¿Por qué se repite lo displacentero? Los sueños traumáticos hay algo que no se puede tramitar, algo se le presenta al sujeto como excitación y excede lo que el aparato psíquico puede soportar y se repite como un intento de procesamiento.
El primer juego infantil, repetitivo y autocreado, el fort-da, se da en el marco del principio de placer displacer y no de las tendencias mpas allá, que son más arcaicas e independientes que el principio del placer.
En el tercer apartado de Más allá del principio del placer, Freud empieza a colocar a la repetición en un más allá del principio del placer. Iremos ubicando de qupe se trata la compulsión de repetición, que es fundamental para pensar a la neurosis. En este aparatado, él dará cuenta de los pasos que el hizo en el psicoanálisis como técnica. Dice:
Veinticinco años de trabajo intenso han hecho que las metas inmediatas de la técnica psicoanalítica sean hoy por entero
diversas que al empezar. En aquella época, el médico dedicado al análisis no podía tener otra aspiración que la de colegir, reconstruir y comunicar en el momento oportuno lo inconciente oculto para el enfermo. El psicoanálisis era sobre
todo un arte de interpretación. Pero como así no se solucionaba la tarea terapéutica, enseguida se planteó otro propósito inmediato:
Esto es importante, porque Freud en el primer tiempo ubicaba todo el valor de la interpretación de hacer consciente lo que ubicaba como pensamiento inconsciente, pero no provocaba cambios a nivel del síntoma, por eso dice que no se solucionaba la tarea terapéutica. Entonces, empiea otro momento de construcción del trabajo:
instar al enfermo a corroborar la construcción
mediante su propio recuerdo.
Es decir, a trabajar con el retorno de lo reprimido. Y esto es lo importante de la construcción, por medio de las formaciones del inconsciente.
A raíz de este empeño, el centro
de gravedad recayó en las resistencias de aquel; el arte consistía ahora en descubrirlas a k brevedad, en mostrárselas y,
por medio de la influencia humana (este era el lugar de la
sugestión, que actuaba como «trasferencia»), moverlo a que
las resignase.
Después, empero, se hizo cada vez más claro que la meta
propuesta, el devenir-conciente de lo inconciente, tampoco
podía alcanzarse plenamente por este camino. El enfermo
puede no recordar todo lo que hay en él de reprimido, «caso
justamente lo esencial.
Y miren lo que dice:
Más bien se ve forzado a repetir lo reprimido
como vivencia préseme, en vez de recordarlo, como el médico
preteriría, en calidad de fragmento del pasado.^
O sea, viene en forma de repetición. Veamos las coordenadas de la repetición.
Esta reproducción, que emerge con tidelidad no deseada, tiene siempre
por contenido un fragmento de la vida sexual infantil y, por
tanto, del complejo de Edipo y sus ramificaciones; y regularmente se juega {se escenifica} en el terreno de la trasferencia, esto es, de la relación con el médico.
Esto es lo que Freud llama la neurosis de transferencia, cuando en acto con el analista se ponen en juego estos elementos que tienen que ver con la vida sexual infantil, con el tiempo del Edipo. No aparecen dichos en palabras, sino que se escenifican. El sujeto no sabe lo que repite ahí donde repite. Freud continúa:
El médico se ha empeñado por restringir en todo lo posible el campo de esta neurosis de trasferencia, por esforzar el máximo recuerdo y admitir la mínima repetición. La proporción que se establece
entre recuerdo y reproducción es diferente en cada caso. Por
lo general, el médico no puede ahorrar al analizado esta fase
de la cura; tiene que dejarle revivenciar cierto fragmento de
su vida olvidada, cuidando que al par que lo hace conserve
cierto grado de reflexión en virtud del cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un
pasado olvidado.
Luego veremos de qué se trata lo que se repite.
Para hallar más inteligible esta «compulsión de repetición»
que se exterioriza en el curso del tratamiento psicoanalítico
de los neuróticos, es preciso ante todo librarse de un error, a
saber, que en la lucha contra las resistencias uno se enfrenta
con la resistencia de lo «inconciente». Lo inconciente, vale
decir, lo «reprimido», no ofrece resistencia alguna a los esfuerzos de la cura; y aun no aspira a otra cosa que a irrumpir
hasta la conciencia
¿Pero entonces la resistencia de donde viene?
La resistencia en la cura proviene de los mismos estratos y
sistemas superiores de la vida psíquica que en su momento
llevaron a cabo la represión.
(...)
