y tratamientos psicoterapéuticos por video llamadas. El dato merece atención habida cuenta de que tal modalidad interroga los conceptos fundamentales en que se asienta la práctica psicoterapéutica y, en especial, el psicoanálisis.
Examinemos por caso la transferencia, ese resorte capital de la maniobra analítica. Todo tratamiento se sirve del amor y saber con qué el paciente inviste al terapeuta. Freud no tiene ambages para caracterizar esta maniobra como una “estafa”. Es que mientras una persona consulta con la esperanza de que el analista encuentre una solución a sus problemas, éste no hace más que desviar la demanda que se le dirige. Así, los nuevos y diversos sustitutos, que en ese lugar vacante aparezcan, serán indicadores de los fantasmas que agita aquella demanda impenitente.
Ahora bien, si durante una sesión “normal” el paciente está en un diván y de espaldas al analista. ¿Cuál sería el problema con llevar adelante la sesión por Skype, situación que de por sí neutraliza la atracción o rechazo que el cuerpo del analista imprime con su presencia?
Bien, creo que esta es la principal objeción: un tratamiento por medios electrónicos carece del obstáculo que encarnan la actualidad de los cuerpos. Y en psicoanálisis no se trata de eliminar el obstáculo, sino de ponerlo a favor del tratamiento, de hacerlo hablar. Tanto es así que Freud, al describir el lazo libidinal que se establece con “la persona del analista”, plantea una neurosis de transferencia[1]; esto es: el padecer que trae el paciente al tratamiento se desplaza a la relación con el analista y es allí donde se resuelven los síntomas.
Por ejemplo, en su texto Tributo a Freud[2], la escritora Hilda Doolittle cuenta que el hilván transferencial de su tratamiento con Freud pasaba por su padre –fallecido tras conocer la muerte de su hijo en la guerra de 1914– y también por su amigo, el famoso escritor D. H. Lawrence. Según la autora, Freud “Dijo que suponía que mi padre había sido un hombre frío”[3]. En consecuencia, el Profesor se sirve de los beneficios que le presta su viejo y sabio semblante: le trae una manta gruesa para el diván, la cita para marzo en vez del febrero invernal y, luego de alabar la delicadeza de su voz, remata: “después de todo, tengo setenta y siete años”[4]
Sin embargo, al promediar el tratamiento, el “Profesor” concluye que esta paciente ha sufrido demasiadas pérdidas como para estar dispuesta a entregar su corazón. Entonces, la paciencia se acaba y sobreviene la sorprendente intervención: “El golpeaba sobre mi almohada o sobre la cabecera del viejo diván sobre el que yo estaba extendida. Estaba enojado conmigo”[5]. Decía: “El problema es –yo soy un hombre viejo– que usted no cree que valga la pena amarme”[6]
Es probable que la reacción de Freud se debiera a la detención de las asociaciones, signo inequívoco de que las resistencias habían tomado cuerpo en la persona del médico[7]. En otros términos, Freud sospecha que el obstáculo en este tratamiento es la identidad entre amor y muerte que él mismo –por su avanzada edad–, encarna en el fantasma de la paciente. Lo cierto es que después de este enojo, el analista dejó de ocupar el lugar de la finitud para jugar esta vez como el “partero del alma”[8], semblante más acorde al real compromiso que ahora la paciente adoptaba en el trabajo analítico.
No debe ser casualidad, entonces, que en el capítulo dedicado a la “presencia del analista” durante el seminario de los cuatro conceptos, Lacan hable del “juego de la transferencia”[9]. Es que, tal como en un análisis con niños –en el que sería impensable un tratamiento por Skype– todo tratamiento se sirve de la alternancia de presencias y ausencias.
Para decirlo todo: si lo que “no cesa de no suceder” en el Fort Da ilustra que la causa está perdida, ¿puede tomar cuerpo un análisis sin el obstáculo que generan las demandas actualizadas por la presencia del analista?
Aporto algunas opiniones: en el ejercicio de la medicina, toda práctica terapéutica está regida por la objeción a que el médico se sirva del poder que le otorga su lugar y saber con el fin de seducir al paciente u obtener favores, prohibición que no deja de ser una limitación moral, de alguna manera, exterior al levantamiento de los síntomas.
Sucede que en psicoanálisis, en cambio, el imposible ético que encarna la abstinencia del analista es el resorte esencial de la cura. Por eso, sin la atracción que aporta la actualidad de los cuerpos –la cual se juega de mil maneras distintas según la singularidad del paciente–, la efectividad del tratamiento se ve amenazada.
_______________
Referencias:
Sigmund Freud, “Recuerdo, repetición y elaboración” en Obras Completas, trad, López Ballesteros: “Cuando el paciente nos presta la mínima cooperación, consistente en respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos siempre dar a todos los síntomas de la enfermedad una nueva significación basada en la transferencia y sustituir su neurosis vulgar por una neurosis de transferencia, de la cual puede ser curado por la labor terapéutica”
Hilda. Doolittle. Tributo a Freud, Argentina Shapire, 1979.
Op. Cit. 186
Op. Cit 169
Op. Cit. 167
Op. Cit. 167
Sigmund Freud, “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras Completas, A. E. tomo XII, pag. 101: “Si algo del material del complejo (o sea, de su contenido) es apropiado para ser trasferido sobre la persona del médico, esta trasferencia se produce, da por resultado la ocurrencia inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia – por ej. mediante una detención de las ocurrencias-“.
Hilda. Doolittle. op cit. pag. 167
Jacques Lacan, El Seminario: Libro 11, “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1984, p. 131.
_______________
Fuente: Zalabza, S. (2014, enero 2). ¿Se juega la transferencia por Skype? El Sigma. Recuperado a partir de http://www.elsigma.com/columnas/se-juega-la-transferencia-por-skype/12672
No hay comentarios.:
Publicar un comentario