Eliminamos esta oscuridad poniendo en oposición, no lo conciente y lo inconciente, sino el yo ~ coherente
y lo reprimido. Es que sin duda también en el interior del yo
es mucho lo inconciente: justamente lo que puede llamarse
el «núcleo del yo»;'' abarcamos sólo una pequeña parte de
eso con el noifibre de preconciente.*
Entonces, Freud ubica la resistencia del analizado en parte de su yo. Ahí hay una nota en el pie de página que nos remite al texto El yo y el Ello.
Pero el hecho nuevo y asombroso
aue ahora debemos describir es que la compulsión de repetición devuelve también vivencias pasadas que no contienen
posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento
pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces..
Ahora vamos a ver qué es lo que se repite:
El florecimiento temprano de la vida sexual infantil estaba
destinado a sepultarse {Uníergang} porque sus deseos eran
inconciliables con la realidad y por la insuficiencia de la etapa
evolutiva en que se encontraba el niño.
Aquí Freud está hablando del complejo de Edipo y su sepultamiento. Esto que dice Freud a continuación tiene que ver con el fundamento, con lo que cae dentro de lo reprimido primordial:
Ese florecimiento se
fue a pique {zugrunde gehen] a raíz de las más penosas ocasiones y en medio de sensaciones hondamente dolorosas. La
pérdida de amor y el fracaso dejaron como secuela un daño
permanente del sentimiento de sí, en calidad de cicatriz narcisista que, tanto según mis experiencias como según las puntualizaciones de Marcinowski (1918), es el más poderoso
aporte al frecuente «sentimiento de inferioridad» de los neuróticos.
O sea, que en el tiempo del Edipo y por la amenaz de castración para el varón que tiene que abandonar la satisfacción y para la niña el fracaso del punto del amor, por su propio peso el complejo de Edipo se va a pique y quedan sensaciones hondamente dolorosas de fracaso y de pérdida. Entonces, en el neurótico aparece la queja:
«No puedo lograr nada;
nada me sale bien».
Siempre me pasa lo mismo, siempre me encuentro con el desengaño...
El vínculo tierno establecido casi siempre con el progenitor del otro sexo sucumbió al desengaño,
a la vana espera de una satisfacción, a los celos que provocó el nacimiento de un hermanito, prueba indubitable de la
infidelidad del amado o la amada; su propio intento, emprendido con seriedad trágica, de hacer él mismo un hijo
así, fracasó vergonzosamente; el retiro de la ternura que se
prodigaba al niñito, la exigencia creciente de la educación,
palabras serias y un ocasional castigo habían terminado por
revelarle todo el alcance del desaire que le reservaban.
O sea, de ser el centro de atención de los padres, aparece el desaire, la falta de atención. Esto provoca sentimientos de pérdida del amor.
Así
llega a su fin el amor típico de la infancia; su ocaso responde
a unos pocos tipos, que aparecen con regularidad.
Ahora bien, los neuróticos repiten en la trasferencia todas
estas ocasiones indeseadas y estas situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad. Se afanan por interrumpir la cura incompleta, saben procurarse de nuevo la
impresión del desaire, fuerzan al médico a dirigirles palabras
duras y a conducirse fríamente con ellos, hallan los objetos
apropiados para sus celos, sustituyen al hijo tan ansiado del
tiempo primordial por el designio o la promesa de un gran
regalo, casi siempre tan poco real como aquel. Nada de eso
pudo procurar placer entonces; se creería que hoy produciría
un displacer menor si emergiera como recuerdo o en sueños,
en vez de configurarse como vivencia nueva.
¿Vivencia nueva de qué modo? Está puesta en acto con aquel que se tiene en frente. En este caso, en transferencia, es con el analista. Repite con el analista aquello que fue modelo de amor y desengaño, por decirlo de alguna manera.
Se trata, desde
luego, de la acción de pulsiones que estaban destinadas a
conducir a la satisfacción; pero ya en aquel momento no la
produjeron, sino que conllevaron únicamente displacer. Esa
experiencia se hizo en vano.* Se la repite a pesar de todo;
una compulsión esfuerza a ello. Eso mismo que el psicoanálisis revela en los fenómenos
de trasferencia de los neuróticos puede reencontrarse también en la vida de personas no neuróticas. En estas hace la
impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo
demoníaco en su vivenciar; y desde el comienzo el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era autoinducido y estaba
determinado por influjos de la temprana infancia. La compulsión que así se exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición de los neuróticos, a pesar de que tales
personas nunca han presentado los signos de un conflicto
neurótico tramitado mediante la formación de síntoma. Se
conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a
idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos (por disímiles que sean en lo demás) se muestran ingratos pasado
cierto tiempo, y entonces parecen destinados a apurar entera
la amargura de la ingratitud; hombres en quienes toda amistad termina con la traición del amigo; otros que en su vida
repiten incontables veces el acto de elevar a una persona a la condición de ^mínente autoridad para sí mismos o aun
para el público, y tras el lapso señalado la destronan para
sustituirla por una nueva; amantes cuya relación tierna con
la mujer recorre siempre las mismas fases y desemboca en
idéntico final, etc. Este «eterno retorno de lo igual» nos
asombra poco cuando se trata de una conducta activa de tales
personas (...)
El eterno retorno de lo igual es tomado por Lacan cuando dice que lo real retorna al mismo lugar.
Nos sorprenden mucho más
los casos en que la persona parece vivenciar pasivamente
algo sustraído a su poder, a despecho de lo cual vivencia una
y otra vez la repetición del mismo destino. Piénsese, por ejemplo, en la historia de aquella mujer que se casó tres vecgs
sucesivas, y las tres el marido enfermó y ella debió cuidarlo
en su lecho de muerte.' La figuración poética más tocante
de un destino fatal como este la ofreció Tasso en su epopeya romántica, la Jerusalén liberada. El héroe, Tancredo, dio
muerte sin saberlo a su amada Clorinda cuando ella lo desafió revestida con la armadura de un caballero enemigo. Ya
sepultada, Tancredo se interna en un ominoso bosque encantado, que aterroriza al ejército de los cruzados. Ahí hiende
un alto árbol con su espada, pero de la herida del árbol mana
sangre, y la voz de Clorinda, cuya alma lestaba aprisionada
en él, le reprocha que haya vuelto a herir a la amada.
En vista de estas observaciones relativas a la conducta
durante la trasferencia y al destino fatal de los seres humanos, osaremos suponer que en la vida anímica existe realmente una compulsión de repetición que se instaura más allá
del principio de placer.
En este punto, Lacan empieza a ubicar el plano del goce.
Y ahora nos inclinaremos a referir a
ella los sueños de los enfermos de neurosis traumática y la
impulsión al juego en el niño.
Debemos admitir, es cierto, que sólo en raros casos podemos aprehender puros, sin la injerencia de otros motivos, los
efectos de la compulsión de repetición. Respecto del juego
infantil, ya pusimos de relieve las otras interpretaciones que
admite su génesis: compulsión de repetición y satisfacción
pulsional placentera directa parecen entrelazarse en íntima
comunidad.
O sea, que por un lado va el principio del placer y la compulsión a la repetición parecen enlazarse.
En cuanto a los fenómenos de la transferencia,
es evidente que están al servicio de la resistencia del yo,
obstinado en la represión; se diría que la compulsión de repetición, que la cura pretendía poner a su servicio, es ganada
para el bando del yo, que quiere aferrarse al principio de placer.*" Y con respecto a lo que podría llamarse la compulsión de destino, nos parece en gran parte explicable por la
ponderación ajustada a la ratio {rationelle Erwdgung}, de
suerte que no se siente la necesidad de postular un nuevo
y misterioso motivo. El caso menos dubitable es quizás el de
los sueños traumáticos (...)
Lo que resta es bastante para justificar la hipótesis de la
compulsión de repetición, y esta nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional * que el principio de
placer que ella destrona. Ahora bien, si en lo anímico existe
una tal compulsión de repetición, nos gustaría saber algo
sobre la función que le corresponde, las condiciones bajo las
cuales puede aflorar y la relación que guarda con el principio de placer, al que hasta hoy, en verdad, habíamos atribuido el imperio sobre el decurso de los procesos de excitación en la vida anímica.
Este apartado termina así, o sea que hasta hoy coloca a placer-displacer este nuevo elemento que es la compulsión a la repetición, donde aparece el más allá del principio del placer, mucho más originario y que se juega de otro modo.
Finalmente, en el punto de la pérdida del amor y el fracaso, es importante tenerlo en cuenta porque Lacan planteará después que en el fantasma se va a plantear esto que nunca sucedió, que tiene que ver con la pérdida de amor, con el fracaso, con lo que nunca funcion, con el desengaño, con esto de que nada le sale bien. El neurótico arma siempre esta imposibilidad en su fantasma: está metido en esa burbuja.
La próxima vez seguiremos avanzando en lo que Freud va elaborando en relación a la compulsión a la repetición.
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